Reino Unido

Perspectivas del gobierno de Starmer

Si Starmer se mostró reacio a anunciar nuevas políticas, sí estuvo ansioso por descartar otras: los impuestos sobre la riqueza, sobre sociedades, sobre el valor añadido o la renta, así como los compromisos de gasto que pudieran contravenir sus «férreas reglas fiscales»
Prime Minister Sir KEIR STARMER welcomes the Sultan of Oman Haitham bin Tariq Al Said, ahead of a bilateral meeting at 10 Downing Street in London.
Thomas Krych / Zuma Press / ContactoPhoto

¿De qué modo gobernará el régimen de Starmer durante los próximos años con mayor probabilidad? El periodo electoral arrojó más preguntas que respuestas. Mientras los continuos errores garrafales cometidos por Sunak durante la campaña electoral –la salida precipitada del primer ministro de los actos conmemorativos del Día D en Dunkerque, la revelación de que varios de sus asesores más próximos habían efectuado apuestas sospechosamente precisas sobre la fecha de las elecciones antes de su anuncio público– llenaban los resúmenes de noticias de los informativos, la oposición fingió no darse cuenta de lo que pasaba. La estrategia del Partido Laborista consistió en no hacer nada y dejar que el gobierno cayera, rompiendo su silencio sólo ocasionalmente con bramidos monosilábicos de «crecimiento» y «cambio». El manifiesto del Partido Laborista era parco en detalles –136 páginas de letra grande en las que se esbozaban compromisos amorfos dirigidos a grupos de discusión auspiciados por organizaciones parapúblicas en los sectores de la energía y el transporte–, pero sí contenía muchas fotos de Starmer, Reeves y Lammy, con sus cejas fruncidas y sus sonrisas forzadas enmarcadas por imágenes de turbinas y casas adosadas. A lo largo de mayo y junio, el líder laborista apareció en las noticias de la noche, los labios apretados, asiendo tazas de té sin sorber, mientras los pensionistas relataban los costes imposibles de calentar sus hogares; en las entrevistas concedidas afirmó no tener una novela favorita, no haber sufrido miedos en la infancia y no haber soñado nunca.

Si Starmer se mostró reacio a anunciar nuevas políticas, sí estuvo ansioso por descartar otras: los impuestos sobre la riqueza, sobre sociedades, sobre el valor añadido o la renta, así como los compromisos de gasto que pudieran contravenir sus «férreas reglas fiscales». Ahora, tras un mes en el cargo, el neolaborismo sigue manifestándose al hilo de una serie de propuestas negativas. «Si no podemos permitírnoslo, no podemos hacerlo», dijo Rachel Reeves, Chancellor of the Exchequer, esto es, ministra de Finanzas, en el Parlamento en una adusta negación del dictum keynesiano, mientras afirmaba haber descubierto un «agujero negro» de 22 millardos de libras dejado por su predecesor. Esto significa que no habrá un aumento significativo de la financiación de los deteriorados servicios sanitarios del país, ni subsidios automáticos a la calefacción en invierno para los jubilados, ni derogación de las restricciones draconianas de las prestaciones por hijos a cargo, así como que se interrumpirá el gasto en infraestructuras y se introducirán nuevos recortes en los presupuestos de los distintos Ministerios. Ello también significa el fin de algunos de los trucos más caros de la guerra cultural organizada por los conservadores, entre los que se cuentan el despliegue de la Bibby Stockholm, una enorme gabarra para alojar a quinientos varones en espera de la resolución de sus solicitudes de asilo, y la promesa de deportar a innumerables de estos a Ruanda, aunque los laboristas podrían sustituirlos por sus propias estratagemas en el despliegue de la misma.

Si Starmer se mostró reacio a anunciar nuevas políticas, sí estuvo ansioso por descartar otras: los impuestos sobre la riqueza, sobre sociedades, sobre el valor añadido o la renta, así como los compromisos de gasto que pudieran contravenir sus «férreas reglas fiscales»

Para prever la trayectoria probable del starmerismo es necesario comprender las tensiones internas y la posición global del Reino Unido, ya que éstos son los parámetros en cuyo seno tendrá que operar el nuevo gobierno. Una victoria por defecto no es necesariamente una victoria pírrica. Pero dada la deliberada falta de visión política de los laboristas, la suerte del partido depende exclusivamente de los acontecimientos externos. El Partido Laborista ya se ha visto obligado a enfrentarse desde su llegada al gobierno a principios de julio a una serie de disturbios protagonizados por la extrema derecha inglesa, que se extendieron desde el desindustrializado noroeste hasta las empobrecidas periferias costeras y semiurbanas a finales del pasado mes. Los signos del declive –económico, social, geopolítico– son evidentes. Aunque las elecciones estuvieron marcadas por una aceptación indiferente de este hecho, aceptado como el contexto neutral en el que se desarrolla la política británica, los próximo cinco años pueden colocar con fuerza la cuestión del declive en primer plano.

