Biden go home

Biden se sintió desamparado, como Ayuso en el Congreso cuando le pregunté por los 7291 asesinados en las residencias

Hace unos días presencié en directo el funeral de Joe Biden en Atlanta (tierra querida por mi). Y yo era la única plañidera.

Parecía que se iba a rodar “Cinco horas con Mario”, o “90 minutos con Joe”.

Crónica de una muerte anunciada, en directo, en CNN.

A falta de Eurocopa que meterse en vena, me mantuve despierto hasta las 3 a.m. para ver el debate entre el finado y el delincuente Donald Trump.

He de reconocer que lo vi porque estaba convencido de que mientras el resto del mundo dormía pensando en el CGPJ yo iba a ver a Biden desplomarse en directo, delante de mis propias narices. Los 400 golpes, de Truffaut. Rocky contra Apolo pero sin llegar al último asalto.

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Pensé incluso en el mensaje que le mandaría a mi jefe (que estaría en la fase REM soñando con Gramsci de delantero centro por la azzurra en la Eurocopa).

—Chief, Biden se ha roto la crisma. ¿Esta gente no tiene un Bustinduy?

Los minutos previos al debate se hicieron larguísimos. En la CNN había un número interminable de expertos (demócratas y republicanos) hablando de todos los aspectos posibles de las próximas elecciones.

Que si Ucrania, que si Gaza, que si la economía, que si la frontera con Mexico, que si los juicios de Trump, que si la sobriedad de Biden, que si el rosario de mi madre, que si la momia de Evita esquina Lenin.

Me extrañó que nadie hablara de la fragilidad de Joe, de la posibilidad de que se desmoronara en directo, de que estábamos a punto de presenciar el mayor ridículo en un debate electoral desde que Albert Rivera sacó un adoquín en Atresmedia o M punto Rajoy dijera eso de “es usted un Ruiz”.

El único atormentado por la situación era yo. Pensé en llamar a alguien para compartir mi zozobra pero no supe a quién llamar. No eran horas.

—Esta gente no se queda a ver los Oscars se va a quedar a ver esto, pensé.

Tengo el teléfono de la hermana de Iván Redondo pero creo que lo pone en avión por las noches.

Seguro que Iván sí estaba pendiente del debate. Queremos pensar que Pedro Sánchez estaría atento aunque vete a saber en quién iba a encontrar la inspiración para su próximo movimiento de ajedrez. Cinco días con Pedro.

A mi quien realmente me daba pena era el regidor del debate. Más perdido que un juez podemita (si lo hubiera en los próximos 100 años) en el CGPJ.

No encontré pipas por casa ni siquiera maíz para hacer palomitas o rositas de maíz como dicen en Cuba. Estamos a fin de mes. Mire usted.

En los dos platós que tenía la CNN en su sede de Atlanta nadie hablaba del elefante en la habitación. Bueno, digo lo de elefante no por la memoria de Biden sino por la expresión “the elephant in the room”.

Si lo ve el Emérito no se escapa, le mete un tiro entre ceja y ceja. Bostwana mon amour. Lo siento mucho, no volverá a pasar.

—El Borbón y Biden son la misma persona, llegué a pensar.

Lo único que tenía que hacer el exsenador de Delaware era no cagarla. Como si se presentara Bernie Sanders, Jerry Brown o Rosa Luxemburgo.

Al final te pones del lado de Biden porque ves al otro y te da pánico.

Supongo que aquí nos pasaría lo mismo si tuviéramos que elegir en Ramón Tamames y Ana Rosa Quintana.

Cuando quedaban cuatro minutos para empezar el dichoso debate se me empezaron a pasar por la cabeza en forma de fotogramas (como cuando te vas a morir) los candidatos demócratas del pasado que parecían unos muertos pero comparados con Biden parecían Castelar.

Gary Hart, Michael Dukakis, Paul Tsongas, Geraldine Ferraro… el mismo Cayo Lara, Llamazares mismamente o hasta Moreno Bonilla.

Hasta pensé en Al Gore y los sapos que se tuvo que tragar para no salir presidente y que su país no pareciera una república sacada de la película “Bananas” de Woody Allen o “Atraco a las tres” de José María Forqué.

Se me vino a la cabeza Jimmy Carter, que a sus 99 años parece estar más lúcido que Biden, de aquí a Connecticut.

Sin pipas, sin palomitas, sin nada que llevarme a la boca, echó a rodar el debate. Pobre regidor. Para lo que hemos quedado.

Ya se puede acuñar la frase: —Te tiemblan más las piernas que al regidor de Biden en el debate de la CNN.

Todo dios con el teléfono en avión. Yo solo ante el peligro. Tres de la madrugada en Madrid. Amenazaba una DANA desde Atlanta (Georgia).

—¿Qué hostias hará Echenique a estas horas?, pensé.

