40 años de ‘La muerte de Mikel’, la pionera película queer que fue un éxito inesperado

La película fue valiente al enfrentarse a los crímenes de la Guardia Civil, las torturas policiales, la homofobia y hasta a la izquierda abertzale   

En 1984, cuando se estrenó La muerte de Mikel, el PNV ganó la elecciones vascas logrando el 42% de los votos y el gobierno de Felipe González decretó la moratoria nuclear, que produjo la paralización de la nueva central nuclear de Lemóniz, en Vizcaya, y por la que la izquierda abertzale hizo una sonada campaña (las pegatinas y carteles de “Nucleares no, gracias”, aparecen repetidamente en La muerte de Mikel). Tres años antes, ETA había asesinado al ingeniero jefe de Lemóniz, José Marí Ryan. A la manera de Miguel Ángel Blanco, primero lo secuestró y dio un ultimátum a Iberduero (ahora Iberdrola) para que parasen la construcción de la central. El cuerpo de Ryan apareció al borde de un camino forestal con los ojos vendados y un tiro en la nuca.

Aquel 1984 fue un año especialmente sanguinario en lo que respecta a las acciones de ETA, pero también aumentaron notablemente las torturas policiales. De hecho, El País informó sobre el alarmante incremento del número de procesos surgidos de denuncias contra miembros de las Fuerzas de Seguridad del Estado, especialmente de la Guardia Civil, por delitos de torturas.

En esta brutal realidad, Imanol Uribe, director de El proceso de Burgos y La fuga de Segovia, las dos sobre ETA, escribió junto a José Ángel Rebolledo un guion que tenía el atrevimiento de fusionar el cine queer (un joven farmacéutico con instintos suicidas que se enamora de Fama, transformista, ante el espanto de su madre y las gentes de un pueblo marinero) con el conflicto vasco. Y lo logró con el respaldo del Departamento de Cultura del Gobierno Vasco, en manos del PNV.

Para protagonizar La muerte de Mikel, rodada en Lekeitio, Vizcaya, Uribe eligió a Imanol Arias, que ya era una cara conocida del cine y la televisión gracias a Laberinto de pasiones, de Pedro Almodóvar, La colmena, Mario Camus, y la serie Anillos de oro. Su amigo Antonio Banderas, que también había trabajado en Laberinto de pasiones, se sacó unas fotos para optar al papel del transformista en una sesión en la que le ayudó, maquillándolo, su amiga María Barranco, pareja de Imanol Uribe durante 22 años. Banderas le mostró a Uribe las fotos en el Festival de San Sebastián, pero no le convencieron. Además, tras escuchar en la radio, mientras conducía, al transformista Fernando Telletxea, conocido como Fama, Uribe tuvo clara su opción final.

Imanol Uribe produjo la película junto a su amigo Javier Aguirresarobe, director de fotografía que ya se había encargado de la luz de El proceso de Burgos y La fuga de Segovia. De la banda sonora se ocupó un principiante Alberto Iglesias y se completó el reparto con Montserrat Salvador como la madre, Xabier Elorriaga como el hermano y Ramón Barea como un militante de Herri Batasuna (partido que no es nombrado en la película). Y sin olvidar a Don Benito, majísimo párroco de Lekeitio que ayudó a la producción logrando decenas de figurantes para la escena de apertura en la iglesia.

La muerte de Mikel tuvo la osadía de estrenarse en un país todavía muy homófobo, en el que la “pluma” era objeto de burla o se cantaba “maricón el que no bote” en muchas fiestas patronales, un país que en 1954 criminalizó la homosexualidad con la llamada “Ley de vagos y maleantes”, norma remplazada en 1970 por la de “Peligrosidad social”, en vigor hasta bien entrada la “ejemplar” transición. En aquel año 70 se estrenó No desearás al vecino del quinto, una película con Alfredo Landa asquerosamente homófoba y que se convirtió en el filme español más visto de la historia hasta ese momento con 4.371.624 espectadores, superando a La ciudad no es para mí, con Paco Martínez Soria.  

