Alemania

En Alemania, los progres lideran el giro autoritario

El ascenso del partido antiinmigración Alternative für Deutschland ha desatado una oleada de reacciones conflictivas en Alemania. Pero el autoritarismo no es una creación exclusiva de la extrema derecha, sino que, hoy en día, los progres están liderando la ofensiva contra las libertades democráticas fundamentales

Para el semanario alemán Der Spiegel, no caben dudas sobre el verdadero significado de Alternativa para Alemania (AfD): este partido de extrema derecha es, en realidad, una “Alternativa contra Alemania”. Este titular hacía referencia a las presuntas irregularidades del principal candidato de AfD para las elecciones al Parlamento Europeo de junio pasado, la estrella de TikTok Maximilian Krah, que presuntamente habría recibido pagos de China. Uno de los empleados de Krah fue arrestado bajo sospecha de espiar para la República Popular; Der Spiegel hizo pública la acusación de “traición”.

Cabe señalar que Alemania, al igual que cualquier otra gran potencia, financia ampliamente a actores en el extranjero e influye en los asuntos internos de países extranjeros a través de sus numerosas fundaciones y ONG vinculadas a partidos. Como es obvio, los servicios secretos alemanes también espían. Pero más allá de eso, cabe cuestionar a los antifascistas progres que piensan que es de veras inteligente utilizar el término “traición” contra un partido autoritario de derecha que dice estar “haciendo todo por Alemania”, un eslogan de las SA usado por el líder de AfD en Turingia, Björn Höcke. Un día se despertarán sorprendidos de haber reintroducido esta retórica retrógrada y nacionalista en la cultura política de la República Federal.

Por supuesto, quienes son de izquierdas tienen que contar ya con que tarde o temprano se les va a acusar de traición una vez más. En los próximos años se podrá formular la acusación de traición contra cualquiera que plantee la más mínima duda e incluso abogue por una discusión abierta sobre algunas de las cuestiones importantes a las que nos enfrentamos. Una de ellas es si incrementar enormemente el gasto militar es de veras una buena idea; o si el armamento nuclear de Alemania, que antaño solo reclamaban las viejas glorias de la extrema derecha como Franz Josef Strauss, pero que hoy cuenta con un nuevo, beato, jovial y abierto «sí a la bomba nuclear» por parte de iconos verdes y progres como el ex ministro de Exteriores alemán Joschka Fischer; o si un nuevo enfrentamiento de bloques contra China y el despliegue de las fragatas Bayern y Württemberg en el Mar de China del Sur para “izar la bandera” de “nuestros valores e intereses” —como hiciera antaño frente a la concesión colonial alemana de la Bahía de Kiau Chau — contribuyen de veras a garantizar la paz y a abordar problemas globales como la desigualdad social y la catástrofe climática.

Zeitenwende

El 27 de febrero de 2022, el canciller federal Olaf Scholz (del Partido Socialdemócrata, SPD) anunció el “Zeitenwende” (punto de inflexión) sin debate parlamentario previo, y mucho menos un amplio debate social: un escándalo democrático ya solo por las formas. Se trata de un punto de inflexión también en el contenido: no hace avanzar el reloj hacia un futuro dorado, sino hacia un oscuro pasado alemán.

El “Zeitenwende” interno es un regreso a la época de los monumentos a los soldados, para que una “sociedad adicta a la felicidad” (como afirmó hace tiempo el ex presidente federal Joachim Gauck) pueda aprender de nuevo a honrar como héroes a quienes murieron “defendiendo a Alemania en el Hindu Kush”. Todo esto se remonta a la época de la introducción del servicio nacional llamado “Pflichtjahr”, con el que los mismos políticos que previamente habían hecho saltar por los aires la cohesión social con la “Agenda 2010” de recortes del estado de bienestar y las leyes Hartz ahora quieren “fortalecer el espíritu público”. Quizás se olvidaron de que el “Pflichtjahr” ya existió anteriormente en la historia alemana y cuál fue y sigue siendo su propósito. Los nazis lo introdujeron en 1938 para reparar ideológicamente lo que estaba roto en materia económica y social.

