El discurso del presidente

No hay nadie que esté cerca del poder que no lo sepa: ningún periodista, ningún diputado, ningún asesor, ningún tertuliano, ningún ministro... Aunque muy pocos se atreven a escribirlo
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A. Pérez Meca / Europa Press
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su discurso en el Instituto Cervantes — A. Pérez Meca / Europa Press

Si un analista político extranjero sin experiencia en la política española se hubiese plantado ayer en el Instituto Cervantes, habría llegado al final del discurso de Pedro Sánchez a la conclusión de que el presidente está a la izquierda de Andrés Manuel López Obrador, su gobierno a la izquierda del gobierno de AMLO y el PSOE a la izquierda del movimiento Morena. El Jean-Luc Mélenchon español”, “La Spagne Insoumise”, podrían haber sido los titulares de su crónica y el advenimiento de una inminente revolución socialista en la cuarta economía de la Zona Euro el contenido de la misma.

Solo en el último año, 1.000 millones de euros públicos se han ido a la sanidad privada en Madrid. En Valencia se ha recortado en un 20% las plazas de residencias públicas de mayores. Nuestro modelo es el contrario. La salud no es negocio, no puede depender del código postal o el apellido”, dijo contundente el líder del PSOE y de las izquierdas mundiales. “La sanidad, la educación, la dependencia no son mercancías, son derechos. No deben ser negocio para unos pocos, como están haciendo barones del PP”, bramó el presidente. Un corresponsal extranjero que no conociese que el PSOE y Pedro Sánchez se negaron a derogar —en la legislatura pasada y a pesar de la presión de Podemos y de los movimientos sociales— la ley 15/1997 de José María Aznar y Feijóo que abrió la puerta a la privatización salvaje de la sanidad pública y que tampoco supiese que no tiene ninguna intención de hacerlo tampoco en esta legislatura, podría pensar que los días de los beneficios desorbitados de Quirón o Fresenius están llegando a su fin en España.

Las derechas han dedicado los recursos a financiar regalos fiscales a los de arriba. En estos años, el Gobierno ha dado a Madrid 100.000 millones de euros, un 21% más que con Rajoy. Pero los recortes en impuestos para beneficiar a los de arriba redujeron los ingresos en Madrid en 31.000 millones. Más claro: de cada 10 euros que da el Gobierno, Madrid ha usado 3 para regalos fiscales. ¿Y qué han hecho para cuadrar las cuentas? Situarse en la cola de gasto en educación y sanidad”, explicó con firmeza el Jeremy Corbyn español en otro momento de su histórica intervención, señalando a “los de arriba”. “Los niveles actuales de desigualdad son excesivos. Limitan nuestra libertad como individuos. Se juega con las cartas marcadas. Por eso vamos a acotar los privilegios de las élites y vamos a gravar a los que tienen dinero para vivir 100 vidas”. Parecería que más claro no se puede decir, pero Sánchez parece capaz de todo en su batalla por proteger a la clase trabajadora: “más autobuses públicos y menos Lamborghinis”, zanjó el presidente. El hipotético corresponsal extranjero, que no sabe que Sánchez y el PSOE votaron repetidamente en contra del impuesto a la banca o de un verdadero impuesto a la riqueza en la legislatura pasada y que tampoco sabe que no tiene ninguna intención —ni mayoría parlamentaria para ello— de hacerlo en esta, podría perfectamente haber escrito “el presidente de España se suma al movimiento ‘eat the rich’” en la crónica para sus jefes.

Pasando al ámbito internacional, la apuesta de Sánchez no fue menos audaz. “Vamos a celebrar la primera cumbre bilateral entre España y Palestina en la que esperamos firmar varios acuerdos de colaboración entre ambos, con ese estado ya reconocido por parte de España que es Palestina”, dijo decidido en un momento de su discurso mientras muchos pensaron que estaba a punto de sacar un pañuelo negro y blanco del bolsillo para atárselo al cuello. “Vamos a seguir apoyando al pueblo gazatí, sosteniendo a UNRWA, presionando a Netanyahu en la Corte Penal Internacional”, añadió desafiante mientras el hipotético analista político extranjero apuntaba en su hipotético cuaderno: “por fin un presidente de un país de la Unión Europea hace frente al genocidio”. Lo que no sabía el corresponsal es que Sánchez —más de 15.000 niños asesinados después— no se ha atrevido ni siquiera a romper relaciones diplomáticas con Israel —aunque sí las rompió temporalmente con Argentina cuando Javier Milei insultó a su mujer— y, de hecho, sigue permitiendo la compra y la venta de armas a las empresas israelíes que hacen dinero con el peor crimen de lesa humanidad del siglo XXI.

