Nuevos tiempos y mismos estereotipos para la salud mental

Foto: RTVE
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Es llamativo que una cantidad nada despreciable de personas que en 2020 se mostraban sensibles a los problemas de salud mental y su abordaje, ahora lo hayan olvidado

Saldremos mejores de la pandemia decían. Pues a día de hoy, salvo por las batalladas mejoras sociales conseguidas por Unidas Podemos durante el anterior gobierno de coalición, poquito más positivo.

Hace unos días una usuaria del hospital donde trabajo me contaba aterrada, tras llamar al 112 por un intento de autolisis, como aparecieron los profesionales sanitarios acompañados de la policía. La justificación de la presencia policial se debía a la supuesta necesidad de tirar la puerta abajo. Pero esto es una verdad a medias, es un proceder habitual que para cualquier emergencia relacionada con la enfermedad mental acudan las FOP.

Seguimos sin superar los viejos prejuicios hacia las personas que padecen una enfermedad mental. Les suponemos agresividad, peligrosidad y violencia hacia los demás, cuando lo que dicen los registros es que los actos violentos, en caso de ocurrir, en su mayoría son contra sí mismos.

A la hora de interpretar las estadísticas hay que observar con precaución, para no caer en el error de la simplificación de las personas con un diagnóstico de enfermedad mental y asumamos que todos sus actos están mediados exclusivamente por la clínica de la enfermedad mental.

Olvidamos que un ser un humano con un problema de salud mental pueda ser violento sin necesidad de que se lo diga una voz y, por otra parte, olvidamos, que la enfermedad mental no se expresa continuamente en el individuo. Por lo tanto, una persona que oiga voces puede no estar oyéndolas en el momento de realizar una conducta disruptiva y por lo tanto esta no estaría influida por la enfermedad. Pero parece que, en salud mental, los clichés son más potentes y reducimos toda la complejidad de los comportamientos y decisiones de las personas a la “voluntad” exclusiva de la clínica de la enfermedad mental.

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Pensamos que es fundamental la atención a la salud mental y nos llenamos la boca de que hacen falta más profesionales e inversión, pero por otra parte somos incapaces de asumir que las personas no son un diagnóstico. Tan solo padecen una enfermedad que, por supuesto no experimentan el cien por cien del tiempo, ni con la misma intensidad.

Que la derecha y la extrema derecha tenga el objetivo fijado en las políticas sociales, es muy indicativo de que les da igual que sus ciudadanos tengan una mejor salud mental, ellos han venido a hacer negocios

Así que, aunque todos después de la pandemia nos hayamos sensibilizado, aunque creo yo que lo más correcto es decir familiarizado, seguimos actuando en lo particular de forma parecida y en cuanto a las políticas públicas de abordaje de la enfermedad mental seguimos prácticamente igual. Continuamos poniendo el foco en concepciones biologicistas y simplistas sin probar científicamente como el desequilibrio cerebral de neurotransmisores algo, que, por otra parte, viene estupendamente a las farmacéuticas para vendernos fármacos que “equilibran” nuestros neurotransmisores. Así, nos ponemos una venda en los ojos y nos olvidamos de todo lo que rodea a la persona que es más “cómodo” que abordar los problemas en todas sus vertientes. Porque, claro, si tienes un jefe que te hostiga en el trabajo o has sufrido abusos sexuales de niña, algo que un porcentaje altísimo de la población ha sufrido, aunque los datos seguramente sean mayores debido a los casos silentes, pues te tomas un Diazepam y apañado.

Si el enfoque centrado en psicofármacos funcionara, no aumentarían cada vez más los casos relacionados con enfermedades mentales y a edades cada vez más precoces. ¡Curioso este desequilibrio de neurotransmisores! Quiero dejar claro que no estoy abogando por no tomar medicación, en absoluto. La medicación es necesaria, pero es solo uno de los pilares del tratamiento, que no el único.

Si la pandemia nos hubiera hecho mejores, si hubiéramos aprendido algo, tal vez deberíamos haber empezado a enfocarnos en los determinantes sociales de las personas, como lleva diciendo la OMS desde hace más de 30 años. Proteger con políticas sociales efectivas a la ciudadanía por una parte descongestionaría el sistema de atención a la salud mental para poder abordan en mejores condiciones los casos más graves, pero, por otra parte, daría solución a muchos de los problemas que una pastilla no soluciona. Pero ¿quién se atrevería a lidiar con las farmacéuticas cuando son casi el 10% del PIB de este país?

Es llamativo que una cantidad nada despreciable de personas que en 2020 se mostraban sensibles a los problemas de salud mental y su abordaje, ahora lo hayan olvidado. Aunque para hacer honor a la verdad, hay que decir que en 2020 la extrema derecha estuvo rápida y antes de que cristalizara un espíritu de amor a la vida, vio el filón para contratacar por las redes y envenenar las mentes de mucha gente.

Al parecer no salimos mejor. Quizá los reaccionarios estuvieron más rápidos y no aprovechamos la oportunidad de salir mejores. Que la derecha y la extrema derecha tenga el objetivo fijado en las políticas sociales, es muy indicativo de que les da igual que sus ciudadanos tengan una mejor salud mental, ellos han venido a hacer negocios. Alimentar el odio, la mentira y el señalamiento, son sus estrategias. Estrategias que contribuyen a generar sufrimiento mental, tanto contra las personas a las que ponen en su objetivo, como por las políticas que vienen a desarrollar.