México

El México de Sheinbaum: entre esperanzas y laberintos

Este es, sin duda, nuestro anhelo de cambio y justicia social para México que vive hoy un proceso democrático insólito, un hito en la historia del siglo XXI, que se escribe desde Latinoamérica

En el corazón de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum Pardo fue acompañada por un grupo de 70 mujeres indígenas, representantes de los pueblos originarios, durante la ceremonia especial en la que recibió el bastón de mando, luego de tomar protesta como la primera mujer presidenta en la historia política del país. En medio de lo que ha sido un día histórico, esplendoroso y festivo, las mujeres indígenas y de ascendencia afromexicana tomaron la palabra para expresarle a la mandataria una esperanza que sin duda la compromete:“Tú eres la voz de las que no tuvimos voz por mucho tiempo. Eres la esperanza que teníamos. Las mujeres indígenas y todas las mujeres hoy estamos de fiesta”.

Vivir una vida digna y libre de toda esa opresión y marginación significa, en principio, reparar la deuda histórica con las mujeres que han sido condenadas a la sumisión y obediencia, pasando durante siglos por encima de su voluntad y libertad plenas

La investidura de Sheinbaum Pardo, que comenzó por la mañana del 1 de octubre en la Cámara de Diputados, concluyó en el Zócalo en medio de una celebración revestida por las costumbres de los pueblos indígenas y sus cosmovisiones sagradas. En el lugar donde se fundó la antigua ciudad de Tenochtitlan fueron invocadas las múltiples divinidades y las fuerzas de la naturaleza, como una demostración de la riqueza heredada de una cultura ancestral. Ahí, las mujeres indígenas pidieron la intervención de sus deidades para que la presidenta constitucional comience con sabiduría su proyecto político, tras el respaldo que le ha conferido el pueblo de México, y para que los problemas que surjan durante su gobierno se resuelvan mediante el diálogo, la construcción de acuerdos, el perdón y una reconciliación con sentido humanista, que garantice el respeto y la paz entre los pueblos del mundo, para apartar la discriminación, el machismo y el racismo.

Vivir una vida digna y libre de toda esa opresión y marginación significa, en principio, reparar la deuda histórica con las mujeres que han sido condenadas a la sumisión y obediencia, pasando durante siglos por encima de su voluntad y libertad plenas. Por ello, la ceremonia que se vivió en el Zócalo capitalino queda para nuestra memoria como un ritual de paso en el que los diversos simbolismos hallados sirven para intentar hacer un alegato en favor del perdón, no sólo del pueblo de México, en general, sino particularmente de todas las mujeres olvidadas, para que se haga justicia de su papel histórico y su relevancia en la transformación y el devenir del país.

Dada la importancia y la presencia de las mujeres indígenas que abrazaron a la mandataria en su primer día como presidenta, quiero referirme a una mujer en cuyo papel histórico es posible encontrar una clave para comprender lo que simboliza como emblema mítico: me refiero a la Malinche. La mujer indígena nahua, que fue vendida como esclava y entregada a Hernán Cortés junto con otras mujeres, condensa una historia que hoy sólo podemos conocer, en el mejor de los casos, a través de ciertos relatos de los propios cronistas —hombres todos— que dejaron testimonio sobre su vida. La Malinche es un personaje femenino crucial para comprender nuestra historia porque perdió su voz; es decir, no nos legó un escrito de puño y letra para conocerla. Con su voz silenciada, quedó relegada y poco comprendida una de las figuras femeninas más sobresalientes de la historia de América Latina, de la que poco entienden quienes se lucran con su nombre y hacen de su historia un espectáculo vacuo y sin sentido.

Pero con el comienzo del gobierno presidido por una mujer se abre un horizonte de posibilidades para reescribir la historia en común, apelando a aquellas mujeres excepcionales que han sido víctimas de la palabra del poder patriarcal. Rescatar del olvido a quienes no fueron escuchadas y quedaron acalladas es un proyecto político y social que permitiría desenmascarar todo tipo de relato que impida resarcir esta deuda histórica.

Con el nuevo emblema del Gobierno de México, en el que se aprecia la imagen de una joven mexicana que porta la bandera nacional, un emblema muy distinto al que se utilizó en el gobierno del expresidente Andrés Manuel López Obrador, se busca simbolizar y reivindicar la lucha femenina que durante generaciones ha sido invisibilizada por la historia. El rol de las mujeres, sin duda, ha sido degradado durante siglos, ya que la configuración masculina del poder dejó a muchas mujeres excluidas y al margen del espacio político. Equivocadamente, se consideraba el ámbito político como un espacio para el cual las mujeres no estaban preparadas, ya que se había tenido la creencia de que sus actividades estaban “naturalmente”circunscritas al círculo doméstico, a la familia y al hogar, cuestiones por las que se ha presupuesto que no podían cultivar ni forjar una conciencia política o interés en los asuntos públicos.