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El “Zeitenwende” interno también tiene que ver con la reintroducción del ejército en las escuelas públicas. Según la ministra de Educación federal, Bettina Stark-Watzinger (del Partido Demócrata Libre, FDP), los niños deberían ejercitarse en la guerra junto con los soldados en beneficio de una “relación tranquila con la Bundeswehr” y de “nuestra capacidad de resistencia”. El plan consistiría en que oficiales juveniles de la Bundeswehr estuvieran a disposición de los alumnos como “asesores de carrera” para resolver los problemas generales de reclutamiento de las tropas, mientras en la actualidad se registra un número récord de adolescentes en el servicio militar. Pero está claro que en tiempos de escasez de mano de obra, confiar únicamente en el “reclutamiento económico” ya no es suficiente. Este enfoque sustituyó en su día a los “ciudadanos en uniforme” por el “precariado en uniforme”, creando un “ejército de clase baja”, tal y como lo describió Michael Wolffsohn. En este sistema, la antigua Alemania del Este no aportó generales al ejército alemán, pero sí casi dos tercios de los soldados enviados a la guerra de Afganistán, siguiendo el lema “o al paro o Afganistán”.

A los supuestos enemigos del exterior se les prohíbe por medios autoritarios entrar en Alemania o hablar en público, como sucedió no hace mucho con la conocida filósofa estadounidense Nancy Fraser y con el ex ministro de economía griego Yanis Varoufakis

Sin embargo, esta estrategia ya no es suficiente para alcanzar el objetivo declarado de un ejército de 203.000 efectivos para 2031. Los reclutas extranjeros procedentes de la Unión Europea (UE) tampoco se han hecho realidad hasta ahora, porque el desempleo juvenil en el sur de Europa ya no es del 50 por cien o más, como fue el caso durante la crisis del euro. A esto hay que añadir la tasa de abandono durante el entrenamiento militar básico, que es estratosférica porque la realidad de unirse al ejército tiene poco que ver con la imagen prometida por las campañas publicitarias de la Bundeswehr de 35 millones de euros al año presentes en tranvías, paradas de autobús y en YouTube: camaradería, pegar volantazos en vehículos chulos de muchos caballos, la guerra como un videojuego (solo que esta vez sin botón de reinicio), ver mundo, salvar el mundo, encontrar sentido a la vida.

Se mire como se mire, Alemania necesita nuevos soldados en a la luz de las cifras récord de reservistas que posteriormente se negaron a alistarse una vez que comenzó la guerra de Ucrania y cuyo deseo de recibir tiros por su patria es manifiestamente bajo. Su precaución en este frente solo es superada, al menos en un sentido, por los votantes verdes. En una encuesta detrás de otra —a diferencia de los simpatizantes de cualquier otro partido— piden armas y servicio militar para los ucranianos y otros pueblos; pero solo el 9 por cien de estos verdes, según una encuesta de Forsa, estaría dispuesto a tomar las armas para defender en persona a Alemania.

Mientras tanto, la "Zeitenwende" interna no solo está trayendo de vuelta al ejército en las escuelas, sino también en las universidades. A este respecto, tanto el gobierno como la oposición conservadora, aplaudidos por los medios de la izquierda progre, quieren violar el mandato de paz de la Constitución alemana y anular las cláusulas civiles que, como lección de la Segunda Guerra Mundial, han prohibido hasta ahora que la investigación y la ciencia se pongan al servicio de fabricantes de armas privados y con fines de lucro. En Renania del Norte-Westfalia, con diferencia el mayor estado del país, esto lleva sucediendo desde hace tiempo gracias a los votos de los demócratas cristianos y los liberales del FDP.

La “Zeitenwende” interna significa asimismo el regreso de la distinción entre el “bien” (¡nosotros, por supuesto!) y el “mal” (los otros, ¿quién si no?), entre la “civilización” (occidental) y la “barbarie” (oriental). Lo que ha cambiado es que la frontera del “problema oriental” se ha desplazado más al este y la barbarie ya no comienza en la frontera polaca. Vemos el regreso de los “enemigos hereditarios” (antes Francia, ahora Rusia y China) y la “carga del hombre blanco” de civilizar a los bárbaros, de los que se espera una vez más deben una “curación gracias al alma alemana”. Como expresó recientemente el ex maoísta Reinhard Bütikofer, portavoz de política exterior de los Verdes en el Parlamento Europeo, los chinos deben “sencillamente dejar que los transformemos” para “que al final surja algo que simplemente corresponda a las ideas que teníamos sobre el país y sobre cómo debería organizarse el mundo en su conjunto”.

