¿Qué hay que hacer para acabar con el hambre en Gran Bretaña?

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Como mínimo, un gobierno que quiera garantizar que no vivimos en un país donde la gente pasa hambre puede aprobar la normativa necesaria para asegurar que los alimentos básicos no se venden a precios prohibitivos

En noviembre de 2020 el futbolista de la Premier League Marcus Rashford consiguió que el gobierno de Inglaterra cambiara de opinión sobre la persistencia de situaciones de hambre entre determinados grupos de niños ingleses. Los gobiernos de Escocia, Gales e Irlanda del Norte ya habían decidido que los niños de los hogares más pobres no debían pasar hambre durante las vacaciones escolares. El 9 de noviembre de 2020 el primer ministro del Reino Unido telefoneó a Rashford para comunicarle que se iban a destinar 396 millones de libras esterlinas (470 millones de euros) para que los niños de las familias más pobres de Inglaterra también pudieran comer un poco mejor durante las próximas Navidades, así como durante las vacaciones de Semana Santa y del verano de 2021. Esta noticia se comunicó a los niños a través del programa Newsround de la BBC.

La última vez que la alimentación fue un tema de tanta actualidad como lo es hoy fue en la «hambrienta» década de 1930. La gran vergüenza entonces era la prevalencia de los comedores sociales y la necesidad de que existieran durante la cuarta década del siglo XX

Para el verano de 2022 las ayudas del gobierno se habían reducido hasta 1,66 libras (1,97 euros) diarios por niño durante las vacaciones de verano en Inglaterra, menos de la mitad de la cantidad asignada en Gales y cifra netamente inferior a las 4 libras (4,75 euros) diarias asignadas en algunas partes de Escocia. Desgraciadamente, ese año no surgió ninguna nueva estrella futbolística dispuesta a avergonzar al gobierno para que este actuase.

La última vez que la alimentación fue un tema de tanta actualidad como lo es hoy fue en la «hambrienta» década de 1930. La gran vergüenza entonces era la prevalencia de los comedores sociales y la necesidad de que existieran durante la cuarta década del siglo XX. Esa lacra se había identificado como algo perfectamente evitable varias décadas antes. En 1904 el propietario de una fábrica de chocolate de York, Joseph Rowntree, creó una fundación con su nombre con el propósito explícito de acabar con la necesidad de los comedores sociales. La existencia de tales comedores se remontaba a medio siglo antes, ya que el padre de Joseph había ayudado a crear uno de ellos en York a mediados del siglo XIX. Pasarían otros cincuenta años antes de que prácticamente desaparecieran.

Thatcher implemento otras políticas para empobrecer aún más a los pobres, además del simple aumento del desempleo, la desigualdad y la pobreza. A menudo sus partidarios la han idolatrado como una adalid de la reducción de la carga impositiva, pero en realidad no lo fue

El hambre en grandes proporciones no reapareció hasta que Margaret Thatcher se convirtió en primera ministra e introdujo políticas económicas y sociales, que provocaron un rápido aumento de la pobreza durante la década de 1980. A principios de la década de 1970, una de sus primeras medidas como secretaria de Educación fue suprimir el suministro gratuito de leche a los escolares, lo que le valió el apodo de «ladrona de leche». La leche se daba a los niños y niñas para mejorar su nutrición y, en especial, su ingesta de calcio imprescindible para el crecimiento correcto de sus dientes y huesos durante el periodo de crecimiento. El desempleo masivo de principios de la década de 1980, que Thatcher consideraba necesario, vino acompañado de la miseria masiva. Con el tiempo, el desempleo masivo disminuyó, pero en su lugar aumentó la desigualdad y por ende el aumento del grupo situado en la parte inferior de la pirámide de renta de la sociedad británica, que disponía cada vez de menos dinero para cubrir sus necesidades básicas, lo cual a menudo significaba menos alimentos y ciertamente menos alimentos nutritivos para un comienzo más saludable en la vida de los niños y niñas.