El lema por antonomasia de la campaña de Starmer, el «cambio», no ha escaseado precisamente desde que los tories comenzaron su periodo de gobierno en 2010. Gran Bretaña no sólo ha experimentado la rápida disipación de sus estructuras cívicas domésticas cortesía de las políticas de la austeridad impuestas por los sucesivos gobiernos conservadores, sino también una serie de conmociones económicas y políticas externas. Vaciado desde dentro y zarandeado desde fuera, el país se tambalea quejumbroso mientras cae. Tras salir de la UE, se ha mostrado incapaz de promulgar medidas capaces de proteger a su población o de convertirse en una superciudad-Estado, una especie de «Singapur sobre el Támesis», por muy deliberadamente falsa que siempre haya sido esta ambición. En lugar de ello, el país ha improvisado su propio retruécano del desenlace de Píramo: tambaleándose, herido de muerte, por el escenario mundial mientras proclama su buena salud, se inflige más daño a sí mismo al intentar ocultar las heridas. En el poder, el Partido Conservador no podía «retomar el control», por decirlo con el eslogan más célebre del Brexit, esto es, take back control, más de lo que podía controlar a su propio gobierno. Como agente de la autodeterminación nacional, los conservadores se comprometieron a salvaguardar la frontera sur de Inglaterra de los peligros provocados por las lanchas neumáticas de los supermercados franceses repletas de adolescentes sirios, afganos y eritreos. Pero incluso sus objetivos en materia de inmigración resultaron escurridizos, lo que permitió a Reform UK, el partido de Farage, flanquear a los conservadores por la derecha.

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Mientras otras partes del mundo han empezado a transitar del comercio «sin fricciones» a la política industrial y la inversión en defensa, la economía ukaniana ha seguido dependiendo del capital en busca de inversión que fluye a través de la City de Londres: un pasivo importante, como demostró el «evento fiscal» de Truss y el posterior desplome del mercado de bonos en el otoño de 2022. Las casas adosadas del oeste de Londres, junto con las promociones fantasma con tipos subvencionadas construidas en otros puntos del país, siguen funcionando como huchas de ladrillo y mortero para los inversores internacionales. Mientras tanto, el estancamiento de los salarios y la elevada inflación han acelerado el declive del nivel de vida de la clase trabajadora, mientras la «inflación de los productos baratos», ha elevado los costes de los bienes básicos cotidianos a un ritmo acelerado. El número de personas en situación de pobreza en el Reino Unido es aproximadamente el mismo que en 2010, pero la gravedad y el arraigo de esta en los hogares es mucho mayor, como demuestra la persistencia de la pobreza infantil. Las listas de espera del Servicio Nacional de Salud se han duplicado con respecto a ese mismo año, lo que ha provocado un aumento de la necesidad de intervenciones para salvar vidas, ya que se deja que condiciones patológicas benignas se agraven innecesariamente. Los casos de diabetes de tipo 2 han aumentado a cinco millones, una aflicción indicativa de una población que lucha por alimentarse de forma saludable y recurre a los bancos de alimentos en cifras récord.

El número de personas en situación de pobreza en el Reino Unido es aproximadamente el mismo que en 2010, pero la gravedad y el arraigo de esta en los hogares es mucho mayor, como demuestra la persistencia de la pobreza infantil

El «crecimiento» económico se presenta como la panacea para este Reino fracturado. Sin embargo, la única esperanza para que este se produzca radica en una inversión ambiciosa y selectiva, exactamente como la que el Partido Laborista no va a protagonizar. El partido está encorsetado por las reglas fiscales, que se ha impuesto a sí mismo: el presupuesto corriente debe garantizar que los costes corrientes se cubren con los ingresos corrientes y la deuda debe reducirse como cuota de la economía en el quinto año de la planificación. Incluso el Financial Times y el Institute for Fiscal Studies se han burlado del plan de Reeves para dinamizar el sector industrial británico en el seno de este marco. Su formación como economista del Banco de Inglaterra, condición que desempeñó un papel esencial a la hora de presentarla como la candidata más «cualificada» para el cargo, le impide ahora implementar ninguna de las medidas que le permitirían comenzar a cumplir su promesa de «relanzar» la economía. Sin embargo, al contrastar estos rasgos de corte «disciplinario» con el planteamiento «temerario» del gobierno anterior, el Partido Laborista ha hecho claramente un cálculo político, ya que considera que una vuelta al discurso pro austeridad de la era Cameron-Osborne es útil para rebajar las expectativas de la ciudadanía en una situación caracterizada por un conjunto de problemas económicos estructurales, que el gobierno no está dispuesto a afrontar. Si el rejuvenecimiento nacional está fuera de nuestro alcance, lo mejor que podemos esperar es confiar en la competencia de los mandos intermedios.