Estuve tentado de mandarle un Telegram para ver si estaba despierto jugando a la Play o leyendo “2666” de Roberto Bolaño. Pero mi anhelo de comer pizza fugazzetta en Pizza Posta unos meses más me impidió hacerlo.

Una pena no tener el teléfono de Garci. Solos en la madrugada. Otra asignatura pendiente.

Biden llegó al plató como las muñecas de Famosa. Parecía que le sujetaba alguien por las piernas, desde un foso. Igual era su hijo. Parecía que venía por un raíl, como un tren de mercancías. Parecía de todo menos un presidente del gobierno que va andando hacia un púlpito. De hecho parecía que iba directo al garrote vil.

Por suerte se paró en la zona que le correspondía no sin antes dudar durante dos segundos. Where am I?

En ese momento pensé en el sketch de Monty Python, en ese partido de fútbol entre filósofos de la Grecia Clásica y filósofos alemanes. Cómo me hubiera gustado algo así y no el esperpento que se me venía encima.

Las espadas en todo lo alto. Biden no hubiera pasado el casting en ninguno de los dos equipos. Trump por supuesto… tampoco.

Lo que hubiera dado por ver ahí a Nancy Reagan contra Michelle Obama. O Chelsea Clinton contra alguien joven del partido republicano, alguien que no se hubiera comido a Steve Bannon o a Serrano Suñer o a Joseph McCarthy.

A Irene Montero contra Pepa Millán, Astray.

Le llovieron piedras a Biden. Que si quiere el aborto incluso a los ocho meses de embarazo o con el hijo recién nacido. Que si ha abierto las fronteras con Mexico para que las estadounidenses sean violadas una y otra vez.

Que además viven en hoteles de lujo.

Que si Biden mató a George Bailey en “Qué bello es vivir”.

Que si Biden era realmente John Hinckley, el que atentó contra Reagan en el Washington Hilton.

Biden por momentos parecía dormido, por momentos parecía que se había tomado medio blíster de Fentanilo. Parecía Garzón (el del fusible no, el otro) en una tarde de mucho curro en el ministerio.

Eché de menos la presencia del cuñado de Rocky diciéndole cosas por el pinganillo.

—Vamos Joe, tú puedes. Este imbécil instigó el asalto al Capitolio y lo disfrutó desde el despacho oval. Dale caña, joder.

Pero no estaba ni Paulie, ni MAR. No había pinganillo posible.

Biden se sintió desamparado, como Ayuso en el Congreso cuando le pregunté por los 7291 asesinados en las residencias.

Biden era un guiñapo andante. No tuve claro si era mejor que cerrara los ojos y echara una buena siesta o que los abriera e intentara hacer algo con ellos. Un guiño, un algo. Do something.

Pero el marido de Jill no sabía a qué cámara mirar así que decidió joder el plano corto que tenía el realizador para mirar a uno de los presentadores. Pobre hombre. Pobres hombres: el presentador, el regidor, el realizador y la madre que parió a Ted Turner. Daños colaterales de la debacle demócrata.

De esa manera a Biden se le veía mirando a la nada mientras Trump observaba a su cámara y seguía repartiendo mandobles y trolas sobre lo de siempre. Lo tenía a huevo.

Que si Hamás, que si Putin, que si la abuela fuma.

Trump no quiso hacer sangre. Trump le miraba con pena, teniendo claro que no le iba a rematar. Tampoco le interesaba.

Me recordó a Iker Casillas cuando le pidió al árbitro que pitara el final contra Italia tras un contundente 4-0.

No era necesario regodearse con la victoria.

Trump se mostró indulgente. No sé si pensó en el personaje de Anthony Hopkins en “The Father” o en la momia de Lincoln pero tuvo claro que no le iba a asestar más golpes de los necesarios. Se estaba relamiendo, eso sí. Pero lo último que quiere es que muevan el banquillo azul y saquen a Biden de este atolladero. No way Jose.

Se me apareció en la cabeza…Bo, el difunto perro de Obama. Un perro de aguas que hubiera hecho un mejor papel esa noche que Joe Biden en cualquier noche de los últimos años. El pescado estaba todo vendido y pasado de fecha.

Por suerte Joe no se desplomó en directo. Es cierto que solo le quedaba un hilillo de voz desde el minuto 1. Es cierto también que un vaso de agua le hubiera venido bien en cualquier momento pero igual se lo hubiera echado por la cabeza. O lo hubiera lanzado por su espalda como hacen los cosacos. Qué sé yo.

Os confieso algo: no terminé de ver el puto debate.

Tuve suficiente con lo que vi, con lo que padecí. I had enough.

Si el partido demócrata quiere que gane Trump porque este descerebrado puede acabar con las guerras “a su manera”… que lo digan. His way.

