¿Por qué sucede lo que sucede?

Acampada en Madrid contra el genocidio en Gaza — Dani Gago
La lucha de clases en cada sociedad también se dirime en la guerra de bloques que libran las clases dominantes

¿Los tiempos están cambiando? Es habitual que los analistas del presente magnifiquen el tiempo que les ha tocado vivir, pero no son pocos los indicios que apoyan la idea de que vivimos uno de esos momentos en los que la historia se acelera.

Para captar la verdadera trascendencia del presente necesitamos brújulas que nos permitan comprender los procesos históricos. El arqueólogo e historiador Neil Faulkner sostenía, de manera muy sintética y divulgadora, que la historia tiene tres motores que no operan de forma aislada, sino que interaccionan entre sí: el primero, la evolución de la técnica; el segundo, la pugna entre grupos dominantes; el tercero, la lucha de clases en el seno de cada sociedad. Más nos vale un mapa equivocado que la ausencia de mapa alguno. Incluso un mapa equivocado sirve para detectar errores y regularidades.

Exploremos brevemente cada uno de estos motores. Es un lugar común afirmar que la Revolución Industrial de mediados del siglo XVIII dio lugar a un nuevo tiempo histórico. Hoy ya se habla de que estamos experimentando la sexta o incluso la séptima revolución tecnológica. Quizás los impactos más relevantes de la revolución digital de las dos últimas décadas hayan venido de la mano de Internet, los teléfonos inteligentes, las redes sociales o las aplicaciones de mensajería instantánea. A pesar de las promesas de una mayor horizontalidad y democratización de las comunicaciones, la realidad resultante de estos cambios tecnológicos es la formación de oligopolios de grandes plataformas digitales. Entre otras consecuencias negativas, es posible constatar un cierto desprestigio social del conocimiento y de la palabra escrita, una creciente avidez de novedades, la circulación vertiginosa de información de baja calidad o el deterioro generalizado de la capacidad de concentración. La opinión pública ya no pende solo de unos pocos medios de comunicación, sino también de un puñado de opacos algoritmos que gestionan las plataformas digitales de gran tamaño. No son buenos mimbres para sembrar la toma de conciencia que requieren los movimientos emancipatorios. Ahora bien, el medio no siempre es el mensaje: producciones audiovisuales de masas como Years & Years o Don't Look Up ayudan a comprender el deterioro que la revolución digital produce en la esfera pública.

Con todo, el principal impacto de la técnica que perdura desde la Primera Revolución Industrial es el colapso ambiental. Habría que añadir que los cambios climáticos y sus implicaciones energéticas, en puridad, constituyen otro motor de la historia que interacciona con los restantes motores. Sin embargo, no hay precedentes de un cambio climático tan veloz y provocado por el ser humano. Las proyecciones futuras de la crisis climática son rigurosas (y de enorme gravedad), mientras que la incertidumbre parece adueñarse de la historia. ¿Aumentarán los fenómenos históricos extremos?

Quizás todavía no sea demasiado explícito, pero la tendencia belicista que vemos en la actualidad no se entiende sin el colapso ambiental. El cuestionable mantenimiento de la hegemonía de Estados Unidos y la anunciada emergencia de un mundo multipolar son fenómenos directamente vinculados al agotamiento de los combustibles fósiles y las renovadas necesidades de materias primas. Las grandes guerras suelen ser el resultado de la pugna por recursos e intereses estratégicos que se libra entre clases dominantes pertenecientes a bloques antagónicos. El segundo motor de Faulkner está funcionando a pleno rendimiento.

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En cuanto al tercero de los motores, el de la lucha entre clases en el seno de una sociedad, parece evidente que las clases dominantes han reaccionado desde hace varios años, en muchos países, al impulso que protagonizaron las clases populares tras la Gran Recesión. La nueva derecha radical es la forma que ha adoptado una reacción más coordinada a escala supraestatal de lo que cabría pensar en un principio y que ha invertido enormes cantidades de dinero en recursos digitales para crear un clima emocional favorable a sus intereses. La lucha de clases en cada sociedad también se dirime en la guerra de bloques que libran las clases dominantes. Más tanques, menos mantequilla, dicen los manuales de economía. Algo parecido ocurre con la crisis climática: si la tarta debe ser más pequeña, su distribución adquiere mayor relevancia.

Necesitamos mapas, pero los mapas no nos dictan el camino. A pesar de la técnica, los algoritmos, las estructuras, las guerras o la genética, es posible hacer rendijas en la historia. Somos las encrucijadas.