Nuevos mapas para los desertores en el derrumbe del imperialismo demoliberal

Mapa del siglo XVI — Foto: Il Disertore
El imperialismo demoliberal se derrumba y el nacionalimperialismo avanza. Se necesitan nuevos mapas para orientarse, nuevas líneas de fuga para los desertores

Las elecciones de junio en Francia y las del 1 de septiembre en Turingia y Sajonia suenan a sentencia de muerte para la Unión Europea. En todas partes, el imperialismo demoliberal se descompone. Abrumado por el horror del genocidio, Israel se encamina hacia la guerra civil. Netanyahu esperaba utilizar a Hamás para dividir a los palestinos. Hamás le ha explotado en las manos y puede que pronto veamos desintegrarse el puesto avanzado del imperialismo occidental. En Francia, Macron, el funcionario de Goldman Sachs al que le gustaría enviar tropas francesas para apoyar a Zelenskyy, se aventura por el peligroso camino de un golpe de Estado. Le espera un otoño de plazas levantiscas, que le exigirán que derogue la nueva regulación de las pensiones. A la vuelta de la esquina, listos para la venganza, le esperan los lepenistas, los herederos de Pétain. En Turingia, los nazis de Alternative für Deutschland (AfD) obtuvieron el mismo porcentaje que Hitler en 1933 (el 33 por 100 precisamente). Mientras tanto, el nacional-obrerismo de Sara Wegenknecht obtuvo más votos que los tres partidos del gobierno juntos. ¿Cuánto puede durar el actual gobierno belicista, que ha sumido en la recesión a la mayor economía de Europa y que se prepara para estar en primera línea de la guerra ruso-europea?

El destino de la guerra ucraniana sigue siendo incierto para Putin, pero el juego europeo gira dramáticamente a su favor: de Roma a París, pasando por Berlín, los putinistas son mayoría.

Si Trump consigue hacerse con la Casa Blanca en noviembre, entonces comenzará para Occidente la noche de los cuchillos largos. Se precipita así la guerra civil intrablanca entre el imperialismo demoliberal y el nacionaltrumpismo. Es hora de dotarnos de nuevos mapas, porque prácticamente la totalidad de los que tenemos ya no nos sirven de mucho. Necesitamos nuevos conceptos para orientarnos y para encontrar líneas de fuga por las que puedan desaparecer los desertores.

El marxismo, aunque conserva intacta su capacidad de análisis, ha perdido fuerza propositiva, porque la centralidad política de la clase obrera organizada se ha agotado y la recomposición del trabajo precario parece imposible

Precipitación sin estrategia

Las hipótesis teóricas de las que disponemos no captan la novedad de los fenómenos emergentes (el trumpismo global, el genocidio como práctica normalizadora, el retorno de la esclavitud como relación socioproductiva rampante en las sociedades liberal-democráticas, etcétera). La geopolítica no explica nada: se limita a describir a veces brillantemente lo que está ocurriendo, a desmontar el idealismo que encubre la brutalidad de la historia, pero no nos dice por qué está ocurriendo la catástrofe, ni nos ilumina sobre las posibles sendas de evolución del colapso en curso. El pensamiento liberal-democrático parece cada vez más reducido a un cuento de hadas para niños tontos: la idea de que la ley puede gobernar y la democracia comprender y pacificar los conflictos queda desacreditada por los acontecimientos que revelan que la ley no se aplica a los que tienen la fuerza (Israel) y que la democracia sin poder obrero no es más que la antesala del fascismo.

El marxismo, aunque conserva intacta su capacidad de análisis, ha perdido fuerza propositiva, porque la centralidad política de la clase obrera organizada se ha agotado y la recomposición del trabajo precario parece imposible. Además, carece de una hipótesis teórica capaz de dar cuenta de la nueva figura del hipercolonialismo, función global del semiocapitalismo. Hablar de descolonización (como hace el movimiento de solidaridad con Palestina) no significa gran cosa, si no se comprende lo que significa el colonialismo en la era posindustrial y si no se vislumbra un proceso de subjetivación a la altura del problema.

Hoy, el factor unificador del internacionalismo obrero ha desaparecido, lo que reduce el «campo antiimperialista» a un mosaico de fuerzas regresivas: del islamismo radical al nacionalismo de Modi, pasando por el fascismo putinista y el nacional-obrerismo de Sara Wagenknecht

El surgimiento de posiciones que postulan la existencia de «campos dicotómicamente enfrentados» es un signo de la desesperación estratégica contemporánea: la ilusión de que al resurgimiento supremacista del campo occidental se le puede oponer un campo heterogéneo de nacionalismos, fascismos y fundamentalismos religiosos de diversa índole. La perspectiva esbozada en la década de 1960 por Lin Biao, que fue comandante del Ejército Popular de Liberación chino y delfín de Mao, quizá esté reapareciendo. A mediados de esa década, Lin Biao formuló la hipótesis del estrangulamiento de las ciudades por las periferias. Quería decir que los pueblos sometidos al colonialismo se rebelaban y pronto estrangularían al Occidente imperialista (y blanco). Esto es lo que está ocurriendo y seguirá ocurriendo; fuerzas heterogéneas, unidas por su odio a los opresores seculares del Norte global imperialista, convergen en un punto: estrangular a los estranguladores. Pero cuando Lin Biao formuló su hipótesis, cabía imaginar una convergencia estratégica entre movimientos anticolonialistas heterogéneos y clase obrera internacionalista. La difusión mundial del maoísmo en la década de 1960 estuvo ligada precisamente a esta hipótesis estratégica. Hoy, el factor unificador del internacionalismo obrero ha desaparecido, lo que reduce el «campo antiimperialista» a un mosaico de fuerzas regresivas: del islamismo radical al nacionalismo de Modi, pasando por el fascismo putinista y el nacional-obrerismo de Sara Wagenknecht.

