Reseña de "Origen e historia de la República alemana" de Arthur Rosenberg

Es difícil explicar el giro de extrema derecha de la clase media alemana en los años veinte y treinta sin señalar su origen en 1914 y en cómo la guerra afectó de forma distinta a cada clase social

libro

El que, probablemente, sea uno de los mejores libros de Nicos Poulantzas —Fascismo y dictadura. La III Internacional frente al fascismo (Siglo XXI, 1973)— se basa en buena medida en la obra que acaba de publicar Verso Libros, la editorial hermanada con el sello de la New Left Review, Verso Books; Origen e historia de la República alemana de Arthur Rosenberg. Un compendio de dos libros publicados originalmente por separado: Origen de la República alemana en 1928 mientras que Historia de la República de Weimar salió a la luz en 1935. Reunidos ambos libros en esta nueva edición permiten al lector/a obtener una visión global en dos compases.

Pues si el primero se describe el Imperio forjado por Bismarck, y las fuerzas sociales que representaba, que tanta responsabilidad tendrían para hacer estallar la Primera Guerra Mundial, el segundo supone un agudo análisis sobre la dinámica política que llevó a la extrema derecha nazi al poder.

Así, el historiador alemán, profundamente involucrado en las luchas políticas del período a raíz de su militancia en el Partido Comunista de Alemania (el KPD en sus siglas en alemán), traza una completa mirada sobre las estrategias de las elites que llevaron al derrumbe del Imperio en 1914-18 y a los errores de la izquierda alemana frente al nuevo escenario planteado por la República de Weimar.

Sin embargo, la obra de Rosenberg no está exenta de polémica. Ya que en Origen de la República alemana el historiador disculpa el belicismo de las elites alemanas —a la par que alaba la política del frente patriótico militarista consagrado en la Burgfrieden (el equivalente alemán de la union sacrée francesa)—. Un polémico enfoque, mayoritario en una izquierda profundamente empantanada en un chovinismo de guerra como era la socialdemocracia alemana encarnada en el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD en sus siglas originales), que dificulta la comprensión del auge del nacionalismo ultraconservador tras el fin de la guerra, así como el papel profundamente conservador de la socialdemocracia en los primeros, y decisivos, años de la naciente República. En cambio, Historia de la República alemana se encuentra más alineado con un análisis político de clase que no se ahorra las críticas al SPD así como los errores cometidos por las otras izquierdas alemanas.

Es, de todos modos, un libro imprescindible que, sin embargo, sobre todo por la primera parte, hay que leer precavido. Una última consideración a tener en cuenta, sobre todo si se compara con Historia de la revolución rusa de Lev Trotsky, es el tipo de análisis histórico que maneja Rosenberg: excesivamente atento a lo que ocurre por arriba y con, al parecer, poco interés por lo que ocurre por debajo. Ello se ve en el uso de fuentes que emplea Rosenberg, los testimonios de obreros, soldados y campesinos son excepcionales en el libro —se pueden contar con los dedos de una mano— mientras que la referencia de fuentes institucionales; tales como debates e informes parlamentarios, son la base documental principal del historiador alemán. Es importante tener esto en cuenta porque no sólo vislumbra una diferencia fundamental con la obra de Trotsky —mucho más cerca de una historia desde abajo en la línea de E. P. Thompson por el uso abrumador de fuentes obreras en su obra— que sí recoge la voz de los subalternos, sino también porque muestra como las —a veces discordantes— opiniones políticas de Rosenberg se sustentan en juicios de valor que en todo caso no pertenecen al sentir, y al pensar, del proletariado alemán. Mientras que, por comparación, el libro del comandante del ejército rojo, escrito en 1932 cuando se encontraba exiliado en la isla turca de Prinkipo, resulta más profesional y el aluvión de entrevistas, citas de memorias, artículos y todo tipo de fuentes documentales, muestran la obsesión de Trotsky con «los profundos procesos moleculares», hasta un nivel antropológico, de la clase obrera y el campesinado rusos, que se echan en falta en el historiador alemán.

