Genocidio en Gaza

La fábrica cibernética de objetivos militares en Gaza

Cola de mujeres en una panadería destruida por los bombardeos en el campo de refugiados de Nuseirat — UNRWA
Una vida colectiva en movimiento, que parte de lo poco que queda, y persiste y resiste, a pesar de todo, a través y en contra de la destrucción computacional

El pasado 29 de octubre de 2023 un video de un joven palestino se hizo viral en TikTok. En el video el chico sostiene un pequeño micrófono, saludando a su audiencia con una sonrisa tras un largo periodo sin Internet ni comunicaciones. Con un toque cómico, ha añadido una sintonía de telediario en la posproducción. Detrás de él, puede verse a la gente esperando pacientemente en fila para comprar pan en una de las pocas panaderías que aún siguen abiertas en el norte de la Franja de Gaza. Los innumerables comentarios en el video elogian y bendicen a Abboud, quien, a pesar de su corta edad, se ha convertido en un periodista improvisado en medio de la guerra.

Durante el mes de octubre, hace ya casi un año, circularon imágenes y vídeos de las largas colas en las panaderías de Gaza. Los cortes de luz y la falta de combustible hacían casi imposible que los palestinos pudieran cocinar en casa. Algunas de estas imágenes llegaron a los medios de comunicación internacionales, aunque la gran mayoría recibieron likes y fueron compartidas miles de veces por una audiencia mundial, que observaba el colapso de las condiciones de vida en Gaza. El 4 de noviembre, AlJazeera publicó el vídeo de un bombardeo cerca de una panadería con un cartel visible: panadería Al Sharq. Las referencias arquitectónicas de ambos sucesos recogidos en el video de Tik Tok y en el vídeo de AlJazeera permiten geolocalizar tanto la panadería como el lugar del bombardeo, que se hallaban tan solo a unos metros de distancia uno del otro.

Captura del vídeo de TikTok (29 de octubre)
Captura del vídeo de AlJazeera (4 de noviembre)
Geolocalización de los videos y la panadería

Entre octubre y principios de noviembre de 2023, Forensic Architecture ha documentado la destrucción de diecisiete panaderías en Gaza. En algunos casos, como el de la panadería Al Sharq, una bomba cayó al lado del establecimiento, mientras la gente hacía cola, hiriendo a varios civiles. En otros, como el de la panadería Al Jadeed, el objetivo fue directamente la panadería, matando a varias personas y dejando un cráter donde antes hubo un edificio. 

Las imágenes muestran el ataque a paneles solares, como los de la panadería Ajour, que dependía íntegramente de ellos tras el corte de la red eléctrica. La repetición de los ataques indica que son dirigidos y deliberados, puesto que los edificios de estas zonas aún no habían sido bombardeados, aunque gran parte de ellos serían destruidos más adelante. Las panaderías formaban parte de la red preexistente de distribución de ayuda humanitaria: la panadería de Nuseirat, por ejemplo, había recibido harina de la UNRWA horas antes de ser completamente destruida. Siendo el pan uno de los pocos productos disponibles, las panaderías se convirtieron en una infraestructura civil esencial durante las primeras semanas de la guerra. Fueron bombardeadas principalmente al norte de Wadi Gaza, el río que atraviesa la Franja, y en las ciudades del centro. Más de la mitad de los ataques ocurrieron en las dos semanas posteriores a la orden de evacuación emitida por Israel el 13 de octubre de 2023, que obligaba a 1,1 millones de palestinos a abandonar sus hogares en el norte de Gaza. 

Panaderías atacadas en Gaza entre el 7 de octubre y el 4 de noviembre de 2023

La destrucción sistemática de panaderías indica un cambio en la lógica utilizada por Israel para justificar sus acciones en virtud del Derecho Internacional Humanitario (DIH). En fases anteriores de esta larga guerra, la estrategia militar israelí se basaba en un enfoque economicista, que alegaba minimizar la violencia: calcular cuántas muertes civiles eran aceptables para eliminar un objetivo militar. Aunque el derecho internacional teóricamente busca moderar la violencia, en la práctica, juega un papel crucial en el cálculo y la gestión de lo que se puede entender como una economía de la violencia. Por ejemplo, en la guerra de Gaza de 2021, los militares israelís argumentaron que el uso de llamadas telefónicas de advertencia hacía legales los ataques contra los edificios más altos de Gaza. Estas advertencias fueron presentadas por las Fuerzas de Defensa Israelí como medidas de proporcionalidad, sugiriendo que al alertar a los residentes para que evacuaran minutos antes de los bombardeos que destruían cientos de hogares, se lograba minimizar el daño.

Al ampliar quién y qué constituye un objetivo militar, pueden perpetrarse masacres bajo el pretexto de la necesidad legal y estratégica

Dentro de esta lógica economicista, existe otra opción: cuando la proporción entre civiles y objetivos militares es demasiado alta, como ocurre en áreas urbanas, los civiles pueden ser reclasificados como combatientes para corregir ese desequilibrio. La magnitud de la destrucción de infraestructuras físicas y sociales en la guerra actual, incluidos los ataques dirigidos contra trabajadores sanitarios, funcionarios y miembros de la sociedad civil, sugiere una reorientación de la estrategia hacia esta segunda opción. Al ampliar quién y qué constituye un objetivo militar, pueden perpetrarse masacres bajo el pretexto de la necesidad legal y estratégica. Posiblemente, la forma más rápida y efectiva de convertir a gran escala a los civiles en combatientes y a las infraestructuras civiles, como las panaderías, en objetivos militares es mediante el uso de la inteligencia artificial (IA). 

En mayo de 2024, la Fuerza Aérea israelí y la División de Inteligencia recibieron el Premio de Defensa Israelí 2024 por el éxito de su «fábrica de objetivos» (מפעל המטרות). Según un comunicado oficial del gobierno, estas divisiones fueron reconocidas por su innovador uso de «algoritmos avanzados y de la IA» para identificar posibles objetivos militares que parecen ser civiles. A principios de este año, un alto cargo militar dijo a The Jerusalem Post que, por primera vez, los sistemas de IA de las FDI permiten generar nuevos objetivos más rápido de lo que pueden ser atacados. Explicó que en las guerras de 2014 y 2021 el ejército israelí había agotado su lista de objetivos. Este testimonio sugiere que encontrar y justificar objetivos de acuerdo con el derecho internacional parece haber sido el principal obstáculo en las operaciones militares israelíes.

La IA está ahora automatizando el proceso de justificación, lo que permitió que los bombardeos continuaran sin descanso desde principios de octubre hasta finales de noviembre de 2023. Los agentes militares funcionan como procesadores de información, adaptando sus tácticas para crear nueva inteligencia que respalde sus acciones. Esto hace que sea más difícil cuestionar o examinar críticamente los fundamentos de esas acciones. En este contexto, las estrategias de Clausewitz y Sun Tzu, tradicionalmente consideradas como doctrina militar, también pueden interpretarse como estrategias mediáticas centradas en el control de la información. Es decir, la doctrina militar no solo abarca las tácticas de combate, sino también el manejo de la información, decidiendo qué se revela, qué se oculta, y cómo se gestiona la percepción para mantener una narrativa coherente de justificación, especialmente ante la opinión pública. 

En este sentido, el control de la información se convierte en un arma para influir en la percepción pública y legitimar las acciones militares. Aunque ya se sabe que el control de la información confiere poder, la aparición de la IA introduce una nueva dinámica: permite automatizar la creación y gestión de narrativas, a menudo con escasa participación humana directa. Esta automatización crea una ilusión de neutralidad que, en realidad, oculta un entendimiento político sobre qué vidas tienen valor y cuáles no.

El general Yossi Sariel, comandante de la Unidad de Inteligencia 8200 y precursor de la «fábrica de objetivos», proyecta la siguiente fase de la evolución humana en su tesis de máster autoeditada y descargable en Amazon, The Human-Machine Team (2021). Escrita durante su año de intercambio en la National Defense University de Washington DC, Sariel sostiene que los ejércitos deberían aprovechar «el aprendizaje sinérgico entre humanos y máquinas para crear supercognición». En su tesis, Sariel describe un modelo que genera objetivos militares al integrar información clasificada, información proveniente de informantes y de los servicios de inteligencia e información procedente del monitoreo de patrones comunicativos. Por ejemplo, explica cómo es posible identificar potenciales terroristas a través de los amigos de Facebook de un militante ya identificado o de su pertenencia a grupos de WhatsApp en los que este participa.

Una brecha en el cifrado de seguridad de WhatsApp, revelada por The Intercept en mayo de este año, sería suficiente para que el gobierno israelí rastreara los metadatos de los mensajes de esta aplicación, esto es, quién contacta con quién, cuándo y desde dónde. A partir de estas interacciones es posible extrapolar una red social y generar objetivos utilizando aprendizaje automático. Aunque el régimen colono-colonial israelí lleva décadas analizando las relaciones sociales de los palestinos mediante registros, bases de datos y la vigilancia y el arresto de la población palestina, las capacidades actuales de procesamiento de datos a gran escala permiten automatizar y acelerar este análisis de manera significativa.

Los vínculos sociales se convierten en probabilidades, lo que permite que prácticamente cualquier persona pueda ser considerada terrorista para justificar su muerte

La automatización de la producción de inteligencia militar abarca indiscriminadamente a toda la población, tratando las interacciones sociales cotidianas con el mismo nivel de sospecha que las amenazas militares. De acuerdo con esta estrategia, los vínculos sociales se convierten en probabilidades, lo que permite que prácticamente cualquier persona pueda ser considerada terrorista para justificar su muerte. Este cálculo aplicado a la vida colectiva y cotidiana convierte en posibles objetivos espacios comunes, como las panaderías o los mercados. Estas operaciones matemáticas son una forma renovada de control sobre la población palestina, ya que, al monitorear las interacciones sociales, se limitan las posibilidades de que surjan expresiones de soberanía en estos espacios comunes. 

Tras la primera orden de evacuación lanzada el 13 de octubre de 2023, el ejército israelí advirtió que cualquiera que se negara a abandonar el norte de Gaza «podría ser identificado como cómplice de una organización terrorista». Este argumento, repetido por los medios de comunicación internacionales, pretende anular la voluntad de los palestinos de quedarse en sus hogares. En el norte de Gaza, muchos recordaron el arrepentimiento de sus abuelos por haber abandonado sus tierras, ahora pobladas por colonos, durante la Nakba de 1948. Sin electricidad ni combustible, las colas en las panaderías se prolongaban durante horas. Alguien que hacía cola en una panadería con un teléfono vinculado por la «fábrica de objetivos» al de un supuesto militante de la resistencia armada, convertía una infraestructura civil en un objetivo militar. 

Una vez que la justificación legal y estratégica ha sido automatizada, la decisión de bombardear o no esa determinada panadería recae en el elemento humano del equipo hombre-máquina de Sariel. Al inicio de la guerra, la destrucción de panaderías fue utilizada para forzar el desplazamiento de los palestinos hacia el sur, hacia Rafah, como parte del plan de Israel de presionar a Egipto para que abriera sus fronteras. Por lo tanto, la decisión humana, alineada con una estrategia política más amplia, es destruir la panadería. 

Para descubrir patrones y conexiones no evidentes en una red social, como la que Israel intenta trazar, se han instalado repetidamente puestos de control biométricos en Gaza. El 14 de noviembre se estableció un puesto de control improvisado en el corredor de Salah al-Din, que atraviesa la Franja de norte a sur, para facilitar la vigilancia y el control por parte del ejército israelí del desplazamiento masivo de personas hacia el sur. De acuerdo con los testimonios recogidos por la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU (OCAH), en este puesto de control se llevaron a cabo detenciones arbitrarias, separaciones forzosas de familias, humillaciones y otras formas de violencia psicológica y física infligidas por el ejército israelí. La OCAH también informó de que el puesto de control no contaba con presencia militar directa, sino que estaba controlado a distancia por soldados armados que se encontraban en las inmediaciones. El puesto incluía un sistema de vigilancia en el que «se pedía a los desplazados que mostraran sus documentos de identidad y que se sometieran a lo que parecía ser un escáner de reconocimiento facial». De este modo, el desplazamiento forzoso de la población palestina ha permitido la recogida involuntaria de sus datos biométricos.

