Rusia y Corea del Norte, ¿una alianza en ciernes?

Tras recibir a Vladimir Putin en Pyongyang, Kim Jong-un ha firmado, junto al presidente ruso, un Tratado de Asociación Estratégica Integral que sella un acelerado acercamiento entre ambos que puede ser decisivo para la guerra en Ucrania y para la seguridad internacional en general
Vladimir Putin y Kim Jong-un en Pyongyang — X (Twitter)
Vladimir Putin y Kim Jong-un en Pyongyang — X (Twitter)

24 años después de la primera, Vladimir Putin ha realizado una nueva visita oficial a Corea del Norte, sellando ciertamente una tendencia de asociación Pyongyang-Moscú que, correctamente interpretada, permite identificar un cambio en la estrategia global de Rusia y una serie de oportunidades que hacía décadas que no se le presentaban al Gobierno norcoreano.

Desde su encuentro con Kim Jong-il ─en aquel momento “Líder Supremo” y padre del hoy presidente de la Comisión de Asuntos Estatales Kim Jong-un─ en el año 2000, muchas cosas han cambiado. En aquel momento, Corea del Norte ya ofrecía sospechas de lo que a posteriori se confirmó como un programa de proliferación nuclear exitoso en términos de persuasión, aunque no fue hasta el año 2003 que abandonó definitivamente el Tratado de No Proliferación. Aquella decisión traía aparejado el aislamiento internacional, el régimen de sanciones y la enemistad frontal con todo el bloque occidental; Pyongyang lo aceptó e inició una etapa marcada, más que nunca, por el ostracismo.

Rusia tiende la mano

Rusia no se mantuvo al margen de esta dinámica: condenó en las Naciones Unidas el programa nuclear norcoreano y apoyó, pasiva o activamente, el régimen de sanciones que el Consejo de Seguridad impuso contra el gobierno juche de Kim Jong-il, primero, y de Kim Jong-un, después. La ambivalencia de China y Rusia hundió diplomáticamente a Pyongyang a punto tal que, a diferencia de otros actores “díscolos” como Venezuela o Irán, Corea del Norte nunca logró tejer algo parecido a un “bloque”, ni siquiera algo cercano a un esquema de cooperación. Por contra, Pyongyang asimiló la condena generalizada de buena parte de los estados del mundo, recluyéndose bajo premisas autárquicas que ya habían signado su existencia como país desde la pausa de la guerra en Corea en 1953.

Con todo, Pyongyang no ha logrado consolidar una sociedad plenamente autosuficiente: las sanciones, por un lado, y errores en la planificación económica, por otro, hacen inevitable una dependencia del exterior en campos como el alimentario. Es por ello que Corea del Norte siempre ha pretendido abandonar, al menos parcialmente, la condición de estado “paria”, aunque sin éxitos reseñables. Más allá de vínculos culturales, acercamientos diplomáticos e intercambios comerciales limitados, su proyección internacional ha sido casi nula, por lo que la ventana de oportunidades que se abre para el país tras el cambio de postura por parte de Moscú es crucial.

Las imagen no era poca cosa: Vladimir Putin, presidente de Rusia, recibido por Kim Jong-un en suelo norcoreano y con prensa rusa llamativamente integrada en el ecosistema informativo norcoreano y transmitiéndolo hacia el exterior, casi en simultáneo, desde la misma Pyongyang. Putin, quien, además, parece haber invitado a Kim a una tercera cumbre ─esta vez en Moscú─, publicó horas antes de su aterrizaje en Corea unos párrafos que ya advertían la magnitud diplomática del evento.

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En ellos, el mandatario ruso ponía sobre la mesa numerosas ideas, términos y planteamientos que dejaban entrever una voluntad de profundización del lazo ruso-norcoreano. Inicialmente, destacó las sendas relaciones coreano-soviéticas antes, durante y después de la guerra (1950-1953) y mencionó, por supuesto, a los ex “Líderes Supremos” Kim Il-sung y Kim Jong-il. A partir de ahí, varias claves actuales: en primer lugar, el reconocimiento al “apoyo inquebrantable de la República Popular Democrática de Corea a la operación especial militar en Ucrania” (el nombre que Rusia todavía hoy da a la guerra en Ucrania). Pyongyang, según Putin, es un “like-minded supporter” que, junto a Moscú, “confronta la ambición de Occidente de prevenir la emergencia de un orden mundial multipolar basado en la justicia, el respeto mutuo a la soberanía y el respeto a los intereses del resto”.