Se ha hablado mucho, sobre todo por parte del gobierno, de los cambios propuestos por el nuevo gabinete en la reforma de la planificación urbana, que pretenden suavizar las restricciones imperantes sobre las condiciones de la promoción inmobiliaria con el fin de construir más viviendas. Pero Gran Bretaña no sufre de falta de casas, sufre de un exceso de propietarios, incluso ahora cuando, quienes se han hipotecado para adquirir viviendas destinadas al alquiler, han comenzado a perder sus hipotecas a medida que el aumento de los tipos de interés hacía que las inversiones inmobiliarias a pequeña escala dejaran de ser rentables, lo cual ha incrementado los costes de un mercado ya hipertrofiado en el que muchos inquilinos gastan casi el 50 por 100 de sus ingresos en el pago del alquiler. Las únicas soluciones reales, que el Partido Laborista se niega a contemplar, son la construcción de nuevas viviendas sociales y el control de los alquileres. En su ausencia, los intentos de estimular un nuevo auge en el sector de la construcción mediante la desregulación tendrán un impacto mínimo. En el mejor de los casos, podrían ofrecer nuevas oportunidades de endeudarse para adquirir nuevas viviendas de mala calidad ubicadas en los denominados «cinturones grises»: denominación zonal apropiada para designar áreas en las que nadie quiere vivir.

El «crecimiento» económico se presenta como la panacea para este Reino fracturado. Sin embargo, la única esperanza para que este se produzca radica en una inversión ambiciosa y selectiva, exactamente como la que el Partido Laborista no va a protagonizar

Detrás de todo esto hay una historia de diversificación entre las fracciones de la clase capitalista británica. Mientras que las empresas multinacionales financieras de la City se hallan protegidas de los impactos más inmediatos provocados por las subidas de los tipos de interés, las grandes y medianas empresas minoristas e inmobiliarias nacionales se han llevado la peor parte del cambio del clima monetario. Las normas fiscales de Starmer pretenden complacer a las primeras, mientras que sus vagas promesas de «crecimiento» y «estabilidad» se dirigen a las segundas. Los primeros en apoyarle fueron los directores ejecutivos de empresas como Iceland, líder del mercado nacional de alimentos congelados a precios reducidos, hartos del Partido Conservador durante cuyo mandato de produjeron fuertes subidas de los precios del transporte, del almacenamiento, de las condiciones de venta y de la refrigeración de los bienes de consumo. Mientras tanto, las pequeñas empresas y los autónomos tienen una nueva opción electoral en Reform UK, que ha arrebatado a los conservadores de la mano de Farage la mayoría en su antiguo bastión electoral, esto es, en el cinturón suburbano y periurbano del sudeste del país. El partido está inmerso en una red de pequeñas propiedades comerciales, hoteles, productoras de televisión en quiebra, empresas de eliminación de plagas y, en un caso, una «empresa social» creada para promover los «derechos de los blancos».

Históricamente, son muchos quienes han esperado «resolver» el eterno problema de la decadencia británica disolviendo la propia entidad política del Reino Unido, pero hoy esta perspectiva parece más lejana que nunca. Fue neutralizada por la derrota electoral del Scottish National Party el mes pasado: la culminación de un lento desmoronamiento en el que el debilitado entusiasmo por la independencia ha coincidido con una serie de escándalos de corrupción funestos registrados entre los líderes del partido, cuyas causas y efectos son imposibles de separar. En Irlanda del Norte, el punto muerto en el que se encontraba el reparto de poder ha llegado a su fin y Michelle O'Neill (Sinn Féin), se ha convertido en la primera republicana que dirige la Asamblea. Pero sus llamamientos en favor de una Irlanda unida siguen siendo retóricos. El fin de la ocupación británica sólo podría lograrse mediante un referéndum convocado por la Dáil Éireann, la cámara baja irlandesa, y autorizado por el ejecutivo británico, algo que probablemente no permitirá ninguno de los dos Estados en un futuro próximo.