Vista aérea del puesto de control en el corredor de Salah al-Din y el puesto de control visto desde una posición militar israelí
Imágenes de satélite Planet del 29 de enero de 2024, que muestran una multitud de personas en cola junto a la «zona humanitaria» de Al-Mawasi

En marzo imágenes de satélite mostraban a personas desplazadas, siendo detenidas en un puesto de control militar israelí improvisado a la entrada de la «zona humanitaria» de Al-Mawasi. Si el ejército israelí utiliza este puesto de control de forma similar al del corredor de Salah al-Din, estaría empleando esta «zona humanitaria» como una frontera selectiva para controlar los movimientos y la concentración de la población palestina desplazada. Desde el comienzo del nuevo año, se han establecido dos puestos de control permanentes que dividen la Franja de Gaza en dos y que el ejército israelí denomina «coladores» (נקזים). Estas infraestructuras no solo actúan como filtros para decidir quién puede pasar y quién es detenido, sino que también funcionan como registros que pueden cruzarse con bases de datos existentes para rastrear los nombres de quienes han decidido permanecer en el norte, generando así nuevos objetivos.

La finalidad de la «fábrica de objetivos» es proporcionar la justificación legal para la masacre de los palestinos. La restricción de minimizar las muertes de civiles en la guerra se resuelve mediante el mecanismo de convertir a cualquier miembro de la población en objetivo en el curso del genocidio. La cuestión no es si la IA es buena o mala para la guerra, o si podría mejorarse para ser más justa. El sesgo de la «fábrica de objetivos» es político, preexistente a la elaboración de sus modelos de datos; se basa en que el derecho internacional integra una economía de la violencia en la lógica de la violencia. Estos cálculos, cuando se ejecutan millones de veces, sirven para destruir deliberadamente las condiciones de vida de una población ocupada como la palestina. 

El derecho internacional y la capacidad de computación de la IA se han aliado para estructurar y legitimar la criminalización de una población, que decide no abandonar su tierra. La destrucción de panaderías, hospitales, zonas comerciales o calles y carreteras tiene como objetivo socavar la vida colectiva palestina. A pesar de las condiciones de vida mínimas impuestas por un bloqueo de dieciséis años, las interacciones cotidianas de la población encerrada en Gaza creaban y mantenían una sensación de amplitud dentro del reducido territorio delimitado por el muro. Estas interacciones creaban posibilidades de soberanía e infraestructuras propias. 

Por ejemplo, un plan agrícola que reemplazó el eucalipto plantado por Israel y antes por el Mandato Británico con olivos y palmeras a lo largo de la calle Salah al-Din, donde ahora se encuentran los puestos de control; la creación de una industria local de aceite de oliva y dátiles, que exportaba el producto sin depender de su compra por Israel, estableciendo redes de solidaridad internacionales con el movimiento de liberación; mercados, que funcionaban como centros de distribución de trabajos esporádicos en la construcción o la agricultura dentro de la economía local; un sistema sanitario que, aunque gravemente limitado en recursos, es de acceso universal; doce universidades, ahora todas arrasada, que ofrecían educación superior no solo a los jóvenes de Gaza, sino también a los hijos de inmigrantes palestinos en los Emiratos Árabes Unidos, que no podían permitirse estudiar en las universidades del Estado del Golfo.

Con la destrucción de las panaderías en octubre, la población empezó a recurrir a prácticas ancestrales de elaboración de pan para mantenerse con vida, como la construcción de tabaones (طابون), los hornos de barro tradicionales palestinos. En los hospitales se vio a médicos amasando pan en toallas quirúrgicas. Las mujeres en los refugios hornearon arbood (خبز غير مخمر), un pan ácimo cocido en ceniza siguiendo la tradición de los pastores beduinos Los agricultores han empezado a cultivar plantones entre las ruinas de los edificios en un esfuerzo por combatir el hambre. Estas prácticas, profundamente arraigadas en las formas de vida y el conocimiento de la tierra de los palestinos, se han convertido en una infraestructura fundamental de resistencia. Una vida colectiva en movimiento, que parte de lo poco que queda, y persiste y resiste, a pesar de todo, a través y en contra de la destrucción computacional.


Este articulo ha aparecido originalmente en Catalunya Plural y se publica con el consentimiento de su editor, habiendo sido recogido posteriormente en el blog de Verso Books.