“Madrid será la próxima Viena; Sánchez despierta la furia de BlackRock”, apuntó en su —hipotético— cuaderno de notas, al desconocer que la ministra de Vivienda de Sánchez ha dicho hace pocos días que su modelo es uno en el que los promotores privados pueden hacer negocio

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Queremos que nuestros jóvenes se emancipen a edades más tempranas. Por eso, en los próximos meses vamos a hacer más. Impulsaremos nuevas medidas destinadas a ampliar el parque público de vivienda, perseguir la especulación, fijar un mejor equilibrio entre la actividad turística y el bienestar de los residentes, y lograr que la vivienda sea un derecho de todos y no el negocio de unos pocos”, dijo el presidente en otro momento de su alocución, refiriéndose ahora al que quizás sea el problema económico más grave que sufren los españoles. Y, claro, de nuevo, el corresponsal extranjero —que no sabemos si estaba entre la audiencia, pero que podría haber estado— no daba crédito a lo que estaba escuchando. “Madrid será la próxima Viena; Sánchez despierta la furia de BlackRock”, apuntó en su —hipotético— cuaderno de notas, al desconocer que la ministra de Vivienda de Sánchez ha dicho hace pocos días que su modelo es uno en el que los promotores privados pueden hacer negocio y sin saber tampoco que el PSOE trabajó durante la legislatura anterior para rebajar al máximo posible la Ley de Vivienda que impulsaron sus socios de coalición.

El presidente también anunció su voluntad de sacar adelante los presupuestos para el año que viene o la reforma de la financiación autonómica pactada con ERC, y claro, el corresponsal extranjero pensó que —si lo estaba anunciando— es porque tiene una mayoría parlamentaria suficiente como para aprobar ambas cosas. El viaje a España había sido precipitado y no le había dado tiempo a contar los escaños del hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo. Hubo incluso un momento en el que nuestro analista extranjero en la ficción estuvo a punto de dejar caer una lágrima. Cuando Sánchez afirmó que el gobierno de España está determinado a desarrollar una política migratoria “humanista”, el ficcional invitado pensó para sí: “es verdaderamente impresionante que, en estos tiempos en los que prácticamente todo el mundo compra el discurso racista de la extrema derecha, el presidente de un país tan importante haya elegido el rumbo de los derechos humanos”. Nadie le había contado al hipotético corresponsal la matanza de la valla de Melilla, las devoluciones en caliente o que el propio Pedro Sánchez hace apenas unos días afirmó estar a favor de expulsar a cualquier persona migrante que haya entrado en el país de forma irregular.

De todo lo que dijo Pedro Sánchez ayer en el Instituto Cervantes, el 80% sabe que nunca lo va a hacer y el otro 20% sabe que no sirve para nada. No tiene mayoría parlamentaria para aprobar prácticamente nada de lo que anuncia y esto lo saben todos los cronistas políticos españoles aunque no se atreven a escribirlo

La política siempre ha tenido una parte de relato, pero el nivel de desconexión con la realidad material de las políticas públicas que tienen los discursos del PSOE y del PP —pero también de Sumar y de VOX—, la distancia entre lo que se dice y no ya lo que se hace sino incluso lo que se pretende hacer se ha vuelto tan abismal a lo largo del último año que es imposible de comprender para alguien que no haya vivido la deriva de cerca. De todo lo que dijo Pedro Sánchez ayer en el Instituto Cervantes, el 80% sabe que nunca lo va a hacer y el otro 20% sabe que no sirve para nada. No tiene mayoría parlamentaria para aprobar prácticamente nada de lo que anuncia y esto lo saben todos los cronistas políticos españoles aunque no se atreven a escribirlo. Sánchez y su gobierno llevan un año prometiendo cosas que nunca van a ocurrir y son perfectamente conscientes de que lo están haciendo. Y, por si esto no abriese ya una brecha gigantesca entre las palabras pronunciadas y la verdad, el presidente se permite además enarbolar un discurso marcadamente de izquierdas mientras lo poco que hace lo podría hacer perfectamente un gobierno del PP.

Es muy duro y muy triste constatarlo, pero esta es la realidad política española en estos momentos. No hay nadie que esté cerca del poder que no lo sepa: ningún periodista, ningún diputado, ningún asesor, ningún tertuliano, ningún ministro. Pero sí hay, lamentablemente, muchos ciudadanos y ciudadanos de pie que todavía son víctimas del engaño. La operativa es burda, pero el relato fake de Sánchez y su gobierno no solamente cuenta con el enorme poder de la plataforma mediática que otorga la Moncloa y la cobertura que le dan sus medios afines. Además, los partidos y los medios de la derecha —que mienten, todavía más si cabe, que los de la progresía— echan cada día paladas y paladas de carbón a la misma locomotora cuando gritan desquiciados que Sánchez va a hacer cosas incluso más audaces que las que está anunciando. Saben perfectamente que eso nunca va a pasar y que, en el caso de que haga algo, va a optar por hacer lo mismo que habrían hecho ellos. Pero, obviamente, esto no lo pueden decir.

El juego de máscaras para engañar al respetable siempre ha sido un elemento fundamental para el reparto de papeles simbólicos del sistema bipartidista del turno, pero no es exagerado afirmar que, posiblemente, nunca habíamos visto una diferencia tan grande entre el relato y la realidad. Mientras los portavoces del bipartidismo y sus medios afines siguen ensanchando esa brecha —porque ni pueden ni quieren hacer otra cosa—, nos tocará a otros, aunque tengamos medios mucho más modestos, trabajar para que caigan las máscaras diciéndole la verdad a la gente. Porque es lo decente, porque es lo ético, pero también porque es condición de posibilidad de que exista algo que podamos llamar ‘democracia’.