Genocidio en Gaza

Israel: infierno en prisión

No hay propaganda posible que pueda, a estas alturas, limpiar la imagen de las fuerzas armadas israelíes

El sistema penitenciario de Israel ha sido desde siempre uno de los pilares del régimen de apartheid para garantizar la supremacía judía. Desde la guerra de los 7 días, al menos 800.000 palestinos —hombres, mujeres, niños y niñas— pasaron por los campos de tortura, una aplastante mayoría de ellos, sin que se les presentaran cargos. Estamos hablando de un 20% de toda la población palestina y un 40% de la población masculina. No hay familia que no conozca de primera mano el horror que se vive en los centros de detención.

Esta semana, el medio israelí Canal 12 revelaba unas imágenes sobre el campo de detención Sde Teiman en las que pueden verse las torturas a unos presos palestinos que están tirados en el suelo con los ojos vendados. De entre ellos, uno es retenido y sometido a una agresión sexual con penetración mientras varios soldados israelíes con perros le rodean y cubren con sus escudos; es decir, son conscientes de que puede haber cámaras filmando.

Las imágenes fueron grabadas en la base militar israelí ubicada en el desierto de Néguev, a unos 29 km de la frontera con la Franja de Gaza, que fue habilitado como centro de detención tras el inicio del genocidio del siete de octubre. Las denuncias por violaciones de derechos humanos se suceden en esas instalaciones, tanto de los detenidos como de los propios exempleados de la prisión. 

No es ni mucho menos un episodio aislado. Hace unos días, la ONG israelí B-tselem, que observa la situación de los derechos humanos en los territorios palestinos ocupados, publicó un informe de más de 100 páginas, con un título que habla por sí solo: “Bienvenidos al infierno: el sistema penitenciario israelí como una red de campos de tortura”. 

Desde octubre del año pasado Israel ha detenido a miles de palestinos de forma arbitraria, sin juicio, sin presentar acusaciones en su contra ni otorgarles el derecho a defenderse

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Los autores del informe recopilaron testimonios de 55 palestinos encarcelados en prisiones y centros de detención israelíes. Son decenas de historias de torturas, deshumanización y humillación que los arrestados pudieron compartir con la ONG al ser puestos en libertad, la mayoría de ellos sin ni siquiera haber sido juzgados.

Entre esos prisioneros, tanto hombres como mujeres, había médicos, abogados, estudiantes, líderes políticos… Algunos fueron encarcelados por empatizar con el sufrimiento del pueblo palestino, otros, porque eran catalogados por las fuerzas israelíes como “hombres en edad de combatir”. Todos ellos contaron a la ONG cómo después del pasado 7 de octubre, día del ataque de Hamás, las condiciones de su encarcelamiento fueron a peor. 

Antes del 7 de octubre, el número total de palestinos encarcelados en campos de tortura israelíes era de 5.192. Casi una tercera parte de ellos estaban retenidos bajo el régimen de detención administrativa, una artimaña jurídica que permite a las autoridades arrestar a quien quiera sin presentar cargos ni establecer fecha de juicio.

Así, en julio de 2024, el número total de reclusos palestinos en centros carcelarios superaba los 9.500, y de ellos más de 4.700 eran detenidos administrativos. Es decir, desde octubre del año pasado Israel ha detenido a miles de palestinos de forma arbitraria, sin juicio, sin presentar acusaciones en su contra ni otorgarles el derecho a defenderse. 

Los centros que más cita el informe son, precisamente, la prisión de Néguev y el campo de Ofer, donde los derechos humanos no tienen ningún valor: torturas, violaciones, privación de sueño, inanición, hacinamiento, abuso psicológico, muerte por malos tratos y por falta de asistencia médica, ensañamiento con el sufrimiento y el dolor, intimidación… 

El sufrimiento no se limita solo a los prisioneros. Prácticamente no hay familias palestinas que no tengan a alguien que haya pasado por el sistema penitenciario israelí. Hablamos de niños cuyos padres estuvieron o están presos, madres que crían a sus hijos solas o los tienen encarcelados. Todos ellos absolutamente deshumanizados, porque Israel, con la ayuda de grandes medios de información por el mundo, los convirtió en una masa homogénea, sin identidad, sin rostros, sin nombres. Todos son terroristas o animales humanos porque “fueron detenidos por las autoridades de Israel”, independientemente de que la detención haya sido arbitraria o legal. 

Fouad Hassan, de 45 años, vivía con su familia en el pueblo de Qusrah, donde trabajaba recogiendo dátiles. El 4 de noviembre fueron a por él. Eran más de 15 soldados que apuntaron con armas a toda la familia. Le sacaron de la casa, lo transfirieron a un campo de detención y cuando se bajó del autobús un soldado le saludó con un “Bienvenido al infierno”. 

