Países Bajos

El gobierno de Países Bajos, al borde del colapso por la extrema derecha y la migración

Parece poco probable que Wilders recupere el fuerte euroescepticismo del que hizo gala hace unos años, ya que ahora la tendencia en su campo es reforzar la identidad en la “Europa de las naciones”
Dick Schoof, primer ministro de los Países Bajos —
Zuma Press / ContactoPhoto
Dick Schoof, primer ministro de los Países Bajos — Zuma Press / ContactoPhoto

El gobierno neerlandés se encuentra en crisis. Y es una crisis considerable que está pasando desapercibida. El gobierno está liderado por el primer ministro Dick Schoof, quien llegó hace apenas unos meses al poder, sin gran experiencia gubernamental significativa. ¿Pero qué tiene que ver este ex miembro del Partido Laborista con la extrema derecha?

Irónicamente, Schoof hace unos años que está alejado del laborismo y ha sido el elegido como perfil de consenso entre las fuerzas de derecha y extrema derecha para conformar un cuatripartito. Para entender la crisis se hace necesario conocer a los protagonistas.

La primera fuerza del gobierno cuatripartito es el Partido de la Libertad (PVV), de derecha radical y liderado por el polémico Geert Wilders. Los catorce años de liberalismo neerlandés de Mark Rutte, quien ahora marcha a liderar la OTAN, ofrecieron en su etapa final una coalición que buscaba bajo cualquier concepto evitar que los de Wilders tocaran poder en La Haya.

Sin embargo, esos cordones sanitarios entre las derechas tienen los pies cortos. El partido de Rutte, el Partido Popular para la Libertad y la Democracia (VVD) es el partido que se ha coaligado con el PVV de Wilders en esta ocasión. Ya sin Rutte de por medio, la nueva líder liberal, Dilan Yeşilgöz, ha derechizado el marco y se ha endurecido el tono frente a la migración.

El primer ministro no es ni remotamente tan poderoso como era Mark Rutte

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Aunque no se han incluido en el programa los grandes deseos de Wilders como la prohibición del Corán y la lucha contra ciertos sectores migrantes, especialmente musulmanes, sí se ha comprado gran parte del relato de la emergencia social frente a la migración. De hecho, ese ha sido el punto que ha tensionado el mandato de Schoof. El primer ministro no es ni remotamente tan poderoso como era Mark Rutte, ya que el actual mandatario, que ha quedado más encuadrado como gestor tecnócrata, se encuentra sujeto al encaje de cuatro liderazgos con intereses particulares.

De hecho, se consideraba que a Wilders no le convenía la formación de dicho gobierno ya que, después de las elecciones, las encuestas le daban una subida aún mayor de la lograda. La primera plaza en las parlamentarias neerlandesas solo propició que otros sectores de la derecha se refugiasen allí en dichos sondeos, con la notable caída del partido de Rutte y algunos de sus socios liberales y conservadores, a los que ha ido quemando en sus diferentes gabinetes.

Por ello, Wilders no temía presionar a sus socios para sacar adelante ciertas medidas bien polémicas, sabedor de que en unos nuevos comicios tendría la mano ganadora frente a sus compañeros de coalición. Otro punto que vendieron estos otros partidos era que habían logrado evitar que el líder de la extrema derecha entrase en el gabinete, ya que se quedó como una figura externa.

Pero un gobierno corto y un adelanto electoral le vendría considerablemente bien a la extrema derecha. Además podrían vender que la ingobernabilidad no ha sido culpa suya puesto que cedieron en la figura de su líder con tal de que saliera adelante el gobierno de Schoof, y que fueron los demás los que incumplieron el programa.

Esto es lo que podría suceder pronto si no se reconduce la situación. El gobierno de Dick Schoof ha buscado una exención ante los tratados de la Unión Europea en materia de reparto migratorio y, a los pocos días de que saltase la noticia, se planteó el debate sobre la posibilidad de declarar el Estado de emergencia en Países Bajos por la migración.

El asunto ha motivado críticas incluso de sus socios de coalición. El nuevo partido de derecha conservadora, que se ha comido parte del espectro democristiano en las últimas elecciones, corresponde con una figura cuyo ascenso ha sido fulgurante: Pieter Omtzigt. Su partido, el Nuevo Contrato Social (NSC), había rechazado prácticamente un pacto con los diferentes partidos de extrema derecha, incluyendo al que más posibilidades tenía de gobernar, el PVV. Pero después de las elecciones, la cosa cambió y NSC aceptó varios puestos, incluyendo carteras importantes como Exteriores e Interior.

Ha llegado un punto en el que NSC ha criticado duramente a su propio gobierno por el debate del Estado de emergencia pero, eso sí, sin romper la coalición ni tumbar el gobierno. No es descartable que la ruptura se produzca pero el problema de Omtzigt es que las encuestas han mostrado que su partido sería el segundo suflé que cae este año.

El primero de ellos había sido el otro gran perjudicado, el cuarto partido de la coalición. Se trata de los agraristas del BBB, que surgieron tras las importantes protestas de campesinos en contra de las políticas climáticas y se encontraban más escorados a la derecha. Si bien con el anuncio del nacimiento del BBB hubo un movimiento de euforia en las encuestas, finalmente el partido se desinfló antes de alcanzar su primer gobierno.

Sin duda el colapso de este gobierno sería un nuevo terremoto en Países Bajos porque la extrema derecha se habría reivindicado como la primera fuerza del país

Parece que el siguiente en sufrir este destino será el NSC de Pieter Omtzigt. El partido de derecha llegó a estar entre los tres más importantes del país hace unos meses y en la última encuesta, durante la crisis con la presión de la extrema derecha, parece que podría llegar a rozar la desaparición, con una previsión cercana al 2% de intención de voto.

Sin duda el colapso de este gobierno sería un nuevo terremoto en Países Bajos, no por lo imprevisible o relevante de lo que ha ocurrido durante estos meses, sino porque la extrema derecha se habría reivindicado como la primera fuerza del país, marcando el discurso, reforzando su figura como defensora de un mandato que pretende venderse como institucional y porque, además, tendría ante sí la posibilidad de comerse una porción mayor de la derecha demoscópica.

Según la televisión pública neerlandesa, el sector liberal del VVD seguiría perdiendo terreno, que se sumaría al perdido ya sin Rutte. Por otro lado, el NSC colapsaría, dando alas de nuevo a algunos partidos democristianos tradicionales que habían caído a la insignificancia política en estas elecciones. Aun así dejaría el campo conservador dividido entre tres fuerzas aún tan pequeñas que ni combinando el peso de las tres alcanzarían el resultado del NSC en estos comicios. Desde luego, la conveniencia de romper el gobierno está cuestionada.

Y en último lugar, si se cayera el gobierno, todo apunta a que Geert Wilders obtendría un crecimiento en representación que le situaría lejos de las alternativas socialdemócrata-verde y liberal. Seguiría siendo insuficiente para gobernar en solitario pero este mayor peso le permitiría reforzar medidas pro-sionistas como mover la embajada en Israel a Jerusalén, que ya había logrado que aceptase la coalición de gobierno, o retomar su agenda anti migratoria y de reforzada dureza contra el islam.

Sin embargo, parece poco probable que Wilders recupere el fuerte euroescepticismo del que hizo gala hace unos años, en los albores del Brexit, ya que ahora la tendencia en su campo es reforzar la identidad en la “Europa de las naciones”. Y si lo que propicia la caída del ejecutivo es la supuesta falta de compromiso con la dureza anti migratoria, el argumento estará servido.