Hasta muchos años más tarde, no se evitó que un policía pudiese detener a alguien por “travestismo” y “prostitución homosexual”. Y no solo los sectores más rancios o reaccionarios del país se opusieron a normalizar la homosexualidad, también parte de la izquierda se opuso. Muchos todavía recuerdan las vomitivas palabras de Tierno Galván en Interviú (en 1977, antes de ser el alcalde enrollado de la movida madrileña): “No soy partidario de conceder libertad ni de hacer propaganda del homosexualismo. Creo que hay que poner límites a este tipo de desviaciones”.

El filme de Uribe tomó el relevo de audaces ficciones como Mi querida señorita, de Jaime de Armiñán, Los placeres ocultos y El diputado, las dos de Eloy de la Iglesia, Un hombre llamado Flor de otoño, de Pedro Olea, o Manderley, de Jesús Garay. Y lo hizo saliendo del entorno urbano y centrando su historia en Lekeitio, pueblo nacionalista (entonces contaba con nueve concejales del PNV y tres de HB) conocido por el Día de gansos. La feroz tradición, que Uribe captó con su cámara, consiste en que jóvenes del pueblo se colocan en una embarcación y se cuelgan de un ganso agarrado por el cuello a una cuerda. El resto de la cuadrilla tira de esa cuerda y el joven, sin soltar al ganso, se va sumergiendo en el agua. Ganaba quien más alzadas conseguía hasta decapitar al animal. Hoy, por fortuna, ya no usan gansos reales.

En ese ancestral ambiente, de verbenas con mozos y mozas (neskas eta mutilak), de fiestas de alcohólica exaltación heterosexual, era impensable la homosexualidad y no digamos la transexualidad. Ser gay en el mundo rural vasco, tan marcadamente viril y machista, era impensable. Eso solo era posible en el ocultamiento, en los bares lumpen de las capitales, como Bilbao, ciudad que en La muerte de Mikel aparece representada por La Otxoa, conocido transformista que interpreta su tema “Todos al fútbol” vestido con la camiseta del Athletic.     

A este represivo ambiente sexual, Uribe y Rebolledo sumaron en su guion la represión que sufre Mikel con su madre (gélida, católica y tradicional), la represión de guardias civiles que asesinan de forma gratuita en controles de carretera o la de policías que aplican la Ley Antiterrorista y torturan de forma salvaje en las comisarías que dependían de José Barrionuevo, ministro de Interior con Felipe González.

Y de esa represión tampoco se salva la izquierda abertzale, que descubre a Mikel en un bar de ambiente y deciden sacarlo de las listas para el ayuntamiento por el qué dirán, algo que Mikel contesta con un “Sois unos cobardes de mierda” (más o menos lo que le dice Fama a él). Y esos mismos cobardes son los que utilizan la muerte de Mikel para usarlo para sus ambiciones políticas. En definitiva: a Mikel lo mata la represión de su madre, su pueblo, la policía y su propio partido. 

La muerte de Mikel, que podéis ver en FlixOlé, viajó al Festival de Berlín, se estrenó el 1 de marzo de 1984 y se convirtió en un inesperado éxito de taquilla y en todo un fenómeno en Euskadi. Con un bajísimo presupuesto, 42.000 pesetas, recaudó en salas más de 20 millones. Y también cosechó éxitos entre la crítica. Diego Galán habló en El País de “delicadeza, seguridad e inteligencia”. También de “sabiduría narrativa” y de “un filme de gran sensibilidad y agudeza, sereno y bello”.

Vista hoy, La muerte de Mikel tiene defectos dignos de su época (la película, por desgracia, no brilla por su sonido directo y está doblada), pero sigue siendo una película recuperable por su valentía y porque, desgraciadamente, la lucha contra la homofobia, con 33 diputados de Vox en el Congreso, sigue siendo tan urgente como hace 40 años.