¿Cómo terminar esto?

Foto: BBC

Nuestro interés individual consiste precisamente en ignorar el interés de la especie, ya que la especie humana ha fracasado estrepitosamente, como demuestra la repetición de Auschwitz en la Franja de Gaza

Estos días he estado leyendo un libro de Nouriel Roubini, sin duda más autorizado que yo en asuntos económicos. El título en inglés del libro es Megathreats: Our Ten Biggest Threats, and How to Survive Them (2022), la versión italiana ha optado por La grande catastrofe (2023) y la española por Megamenazas (2023). Roubini enumera diez megamenazas que asedian el futuro del planeta. El entrelazamiento de estas amenazas, de la medioambiental a la desglobalización, pasando por la guerra, hace muy arduo encontrar una solución para un problema puntual considerado independientemente del resto. La amenaza de las amenazas, para el economista que es Roubini, es, por otro lado, la inmensidad de la deuda y su tendencia a crecer de modo incontenible. No recomiendo la lectura de este libro: el autor repite obsesivamente sus amenazas como si quisiera asustar al pobre lector, lo cual al final acaba por provocar ansiedad. No queda claro tras su lectura qué debemos hacer para evitar la descomunal catástrofe, pero Nouriel repite: ¡alerta, alerta, hagamos algo para evitar el colapso final! Ni siquiera se le ocurre que quizá, cuando no hay nada que hacer, lo mejor es precisamente eso: no hacer nada y esperar que el buen Dios nos envíe buena suerte. De todos modos, todos sabemos que Dios no existe, o si existe tiene cosas más importantes que hacer que ocuparse de nuestros problemas. Envió a su hijo para advertirnos de que no fuéramos tan cretinos y le crucificamos, ¡como para pensar que todavía le apetece perder el tiempo con nosotros!

El mencionado Roubini puede ser un buen economista, no lo dudo, pero su problema es precisamente este: es un economista, y con esto ya lo he dicho todo. Sé que hay economistas un poco menos obsesionados que él, conozco algunos mucho más simpáticos, pero en fin, nos entendemos. Quiero decir que Roubini tiene la cabeza llena de supersticiones. Su principal obsesión es el colapso financiero, la deuda impagable y la ausencia de crecimiento, que ha dejado de existir. Imaginemos si los océanos se desbordan y los bosques se incendian, qué relevancia puede tener abonar la deuda pendiente de pago. Los que mueren no pagan sus deudas y la verdad que brilla en todo el libro es que estamos muriendo.

Ahora que la extinción se presenta como inevitable para el conjunto del género humano, hacemos innecesariamente un drama de ello y nos apresuramos a lanzar bombas sobre algún desgraciado más desgraciado que nosotros

Me perdonaréis si mi tono es un poco desenvuelto, porque estoy hablando de cosas que son más enormes que yo, pero también más enormes que Roubini y, sobre todo, más enormes que todos los poderosos del planeta juntos. De hecho, estoy convencido de que la ironía es la única defensa contra lo inevitable.

Avanzo la hipótesis de que la causa de la crisis general de ansiedad reside en el hecho de que nuestra cultura no nos ha preparado para afrontar con ironía nuestra propia extinción personal inevitable y ahora que la extinción se presenta como inevitable para el conjunto del género humano, hacemos innecesariamente un drama de ello y nos apresuramos a lanzar bombas sobre algún desgraciado más desgraciado que nosotros, porque de este modo pensamos que estamos resolviendo algún problema cuando, por supuesto, al hacerlo únicamente lo estamos agravando.

Intentemos ver el lado bueno de la situación, si me lo permitís: nos encontramos en una situación totalmente original. Nunca en la historia de la humanidad se ha razonado sobre una posibilidad como la que tenemos ante nosotros: la posibilidad (altamente probable) del fin de la civilización y quizá incluso de la extinción de la vida. ¿Acaso pensabais que duraría para siempre? Nada dura para siempre, demos gracias al cielo por tener la suerte de asistir a un espectáculo que no se repetirá. Y tratemos de pensar, porque pensar nunca hace daño, ni siquiera en las situaciones más desesperadas. Como dice una amiga de Bari: lo sabemos todo pero no podemos hacer nada. Yo le respondo: en realidad no es cierto que lo sepamos todo, pero lo que sabemos (que no es todo) sugiere que la extinción es inevitable. Lo que no sabemos, no lo sabemos. Y ese es el espacio para lo imprevisto. De lo imprevisto no podemos hablar, así que sobre ello nos callamos, como nos aconseja Wittgenstein. Lo que sí sabemos nos aconseja dar cabida a varias perspectivas de terminación. Existen terminaciones dolorosas, violentas, crueles y angustiosas. Pero también podemos imaginar terminaciones incruentas e incluso felices. Todos los indicadores de los que disponemos apuntan a una extinción por combustión, desecación, desertización... Ninguna política de reducción de las emisiones de dióxido de carbono podría funcionar en el punto al que hemos llegado, ni siquiera si existiera la voluntad política para hacerlo. Pero la voluntad política de reducir las emisiones no existe de todos modos, porque las principales preocupaciones de los poderes políticos son el crecimiento y la guerra.

Por ejemplo, la óptima candidata a la presidencia estadounidense ha dicho que persigue una política verde, como no, pero su política verde no excluye el fracking. La pregunta a la que hay que responder entonces es la siguiente: ¿qué se hace cuando ya no queda nada por hacer? Mi respuesta es: nada. No se hace nada cuando resulta inútil agitarse. Parece una respuesta estúpida, pero quizá no lo sea. Si todos fuéramos capaces de no hacer nada sin duda las emisiones disminuirían como lo hicieron en 2020, si bien lo hicieron por poco tiempo y de forma reducida. Gracias al virus, las emisiones sólo disminuyeron el 8 por 100. Enunciémoslo del siguiente modo: la terminación es inevitable, pero hay diferentes posibilidades de terminación. Existen varias posibilidades de terminación mala y un reducido número de posibilidades de terminación no tan mala, como la eutanasia. Mala es sin duda la que se está preparando: acuciados por la impotencia sacamos la pistola y nos disparamos unos a otros. En cambio, la autoterminación, que consiste en suspender la reproducción del género humano, me parece bastante aceptable. Por otra parte, me parece que la evolución ya ha elegido este camino, independientemente de nuestra conciencia de lo que estamos (no) haciendo. Intento explicarme.

Un mundo en el que un tercio de la población tiene más de 65 años está psicológicamente deprimido, es incapaz de pensar en el futuro y es físicamente incapaz de movilizar la energía necesaria para cualquier empresa

Un capítulo del libro de Roubini se refiere al envejecimiento de la población. Siendo economista lo que le preocupa es cómo vamos a pagar las pensiones, el cuento de siempre. Por supuesto que como pensionista me molestaría que me dejaran de pagar la pensión, pero esto es el dedo que señala a la luna. Y Roubini no ve la luna. Un mundo en el que un tercio de la población tiene más de 65 años está psicológicamente deprimido, es incapaz de pensar en el futuro y es físicamente incapaz de movilizar la energía necesaria para cualquier empresa. En 1945, tras cien millones de muertos, los habitantes de la Tierra empezaron a soñar, a planificar, a construir de nuevo... El hecho es que en aquellos años nacían constantemente nuevos seres humanos, que no sabían nada de la guerra y que creían que todo era posible. De hecho, se produjo el movimiento de 1968. Como dice Bataille: el no saber juzga al saber y 1968 juzgó al saber.

Hoy creemos saber las cosas que Roubini cree saber y seguimos paralizados por la deuda y el crecimiento. Por eso no existe imaginación alguna de futuro, ni energía para el presente. Los viejos son la mayoría tendencial y los jóvenes ya nacen viejos por el exceso de información disponible y la imposibilidad de procesarla colectivamente. Los movimientos son fogonazos que no duran, que no se trasladan a la vida cotidiana, porque la atención se halla atraída casi en su totalidad por la pantalla. Pero volvamos a Roubini. El economista se limita a decir: hay demasiados viejos para la economía. No producen, consumen y quieren una pensión, y no hay suficientes jóvenes para pagarla. Salvo que bastaría con abrir las fronteras para que hubiera algunos jóvenes adicionales, pero vete tú a explicárselo a la masa de viejos (y jóvenes senescentes) obsesionados con el miedo a que los extranjeros se lleven lo poco que queda. Pero en cualquier caso, seamos honestos: la población del Norte global va a disminuir durante las próximas décadas hasta el punto de que algunos demógrafos predicen que, tras la gran aceleración del siglo XX, cuando la población mundial pasó de los 2000 a los 8000 millones de seres humanos, nos espera la gran desaceleración, que nos devolverá a los 2000 millones a principios del próximo siglo. Si en el siglo XX la mayoría estaba constituida por jóvenes, en el siglo XXI la mayoría está constituida tendencialmente por ancianos.