Los enemigos internos

El “Zeitenwende” interno supone además el regreso de una ostentosa falta de voluntad para pensar en el contexto histórico o para adoptar la perspectiva del “enemigo” (aunque no sea para promover el entendimiento internacional, sí al menos para evitar la escalada de la guerra). Un ostracismo mediático con efecto dominó castiga el mero intento de pensar en esos términos. A los izquierdistas se les vuelve a llamar “quinta columna” y se les impide ejercer su libertad de reunión mediante una judicatura retrógrada y la violencia policial, como sucedió recientemente durante la reprimida Conferencia Palestina en Berlín. A los supuestos enemigos del exterior se les prohíbe por medios autoritarios entrar en Alemania o hablar en público, como sucedió no hace mucho con la conocida filósofa estadounidense Nancy Fraser y con el ex ministro de economía griego Yanis Varoufakis.

Un síntoma del “Zeitenwende” interno es que un ministro federal de ciencia y educación superior justifique la violencia policial masiva contra estudiantes que protestan pacíficamente basándose en un artículo lleno de bulos en el tabloide Bild. Este progresismo autoritario coloca a sus críticos y a quienes se limitan a ejercer sus derechos civiles bajo la sospecha generalizada de ser enemigos de la Constitución. Vemos la “Zeitenwende” interna cuando el Bundestag aprueba de la noche a la mañana leyes que enfrían el debate académico y fomentan el conformismo, sirviéndose de medidas penales mientras que antes los historiadores debatían abiertamente. Fue lo que sucedió hace dos años con el endurecimiento del Código Penal alemán y la “resolución sobre el Holodomor” del Bundestag alemán.

Para los “enemigos internos” hace mucho tiempo que han regresado con fuerza las listas negras, que los dejan fuera del servicio público mediante pruebas de obediencia política, como en el caso del “control de extremismo” en el estado de Brandeburgo. Esta es la encarnación más reciente de la antigua “Radikalenerlass” [decreto antiradicales], que trataba de evitar que izquierdistas y otros radicales accedieran al empleo público. El Bundestag decidió el pasado enero —con los votos de los socialdemócratas, los verdes y los supuestos demócratas liberales del FDP— que solo se concederá la ciudadanía a los inmigrantes que se comprometan con el “orden básico liberal-democrático” y con la razón de estado del apoyo incondicional al Estado de Israel, con independencia de qué fuerzas de extrema derecha lo gobiernen actualmente y de los crímenes de guerra que esté cometiendo mediante el uso de inteligencia artificial. Y por si fuera poco, los inmigrantes serán privados de su ciudadanía retroactivamente, remontándose hasta diez años atrás, por no cumplir con esta norma. El ministro de Justicia Marco Buschmann (del FDP) y los socialdemócratas, entre otros, exigieron esta medida para los ciudadanos con doble nacionalidad.

La “Zeitenwende interna” impulsada por los progres ya está rehabilitando los conceptos, el lenguaje, los estilos políticos y los medios de la derecha nacionalista y autoritaria alemana de finales del siglo XIX y principios del XX

Resulta completamente ridículo que estas mismas personas advirtieran solemnemente contra los planes de la extrema derecha de deportaciones masivas —después de que saliera a la luz la llamada "Conferencia de Wannsee 2.0" de AfD con el líder del Movimiento Identitario de extrema derecha Martin Sellner— y estallara un escándalo por el hecho de que el diputado de AfD Gerrit Huy defendiera en esa reunión la doble nacionalidad con el fin de facilitar la retirada del pasaporte alemán a las personas de origen inmigrante. Como quiera que sea, seguramente surjan problemas de credibilidad cuando las mismas personas que afirman que el rechazo de tales planes constituye una línea roja —porque la retirada de la nacionalidad fue al final el recurso de los nazis para deshacerse de sus oponentes— ahora coquetean con ellos. Otro tanto cabría decir de la indignación ante los sueños de "remigración" de la AfD, que ya eran —sin lugar  dudas— "un plan de terrorismo de Estado sin tapujos" cuando el líder de la AfD los expuso en su libro de 2018. Semejante indignación se antojaba bastante inverosímil apenas unas semanas después de que el gobierno actual hubiera hecho trizas la legislación europea de asilo y de que Scholz reclamara “deportaciones a gran escala” como parte de la “nueva firmeza en la política de refugiados” que mereció los aplausos de Der Spiegel.