Sin embargo, debemos rememorar que, previo al año de 1953, cuando se conquistó en México el derecho del sufragio femenino, las mujeres habían participado de forma clandestina, aunque también lo hicieron de manera abierta, en procesos históricos que fueron determinantes para el devenir del país: la Revolución mexicana fue un acontecimiento fundamental para encauzar su movilización, su participación política y para conseguir el reconocimiento de algunos de sus derechos. En 1916, durante dicho conflicto armado, se había celebrado en Yucatán el Primer Congreso Feminista de México (el segundo de América Latina). En aquel estado nació Elvia Carrillo Puerto, una luchadora social y una mujer hoy insuficientemente reconocida, pero a quien Claudia Sheinbaum ha mencionado en diversas ocasiones de manera pública. Elvia Carrillo Puerto fue sin duda un personaje clave para inspirar el feminismo histórico en México. A este respecto, Monique J. Lemaître advierte lo siguiente en el libro biográfico Elvia Carrillo Puerto. La Monja Roja del Mayab: “Por primera vez [Elvia] plantea cuáles son las funciones públicas que puede y debe desempeñar la mujer a fin de que no sólo sea elemento dirigido sino dirigente de la sociedad”.

A partir de la llegada de la primera mujer presidenta de México, la obligación tendría que girar en torno al inicio de un arduo trabajo para consolidar el respeto a la vida de las mujeres, para lograr que su existencia sea plena y libre de violencia física, sexual, económica y simbólica

En este contexto, podemos referirnos al derecho hoy conquistado por las mujeres: el poder para dirigir finalmente el país. Pero ese derecho debe estar también vinculado a una serie de obligaciones que nos atañen a las colectividades que configuramos el México presente: porque los derechos y las obligaciones van siempre de la mano. Por ello, a partir de la llegada de la primera mujer presidenta de México, la obligación tendría que girar en torno al inicio de un arduo trabajo para consolidar el respeto a la vida de las mujeres, para lograr que su existencia sea plena y libre de violencia física, sexual, económica y simbólica, como lo ha manifestado la propia mandataria en los 100 puntos que integran una síntesis de su programa gobierno.

La obligación de respetar a las mujeres y su vida apela en un principio al derecho de igualdad, esa necesidad vital sobre la cual escribía la filósofa Simone Weil lo siguiente en su ensayo Echar raíces:“La igualdad consiste en el reconocimiento público, general y efectivo, expresado por las instituciones y las costumbres, de que a todo ser humano se le debe la misma cantidad de respeto y de consideración; porque el respeto se le debe al ser humano como tal, y en esto no hay gradaciones”.

En este sentido, se deben combatir las palabras del ensayista mexicano Octavio Paz, un intelectual orgánico (en el sentido que le dio el filósofo Antonio Gramsci) que se sirvió de la figura histórica y mítica a la vez de la Malinche, para degradar semántica y simbólicamente a las mujeres de nuestro México, al condenar su rol a la sumisión y pasividad. Así lo expuso en su famoso ensayo El laberinto de la soledad. En dicha obra, el único premio Nobel mexicano describe a la mujer como semejante a un campesino, a un ser excéntrico, “al margen de la Historia universal”. Esto hoy queda ya refutado porque, con una mujer presidenta al frente del país, México escribe una nueva página en su historia y en la historia del mundo.

La tarea, por todo ello, consistirá entre otras cuestiones, en seguir articulando los feminismos, dado que es en torno a las luchas y políticas feministas donde se cierne una enorme posibilidad y oportunidad para cambiar tanto las condiciones de vida de las mujeres como las de la vida toda, incidiendo en una gran transformación social que sea capaz de frenar el avance del capitalismo saqueador, explotador y extractivista que está produciendo tanta destrucción, guerras y genocidios en el mundo.

Cabe recordar, en este contexto de cambio político, las palabras de la antropóloga Rita Segato, quien en su libro La guerra contra las mujeres escribe lo siguiente: “El camino de la historia será el de retejer y afirmar la comunidad y su arraigo vincular. Y por eso creo que la política tendrá que ser a partir de ahora femenina. Tendremos que ir a buscar sus estrategias y estilo remontando el hilo de la memoria…”. Este es, sin duda, nuestro anhelo de cambio y justicia social para México que vive hoy un proceso democrático insólito, un hito en la historia del siglo XXI, que se escribe desde Latinoamérica.