Si el partido demócrata está rodando un sketch eterno para Saturday Night Live… que lo digan también.

Si el sistema no permite otro candidato demócrata más que este muerto viviente, que lo digan. Woodward, Bernstein o Vicente Vallés.

Pero yo estoy convencido que pegas una patada en cualquier universidad (no tiene por qué ser de la Ivy League) y salen 800 candidatas mejores que Biden.

En un país de más de 300 millones de habitantes no me creo que el adversario de centro derecha tenga que ser un extra de Walking Dead o uno de los amigos de Jesse Pinkman en Breaking Bad.

Vito Corleone tenía más energía cuando murió en su jardín en brazos de su hijo Michael que Joe Biden cualquier día de su vida, que es la nuestra. Esto no puede ser.

Si Joe Biden no es capaz de darse cuenta de que es un escollo para su partido, para su país, para la humanidad… alguien tendrá que decírselo.

Si Jill (su mujer) tampoco se da cuenta, alguien tendrá que decírselo.

Si su equipo de campaña no se da cuenta…

Si su partido no se da cuenta…

¿Hasta cuándo un partido entero puede mirar hacia otro lado?

Una pena no tener el teléfono de Mateo Morral.

Si Trump con todo lo que ha hecho se enfrentara en noviembre a una farola del 1600 de Pennsylvania Avenue seguro que pierde.

Biden no está en la UVI, a Biden le están dando la extrema unción. Y lo estamos viendo en directo. El padre Karras ha entrado en el edificio.

Es una falta de respeto para toda la humanidad (flora y fauna incluida) que nos juguemos la vida entre estos dos impresentables.

Ojo que si el partido demócrata eligiera a Michelle Obama o a alguien medianamente progresista (suponiendo que Michelle lo fuera) iba a durar lo que JFK en Dallas. RFK en Los Angeles, o Prim en la Calle del Turco.

O lo que Pablo Iglesias en Galapangrado si hubiera habido sorpasso a Pedro Sánchez. Antes de Granadinas y Ferrilandia. Pastores del anti fact checking.

No sé. Si tiene que ser un candidato que no moleste, que nos siga metiendo en guerras, que tenga a su país hasta arriba de Fentanilo y en tiendas de campaña en la calle pues que pillen a cualquier mastuerzo del Capitolio. Por favor que no sea el que se coló con cuernos de bisonte, ni ninguno de sus secuaces.

Lo digo tanto por Biden como por Trump. Tanto monta.

No nos merecemos a esta gente. Como no nos merecemos a Ayuso, ni a Milei, ni al general boliviano que se despierta con el sable erecto, ni a Marie Le Pen.

Que aparezca un Melenchon de Dakota del Sur y diga: —Soy el nuevo Al Gore, soy Paul Churches. Assaulting heaven.

Tampoco nos merecemos a los jugadores de la selección española que se cagan en los pantalones cuando les preguntan por cuestiones políticas. Chico no es tan complicado… ¿eres antifascista como Borja Iglesias?

Hartas ya de políticos sacados de la fábrica de Cortefiel que van hasta las trancas de Baron Dandy y tienen menos luces que Albares… necesitamos a gente en Atlanta, en Jerusalén, en Moscú, en Kiev y en Soria que nos deje dormir a pierna suelta y nos quite la bota de encima de la cabeza.

No hay pan para tanto pepperoni.

Que yo paso de ir a Quirón, así te lo digo. Ministra Mónica García derogue la 15/97 ya, porfa please. Nada, nada, nada para la privada.

Biden vete ya. Go home and rest.

Trump pírate por donde nunca tuviste que venir.

Bernie sácate los mitones y empieza a repartir leña. Tenemos frío. Llega el invierno.

Necesitamos a Arya Stark, la daga de Arya Stark. Que alguien les diga que “not today”.

Que se vayan a esparragar, a Alcatraz.

Que estamos de sucedáneos hasta la coronilla.

Que las cuatro reglas básicas no se resuman siempre en la misma: restar.

Es ridículo tener que elegir entre un delincuente declarado y un cadáver. Entre un golpista y un cadáver.

Entre un primate ladrón y un cadáver. Es una distopía.

¿Qué narices hemos hecho para tener que tragar con esto?

Uno quiere quitar la OTAN para matar a todo el mundo con sus propias manos, el otro se ha comido a la OTAN y va a potar y apretar el botón rojo.

¿De verdad que no hay nadie más? ¿Hay vida inteligente ahí fuera?

En el país de Susan Sarandon, de Jamie Lee Curtis, de Kurt Cobain…

No es serio este cementerio demócrata, ni republicano.

Kamala Harris, Jill Biden y Melania Trump se lo deben pasar pipa como en el cementerio de Mecano pero a mí no me hace ni puta gracia.

Los vivos aquí lo pasamos muy mal.