‘Las abogadas’: cuéntame (mal) lo que pasó

La serie, ambientada en los estertores del franquismo, es un supuesto ejercicio de memoria histórica, pero cobarde en su contenido y pobre en su puesta en escena

Es triste lo mal que se le ha dado a nuestro cine y a nuestra tele rodar ficciones sobre la transición y las últimas décadas de nuestra historia. Son demasiados los malos ejemplos. A Juan Antonio Bardem la película sobre la matanza de Atocha, Siete días de enero, le salió regular, El diputado, de Eloy de la Iglesia, es tan valiente como cutre, las películas sobre la tortura policial son escasas (imaginen la película de terror que se puede rodar solo con lo ocurrido en la casa cuartel de Intxaurrondo), las películas sobre el GAL son malas y la mediocre serie Patria es, supuestamente, lo más alto a lo que ha llegado nuestra ficción televisiva en cuanto a ETA. En fin, que en este país nunca se ha producido y rodado algo a la altura de Agenda oculta o En el nombre del padre y eso dice muy poco de este país.

Salvo excepciones, como El hombre de las mil caras, la trepidante película de Alberto Rodríguez sobre Roldan, Paesa y el podrido gobierno de Felipe González, pocas producciones han demostrado talento, inspiración y dinero bien gastado, que se note en pantalla. El caso que nos ocupa es otro ejemplo de quiero y no puedo. La serie, creada por Patricia Ferreira (responsable de bodrios como Thi Mai, rumbo a Vietnam) y Marta Sánchez (guionista de horrores como Hasta que la boda nos separe), nos habla de cuatro jóvenes abogadas que comienzan sus carreras en la convulsa España de finales de los sesenta.

Las abogadas de la serie son Irene Escolar, Elisabet Casanovas, Almudena Pascual y Paula Usero, que interpretan a Manuela Carmena, Cristina Almeida, Paca Sauquillo y Lola González, fallecida en 2015. Las más conocidas son, claro, Cristina Almeida y Manuela Carmena. La primera, abogada laboralista y muy conocida por sus apariciones televisivas, se libró por poco de ser asesinada en la matanza de Atocha del 77, algo que la marcó de por vida. La segunda llegó a ser alcaldesa de Madrid entre 2015 y 2019, año en el que ganó las elecciones, pero un acuerdo entre el PP, Vox y Ciudadanos hizo alcalde al infame José Luis Martínez-Almeida.  

Las abogadas es un perfecto ejemplo del incansable blanqueamiento de la transición a la manera de Cuéntame cómo pasó

Paca Sauquillo perdió a su hermano Javier en el atentado fascista de Atocha, creó la primera asociación de vecinos en España y fomentó la remodelación del chabolismo en Madrid y Lola González, miembro de Comisiones Obreras y del Partido Comunista, se llevó la peor parte de las cuatro: en 1966 fue detenida junto a su novio Enrique Ruano, asesinado por la policía, y fue gravemente herida en el atentado de Atocha, en el que vio morir a su marido, Javier Sauquillo, hermano de Paca.La serie Las abogadas es un perfecto ejemplo del incansable blanqueamiento de la transición a la manera de Cuéntame cómo pasó, el emblema de la distribución y expansión, por un ente público, de la memoria oficial. Es decir: un producto televisivo para todos los públicos, dócil, blando, nunca del todo verídico. Siempre fiel al pacto de la transición que supuso un perverso maquillaje de la verdad histórica.   

El gran ejemplo del canguelo de las autoras esta serie es cómo plasman el asesinato de Enrique Ruano, liquidado por la policía

Y en el fondo propagandístico porque la serie Cuéntame cómo pasó es el ejemplo de ficción oficial al servicio del mandatario de turno. En sus primeras temporadas, con Aznar en la Moncloa, la serie protagonizada por Imanol Arias y Ana Duato, hoy famosos por sus problemas con Hacienda, ensalzaba el desarrollismo franquista y legitimaba un concreto relato histórico. Luego, con Zapatero, elevó el tono contra el fascismo y con Rajoy volvió a ser una serie blanca como la nieve. El que paga manda.