Thatcher implemento otras políticas para empobrecer aún más a los pobres, además del simple aumento del desempleo, la desigualdad y la pobreza. A menudo sus partidarios la han idolatrado como una adalid de la reducción de la carga impositiva, pero en realidad no lo fue. Redujo el tamaño del Estado y recortó el gasto público, pero no redujo los impuestos en general. Entre 1979 y 1990 el tipo básico del impuesto sobre la renta se redujo del 33 al 25 por 100 y el tipo máximo del 83 al 40 por 100. Pero al mismo tiempo, Thatcher subió el IVA del 8 al 15 por 100 y las cotizaciones a la Seguridad Social. El resultado fue que la presión fiscal conjunta respecto al PIB apenas cambió, ya que era del 30 por 100 en 1978-1979 y seguía siendo del 30 por 100 en 1990-1991.

Lo que sí cambió Thatcher fue quién pagaba la mayor parte de esos impuestos. Todo el mundo tiene que pagar el IVA, incluidos los más pobres, lo cual lo convierte en un impuesto regresivo. Y todos los trabajadores tienen que pagar la Seguridad Social, aunque los autónomos pagan mucho menos. Las subidas de impuestos de Thatcher para los pobres contribuyeron a que estos dispusieran de menos dinero para adquirir alimentos. Su política fiscal hizo a los ricos más ricos y a los pobres más pobres, lo cual provocó una creciente necesidad de caridad y con el tiempo la creación de bancos de alimentos. Estos surgieron lentamente para luego proliferar de forma masiva y fueron creados por voluntarios, cuya mayoría no deseaba haber tenido que crearlos.

Una sociedad más igualitaria es a la vez una sociedad menos hambrienta y mucho mejor alimentada

Si queremos que desaparezcan los bancos de alimentos, hay mucho que hacer. Hay que cambiar la estructura fiscal para que los pobres dejen de pagar relativamente más impuestos que los ricos en proporción a sus ingresos. El IVA es un impuesto muy injusto y debe reducirse al mínimo. Hay que aumentar las prestaciones por encima de los niveles necesarios para apenas sobrevivir. Los salarios bajos deben incrementarse más rápido que el aumento del coste de los alimentos. ¿Cómo puede financiarse este conjunto de medidas? En primer lugar, garantizando que los salarios aumenten en una cantidad fija establecida de forma generalizada, no porcentualmente; en segundo, garantizando que los salarios altos no aumenten cuando lo haga la inflación, mientras aumentan los impuestos progresivos para compensar la reducción al mínimo de los impuestos regresivos; y, finalmente, garantizando que no se desperdicien alimentos.

Esto se consigue con una sociedad más igualitaria en la que los ricos no puedan despilfarrar tanto. No se nivela hacia arriba, ni hacia abajo, sino transversalmente. Si nos preguntamos cómo podemos acabar con el hambre, la respuesta es que no hace falta importar más alimentos al Reino Unido, ni cultivar más, de modo que haya alimentos suficientes para que nadie pase hambre. Ya desperdiciamos mucho y desperdiciaríamos mucho menos alimentos, si su coste relativo para los más pudientes fuera mayor. La ineficacia que supone que las personas que disponen de una renta ligeramente superior compren latas de sopa extra en el supermercado para ponerlas en el carrito del banco de alimentos local es asombrosamente alta y no hace llegar los nutrientes adecuados a las personas que más los necesitan. Una sociedad más igualitaria es a la vez una sociedad menos hambrienta y mucho mejor alimentada.

Los precios de los alimentos esenciales pueden limitarse y los supermercados ser gravados tributariamente o ser objeto de multas si, no respetan el límite establecido

Se puede también gravar a los supermercados según del nivel de precios que pongan a determinados productos. Se les puede incentivar para que aseguren que las frutas y las verduras básicas estén disponibles y sean asequibles. Para ello tendrían que pagar menos dividendos a sus accionistas o aumentar los precios de otros productos menos esenciales. Dado el monopolio que ejercen sobre los consumidores, los supermercados prestan ahora un servicio parcialmente público, por lo que cual hay considerarlos parte del sector cuasi público y reconocer que prestan un servicio esencial.

