Apocalipsis líquido

El poeta Jorge Galán — elsalvador.com
El poeta Jorge Galán — elsalvador.com

En esta reseña, cavamos una tumba en el ojo del huracán y permanecemos escuchando lo que afuera sucede, los sonidos del mundo, las fiestas y la guerra, las explosiones semejantes, los distintos gemidos que presenta la muerte y la vida, el parloteo y las voces aplacadas, la caída de la gota de sangre o de sudor, el estruendo de la dinamita y el grito de la reunión de miles de mujeres y hombres en un estadio. Y nos sentimos parte, y nos sentimos únicos, y seguimos cavando…

Este es Jorge Galán, haciendo un sepulcro en el canto de todos los pájaros y una fosa entre el cielo y la tierra, entre el silencio y el nombre de las estrellas.

La tristeza no es una casa, pero es su única casa. El dolor no es un refugio, pero es su único abrigo.

Este es Jorge Galán, sucediendo cuando el relámpago es una cicatriz y la luna tan solo un disparo que apunta desde un día de la niñez.

Este es Jorge Galán, perdiendo una sola infancia cien veces. Gritando que los disparos se han vuelto un himno, un coro de voces terribles que humedece la medianoche y el amanecer, y el atardecer, y el año entero, y el siglo entero.

Nada de esto sería posible sin suscriptores

Este es Jorge Galán, denunciando la llegada de una nueva víctima entre marzo y abril. Y también en enero, hasta completar el círculo. Denunciando que se celebran discursos, que se abren botellas de sidra y aguardiente. Y que se parte el pan, el pasto, la liebre de un solo ojo y que cenamos hablando del futuro y recordando del pasado a la madre y al padre muertos, pero a nada ni nadie más.

Este es Jorge Galán, hablando de los asesinos persignándose llenos de oscura fe, de una fe cuyo significado es la muerte. Y que en julio y agosto y en noviembre nacerán nuevas víctimas con rostros parecidos al pan, al agua. Pero también en diciembre y en mayo no dejarán de nacer. Hay alegría, hay comunión, hay abrazos de júbilo, pero todo es una mentira, pues no hay posibilidad.

Este es Jorge Galán, volviendo a suceder cuando el cielo está gris y se hunde como un barco averiado.  Preguntando ¿si acaso puede alimentarnos la fruta echada a perder o puede la madera podrida por la lluvia levantar un templo o una casa, o dar forma a una balsa de pescadores?

El poeta mira al suelo, pero sin ver sino escombros, jamás la hierba, jamás los lomos de hormigas y jamás los frutos que acababan de brotar como un milagro.

Este es Jorge Galán, cansado de contar el miedo, cansado de contar lo sucedido y lo no sucedido. Aquí está él, de pie frente a la mentira, en ese oscuro límite que se abre paso entre el polvo y la muerte.

Portada del libro — Editorial Pre-Textos

Aquí está Jorge Galán, animándose a escribir que una madre acaba de perder a sus tres hijas, todas con un trabajo que las obligaba a salir de casa en la madrugada. Las tres, que se perdieron en agosto, bajo la lluvia, en tres años distintos. Y que sola a una encontraron, la última, muerta como mi mano que ya no sabe levantar nada. Pobrecita mía, tenía los pómulos reventados, el labio partido en dos, en tres, en cinco. Se encontraba tendida en el fango de un arroyo que se secó en diciembre, conservada como una figura de sal sombría, el cabello hecho una trenza aún larga, pero ya sin belleza. Este es Jorge Galán, atreviéndose a levantar una barricada de estrellas en medio de un dolor tan grande que no puede caber en un poema.

Este es Jorge Galán, diciendo que es mentira que la muerte embellece, que es mentira todo lo que se ha dicho sobre la resignación y el consuelo. Aquí está. Trepando por el palo mayor de su alma y gritando revolución, lenguaje, árbol, ruido. Jorge Galán, que ve pasar a Roque Dalton y ve a la revolución, y la revolución es solo la tierra firme que ve. Y ve pasar a la poesía de El Salvador a lomos de un ruiseñor, que como dice Juan, canta, canta…

Este es Jorge Galán, hablándonos de que la historia del mundo cabe en unas pocas palabras que no terminamos nunca de decir. Y que la muerte es blanca como el capataz de una finca de algodón en el año 1903, como un vaso de aguardiente sobre una mesa con cuatro niños discutiendo sobre quién se atreve a beberlo. La muerte es blanca y casi gris como el humo que deja el disparo de una escopeta, el espacio entre la bala y el corzo, entre la bala y la liebre, esa nada que es un instante último, una geografía final, un horizonte que no llega a formarse y se deshace, y cae, cae…. Sí, nos confirma que la muerte es del color de las viejas lilas, del color de la escarcha justo antes de tocar el contorno de la rama sin peso. Y todo eso lo sabe porque la ha visto tan de cerca que, incluso, sabe que huele como una olla sobre un fogón, hierro y leche que no se mezclan nunca.

Y así podría seguir citando este apocalipsis líquido que nunca se termina de escurrir de la memoria, de mis manos. Un pequeño holocausto cotidiano que se divide en siete partes de siete poemas. Siete trompetas desatando la melodía de una catástrofe de detalles y de un mundo que habita. De un Salvador acosado por la violencia, de un Salvador donde los muertos forman parte de un paisaje por donde se hace casi imposible mirar al cielo.  Siete partes, siete sellos partidos, siete poemas, siete trompetas como sinfonía de la noche.

La crudeza que alcanza este libro se podría extrapolar al genocidio en la franja de Gaza o de cualquier otro lugar donde nadie puede oír la humildad del canto de los pájaros. En la voz de este poeta se funde lo social, lo político, el amor, lo cotidiano, la imposibilidad del lenguaje, la imposibilidad de la poesía que dice, pero que nunca es suficiente. Aquí se los dejo, suspendido como un pichón que busca su nido en medio de la tempestad. ¿Puedes oírlo?

Es el ruido de todo aquello que se derrumba sin que nos demos cuenta.


Jorge Galán (San Salvador, 1973). Es narrador y poeta. Entre sus obras destacan La ruta de las abejasRuido NoviembreMedianoche del mundo, El estanque colmadoLos otros mundos Breve historia del alba, entre otros. Ha obtenido diversas distinciones como el Premio de la Real Academia Española; el Premio Casa de América de Poesía Americana; el Premio Iberoamericano para obra publicada Jaime Sabines; el Premio Internacional Antonio Machado; el Premio Adonáis, y el premio nacional de su país, tanto en poesía como en novela corta. Sus novelas han sido traducidas a diversos idiomas.