Pero el economista no se pregunta: ¿cómo demonios es que hay demasiados viejos? Y sobre todo: ¿cómo es que no hay más jóvenes (y los pocos que existen están tan deprimidos)? Porque el quid de toda la cuestión es precisamente éste: ¿cómo es que no hay más niños? Esta pregunta es importante, porque quizá aquí resida el secreto de una buena autoterminación. Wu wei, que significa: no hacer. Durante un millón de años, las mujeres se vieron obligadas a tener hijos, porque no había forma de evitarlo sin renunciar a lo que para la mayoría de la población humana era el único placer de la vida. Pero ya no es así. Se puede hacer el amor sin tener hijos. Además, el deseo de hacer el amor está desapareciendo por múltiples razones: en los últimos treinta años el tiempo de vida consciente es absorbido por la pantalla conectada. Y por si fuera poco, durante la pandemia el cuerpo del otro se ha convertido en objeto de conciencia fóbica. Nos asusta. Además, aunque hagas el amor, ello ya no sirve para tener hijos, porque la fecundidad ha caído en picado (el 58 por 100 menos en cuarenta años) gracias a los microplásticos (no todo lo malo viene para hacer daño). Los microplásticos no desaparecerán, porque el plástico sigue siendo insustituible, así que podemos esperar que pronto la fertilidad humana se reduzca a cero definitivamente.

Existe una creciente conciencia femenina que duda de la moralidad de traer al mundo personas a las que no se les puede garantizar ni siquiera el mínimo de aire respirable

Por último, y este es el factor más importante de todos, existe una creciente conciencia femenina que duda de la moralidad de traer al mundo personas a las que no se les puede garantizar ni siquiera el mínimo de aire respirable. Me parece que las mujeres del Norte global, consciente o inconscientemente, rechazan cada vez más la idea de gestar las víctimas del infierno climático, de la cada vez más probable guerra nuclear y de un salvajismo omnipresente. Las mujeres africanas y las del mundo árabe les seguirán, podemos apostar sobre ello. En la India, la tasa de natalidad ya ha caído por debajo de la tasa de reproducción. Esto es lo que está ocurriendo: estamos suspendiendo las actividades necesarias para reproducir la raza humana. Algunos lo llaman «huelga de natalidad». En Corea del Sur hay un movimiento llamado 4NO: No citas. No sexo. No matrimonio. No hijos. El interés individual no es en absoluto el mismo que el interés de la especie. Al contrario. Nuestro interés individual (y también el interés de los seres humanos que no traeremos al mundo) consiste precisamente en ignorar el interés de la especie, ya que la especie humana ha fracasado estrepitosamente, como demuestra la repetición de Auschwitz en la Franja de Gaza. Tendréis que disculparme por adoptar este tono desenvuelto respecto a cosas tan serias, pero es la única manera que tengo de imaginar cómo va a acabar esto. O cómo podría terminar o tal vez no terminar.

De hecho, no me canso de repetirlo: lo inevitable a menudo no sucede, porque lo que sucede es imprevisible.


Recomendamos leer Franco Berardi, «Bifo», «¿Podría haber acabado Israel de otro modo?», Sidecar/Diario Red; Richard Beck, «La política exterior de Biden», NLR 146; Wolfgang Streeck, ¿Cómo terminará el capitalismo? (2017) y David Harvey, Diecisiete contradicciones y el fin del capitalismo (2014), Madrid, Traficantes de Sueños.

Artículo aparecido originalmente en Il disertore y publicado con permiso expreso del autor.