Ucrania, la gran oportunidad de Pyongyang

La tesis de la ayuda militar norcoreana a Rusia en Ucrania, denunciada por Washington y negada por Pyongyang, ciertamente conecta no solo con el reconocimiento ruso a ese “apoyo inquebrantable”, sino que ha de ser casi con total seguridad el factor decisivo del acercamiento diplomático ruso. En el mismo texto, Putin afirmó lo siguiente: “desarrollaremos mecanismos de comercio alternativo y acuerdos mutuos no controlados por Occidente, nos opondremos conjuntamente a las restricciones unilaterales ilegítimas, y daremos forma a la arquitectura de seguridad equitvativa e indivisible en Eurasia”.

La guerra en Ucrania ha supuesto una oportunidad histórica para Corea del Norte por dos motivos. Primeramente, la apuesta rusa y occidental por una guerra prolongada ha obligado a Moscú a buscar apoyo en términos de municiones y suministros militares en el exterior, encontrando en Corea del Norte a un socio fiable, capaz de producir en gran volumen y sin que le afecte la condena occidental por posicionarse en favor de Moscú ─al fin y al cabo, Corea del Norte ya está plenamente marginalizada. En segundo lugar, debido a la presión diplomática occidental contra Rusia, para quien asuntos como las sanciones, las restricciones y los vetos han pasado a ser desde 2022 un asunto propio en relación al cual le conviene buscar aliados.

En un escenario inédito, Rusia ya había vetado en marzo la renovación del Panel de Expertos del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, un organismo encargado de supervisar las sanciones contra Corea del Norte, logrando su disolución. Este posicionamiento explícitamente pro norcoreano en la ONU no es en absoluto habitual y significó un verdadero hito diplomático para el gobierno de Kim Jong-un. El actual contexto es el más favorable que Pyongyang ha tenido en todo el siglo XXI: puede soñar con abandonar el ostracismo pleno y pasar a engrosar las filas de los estados antioccidentales que, no obstante, disponen de ciertos sistemas de amistades o alianzas (véase Irán, Venezuela o Nicaragua).

La visita de Putin al país se saldó con algo concreto: la firma de un Tratado de Asociación Estratégica Integral. Si bien el lazo entre ambos estados no puede definirse como una alianza como las que Estados Unidos sí tiene en la región (con Filipinas, Corea del Sur, Japón u otros actores), sin duda es un cambio sustancial en el vínculo entre ellos. Las conversaciones sobre una hipotética asistencia mutua en caso de agresión, la cooperación en defensa y tecnología y otras cuestiones que ya se habían avanzado en su encuentro en septiembre de 2023 serán decisivas para el devenir de la seguridad del Asia-Pacífico y, por extensión, del mundo entero. Probablemente, los intercambios tecnológicos ya son un factor de peso: poco después de los acercamientos, el Ejército norcoreano logró, tras varios intentos, poner en órbita su primer satélite de espionaje militar (el Malligyong-1), presumiblemente ayudados por una transferencia tecnológica proveniente de Rusia.

Si Rusia decide profundizar el lazo con Corea del Norte hasta el punto de establecer una alianza militar y de certificar el apoyo a Pyongyang en caso de una reanudación de la guerra contra Estados Unidos en la península, el conflicto coreano habrá entrado en una nueva fase. Corea del Norte todavía no ha logrado que Moscú dé este paso, así como sigue lejos de consolidar un sistema de alianzas con otros actores del Sur Global, pero el acercamiento a Rusia y la relativa naturalización que Moscú puede brindarle en las Naciones Unidas y en organismos como BRICS en un salto gigante para los intereses norcoreanos. Mientras Rusia siga inmerso en la guerra en Ucrania, es probable que insista en el fortalecimiento del vínculo, aunque la clave será si en el Kremlin están dispuestos a convertir esta asociación en una alianza a largo plazo.