En Las abogadas volvemos a sufrir ese blanqueamiento, esa falta de arrojo. Y el gran ejemplo del canguelo de las autoras esta serie es cómo plasman el asesinato de Enrique Ruano, liquidado por la policía. Si ya su muerte está rodada con una torpeza cinematográfica alarmante, lo peor llega cuando Las abogadas nos recuerda cómo un periódico publicó un falso diario de Ruano para defender la tesis policial del suicidio.

En este episodio vemos cómo Lola descubre cómo un diario nacional sugiere el suicidio de su novio. El firmante, un tal Alfonso Rodríguez, “está siempre en magistratura”, le informa Cristina Almeida. Decidida, Lola encuentra al periodista, se acerca a él y le recrimina lo que está haciendo con el muerto. Y le espeta: “Os vamos a demandar a ti y a tu periódico por injurias”. ¿Qué periódico? No lo sabemos, no nos lo dicen. No sabemos que ese periódico es el ABC.

Y ocultar eso en una serie, y para colmo una serie de la televisión pública, es vergonzoso. Ruano, torturado en la Dirección General de Seguridad (las torturas que vemos en la serie son light comparadas con la realidad que se vivía en la Puerta del Sol, donde estaba la DGS), fue obligado por unos agentes a acompañarlos al registro de un piso, cuyas llaves le habían sido requisadas a su novia, también torturada. En aquel piso, y según la versión oficial, los policías le quitaron las esposas para firmar el acta del registro y el joven se arrojó por una ventana. La familia no pudo ver el cuerpo y no se publicó el informe de la autopsia.   

En su edición del 22 de enero de 1969, el ABC dedicó toda su página 16 a la publicación de extractos de un supuesto diario que llevaba encima Ruano. En la misma página del ABC apareció también una deleznable columna titulada “Víctima sí, pero ¿de quién?” en la que se analizaba la supuesta psicología del muerto en base a su falso diario. Y todo fue orquestado por Torcuato Luca de Tena, director del ABC que años después reconoció que cumplía órdenes de Manuel Fraga Iribarne, ministro de Información y Turismo (y fundador del Partido Popular) que llegó a llamar a los familiares de Ruano para amenazarles.   

Bien, pues NADA de esto, y fíjense qué impresionante material para una serie o una gran película, aparece en Las abogadas. Sí aparecen bondadosos y comprensivos guardias civiles (ante la constitución de una casa en un barrio chabolista) y hasta campechanos y benevolentes jueces franquistas. Ver para creer. Libertad sin ira, que decía la famosa canción.

Es una serie ramplona, carente de imaginación, con actores que recitan sus textos sin convicción y diálogos de clamorosa pobreza

Las abogadas, en resumen, es una serie cinematográficamente indigente. Su dirección es mera realización televisiva. Esto no es la HBO, ni siquiera Movistar Plus+, plataforma que empezó a desarrollar la serie bajo el título Abogadas, pero que canceló porque no quería saber nada de política tras las malas reacciones a la serie La línea invisible, sobre los inicios de ETA. En la tele española, como en las cenas de navidad, se aconseja no hablar de política.  

Y Las abogadas habla de política, sí, pero de forma cobarde. Y es una serie ramplona, carente de imaginación, con actores que recitan sus textos sin convicción y diálogos de clamorosa pobreza. Muchos de ellos torpes (como los de la madre sermoneando a su hija tras ver que esconde octavillas en su armario), didácticos (como todos los de los jóvenes abogados) y hasta pueriles (como el de Almeida y su marido ante un notario). Una pena.  


Lo mejor: Elisabet Casanovas, la actriz que interpreta a Cristina Almeida.

Lo peor: los diálogos y la muy floja Irene Escolar como Manuel Carmena.