En un futuro inmediato los almuerzos escolares deberían estar disponibles universalmente en la totalidad del Reino Unido durante todo el año y financiarse a 4 libras (4,77 euros) los alimentos incluidos en los mismos para garantizar que sean de alta calidad, porque la comida que comen los niños afecta a su salud a largo plazo mucho más que en el caso de los adultos. Los precios de los alimentos esenciales pueden limitarse y los supermercados ser gravados tributariamente o ser objeto de multas si, no respetan el límite establecido. Lo que se considera un alimento esencial difiere de un país a otro y no se trata sólo de nutrición. En Estados más compasivos y equitativos que el Reino Unido, también se considera esencial la necesidad de disponer de alimentos y bebidas básicos a precios asequibles, cuando se está fuera de casa y en contacto con otras personas.

En 2014 se introdujo con éxito un tope en los precios vigentes en las playas de Grecia para impedir que los avariciosos propietarios intentaran cobrar más de 1,15 euros por una tostada de queso. En 2022 el control de los precios de los alimentos básicos se amplió a los alimentos y bebidas, que se venden en aeropuertos, cines, teatros, estaciones de autobuses, hospitales, clínicas, yacimientos arqueológicos y museos, barcos de pasajeros, trenes, campos de deportes, tribunales, residencias de ancianos, universidades y escuelas. Los artículos afectados incluían el agua embotellada de cualquier tipo, cuyo precio se limitaba a medio euro por medio litro. El café solo griego se limitó a 1,20 euros, el café de filtro francés a 1,30 euros, el café expreso a 1,45 euros, el frappé a 1,30 euros y el té inglés a 1,30 euros. A los pasajeros que viajen en primera clase se les podía cobrar más por estos productos.

El objetivo de estas regulaciones de precios era acabar con la explotación. En 2022 el precio de una tostada en Grecia había subido 10 céntimos, hasta 1,25 euros, o 1,45 euros si también contenía jamón. Estos eran algunos de los pocos artículos que los griegos siempre podían dar por sentado que estarían disponibles a precios asequibles cuando viajaban, existiendo igualmente otros controles para los productos básicos, que podían comprar para comer en casa. Los precios máximos mantenían baja la inflación o, en el caso de las tostadas, al menos ralentizaban considerablemente su subida. Es perfectamente posible aplicar medidas de este tipo, pero es difícil imaginar que esto ocurra en Gran Bretaña.

Si se puede limitar el precio de las tostadas de queso en las playas griegas, el gobierno británico podría, si quisiera, garantizar que los alimentos esenciales sean asequibles en cualquier punto de Gran Bretaña. Siempre que un político británico dice que algo no es posible, merece la pena comprobar si se está haciendo en otros lugares de Europa. Antes solían afirmar que «las normas de la UE lo impedían», pero rara vez era cierto. Los alimentos básicos no tienen por qué ser inasequibles para nadie. No deberíamos tener que depender de que una de las mayores cadenas de supermercados del Reino Unido ofrezca comidas básicas para niños por 1 libra en sus cafeterías por la magnanimidad de sus jefes (y para atraer compradores). En julio de 2022 la cadena anunció que: «Como parte de la iniciativa, los más pequeños también podrán disfrutar de una bolsa gratuita de comida infantil Ella's Kitchen». Esta oferta finalizó el 4 de septiembre de 2022.

Como mínimo, un gobierno que quiera garantizar que no vivimos en un país donde la gente pasa hambre puede aprobar la normativa necesaria para asegurar que los alimentos básicos no se venden a precios prohibitivos. Si los supermercados y otras grandes superficies tienen que vender más productos de lujo a precios más altos para subvencionarlos, que así sea. Si un gobierno no hace prácticamente nada relevante para aliviar el hambre, entonces hay que presuponer que aboga por la existencia de un enorme grupo de personas lo suficientemente hambrientas como para que intente desesperadamente encontrar un trabajo aun peor pagado de lo habitual para calmar la suya y la de sus hijos.


Este texto es un extracto editado del libor de Danny Dorling, Shattered Nation: Inequality and the Geography of A Failing State, Londres y Nueva York,  Verso, 2023, ahora recién publicado en la edición de bolsillo, y se publica con permiso expreso de los editores.