Alberto Garzón en el Palacio Real

Alberto Garzón durante el besamanos. 12 de Octubre 2024
Alberto Garzón durante el besamanos. 12 de Octubre 2024
Alberto Garzón en el besamos del Palacio Real representa a la izquierda de una España que es una ficción hecha realidad a fuerza de absolutismo, centralismo y represión territorial. Una España Real que no es la España real

No es una anécdota ni un hecho aislado. No es la manera de despechar las críticas de su propia organización que le obligaron a retractarse de trabajar para el consulting dirigido por el exministro, ex vicesecretario general y ex responsable de organización del PSOE, Pepe Blanco. Alberto Garzón acudiendo, sin necesidad, al besamos borbónico por invitación de la Casa Real, es la representación simbólica de la izquierda que domesticó el régimen del 78.

El pacto de la transición del franquismo a la democracia, aceptado por el PCE y, por supuesto, por el PSOE, suponía la interiorización en la izquierda de tres cuestiones de fondo. La aceptación de la monarquía borbónica reinstalada por el dictador como clave de bóveda del todo atado y bien atado. La aceptación de que la crisis económica de régimen, agravada por la primera crisis del petróleo, la pagase la clase trabajadora. Y, tercero, la aceptación de que la estructura territorial del estado sería la compuesta por las tres nacionalidades cuyos estatutos habían sido aprobado antes del golpe de estado de julio de 1936, Galicia, País Vasco y Cataluña, la comunidad foral de Navarra, quedando relegados el resto de territorios a meras estructuras administrativas, sin capacidad política, dirigidas desde el centralismo gubernamental.

De esas tres vigas maestras del pacto de la transición, la única que se rompe es la territorial. La rompe Andalucía el 4 de diciembre de 1977. Ese día el pueblo cultural andaluz sale masivamente a la calle para constituirse como pueblo político. Fuerza el artículo 151 de la CE, que los padres de la constitución redactan de manera infame, imponiendo unas condiciones de referéndum para que fuese imposible que Andalucía obtuviera el reconocimiento de nacionalidad histórica. La infamia es desbordada en las urnas andaluzas el 28 de febrero de 1980. En el proceso autonómico andaluz, tanto el PSOE como el PCE fueron siempre a rebufo del andalucismo político, liderado entonces por el PSA.

Alberto Garzón en el besamos del Palacio Real representa a la izquierda de una España que es una ficción hecha realidad a fuerza de absolutismo, centralismo y represión territorial. Una España Real que no es la España real. El bipartidismo de régimen que alimenta el ex coordinador general de IU, de regreso en forma de nuevas corruptelas, se ha fortalecido con el apoyo, ora a unos ora a otros, del PNV y la derecha política catalana, y con una izquierda preocupada en exclusiva por su reproducción y supervivencia electoral. Una izquierda regresada, tras el fracaso de Sumar, a la cantinela extemporánea de la unidad.

Salvo que la corrupción sistémica del régimen del 78, representada por la monarquía  y, en esta fase, por  Isabel Díaz Ayuso y su mundo y por el mundo del exministro y ex secretario de organización del PSOE, José Luis Ábalos, provoque un anticipo electoral, parece que hay margen temporal para que, sin urgencias tácticas, se aborde un proyecto político que vincule la realidad de la diversidad política, cultural y territorial, con los avances republicanos y democráticos hurtados a los pueblos del estado español en la transición. Desde luego, para un proyecto así, no cabe la hegemonía de una izquierda como la que simboliza Alberto Garzón en el besamos del Palacio Real.

Nada de esto sería posible sin suscriptores