Nada de esto sería posible sin suscriptores

1914. Burgfrieden y chovinismo de guerra

El gran defecto de la obra de Rosenberg, su auténtico talón de Aquiles, es la explicación de las causas que condujeron a la Primera Guerra Mundial y de la responsabilidad de las elites alemanas. Mario Keßler, historiador de la Fundación Rosa Luxemburgo explica el porqué:

“Rosenberg acababa de convertirse en profesor cuando comenzó la Primera Guerra Mundial. Ardiente patriota alemán, se alistó como voluntario. En 1915 ingresó en el ejército y, aunque también luchó en el frente occidental, sirvió la mayor parte de la guerra en la oficina de prensa de guerra, donde también conoció al general Ludendorff”[i]

En este aspecto, no solo es llamativa la apología de la guerra —con el pretexto de que la victoria del bando alemán beneficiaria enormemente a la clase obrera— sino las duras críticas a las que somete a los antimilitaristas intransigentes, como Karl Liebknecht o Rosa Luxemburg, solapadas con una admiración, apenas escondida, de los generales Ludendorff y Hindenburg.

Pese a que Rosenberg da cuenta de como la tregua nacional, la llamada burgfrieden (término medieval que hace referencia a las treguas de época feudal), rompe por completo la política de alianzas de la socialdemocracia con los democristianos del llamado Zentrum contra la aristocracia prusiana su social-chovinismo, es más fuerte su chovinismo que su sentido político. A tal punto que el historiador alemán llega tergiversar con todo desparpajo los postulados pacifistas y antimilitaristas de Engels para sostener su propio chovinismo de guerra pangermánico:

“La guerra también aumentaría enormemente el poder de los trabajadores alemanes en su política interna y, si el resultado era el esperado, prepararía el camino para la victoria del socialismo en Alemania. Por lo cual, Friedrich Engels deseaba, para la guerra europea, que la clase obrera de los grandes países, cada uno en su lugar, trabajasen en la tarea común: los trabajadores alemanes para la victoria alemana, pero con sus propios objetivos de guerra”[ii]

Un punto de vista que, además, Rosenberg embrolla de forma flagrante al compararlo con las posiciones de los socialistas alemanes en la guerra franco-prusiana de 1870-71 cuando, en realidad, los héroes de clase obrera alemana de entonces: August Bebel y Wilhelm Liebknecht —padre de Karl Liebknecht—, se opusieron con todas sus fuerzas a la invasión alemana de Francia, pagando su pacifismo revolucionario con la cárcel. Como señala el historiador Andrew Bonnell en la revista Jacobin: “los únicos delegados del parlamento alemán provisional que se negaron a respaldar los créditos de guerra, negándose a mostrar su apoyo tanto a Napoleón como a Bismarck”. Por ello, cuando Liebknecht fue juzgado por alta traición por votar contra los créditos de guerra pudo afirmar como un auténtico jacobino:

“No reniego de mi pasado, ni de mis principios y convicciones. No niego ni oculto nada (…). Lo digo aquí libre y abiertamente: desde que tengo uso de razón, he sido republicano y moriré como republicano.”

Mientras que, incluso en 1935, Rosenberg seguía incapaz de contenerse cuando afirmaba que: “Hay que reconocer que es históricamente erróneo suponer una voluntad consciente hacia la guerra mundial en Guillermo II y Bethman-Hollweg, ambos de naturaleza, básicamente pacífica.”[iii]

Un parecer que no compartía el padre fundador del antimilitarismo alemán —Wilhelm Liebknecht— cuando ya en el año 1900 denunciaba como: “El militarismo y el imperialismo están arruinando Alemania del mismo modo que están arruinando Italia.”[iv] Y en el proceso a los representantes de la clase obrera alemana, pues el 4 de agosto de 1914 los 110 diputados socialdemócratas votaron a favor de los presupuestos de guerra. Aquí, es cierto que Rosenberg señala las consecuencias del chovinismo de guerra, esto es, la imposición de una dictadura de clase a partir del cierre del Reichstag, la proclamación del estado de sitio y la prohibición de las huelgas. La militarización de la vida social trae pareja una agudización extrema de la lucha de clases, por la supervivencia, ante el hambre y la carestía, y, por el uniforme marcial que reviste en el interior del ejército, como explica Rosenberg:

