El fin del bipartidismo en Europa: entre el miedo y la esperanza.

Vista general de la Asamblea Nacional durante la sesión de preguntas al Gobierno — Telmo Pinto — Zuma Press — ContactoPhoto
Vista general de la Asamblea Nacional durante la sesión de preguntas al Gobierno — Telmo Pinto — Zuma Press — ContactoPhoto
Lo que sucederá el domingo 30 de junio en Francia no tiene precedentes. Por primera vez, las dos opciones en disputa no representarán a ninguna de las dos grandes familias políticas que han dominado la política de Europa Occidental desde la Segunda Guerra Mundial: ni la socialdemocracia clásica ni el centro derecha están entre los favoritos

Estas dos corrientes ideológicas han constituido una especie de bipartidismo, más o menos imperfecto, que es lo que ha proporcionado estabilidad a los sistemas políticos de Europa, legitimándolos y apaciguando el conflicto social a través de unos consensos de mínimos basados en la democracia liberal, libre mercado y políticas de protección social.

Si hacemos un mapa político de Europa Occidental desde la Segunda Guerra Mundial hasta hoy, veremos que en todos los países se ha reproducido la misma lógica bipartidista.

Los países nórdicos se caracterizan por un bipartidismo con predominio socialdemócrata, y alternancia liberal o conservadora. En Noruega, desde la IIGM, el partido hegemónico ha sido el socialdemócrata Partido Laborista hasta 1981. Desde entonces ha habido turnismo entre este y el centroderecha. También en Dinamarca y Suecia han sido los partidos socialdemócratas los que más tiempo se han mantenido en el poder. Las políticas sociales y laborales implementadas por estos partidos explican la existencia del llamado modelo nórdico, caracterizado por la fortaleza del estado de bienestar.

En Reino Unido, desde 1945, ha habido alternancia de gobiernos conservadores (tories) y socialdemócratas (laboristas). El histórico partido liberal (whigs) siempre ha ocupado la tercera plaza. Pero en los últimos años esa fotografía ha cambiado, a pesar de no verse reflejada en cámaras ni gobiernos (en parte debido al sistema electoral uninominal mayoritario). Y es que la extrema derecha UKIP tuvo alrededor del 25% de los votos en las municipales de 2013, fue la primera fuerza en las europeas de 2014 (26,6%), y el partido del Brexit (escisión de UKIP), también ganó las europeas de 2019 con el 30% del voto (contexto Brexit).

En Alemania Occidental, la contienda electoral históricamente ha sido entre los democristianos (CDU) y socialdemócratas (PSD), con victorias del CDU hasta en 1972. Otros partidos: verdes, liberales, la izquierda y la extrema derecha se han disputado el tercer puesto. En las elecciones europeas de 2019 Los Verdes fueron el segundo partido, en las de 2024 ese puesto fue para la extrema derecha filonazi de AfD, en ambas ocasiones desplazando al SPD.

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En Francia, después de la década de la IV república, ha habido hegemonía gaullista hasta que en 1981 gana el socialista Mitterrand. Tras ello se fue estabilizando hacia un bipartidismo conformado por la socialdemocracia y el neogaullismo de Chirac (RPR, luego UMP). La última década ha ido virando hacia un sistema multipartidista con el ascenso de la ultraderecha de Rassemblement National (antes Frente Nacional), el centro liberal de En Marche (emerge paralelamente a la caída de UMP, luego Republicanos) y La Francia Insumisa (plataforma de izquierdas con un programa para la VI república).

El sur de Europa es caso aparte, ya que Grecia, España y Portugal han estado sumidos en dictaduras hasta el último cuarto del siglo XX. En las primeras elecciones griegas tras la Dictadura de los Coroneles (1974), el segundo partido después de los conservadores de Nea Demokratia fue el centro dirigido por un ministro anterior a la dictadura. Desde entonces hasta la irrupción de Syriza y la caída del PASOK en 2012 (fruto de la crisis económica de 2008), el sistema griego ha sido un bipartidismo imperfecto dominado por socialdemócratas y conservadores. Portugal, después de la dictadura salazarista ha estado dominado por los socialdemócratas del Partido Socialista y el Partido Socialdemócrata (derecha, a pesar del nombre). En España el bipartidismo lo han conformado PSOE y PP hasta la irrupción de Podemos.