La fábrica del consentimiento

La “Zeitenwende” interna incluye asimismo el regreso de la agitación y la propaganda en los medios estatales y privados, que poco tiene que ver con el cuarto poder y mucho con la “fábrica del consentimiento”: difundir imágenes del enemigo, la certeza de la victoria y consignas de perseverancia. Esto es en parte una consecuencia del hecho de que, durante largos períodos de la historia de la posguerra, la población no estaba dispuesta a seguir a sus élites en el rearme y las operaciones de guerra.

La nueva propaganda incluye la creación de una “Schicksalsgemeinschaft” (comunidad de destino) con un enemigo externo, mitos nacionales y una “cultura dominante” destinada a mantener unido a un país desgarrado por la desigualdad social y la política neoliberal, una renacionalización y militarización generalizadas del lenguaje y el fomento de la frialdad emocional. Vemos esta “Zeitenwende” interna, por ejemplo, cuando en el periódico de mayor circulación leemos que el mayor fabricante de armas alemán, Rheinmetall (el valor de cuyas acciones desde la guerra de Ucrania ha aumentado un 523 por ciento) pida la vuelta del servicio militar obligatorio porque “la Zeitenwende […] es una tarea de la sociedad en su conjunto” y “las sociedades liberales […]  tienen que tener la capacidad de defender sus valores”.

Si las cosas siguen a este ritmo, iniciativas como el “Programa Federal para el Patriotismo” defendido por los democristianos llevarán inevitablemente a la celebración de una reencarnación del “Sedantag”, la festividad que en el Imperio alemán celebraba la victoria sobre el enemigo hereditario de la época, Francia. Seguramente algunos planificadores ya están estudiando cómo una victoria militar sobre Rusia, que nunca fue probable y ahora es cada vez más improbable, podría incrustarse adecuadamente en la memoria colectiva de las masas.

Tantos artículos que en los medios progres burgueses alertan contra AfD con las ínfulas de un antifascismo “impotente” o que acusan a los nacionalistas autoritarios de derecha de “traición” no parecen darse cuenta de que cada texto moralista que escriben señalando con el dedo índice está llevando al menos unos cuantos cientos de nuevos partidarios a las filas de la extrema derecha. Se hace creer a sus electores que votando a AfD están haciendo daño al poder. Seguramente, estas masas de votantes de AfD no advierten de que, parafraseando a Bertolt Brecht, en realidad son como los terneros que trotan detrás del tambor cuya piel está hecha de su mismo pellejo. Pero por encima de todo los progres no se dan cuenta de una cosa: no hace falta que la extrema derecha por sí misma traiga de vuelta los fantasmas del pasado oscuro. Son ellos mismos, los progres, quienes los invocan.

¿Pensamiento heroico?

La “Zeitenwende interna” impulsada por los progres ya está rehabilitando los conceptos, el lenguaje, los estilos políticos y los medios de la derecha nacionalista y autoritaria alemana de finales del siglo XIX y principios del XX. La “seguridad nacional” ha vuelto, en cuyo nombre puede pisotear el derecho internacional que a veces se invoca. Vuelven asimismo la “razón de Estado”, la “autarquía”, que ahora se llamaderisking”, el gasto militar masivo y el llamamiento a estar “preparados para la guerra” —porque de lo contrario, por supuesto, “dentro de cinco u ocho años” los rusos estarán llamando a la puerta de tu casa. Una vez más, se lanzan advertencias contra el “cansancio de guerra” entre la gente, juramentos públicos y desfiles militares frente a los parlamentos de los estados, y el “nuevo deseo de héroes” que señala la vuelta al “pensamiento heroico”, que nos dice que en la sangrienta guerra de posiciones y desgaste en Ucrania “imposible de ganar”  —que recuerda a Verdún y la Primera Guerra Mundial “— “la matanza es necesaria”.