“En Alemania, a pesar de la Burgfrieden, la lucha de clases tomó la forma más terrible posible, es decir, la lucha literalmente por un pedazo de pan. (…). La lucha por la existencia era por unos 500 gramos de pan, 100 gramos de manteca y un huevo.”[v]

Es interesante contemplar la incapacidad de Rosenberg para llegar a la conclusión obvia ante los hechos desnudos. Puesto que la deshumanización de la lucha de clases no se produce «a pesar de la Burgfrieden» sino justamente por su culpa. Por ello, también son más que llamativos los motivos de la revolución alemana del noviembre de 1918:

“La lucha por el pan también penetró en el ejército. (…). Quienes rastrean las causas de la revolución militar alemana se encuentran con la cuestión alimentaria en todas partes, en el resentimiento de las tripulaciones que pensaban que su manutención frente a la de los oficiales, estaba siendo injustamente dejada de lado.”[vi]

En los camarotes de los acorazados y los submarinos de guerra alemanes se produjo el estallido de la Burgfrieden y con ella el desarrollo de un movimiento republicano militar fruto de la claustrofóbica dimensión de la lucha de clases que había exasperado hasta el límite a los marineros. La convivencia en un espacio tan reducido durante los largos años de guerra hizo más insoportable que en ningún otro sitio las jerarquías sociales. La lucha por las raciones fue su condensación, como narra Rosenberg:

“lo que hizo estallar toda la vehemencia del antagonismo de clases que entonces invadía Alemania fue el hecho de que, en el verano de 1917, oficiales y tripulantes llevaran ya tres años conviviendo en un espacio reducido. (…). La lucha por el pan, la versión más terrible de la lucha de clases, llegó a los barcos”[vii] —por este motivo— “los acorazados de Alemania fueron el terreno más peligroso para las clases dirigentes y para la disciplina militar”[viii]

De hecho, este es el único momento en que Rosenberg cita el testimonio documental de un obrero. Se trata del diario del sindicalista Stumpf, marinero en el acorazado Helgoland entre 1914 y 1918, que en 1927 publicó su diario Why the Fleet Broke Up dónde explica en propia persona las transformaciones profundas que se operaron en los marineros, llegando —a diferencia de Rosenberg— a las conclusiones evidentes:

“Poco a poco estoy empezando a ver, como en un arco de luz, por qué algunas personas luchan con tanta pasión contra el ejército y su sistema. ¡Pobre Karl Liebknecht! ¡Cómo te compadezco hoy!”[ix]

Esta es, sin duda, la parte más interesante de Origen de la República alemana; el nacimiento, el auge y la victoria, de una revolución de marineros, soldados y obreros que rompió la burgfrieden, expulsó al Káiser y trajo la República, a pesar del SPD pues como reconoce Rosenberg: “Más que ningún partido burgués, la socialdemocracia en particular se sentía prisionera de la Burgfrieden[x] ya que por esta causa su actividad fue nula en estos momentos de crisis aguda. Sin embargo, la lucha de clases uniformada suplió la capitulación de la izquierda:

“La pieza más débil de la estructura del Estado alemán, tal y como estaba desde octubre de 1918, era la monarquía, el imperio y los tronos de los príncipes federales.

El odio de amplios sectores populares contra los oficiales afectó también a las dinastías como jefes del orden militar.”[xi]

Los soviets alemanes nacidos en alta mar desembarcaron en las principales ciudades alemanas; Hamburgo primero, y Baviera luego, para desencadenar el viejo sueño democrático de 1848: una República popular alemana basada en la destrucción del militarismo prusiano.

