‘A sangre fría’: el certero alegato de Truman Capote contra la pena de muerte

En el 40 aniversario de su muerte, recordamos cómo un espantoso crimen originó una gran novela y una magnífica película
Robert Blake, Scott Wilson y Truman Capote
Robert Blake, Scott Wilson y Truman Capote

La crónica de sucesos es tan vieja como el periodismo, nacido en el siglo XVIII. Ya en aquellos primeros diarios, los primitivos periodistas se dedicaban a escribir sobre los crímenes de su época. Robos, violaciones, asesinatos… No ha cambiado nada desde entonces. Es más: en más de tres siglos, la crónica negra ha degenerado y el sensacionalismo invade las televisiones. Solo hay que encender el televisor y ver el surtido de cadáveres con el que nutren su escaleta Susana Griso, Sonsoles Onega, Ana Rosa Quintana, Nacho Abad, Joaquín Prat o cualquier informativo de los grandes medios. 

En la crónica negra es difusa la barrera entre ser un profesional o un buitre como los que vemos en televisión persiguiendo con sus micros a viudas, abogados y vecinos.

Truman Capote, lógicamente, no fue un buitre ni tampoco el primero en hacer buena literatura con un crimen espantoso, pero sí nos recordó que la crónica negra puede convertirse en buen periodismo y buena literatura. Sin la matanza de Holcomb, Capote no hubiese escrito, durante seis años, A sangre fría.

Otro debate, claro, es el de la no ficción. Se sigue escribiendo y publicando que la no ficción fue inventada por Capote en A sangre fría, pero nada más lejos de la realidad. Los americanos saben venderse mejor que nadie y su mercadotecnia es siempre más poderosa, pero, sin ir más lejos, el español Manuel Chaves Nogales ya había practicado antes la no ficción en El maestro Juan Martínez que estaba allí y también el argentino Rodolfo Walsh en Operación Masacre (los dos libros, magistrales, publicados por Libros del Asteroide).

Lo más demoledor de la lectura de A sangre fría es una dolorosa certeza: somos seres dependientes del azar

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La granja de los Clutter
La granja de los Clutter

El crimen

Lo más demoledor de la lectura de A sangre fría es una dolorosa certeza: somos seres dependientes del azar. Por mucho dios, en el que creía la familia Clutter, inteligencia, esforzado trabajo o posición social, nunca se debe olvidar que estamos en manos del azar. Los Clutter, prósperos granjeros, eran la envidia de Holcomb, Kansas, pero se cruzó en sus vidas, y a muchísimos kilómetros de su hogar, un presidiario que le confesó a otro que en la granja Clutter, en la que había trabajado y le habían tratado muy bien, existía una caja fuerte con mucha pasta. Y aquel otro preso, que se creyó semejante bravuconada carcelaria, pensó que sería una buena idea visitar a los Clutter, amordazarlos, robarlos y asesinarlos.

Y es exactamente lo que hicieron Perry Smith y Richard Hickock la noche del 14 de noviembre de 1959. Condujeron 640 km a través del estado de Kansas hasta llegar a la casa de los Clutter, a los que forzaron a punta de escopeta. Tras comprobar que no existía el dinero prometido, los asesinaron de un disparo en la cabeza, salpicando de sangre las paredes la casa. También degollaron a Herb Clutter, el padre, y antes de irse, Smith y Hickock recuperaron los cartuchos gastados. Su botín fue una radio portátil, un par de binoculares y 480 dólares.

Richard Hickock y Perry Smith
Richard Hickock y Perry Smith

El libro

Capote tuvo una revelación al leer la noticia de la matanza y decidió viajar a Kansas y escribir un reportaje para The New Yorker sobre lo sucedido. Pero en poco tiempo se dio cuenta de que en la pequeña y conservadora comunidad agrícola de Holcomb no le aguardaba un buen reportaje, sino su futuro libro. En ese momento no sabía que sería su última novela (devastado por el alcohol, murió hace cuarenta veranos y no pudo acabar Plegarias atendidas). Los protagonistas serían la familia Clutter y sus amistades, los asesinos y los investigadores (los mejor parados del libro, su batida en busca de los criminales es apabullante) y el estilo una mezcla de reportaje periodístico y ficción (Capote introduce diálogos inventados, pensamientos de los personajes y hasta sueños).

A Holcomb lo acompañó Harper Lee, autora de Matar a un ruiseñor y amiga de Capte desde la infancia. Con ella entrevistó a los vecinos y a los agentes encargados del caso y con ella fue testigo de la llegada de los asesinos, detenidos seis semanas después de las muertes, a los que más tarde entrevistó. Pero acabó implicándose demasiado, sobre todo conociendo a Perry Smith en su celda. También lo utilizó y le ocultó que el título de su novela se llamaría de forma tan cruda como A sangre fría. En sus encuentros con el condenado, el escritor descubrió una infancia terrible y una vida muy perra y se identificó con él.