El marxismo no ha pensado el colonialismo

En la obra de Marx y Engels no se aborda específicamente el papel del colonialismo. Al contrario, en el Manifiesto comunista de 1848, el imperialismo occidental es considerado como una fuerza progresista y beneficiosa, que lleva a las sociedades subdesarrolladas a un nivel de civilización burguesa, allanando así el camino para la formación de la correspondiente clase obrera. En El capital, sin embargo, Marx muestra su comprensión de la relación entre la colonización, el sometimiento de los esclavos y el origen del capitalismo industrial. En el primer libro de El capital, el capítulo titulado «La acumulación originaria» está dedicado a analizar precisamente los procesos que hacen posible la formación del sistema industrial. El sometimiento colonial, la deportación de esclavos y la explotación del trabajo infantil aparecen en este capítulo, si bien sintéticamente.

La acumulación de capital presupone el plusvalor y el plusvalor presupone la producción capitalista y esta, a su vez, presupone la presencia de masas de capital y fuerza de trabajo de una magnitud considerable en manos de los productores de mercancías. Así pues, todo este movimiento parece estar atrapado en un círculo vicioso del que sólo podemos salir presuponiendo una acumulación «originaria» («previous accumulation» en la terminología de Adam Smith), que precede a la acumulación capitalista: una acumulación que no es el resultado, sino el punto de partida del modo de producción capitalista.

Hablando de la colonización de la India y del papel desempeñado por la Compañía de las Indias Orientales, Marx escribe:

¡La compañía y sus funcionarios habían recibido seis millones de libras de los indios entre 1757 y 1766! Entre 1769 y 1770 los ingleses desencadenaron una hambruna, comprando la totalidad del arroz disponible y negándose a revenderlo salvo a precios fabulosos.

Y sobre el trabajo esclavo:

La industria algodonera, al introducir la esclavitud infantil en Inglaterra, dio al mismo tiempo el impulso necesario para que en Estados Unidos se produjese la transformación de la economía esclavista, hasta entonces más o menos patriarcal, en un sistema de explotación comercial. En general, la esclavitud velada de los trabajadores asalariados en Europa necesitaba el pedestal de la esclavitud sans phrase en el Nuevo Mundo». (Citas procedentes de El capital, Libro I, Sección VII, capítulo 24).

No cabe duda, sin embargo, de que en la historia del movimiento obrero marxista la cuestión del colonialismo sigue estando mal definida como cuestión estratégica. Un cierto grado de eurocentrismo es constitutivo del punto de vista marxista, ligado por razones históricas a la clase obrera industrial. En el pensamiento de Lenin, la cuestión del colonialismo, aunque se insinúa, no se desarrolla. Aunque en su libro El imperialismo, fase superior del capitalismo (1917) Lenin escribe: «El capitalismo se ha transformado en un sistema mundial de opresión colonial y de estrangulamiento financiero de la inmensa mayoría de la población mundial por un puñado de países “avanzados”» (El imperialismo fase suprema del capitalismo, «Prefacio» del 6 de julio de 1920). Este libro es un análisis de las relaciones entre las grandes potencias, pero dice poco sobre el colonialismo y sobre cómo confrontarlo.

No fue hasta la década de 1960 cuando el tema del colonialismo pasó al primer plano de la teoría marxista, pero sin adquirir la capacidad de redefinir la perspectiva estratégica. En aquellos años, el movimiento anticolonial estaba transformando las relaciones de poder mundiales, pero los pueblos colonizados, aunque adquirían soberanía nacional, eran incapaces de emanciparse de la sujeción económica a la que les habían obligado cinco siglos de explotación y devastación sistemáticas. Tan solo el maoísmo situó la cuestión colonial en el centro de la estrategia revolucionaria. Pero, ¿podemos considerar realmente a Mao Zedong como un pensador marxista, o en realidad debemos considerarlo como el precursor de una visión no eurocéntrica que va más allá de los límites de la teoría marxista?

A pesar de la descolonización formal de las décadas de 1950 y 1960, a pesar de toda la locuacidad del poscolonialismo en el mundo académico estadounidense, los pueblos colonizados están ahora más oprimidos que nunca

Todas estas cuestiones vuelven hoy al centro de la escena, pero desgraciadamente parece haberse perdido la capacidad de pensar en términos globales. El pensamiento colectivo se ha anquilosado, se ha aterrorizado ante una realidad impensable. Tras la liquidación del internacionalismo obrero, únicamente el capital ha continuado manteniendo una visión global, pero esta no está hecha de conceptos, sino tan solo de algoritmos financieros. A pesar de la descolonización formal de las décadas de 1950 y 1960, a pesar de toda la locuacidad del poscolonialismo en el mundo académico estadounidense, los pueblos colonizados están ahora más oprimidos que nunca. Pero la forma general del colonialismo ha cambiado profundamente al hilo del cambio experimentado por los procesos de valorización capitalista. La revuelta contra los efectos del colonialismo del pasado y contra las nuevas prácticas coloniales del presente ha producido movimientos nacionalistas, como el movimiento hindú liderado hoy por Norendra Modi, y ha desencadenado una explosión de conflictos caóticos incapaces de encontrar una estrategia común.

Es urgente comprender qué hay de nuevo en el colonialismo del siglo XXI. Sólo entonces podremos vislumbrar cuáles en función de qué líneas se desarrolla la caótica guerra en la que nos estamos sumergiendo. Únicamente entonces seremos capaces de imaginar en virtud de qué líneas puede desplegarse la deserción.


Recomendamos leer Richard Beck, «La política exterior de Biden», NLR 146.

Artículo aparecido originalmente en Il disertore y publicado con permiso expreso del autor.