En Italia, sin embargo, la disputa bipartidista no ha sido entre socialdemócratas y democristianos, sino entre la Democracia Cristiana y el PCI. Unos partidos que empiezan a retroceder a partir de los años 90, hasta que irrumpe como primera fuerza Forza Italia, de Berlusconi. Desde entonces, Forza Italia y PDS (luego DS, socialdemocracia que sucedió al PCI) son los partidos que disputan el poder hasta el 2013, que entra en escena el M5S (Movimiento 5 Estrellas). En 2018 Forza Italia cae, M5S obtiene sus mejores resultados y La Liga de Salvini le pisa los talones a la segunda fuerza que es el PD (sustituyendo a DS). En 2022 gana la coalición de la ultraderechista Meloni (Fratelli, Lega, Forza Italia), frente al PD, que es segundo.

Como comprenderán, este es un resumen muy a trazo grueso. De no ser así no podría ser un artículo, sino que se necesitaría una enciclopedia; pero, por otro lado, solo mirando a trazo grueso y tomando cierta distancia, se puede intentar vislumbrar esos desplazamientos políticos e ideológicos de las sociedades que siempre son lentos, fruto del desarrollo histórico.

Es evidente que más allá de las particularidades de cada Estado, hay un denominador común en todos los sistemas políticos de Europa Occidental y es que siempre, sin excepción, una de las dos grandes familias políticas de Europa ha estado en la disputa del poder. Hasta el próximo domingo en Francia.

Nos encontramos ante una transformación del modelo, y debemos situar el germen en la ruptura de los consensos alcanzados tras la IIGM, en los años 80, con la revolución thatcheriana, luego contagiada al resto de Europa con la asunción definitiva de los planteamientos económicos neoliberales, globalizadores y capitalistas por parte de la socialdemocracia continental. Este viraje socialdemócrata marca el inicio de su declive y abre el camino a nuevas alternativas por la izquierda.

Al mismo tiempo, también emergen por la derecha nuevos movimientos y organizaciones nacionalistas y de extrema derecha, con un discurso centrado en la identidad nacional y cultural y contrario a la inmigración, cuando no abiertamente racistas o neofascistas.

Las turbulencias en el sistema de partidos que se están produciendo los últimos años indican que estamos en un punto de no retorno. Así deben ser interpretadas las fórmulas de gobierno de gran coalición, como los gobiernos de Angela Merkel, la presidencia de von der Leyen en la Comisión Europea, u otros grandes acuerdos entre los dos partidos dominantes en cuestiones de Estado, como el último acuerdo para la reforma del poder judicial en España.

No es un retorno al bipartidismo, sino el síntoma de un modelo agotado. Las palabras de François Hollande afirmando que Jean-Luc Mélenchon debe dar un paso a un lado porque genera “rechazo” no son más que un intento desesperado por volver a un momento político superado. Y es significativo que lo diga precisamente el máximo responsable del hundimiento de la socialdemocracia francesa. Los estertores del bipartidismo tienen un componente grotesco.

Es indispensable hacer una buena lectura del contexto político europeo para plantear un nuevo modelo de sociedad que se enfrente a una ultraderecha que en las últimas elecciones europeas ha sido primera fuerza en Francia, Italia, Austria, Hungría y Bélgica; segunda fuerza más votada en general.

Quienes creen que la forma de derrotar a la extrema derecha es proporcionando estabilidad al viejo bipartidismo, en cualquiera de sus expresiones, se guía por intereses políticos inmediatos. El problema es que su irresponsabilidad puede condenarnos a la impotencia y al fracaso. Debemos entender que lo que ahora está en disputa es el propio concepto de democracia, monopolizado por el bipartidismo durante los últimos 80 años.