Asimismo, ha surgido un nuevo culto a la violencia. Los mismos políticos que lamentan la “violencia” presuntamente cometida por los jóvenes que prendieron fuegos de artificio en Nochevieja han creado una cultura política cuyo lema es “armas, armas y más armas”.  Periodistas progres y un ministro de Economía de los Verdes desvarían sobre los datos técnicos de los últimos sistemas de armamento del complejo militar-industrial como los proxenetas del Jungvolk alemán de antaño, para luego actuar como tiradores en primera persona frente a la pantalla celebrando los recuentos de bajas contra soldados enemigos deshumanizados como “orcos” y regodeándose en la matanza de rusos desde “distancias de récord mundial”. En resumen: todo esto regresa en las palabras y los hechos de las clases medias “progres”, y para ello no hacen falta nazis.

No hacen falta fascistas para introducir el “Día del veterano de guerra” y los monumentos a los caídos o para reclamar “educación militar en las escuelas”. No se los necesita para nombrar luchadores por la libertad a colaboradores del Holocausto como Stepan Bandera. Tampoco hacen falta para que surja un revisionismo histórico sin precedentes —y una relativización monstruosa del Holocausto que equipara a Vladimir Putin con Adolf Hitler y la guerra ilegal de Rusia en Ucrania con la guerra de exterminio de la Alemania nazi en el Este. ¿Acaso olvidan estas personas que el objetivo de esa guerra era la esclavización de los pueblos orientales y la liquidación de toda su élite social —al menos 30 millones de personas— mediante masacres sistemáticas de personas desarmadas (“Kommissarbefehl”) y la hambruna sistemática (como durante el sitio de Leningrado, con más de un millón de civiles muertos)? ¿Que todo esto era parte del “Plan General del Este”, del que también surgió el plan de “Solución Final” para el asesinato sistemático de los judíos europeos?

Aunque a los progres les encanta hablar de “Putler” en X (antes Twitter), fue un influyente editor del Frankfurter Allgemeine Zeitung, Berthold Kohler, el que antes incluso de que se conocieran los crímenes de guerra rusos en Bucha, usó el término “guerra de exterminio” para referirse a la invasión de Ucrania. Por supuesto, era plenamente consciente de que estaba equiparando la guerra de Rusia contra Ucrania, que según cifras de las Naciones Unidas se ha cobrado al menos 10.810 vidas civiles en más de dos años, con la “campaña rusa” de los nazis, que mataron a 27 millones de ciudadanos soviéticos de Ucrania, Bielorrusia y Rusia en aquella “cruzada contra el comunismo” en menos de cuatro años, aproximadamente la mitad de ellos civiles.

No fueron los nazis, sino el Parlamento Europeo, el que hace cuatro años, con los votos de los progres y en el espíritu del revisionismo histórico de Ernst Nolte, culpó a la Unión Soviética por la Segunda Guerra Mundial. El periódico progre TAZ y las Juventudes Verdes ya habían llevado a cabo ellos mismos el anhelado “giro de 180 grados en la política de la memoria” del fascista Björn Höcke de AfD. De ahí que el diario berlinés, bajo el título “Putin es el nuevo Stalin”, explicara a sus lectores verdes y alternativos que “la verdadera historia de la Segunda Guerra Mundial” era “que Stalin había planeado esta guerra [...] mucho antes de que Hitler llegara al poder”. Las Juventudes Verdes declararon que la Operación Barbarroja fue el clímax en una guerra de “conquista y asentamientos” por parte de un “estado colonial” ruso que hoy hay que descolonizar, dando así legitimidad retroactiva a los nazis y a su supuesta “misión europea” de liberar a los “pueblos orientales” de los hunos rusos.