Hassan ofreció su testimonio a la ONG israelí: “Había una enorme bandera israelí en la pared. La primera pregunta que hizo el oficial fue: ‘¿A qué organización pertenece?’. Luego me ordenó besar la bandera mientras me filmaban. Había unos 20 soldados en la sala. Le dije al oficial que no lo haría y él dijo: ‘Tienes que besar la bandera’. Le dije "No, no quiero". De repente, los 20 soldados que estaban en la sala empezaron a golpearme. Me golpearon por todo el cuerpo con lo que encontraron. Uno de ellos me dio una patada en la cabeza y me desmayé. Todavía me estaban golpeando cuando me recuperé. Luego me hicieron pararme y me tomaron fotos con la bandera detrás. Me sacaron de la habitación y me golpearon nuevamente hasta que me desmayé de nuevo”.

Musa Aasi, de 58 años, residente en Cisjordania, relata que para comer les daban un kilo de arroz para doce personas: tres cucharadas para cada uno. “Una vez nos trajeron schnitzel de pollo, pero no lo volvieron a hacer porque nos dijeron que no querían desperdiciar proteínas con nosotros (...) La mayor parte del día teníamos hambre y sed. 50 gramos de yogur por cada detenido y un pimiento para ocho personas o a veces un pepino entre dos”.

Uno de los métodos de terror al que recurrían los guardias israelíes era lanzar perros a los prisioneros. A veces con bozales, otras veces sin ellos. Después del 7 de octubre, se les limitó el contacto con el exterior, pasaban las 24 horas en celdas hacinadas casi sin poder respirar, se les denegaron reuniones con los abogados y las visitas familiares. Puñetazos, patadas, golpes con porras de madera y metálicas, spray pimienta… Según el informe, son las herramientas y métodos que se aplican en todos los centros penitenciarios israelíes y a todos los palestinos. 

Desde 1967 Israel encarceló, según distintas estimaciones, a más de 800.000 hombres y mujeres palestinos, que representan alrededor del 20% de la población local y alrededor del 40% de toda la población masculina

“Nos golpearon, nos insultaron mientras nos filmaban. Uno de ellos me apuntó con su celular para hacer un vídeo, me levantó la venda y me exigió que dijera ‘Am Israel Jai’ (lema del pueblo judío que significa ‘el pueblo de Israel vive’). Me negué y me empezó a golpear. Oí gritos de otros detenidos. Me hicieron levantarme y me envolvieron con una bandera israelí y me siguieron filmando”, cuenta Muhammad Srur, de 34 años, de Ramallah. 

Varios testimonios se refieren a la violencia sexual, en diferentes grados de gravedad. Golpes en los genitales, registros al desnudo, agresiones sexuales cometidas por los soldados. “Me desnudaron como a los demás prisioneros y nos arrojaron uno encima de otro. Uno de los soldados trajo una zanahoria y trató de meterla en mi ano. Mientras lo intentaba hacer, algunos de los soldados me filmaban. Grité de dolor y de terror. Siguió así durante tres minutos y luego nos dieron dos minutos para vestirnos. Me sentí roto por dentro (...) Cuando regresamos a la celda, estábamos llorando en silencio. nadie habló. No podíamos mirarnos los unos a los otros. Me pregunté: ‘¿Qué pasó? ¿Por qué nos pasa esto a nosotros?”.  Los autores del informe detallan que este testigo se atragantó y rompió a llorar mientras lo contaba.

Este informe llega meses después de que la relatora especial de la ONU sobre la situación en los territorios palestinos ocupados desde 1967, Francesca Albanese, publicara una investigación titulada ‘Anatomía de un genocidio’. Concluyó que había motivos razonables para creer que se alcanzó el umbral que indica que se está cometiendo un delito de genocidio contra los palestinos como grupo en Gaza. Y habla, precisamente, de la deshumanización constante a la que están sometidos todos los palestinos, la tortura física y también psicológica y ese afán de causarle a toda una nación un daño físico y mental de por vida. 

El informe de B-tselem confirma que no se trata de casos aislados, ni de ovejas descarriadas dentro del ejército israelí que perdieron totalmente la humanidad. No, es el sistema que se ha construido en este país. De hecho, la propia ONG pone el foco en el Servicio de Prisiones de Israel, uno de los pilares de la ideología racista del Gobierno de Netanyahu y del régimen de apartheid. Se trata de uno de los mecanismos estatales más violentos que utiliza el Gobierno israelí para defender la supremacía judía en todos los territorios de Israel y Palestina. 

La magnitud es tremenda: desde 1967 Israel encarceló, según distintas estimaciones, a más de 800.000 hombres y mujeres palestinos, que representan alrededor del 20% de la población local y alrededor del 40% de toda la población masculina. 

No hay propaganda posible que pueda, a estas alturas, limpiar la imagen de las fuerzas armadas israelíes. De su sadismo, de su crueldad gratuita. Millones de dólares y de sheckles invertidos en hacerlos pasar por un ejército moderno, diverso, civilizador, no sirven de nada ante la evidencia de que son el brazo violento y genocida sobre el que se sostiene la ideología sionista.


Puedes ver el programa completo de La Base sobre las prisiones israelíes aquí: