La esclavitud de los negros

Barco de esclavos (1840) — Cuadro del pintor romántico J. M. W. Turner
Transcripción a cargo de Albert Portillo del poema antiesclavista de Concepción Arenal, que ganó el primer premio del certamen poético convocado por la Sociedad Abolicionista en 1866

La Sociedad Abolicionista Española fue fundada el 7 de diciembre de 1864 por el republicano puertorriqueño Julio Vizcarrondo. Esta sociedad se convertiría en la punta de lanza del movimiento abolicionista español contra los intereses del bloque esclavista conformado por la monarquía, la nobleza, la burguesía y los capitanes generales de Cuba y Puerto Rico. El 10 de junio de 1866 la Sociedad Abolicionista convocó un certamen poético cuyo primer premio fue ganado por Concepción Arenal. Su composición sería publicada en ese mismo año en la antología El cancionero del esclavo, también seria impresa en las páginas de la revista El Aboliconista el 20 de febrero de 1875. Esta transcripción es una selección del valiente poema antiesclavista de Arenal.

“El altar del bien público, como el de la Divinidad, no exige sacrificios bárbaros: tened presente que las lágrimas del dolor son abrasadoras, y nunca compondréis con ellas una bebida refrigerante, porque contienen un veneno corrosivo que os devorará las entras.”

Bentham

[…]

¡Horrible esclavitud! En tu presencia

¿qué mano generosa

suscribir quiere la sentencia odiosa

que entrega a la codicia la inocencia?

¿Quién pone tu dogal, tu marca imprime?

¿Quién en cólera justa no se inflama?

¿Quién, angustiado el corazón, no gime

y a Dios y al mundo en su socorro llama?

¡ESCLAVITUD! ¿Cómo este horrible nombre,

que es opresión, iniquidades, llanto,

fuerza brutal, depravación, espanto,

puede el hombre escuchar? ¡Qué digo el hombre!

Dijérase que aterra,

que inspira el horror mismo

en el mar proceloso, en la ancha tierra,

de la región del sol, hasta el abismo.

[…]

Un día llamará el Juez Soberano

al opresor cruel y al oprimido

esclavo por la muerte redimido

que hará temblar a su feroz tirano

en la terrible hora

diciéndole con voz aterradora:

«¿Qué has hecho de mi claro entendimiento?

¡Entregarle al verdugo y al tormento!

Viste de mi martirio la tortura

con semblante sereno,

siempre agotando el cáliz de amargura,

por ti, siempre cruel, otra vez lleno

de mis gritos de agonía,

mis blasfemias y horribles maldiciones.

tu justicia es el cuero que desgarra,

tu moral el terror que me amedrenta,

tu piedad es la cólera sangrienta,

tu ley es la cadena que me amarra.

¿Con qué infernal, impío privilegio,

mártires haces y les niegas palma?

Has profanado el templo de mi alma

con nefanda impiedad y sacrilegio.

¿Dónde está mi virtud, mi honor, a dónde?

¡Mis delirios sangrientos, increíbles,

mis vicios y mis crímenes horribles,

son tuyos, tu obra son, de ellos responde!

¿Quién es vil? ¿quién infame…?

Cuando el Juez Infalible, Soberano,

los reos de opresión airado llamo

y los coloque a la siniestra mano,

¡Quién pudiera exclamar, allá en la tierra:

¡Impía ESCLAVITUD! Te hice la guerra;

El anatema por mi Dios lanzado

de fuego en caracteres dejé escrito,

con voz atronadora la he maldito,

con lágrimas de sangre la he llorado!»

[…]

¿Miraréis sin horror el negro crimen

de lesa humanidad?... ¡Oh, no! ¡Almas buenas,

romped esas cadenas,

llevad santo consuelo a los que gimen!

¡Hombres, venid a redimir al hombre;

La causa es santa, desertarla mengua!

[…]

¿Qué importa quien os llama?

¿Para clamar: «¡Honor! ¡Justicia al hombre!»

es menester un nombre

que llene el ancho mundo con su fama?

[…]

Voz de mi corazón, acento mío,

tú, no mueras sin eco en el vacío

al desprenderte de mi pecho amante,

que de horror se estremece,

como la roca desgajada, crece,

y corre, y sé robusta, y sé gigante.

¿Nadie te ha de escuchar? Triunfará impía

esa horrible maldad que al mundo espanta?

¿El noble grito de la causa santa

ha de morir sin eco, patria mía?

¿Tu pueblo ha de llegar a la presencia del

infalible Juez y ser maldito?

¡Que vuelve en ti, ya es hora, yo te cito

Al Tribunal de honor y de conciencia!

¡Dime! ¿Quieres ser sola

escándalo de pueblos y de reyes

la que el derecho y la justicia inmola

al sancionar tus execrables leyes?

[…]

A los míseros padres

se vedan los más puros regocijos

y se roban las madres a los hijos,

y se arrancan los hijos a las madres;

se contempla el dolor con fría calma,

se vende el cuerpo, se aniquila el alma.

Cobarde, suspicaz la tiranía,

allí sueña, temblando, rebeliones,

y al tormento le pide confesiones,

y el verdugo que acabe la obra impía.

Sedienta la codicia de un tesoro,

criminales inventa, hiere, mata,

o miente compasión y los rescata;

de la inocente sangre brota el oro

¡Oh Esclavitud! Dónde execrable imperas,

¿Con que fuego infernal el pecho inflamas?

¿De los hombres no basta que hagas fieras?

¡Las mujeres también! ¡Las nobles damas!

¡Vergüenza! ¡Horror! Mirad, mirad aquella,

tras de pueril querella,

que en leona furiosa se convierte,

de la esclava sujeta al fiero yugo,

juez sin Dios y sin ley, feroz verdugo,

gozarse en los tormentos y en la muerte

el mercader infame, el hombre-hiena

que vil trafica con la raza triste,

a sus naves la arrastra y encadena;

allí… ¡Qué horror! El alma se estremece,

la crueldad tortura, el hombre mata,

el pudor se atropella y escarnece…

el poder del infierno se dilata.

Avaricia feroz, torpe cinismo,

todo un mundo de horror, de inquietudes…

[…]

¿Cuál es la tierra impía,

el pueblo miserable y degradado

que se presta cruel a ser mercado

de aquella desdichada mercancía?

¡Uno tan solo! Y al surcar las olas

ese navío temeroso, incierto,

de todos execrado, encuentra puerto

solamente en las playas españolas.

¡Oh vergüenza! ¡Oh dolor! ¡Oh patria mía!

La triste frente esconde.

[…]

Pero, ¿qué es el honor, dime, lo sabes?

¿Es el valor indómito en la guerra?

¿En cubrir de cadáveres la tierra,

y los abismos de vencidas naves?

¿Es el mundo sentir que viene estrecho

y quererle llenar de tus hazañas?

Si eso piensas te engañas:

el honor es la fuerza y el derecho

¿En América luchas? Si vengada

cruzares el Pacífico altanera,

mientras cobije esclavos tu bandera

grande no puedes ser ni respetada.

el deber en los nobles corazones,

ni la verdad que de los labios brota,

¿ha de quedar aniquilada y rota

por el fiero tronar de tus cañones?

¡No, no! Los ayes de la triste raza

que sujetas cruel a la coyunda,

 cubren tu pabellón de mancha inmunda

y atraviesan tus naves de coraza.

Y aunque la fama hasta los cielos suba

de tu heroico valor y tus hazañas,

corroe tus entrañas,

gusano vil, la esclavitud de Cuba.

En vano triste acudes,

la ley invocas, de rubor cubierta;

en vano, sigue abierta

la sima del honor y las virtudes.

Los crímenes allí son celebrados

la cínica impiedad no se recela;

allí es la gran escuela

propia para formar grandes malvados.

La esclavitud te lanza

un pueblo que no escucha tus gemidos;

sus hijos le devuelves corrompidos,

¡oh América! ¡terrible es tu venganza!

Mas, ¿por qué la provoca?

¿Qué derecho, qué ley, qué Dios invoca?

El tiempo… El interés… De Cuba el suelo

con dolor se fecunda, con espanto;

ha de menester del oprimido el llanto…

es el rocío que le envía el cielo.

[…]

¡Oh amigos del que sufre! ¡Oh mis hermanos!

¡Oh buenos hijos de la patria mía!

Que luzca esplendoroso el bello día

que esclavos no consientan ni tiranos

rechazad con horror la vil herencia

que los siglos culpables os legaron

cuando impíos al hombre encadenaron;

no aleguéis el temor de la impotencia,

no tened voluntad, con ella es fuerte

quien la justicia eterna firme invoca;

no; tened voluntad, ella convierte

la deleznable arena en dura roca.

La ferviente plegaria, el celo santo,

no se pierden sin eco en el vacío;

[…]

¡Oh, patria! Lava ese borrón inmundo,

antes que, escarneciendo tus blasones,

se tu maldad se escandaliza el mundo

y a su barra te llamen las naciones,

y desde el Neva a la región remota

pregonen los verdugos tu injusticia.

Y clavando tu nombre en la picota

por la fuerza te impongan la justicia.

[…].