Por cierto, para un retroceso antifeminista tampoco hace falta un incel de extrema derecha ni un “movimiento por los derechos de los hombres”. Hace siete años, Höcke, de AfD, fue reprendido por anticuado cuando reclamó en un mitin del movimiento contra la inmigración Pegida en Dresde una “masculinidad” inquebrantable como condición previa para la destreza militar. Sin embargo, a medida que avanza la Zeitwende interna, las mismas exigencias surgen ahora desde el llamado centro burgués, como por ejemplo cuando el premiado literato Tobias Haberl explicó en Der Spiegel que el “alemán que vive en la ciudad” con sus “calcetines de lunares” y que “sabe cocinar” es “demasiado blando para la nueva realidad”, de ahí que tengamos que volver a la “dureza necesaria” y a la “educación conflictiva de sus padres” que –¡pero solo por nuestro propio bien!– nos pegaban habitualmente con sus cinturones porque aún sabían que “no todos los problemas se pueden resolver mediante la discusión”.

Precipitándose hacia el pasado

Para los progres forma parte de la nueva normalidad etiquetar a sus oponentes y críticos del envío (unilateral) de armas como “lumpenpacifistas”, “verdugos voluntarios de Putin” y “criminales de guerra de segunda mano”. Los progres llevan tiempo preparándose para la posguerra en Ucrania y exigen que “no se permita que vuelva a surgir el pacifismo”. Fue el periódico liberal ZEIT el que, en el mismo día del octogésimo aniversario del discurso de Joseph Goebbels “¿Quieren una guerra total?”, tituló la entrevista con una progre, Eva Illouz, “Deseo una victoria total”, explicando que deseaba esta “victoria total y aniquiladora” porque “los rusos están cometiendo crímenes contra la humanidad todos los días que no pueden quedar impunes” y porque “Putin está amenazando los ideales de Europa”. (Más tarde, Illouz tuvo la audacia de excomulgar públicamente de la izquierda a su colega académica Judith Butler, porque, aunque ambas son judías, Butler no comparte la posición de Illouz a favor de la guerra de Gaza.)

En resumen, para todo esto no hace falta la extrema derecha. Las mismas personas que hoy advierten a los conservadores que no terminen con el “cortafuegos” que se opone a AfD, como una lección de la historia de 1933 —mientras ellos, como el ex ministro de salud Jens Spahn, declaran que ese cortafuegos no se aplica a la derecha de Giorgia Meloni en Europa, y mientras ellos, como la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, sospechosa de múltiples escándalos de corrupción, besan a la líder italiana “posfascista” allí donde se la encuentran— ni siquiera advierten el lanzallamas que tienen en sus manos y con el que llevan mucho tiempo incendiando el país.

No debería sorprendernos que la burguesía progre esté ahora corrigiendo públicamente sus actitudes y demostrando su lealtad a la patria mediante actos simbólicos de fe, como si hubiéramos vuelto a agosto de 1914

Hay que insistir en que no son solo los conservadores recalcitrantes de la “facción Stahlhelm”, sino también el ala “izquierda” de la clase burguesa quienes están particularmente comprometidos con la Zeitenwende interna. Desde luego, fue el ministro de Asuntos Exteriores democristiano en la sombra, Roderich Kiesewetter, el que exigió hace unas semanas que “hay que llevar la guerra a Rusia” y que “se de hacer todo lo posible” para “destruir” no solo “las instalaciones y los cuarteles generales rusos” o “las refinerías de petróleo”, sino también edificios del gobierno central como “los ministerios”. Fue Kiesewetter el que no hace mucho planteó que habría que dejar sin ingresos a los refugiados ucranianos en Alemania como incentivo para que se dejen enviar a la guerra.

Sin embargo, el extremismo progre no necesita conservadores recalcitrantes. Este enfoque —que se caracteriza por no tener en cuenta las circunstancias reales, los riesgos y los objetivos realistas, que emprende cruzadas contra el “totalitarismo” con un fanatismo de su propia cosecha, con un moralismo arrogante que debe ser saciado con todos los medios a su alcance— tiene sus orígenes en otro lugar. Esto lo vemos en los antiguos maoístas del Partido Verde alemán, para quienes “Occidente” y la OTAN han sustituido a las sectas maoístas y a China como vanguardia de la historia. Por otra parte, fue un ministro de Defensa socialdemócrata el que pidió “capacidad bélica” para Alemania. Y cuando el democristiano Kiesewetter exigió otros 100, 200, 300 mil millones de euros para las fuerzas armadas alemanas —aunque conlleve la imposición de medidas de austeridad a la clase trabajadora—  ni que decir tiene que tales demandas tan solo replicaban las que ya habían formulado políticos del SPD como Scholz, Eva Högl, delegada parlamentaria para las fuerzas armadas, así como el ministro de Defensa Boris Pistorius.