El Partido Laborista ha prometido un cambio respecto al gobierno conservador saliente. Pero incluso si el nuevo gobierno de Starmer es más proactivo en la gestión del Estado, nada indica que esto vaya a frenar el mencionado proceso de declive, que a su vez puede obligar al ejecutivo a tomar algunas decisiones de suma cero poco atractivas: resolver el mal estado de las carreteras británicas o impedir que las cárceles se desborden, terminar con el retaso de las citas médicas o eliminar el retraso acumulado en materia de asilo. En asuntos exteriores, los laboristas siguen comprometidos con una serie de propuestas belicistas agresivas, que están cada vez más alejadas de las posibilidades político-económicas del país. Las armas seguirán fluyendo a Ucrania durante «el tiempo que haga falta» para recuperar cada centímetro de territorio conquistado por Rusia. El Reino Unido tratará de recuperar su papel de prefecto de Estados Unidos en la Nueva Guerra Fría con China. El nuevo gobierno de Starmer intentará establecer una relación más estrecha con la Unión Europea, aunque las perspectivas de un acuerdo comercial más favorable tras el Brexit siguen siendo inciertas. El apoyo continuado a Israel es esencial para salvaguardar la «relación especial», Churchill dixit, mantenida con Estados Unidos, aunque ello ya ha comenzado a perjudicar a los laboristas en las urnas, ya que los votantes jóvenes y musulmanes buscan una alternativa no genocida.

Incluso si el nuevo gobierno de Starmer es más proactivo en la gestión del Estado, nada indica que esto vaya a frenar el mencionado proceso de declive, que a su vez puede obligar al ejecutivo a tomar algunas decisiones de suma cero poco atractivas

La fidelidad a una noción estándar de «elegibilidad», de acuerdo con la cual se promete el menor cambio posible por miedo a perturbar a los mercados, ha encerrado hasta ahora a laboristas y conservadores en una batalla por los votos de una población que cada vez vota menos. Como predijo Peter Mair, los partidos han sobrevivido a lo que una vez pasó por democracia capitalista; la opción electoral equivale ahora a decidir entre dos cárteles dominados por un puñado de «asesores especiales» y sus representantes, que se muestran cada vez más propensos al escándalo, instalados en el gobierno del país. En 1997, cuando el Partido Laborista ganó sus últimas elecciones de «modo apabullante» con una escasa participación electoral, los parlamentarios recién elegidos tenían un futuro brillante ante sí tras concluir su mandato popular, esperándoles puestos mejor remunerados en las diversas agencias y organismos públicos, así como en el sector financiero –recuérdese la transición sin problemas de David Miliband, que pasó de clamar por la sangre iraquí a ser director general del International Rescue Committee–. En 2024, por el contrario, los candidatos laboristas parecían haber conseguido la nominación únicamente después de haber agotado todas las demás oportunidades de ascenso profesional.

Los laboristas siguen comprometidos con una serie de propuestas belicistas agresivas, que están cada vez más alejadas de las posibilidades político-económicas del país

Aquí reside una característica importante del neolaborismo de Starmer: una afirmación de la identidad de la clase trabajadora sin ningún compromiso con la política de la clase trabajadora. La fórmula starmeriana requiere haber estado alguna vez cerca del trabajo asalariado y luego utilizar el «servicio público» como medio de movilidad social. De los nuevos diputados de la «Generación K», más de dos tercios destacaron en su documentación electoral algún vínculo personal o familiar con la circunscripción a la que se presentaban. Pero al establecer este vínculo, también hacían hincapié en haberse marchado de la misma. A diferencia de las anteriores generaciones de políticos laboristas de clase trabajadora, el regreso de estos emigrados de clase media procedentes de pequeñas ciudades se presenta como un gerencialismo mesiánico. Hijos pródigos pragmáticos enviados de vuelta a casa para supervisar el declive. Al menos ya nadie habla de una sociedad sin clases.

Recomendamos leer Tony Wood, «Nuevo Laborismo, adiós y muy buenas», NLR 62; Perry Anderson, «La Gran Bretaña de Edgerton», NLR 132; Richard Seymour, «Starmer: mayoría desprovista de mandato popular» y Daniel Finn, «Starmer contra la izquierda», Sidecar/El Salto.


Texto aparecido originalmente en Sidecar, el blog de la New Left Review, y publicado con el permiso expreso del editor.