Un selfie perfecto en plena marcha contra el genocidio

Diego Radamés / Europa Press
Existe una alarmante brecha ética entre la imagen pública de algunos gobernantes y la falta de principios en el ejercicio de sus responsabilidades públicas, lo que se explica por la alienación y el sesgo de los medios de comunicación serviles al gran capital

En el complejo escenario político actual, a menudo nos encontramos con cuestiones que no son agradables de descubrir ni fáciles de comprender, pero cuya importancia hace imposible ignorarlas. Dejar que otros piensen por nosotros, ya sea por comodidad o falta de tiempo, es una irresponsabilidad social que nos deja inermes ante las diversas formas que adopta la propaganda en favor de los intereses del gran capital, especialmente en escenarios pre bélicos.

Mucho se ha escrito acerca de la superficialidad y el tratamiento informativo que reciben ciertos gobernantes adictos al postureo, dirigentes que parecen vivir de fiesta en fiesta y llegan a tomarse selfies grupales, sonrientes y de alta costura… en plena concentración de condena por el genocidio de Israel a la población civil de Palestina que está teniendo lugar en ese preciso instante. Esos comportamientos ponen de manifiesto la alarmante desconexión entre su imagen pública y su percepción de la responsabilidad de los cargos públicos que desempeñan.

Existe cierto tipo de representante público que se apresura a fotografiarse en actos y campañas sobre derechos humanos, ante las sonrisas plausibles y los aplausos vacíos de quienes no dudarían en traicionar, mentir, manipular —o directamente saltarse los procesos de primarias— para arrebatarles sus cargos.

Hay gobernantes que usan los derechos humanos de atrezzo para sus fotografías, pero que cuando se les habla de corrupción política, judicial, militar, empresarial y mediática; de transparencia, coherencia constitucional, calidad de la democracia y pleno Estado de derecho; de brutalidad policial, crímenes de guerra e imperialismo de bloques; de tortura y lawfare; de manipulación, censura y leyes mordaza; de antisindicalismo y represión; de utilización de la religión con fines políticos, fraude electoral, o presencia de grupos de extrema derecha en la policía y el ejército; de vínculos entre las grandes empresas y los daños democráticos, culturales y medioambientales; de persecución a periodistas críticos, raperos, opositores políticos y antifascistas; de sobre-concentración de medios de comunicación en muy pocos grupos empresariales; de derechos personas migrantes; de aporofobia, machismo y racismo institucional; de multidiscriminación hacia las mujeres y minorías, presupuestos participativos… entonces, su mirada y gesto se vuelven esquivos.

Hay que educar, formar e informar a la clase obrera, crear conciencia de clase, antifascista, desobediente, crítica y no beligerante; organizarla y animarla a pensar en la posibilidad de cambiar las cosas a través del voto, con libertad pero con información, porque votar sin saber es como conducir sin mirar.

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Subestimar el triunfo de la ignorancia, el desentendimiento, la mentira y el silencio en los asuntos públicos puede convertir nuestras vidas en un infierno, de hecho, ya está ocurriendo.