La advertencia sobre el “cansancio de guerra” vino de una ministra de Asuntos Exteriores de los Verdes, a la que le hubiera gustado disfrazarse de tanque Leopard para el carnaval y que, como resultado de un profundo desliz freudiano, se considera desde hace tiempo “en guerra con Rusia”. Fue el ministro de Economía de los Verdes el que se deshizo en elogios del obús blindado Panzerhaubitze 2000 en una entrevista televisiva: “¡Es realmente eficaz!”. Fue la dirigente del FDP Marie-Agnes Strack-Zimmermann, presidenta del comité de defensa, la respondió a una pregunta en un programa de televisión sobre si se habría alistado en el ejército diciendo que ella era “buena para la Volkssturm”. Y el lema de “armas, armas y más armas” fue también obra de un político de los Verdes, en este caso Anton Hofreiter, que también quiere convertir la hambruna sistemática en un principio rector de la política de poder alemana, como en los buenos viejos tiempos del asedio de Leningrado. Como un ejemplo de la política exterior que reclama, que pasa por volver a “negociar con la pistola sobre la mesa”, en una entrevista concedida al Berliner Zeitung en diciembre de 2022 sugirió que, con el granero europeo de Ucrania asegurado, habría que advertir a 1.400 millones de chinos de que podrían morir de hambre —¡porque a alguno de ellos podría volver a “atreverse” a “mirar mal a un alemán”!:— “Si un país nos negara el acceso a las tierras raras, podríamos responderle: ‘¿Entonces qué quieres comer de veras?’”.

Así, pues, no debería sorprendernos que la burguesía progre esté ahora corrigiendo públicamente sus actitudes y demostrando su lealtad a la patria mediante actos simbólicos de fe, como si hubiéramos vuelto a agosto de 1914. Una larga lista de personalidades han considerado necesario retirar simbólicamente su objeción al servicio militar y jurar lealtad a la nación en armas. La lista comprende desde Scholz y el ministro de economía “verde-alternativo” Habeck hasta veteranos intelectuales, periodistas y escritores como Ralf Bönt, el redactor de Stern Thomas Krause y el redactor del TAZ Tobias Rapp, pasando por otras figuras públicas como el obispo protestante Ernst-Wilhelm Gohl, el cómico Wigald Boning y el “eterno bufón de la corteCampino de la banda “punk” Die Toten Hosen. Así que caía por su propio peso que Rapp —coeditor del órgano de “izquierda radical” belicista Jungle World— se congratulara hace poco de la celebración del Día de los Veteranos en Der Spiegel como un “gran paso para alejarse de las viejas mentiras”: “Una sociedad” puede ahora “decir: no podemos quitaros de encima el fardo de haber luchado y posiblemente matado. Pero podemos ofreceros un escenario una vez al año y recordaros ese fardo. No fue inútil”.

Theodor W. Adorno expresó reiteradamente la impresión de que la radicalización derechista del “centro” —el regreso del nacionalismo, el autoritarismo y el fascismo en el lenguaje de la democracia— era aún más peligrosa que la extrema derecha tradicional. Quienes creen que lo mejor para derrotar a AfD consiste en adoptar su propia política migratoria, las guerras culturales y las herramientas políticas de la “era de las catástrofes” están haciendo el trabajo de la extrema derecha. A corto plazo, los índices de popularidad de AfD pueden caer como resultado del escándalo desatado en torno a su principal candidato para las elecciones europeas. En una reciente entrevista para el diario italiano La Repubblica, este anunció que “nunca diría que cualquiera que vistiera un uniforme de las SS fuera automáticamente un criminal”, lo que llevó incluso a la líder de extrema derecha francesa Marine Le Pen a romper la colaboración con el partido. A largo plazo, sin embargo, AfD puede relajarse y descansar, porque sabe que su política está ganando. Alemania se precipita hacia un pasado derechista a una velocidad vertiginosa. Sin embargo, quien ocupa el asiento del conductor no es AfD, sino los propios progres.


Artículo traducido por Raúl Sánchez Cedillo

Versión original publicada en Jacobin