De hecho, en muchas de sus páginas, Capote se muestra obstinado por conocer el origen del mal en las infancias de los dos asesinos, el porqué de su terrible falta de empatía.

A sangre fría contiene una indiscutible denuncia contra la pena de muerte

Y al final, aquella implicación le afectó en lo anímico y emocional y así lo confesó en una entrevista: “Casi me mata. Creo que, en cierto modo, me mató”. Además, A sangre fría contiene una indiscutible denuncia contra la pena de muerte. Cuando se escribió la novela, en Tennessee, Illinois y Florida se mataba con la silla eléctrica, en Kansas con la horca y en Colorado con la cámara de gas. Hoy, 27 de los 50 estados que conforman el país, contemplan la pena de muerte en sus normativas y algunas de las ejecuciones que contemplan en sus leyes están la inyección letal, la electrocución e incluso el fusilamiento.

Sobre la pena de muerte, Capote escribe: “La pena de muerte es una reliquia de la barbarie humana. La ley nos dice que tomar la vida de un hombre no es lícito, pero a continuación da ejemplo de lo contrario, cosa tan malvada como el crimen que trata de castigar. El estado no tiene derecho a infligirla. No sirve de nada. No impide el crimen, sino que abarata la vida humana y da lugar a nuevos delitos”. Y en boca del asesino Hickock, escribe: “Y bueno, ¿qué se puede decir sobre la pena de muerte? Yo no estoy en contra, se trata de una venganza”.

Robert Blake y Scott Wilson
Robert Blake y Scott Wilson

La película

Aunque en 2005 Philip Seymour Hoffman interpretó de forma muy convincente a Capote en Truman Capote (trabajo por el que ganó el Oscar) y en 2006 Toby Jones lo hizo de forma igual de convincente en Infamous, la gran película sobre esta historia sigue siendo A sangre fría de Richard Brooks, un true crime pionero estrenado en 1967.

Capote, que antes fue tentado por Otto Preminger (quería rodar la adaptación de su novela con Frank Sinatra), cedió los derechos a Brooks por un exagerado 30% de los ingresos de taquilla y se forró gracias a que la película recaudó más de 13 millones de dólares de la época. Con el libro y la película, Capote ganó 25 millones de dólares.

En Columbia Pictures tenían la ridícula idea de que los asesinos fuesen Paul Newman y Steve McQueen

Con la intención de darle a su película una sensación de documental y hacerla más aterradora, Brooks eligió a actores que no eran estrellas de cine enfrentándose a Columbia Pictures, donde tenían la ridícula idea de que los asesinos fuesen Paul Newman y Steve McQueen. Brooks comentó: “Amo a Paul, pero ese es el problema; todos aman a Paul. No da miedo”. Finalmente, Robert Blake, como Perry Smith, y Scott Wilson, como Richard Hickock, hicieron un gran trabajo. Antes de llegar a ellos, Brooks llegó a ver a más de 500 actores (entre ellos a Danny DeVito) y rechazó a Lee Marvin, que se moría por interpretar a Alvin Dewey, el investigador jefe. Brooks acababa de trabajar con en él en Los profesionales y le había parecido un tipo insoportable.  

La labor más sobresaliente de todo el equipo fue la del genial director de fotografía Conrad L. Hall, su memorable blanco y negro para esta película todavía se estudia en las escuelas de cine. Con la decisión de rodarla en blanco y negro, por cierto, Brooks ahorró dinero para la producción. Pero su decisión no fue económica, sino creativa. Brooks sentía que el color sería demasiado romántico para una historia tan sombría.

En el rodaje de A sangre fría, filmada durante 129 días en la primavera de 1967, Brooks también rodó en la granja de los Clutter y la familia que vivía allí en ese momento recibió 15.000 dólares por el trastorno causado por la presencia de un equipo de filmación. Por desgracia, la Penitenciaría Estatal de Kansas le denegó el permiso para rodar en sus instalaciones y tuvo que recrear las escenas carcelarias en diferentes platós.

Para la banda sonora, Columbia quería a Elmer Bernstein, pero Richard Brooks insistió en contratar a Quincy Jones, que acabó componiendo la música durante el rodaje.

La película se estrenó el 14 de diciembre de 1967 en Nueva York y para su promoción se pensó en un inquietante cartel: los ojos que vemos en él no son los de los actores, sino los de los verdaderos asesinos: Richard Eugene Hickock y Perry Edward Smith. Muy pocos se dieron cuenta de este turbador detalle.

Podéis ver A sangre fría en Filmin y en RTVE Play también podéis disfrutar del estupendo coloquio que le dedicó José Luis Garci (junto a Juan Miguel Lamet, Clara Sánchez y José Antonio Porto) en Qué grande es el cine