Se puede ser ignorante pero no imbécil

El presidente de Argentina, Javier Milei recibe la medalla Hayek — Presidencia Argentina— Europa Press — ContactoPhoto
El presidente de Argentina, Javier Milei recibe la medalla Hayek — Presidencia Argentina / Europa Press / ContactoPhoto
La irracionalidad y la inviabilidad de las políticas promovidas por la ultraderecha y los libertarios capitalistas han alcanzado niveles alarmantes en el panorama mundial. A nivel superficial, estas ideologías postulan una visión seductora de libertad. Sin embargo, un examen minucioso evidencia una peligrosa ignorancia que raya en la estupidez

La glorificación del mercado libre, sin ningún tipo de regulación, es una falacia perniciosa, que empezó a ser promovida, desde la administración de Ronald Reagan, con Milton Friedman de asesor, como un arma de reingeniería social y económica, contra ataque a los avances civilizatorios y democráticos de la década de los 60. Su resultado inmediato más salvaje y despiadado fue el Chile de Pinochet, prácticamente con los mismos asesores, Milton Friedman, Friedrich Hayek y The Chicago Boys. 

El mismo Ludwig von Mises dio una charla en Harvard a principios de los años cincuenta que fue bastante cómica, por no decir ridícula. Mises explicó que el desempleo es una imposibilidad lógica en el tipo de sociedad libertaria que el imaginaba. Después de todo, si las personas tuvieran que elegir entre morir de hambre y trabajar por unos centavos, cualquiera elegiría lo último. No soy psiquiatra, por lo tanto no me atrevería a decir de forma concluyente que estas personas son psicópatas, aunque sus opiniones sugieren esa conclusión.

La historia económica está sembrada de crisis devastadoras que podrían haber sido mitigadas, si no evitadas, con una adecuada intervención estatal. Desde la desregulación financiera que precedió la década de los 60, hasta la explosión de la burbuja inmobiliaria de 2008, los mercados descontrolados han demostrado ser extremadamente destructivos. Afirmar que los intereses privados buscarán siempre el bien común es, en el mejor de los casos, estúpido; en el peor, una manipulación descarada.

A pesar de cualquier evidencia en contra, esta corriente ideológica persiste en imponer reducciones fiscales a las corporaciones y a los más ricos, bajo la insostenible tesis de que la riqueza se "filtrará" hacia el resto de la sociedad. Más de cuatro décadas de neoliberalismo han demostrado precisamente lo contrario: un incremento brutal en la desigualdad y una creciente concentración de riqueza en manos de unos pocos. Este extremado proceso de concentración de la riqueza y el poder, no solo es un insulto a la justicia social, sino que además socava los pilares de la democracia. 

Ante la falta de evidencias coherentes y científicas para sustentar lo absurdo de esta ideología, han creado sus propias organizaciones, Fundaciones, ONG estadísticas y Think Tanks. 

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Los ejemplos más bochornosos de este proceso patológico de ideologización con rostro académico son, en los Estados Unidos el Heritage Foundation, Cato Institute, American Enterprise Institute (AEI) y el Heartland Institute. En Reino Unido el Institute of Economic Affairs (IEA), TaxPayers' Alliance y el Adam Smith Institute. En Europa, el European Foundation for Democracy (EFD) y el Open Europe (antes de su fusión con Policy Exchande). En América Latina y España, la Fundación Libertad (Argentina) y el Instituto Juan de Mariana (España). Estos Think Tanks son especialistas en utilizar estadísticas y datos sesgados, manipulados o fuera de contexto para respaldar las propuestas políticas y económicas de la ultraderecha. Esas instituciones sistemáticamente omiten información relevante o interpretan los datos de manera que respalden conclusiones predeterminadas de la ultraderecha. Utilizan sofisticadas estrategias de comunicación para influir en el debate público, incluyendo la publicación de informes "técnicos", la organización de conferencias y seminarios, y la colaboración con medios de comunicación afines. Estas organizaciones e instituciones, desempeñan un papel crucial en la formación y difusión del pensamiento de derecha, ultraderecha y neofascista; su influencia en la política y la opinión pública global es significativa, fortaleciendo un contenido ideológico repugnante y despreciable, en todos los ámbitos, desde falsedades sobre la distribución de las riquezas hasta los argumentos más imbéciles de negacionismo contra el cambio climático.

El referente histórico más cercano de ese proceso de ideologización ultraderechista y neofascista es el de la Alemania nazi y la Italia de Mussolini. Los ultraderechistas de ahora son los herederos ideológicos y culturales del nazismo y el fascismo, que de la misma forma crearon instituciones de adoctrinamiento ideológico como: Ahnenerbe, el Instituto de Investigación e Instrucción para la Economía en Berlín, el Reichsministerium für Volksaufklärung und Propaganda, el Istituto Nazionale di Cultura Fascista (INCF), la Scuola di Mistica Fascista y la Opera Nazionale Balilla (ONB). ¡El paralelismo es sorprendente!

En el desarrollo de todas sus “marcas” ideológicas, la más insidiosa aún es la negación del cambio climático y la perpetua permisividad hacia las industrias contaminantes. La ignorancia en este ámbito es peligrosa, pero la subordinación deliberada de la ciencia a los intereses industriales es simplemente grotesca. Al priorizar las ganancias corporativas sobre la vida humana y el futuro del planeta, estas políticas configuran un escenario apocalíptico.

El socavamiento de las instituciones gubernamentales bajo la justificación de una supuesta ineficiencia pública es otro pilar de la enorme irresponsabilidad de estas ideologías. Al desmantelar las protecciones sociales, destruir el acceso equitativo a la educación y salud, y desregular la protección medioambiental, se condena a las futuras generaciones a una pobreza estructural y a un entorno inhabitable. Esta visión absolutista del individualismo ignora descaradamente la interdependencia que define a cualquier sociedad funcional.

Además, la demonización sistemática de los más vulnerables – inmigrantes, minorías, y las clases trabajadoras – no solo divide a la sociedad, fomentando, ya no una lucha de clases, sino más bien un clima de odio de clases y violencia, que también desvirtúa los verdaderos problemas estructurales. Desviar la atención hacia chivos expiatorios sirve únicamente para proteger a los verdaderos culpables: aquellos que se benefician de un sistema diseñado para concentrar riqueza y poder.

Aunque Adam Smith solo mencionó una sola vez “la mano invisible” del mercado, en su libro “La riqueza de las naciones”, esta histeria colectiva de las sectas ultraderechistas, neofascistas y libertarias, en última instancia, se han dedicado a promover la absurda noción de que la competencia desenfrenada y la búsqueda de beneficios maximizarán la eficiencia y la prosperidad para todos, siendo esto extremadamente destructivo. Está ideología se fundamenta en un “capitalismo desenfrenado”, sin libertades y sin democracia; porque en definitiva no existe nada menos democrático que una corporación. La economía necesita pautas claras y justas para funcionar en beneficio de la mayoría, no de una minoría privilegiada. 

La perpetuación de estas políticas es una demostración de ignorancia que raya en la estupidez. Se puede ignorar la historia y la evidencia, pero la obstinación en políticas que promueven la desigualdad, la injusticia y la destrucción ambiental es una imbecilidad, una temeridad que la humanidad no puede permitirse. La hora del cambio es ahora.