Weimar. El revanchismo de la clase media

Sin embargo, la proclamación de la República si bien echa por tierra la dinastía de los Hohenzollern fue incapaz de transformar el Estado. Empezando por donde había estallado la revolución, esto es, el ejército. No se produjo la reforma militar que verdaderamente habría dado una base al nuevo Estado republicano, al dejar intacto la estructura del ejército alemán y su presupuesto militar. De este modo, la aristocracia antirepublicana gozaba del mismo poder que antes, sin que el Reichstag se atreviera a fiscalización alguna.

Tampoco se produjo la reforma económica ansiada por movimiento obrero y sus consejos. El programa de nacionalización de las minas, de establecimiento de la jornada de 8 horas, del derecho de asociación, la asistencia social a los parados y la seguridad social para los enfermos, proclamado por el Consejo de Comisarios del Pueblo el 12 de noviembre de 1918 no tuvo fuerza para pasar del papel a los hechos. La rápida desmovilización de los soldados al término de la Primera Guerra Mundial mandó a casa la base militar de los republicanos a la par que mantenía los viejos generales monárquicos al frente. “La revolución alemana (…) no produjo ningún Cromwell, ningún Carnot y ningún Trotsky”[xii].

Esta impunidad animó a la derecha burguesa a adoptar nuevos y radicales métodos ante una situación en la que, sin embargo, quedaba claro que: “El nuevo dios de la revolución no hace llover ni fuego ni azufre.”[xiii] Pronto la burguesía se dotaría de un brazo armado a través de los escuadrones paramilitares de los Freikorps que se pondrían a prueba al actuar, fuera de control, en los Países Bálticos para luego demostrar sus habilidades al regresar a Alemania para asesinar las cabezas del movimiento obrero combativo.

Los asesinatos de Liebknecht, Luxemburg y del izquierdista bávaro Kurt Eisner, irían seguido de los fusilamientos en masa de los trabajadores berlineses por orden de Noske, ministro de defensa socialdemócrata. Al descabezamiento del ala radical de la clase obrera alemana, siguió la crisis inflacionaria de posguerra que destartaló los viejos sindicatos haciendo inútiles las tradicionales tácticas sindicales de negociación colectiva. 1923, el año de la brutal inflación marcó un punto de inflexión: para la clase obrera significó una brutal miseria sin precedentes, para la clase media la excusa para defender de nuevo sus viejas tradiciones reaccionarias. De la combinación de los Freikorps y la juventud universitaria fermentaría un movimiento nacionalista de extrema derecha —völkisch— que culpabilizaba a la clase obrera y a los republicanos de la derrota militar alemana en la Primera Guerra mundial, de un lado, y por el otro, promovería una nueva visión contrarrevolucionaria fundamentada en el racismo y la lucha militar contra la República y el movimiento obrero.

Los asesinatos de los líderes democristianos, o simplemente demócratas, —como Erzberger o Rathenau—, disciplinó por la fuerza a la derecha republicana. Mientras que el ataque a la propia socialdemocracia, con el asesinato del diputado socialista Gareis —el Matteoti alemán— acobardó al SPD. Marcando así el declive del ímpetu democrático de la República. Como resume Rosenberg:

“La república burguesa en Alemania en 1918 fue obra de la clase obrera. La propia burguesía combatió o apoyó tímidamente a la naciente república alemana. En 1930 la república burguesa en Alemania sucumbió porque su destino fue confiado a las manos de la burguesía y porque la clase obrera ya no tenía la fuerza suficiente para salvar la república. La clase obrera alemana comprendía las tres cuartas partes del pueblo, pero como no pudo unirse ni en sus ideales políticos ni en sus métodos tácticos, y como sus enormes fuerzas se consumieron en la lucha de unos contra otros, la contrarrevolución volvió al poder.”[xiv]

Aquí reside en buena medida la hipótesis de Rosenberg, la derrota fue causa de la fragmentación de la izquierda en tres sectores que fracasaron significativamente en sus iniciativas: “el SPD en 1919, el USPD [el Partido Socialdemócrata Independiente, una escisión de izquierda y pacifista del SPD], especialmente su ala izquierda, y el KPD en 1923”[xv]. Sin embargo, este reparto salomónico de responsabilidades es demasiado aquiescente con el principal partido, esto es el SPD, como cita el propio Rosenberg, el ministro de economía socialdemócrata —Rudolf Wissell— era bien consciente de ello cuando en el congreso del partido, celebrado el 14 de junio de 1920, reconocía las culpas:

“A pesar de la revolución, el pueblo se ha visto decepcionado en sus expectativas. Lo que el pueblo esperaba del gobierno no ha sucedido. (…). Hemos concluido la Constitución sin ninguna participación profunda del pueblo. No pudimos satisfacer el sordo rencor insertado en las masas porque no teníamos un verdadero programa. (…). Creo que la historia, al igual que a la Asamblea Nacional, también nos juzgará al gobierno con dureza y amargura.”[xvi]

Ciertamente, a modo de valoración final, Historia de la República de Weimar contiene un análisis mucho más logrado, y completo, que no la primera obra de Rosenberg, sobre las luchas de clase. Sin embargo, el chovinismo de guerra, que nubla el juicio de Rosenberg en Origen de la República alemana, tiene consecuencias en la segunda parte del libro de Verso.

Es difícil explicar el giro de extrema derecha de la clase media alemana en los años veinte y treinta sin señalar su origen en 1914 y en cómo la guerra afectó de forma distinta a cada clase social. También ahí reside un factor fundamental para explicar como parte de la socialdemocracia encarnó parte del revanchismo de la clase media, pero es muy difícil dar cuenta de ello si se está obnubilado por la guerra y no se quiere expresar lo que piensan de ella los obreros, los soldados y los campesinos, quizás de ahí proviene el desapego de Rosenberg a las fuentes primarias obreras que tanto se nota en Origen de la República alemana. En este aspecto, la gran novela pacifista alemana —Sin novedad en el frente de Erich Maria Remarque, publicada en 1929, nos da muchas más pistas:

“Propiamente hablando, la más razonable era la gente sencilla y pobre, que consideró la guerra desde el primer momento como una desgracia, en tanto que la buena burguesía estaba loca de contento”

Un testimonio literario, pero autobiográfico, que coincide notablemente con el juicio del que fue delegado por la Internacional Sindical Roja en Italia para contribuir a la lucha contra el fascismo italiano —Andreu Nin— al señalar en la guerra y el tratado Versalles la devoción armada de la clase media por el orden, de ahí su conclusión sobre el origen del fascismo italiano, igualmente válido para el nazismo alemán:

“El movimiento fascista, coronado por la toma del poder en 1922 y la instauración de un régimen típico de dictadura burguesa descarada, es un producto directo de la guerra.”[xvii]


Notas

[i] KEßLER, Mario: “Arthur Rosenberg (1889-1943): En la encrucijada entre la ciencia y la política”, Sin Permiso, 23 de marzo de 2022. Disponible aquí.

[ii] ROSENBERG, Arthur: Origen e historia de la República alemana, Barcelona, Verso, 2024, p. 93.

[iii] ROSENBERG, Op. Cit., p. 397.

[iv] LIEBKNECHT, Wilhelm: “Beware of Imperalism and Militarisme”, The Clarion, 24 de marzo de 1900. Disponible aquí.

[v] ROSENBERG, Op. Cit., p. 109.

[vi] ROSENBERG, Op. Cit., p. 110.

[vii] ROSENBERG, Op. Cit., p. 201.

[viii] ROSENBERG, Op. Cit., p. 200.

[ix] Citado en ROSENBERG, Op. Cit., pp. 199-200.

[x] ROSENBERG, Op. Cit., p. 187

[xi] ROSENBERG, Op. Cit., p. 275.

[xii] ROSENBERG, Op. Cit., p. 331.

[xiii] ROSENBERG, Op. Cit., p. 337.

[xiv] ROSENBERG, Op. Cit., p. 526.

[xv] ROSENBERG, Op. Cit., p. 465.

[xvi] ROSENBERG, Op. Cit., p. 393.

[xvii] NIN, Andreu: Les dictadures dels nostres dies, Sant Boi, Edicions Lluita, 1984 [1930], p. 97.