La desfachatez intelectual

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Yolanda Díaz, en una reciente comparecencia ante los medios — Eduardo Sanz / Europa Press
Muy pocos progresistas con tribunas y micrófonos advirtieron del error de Magariños y de la inconsistencia organizativa y discursiva de Sumar

En 2016, Ignacio Sánchez-Cuenca publicó un excelente libro titulado La desfachatez intelectual, en el que criticaba el reaccionarismo y la falta de rigor de buena parte de los escritores e intelectuales del establishment. Pasados los años, el libro sigue vigente, aunque bien podríamos concluir que, como ya pronosticó el propio Sánchez-Cuenca, la influencia de esta vieja élite es cada vez menor. No obstante, el auge de la fachosfera, que no precisa de referentes intelectuales, probablemente haya intensificado el problema de la irracionalidad y derechización de la esfera pública. La pregunta que hoy formulo es si también en el ámbito progresista hallamos desfachatez intelectual.

Los resultados de las elecciones europeas han desatado la enésima crisis de la izquierda, protagonizada en esta ocasión por Sumar. Creo que los malos resultados de la formación de Yolanda Díaz, agravados en el plano interno por la quizá imprevista fortaleza de Podemos, no son consecuencia exclusiva de sus numerosos errores políticos. Si Sumar hubiese hecho las cosas bien, probablemente tampoco habría obtenido un gran resultado. Son excesivas las dificultades objetivas, estructurales y coyunturales para las fuerzas progresistas. La crítica que merece el desempeño de Yolanda Díaz debería centrarse, en mi opinión, en sus atajos éticos: deslealtad, oportunismo, alianzas con determinados poderes mediáticos, tibieza discursiva, inconsistencia ideológica, ausencia de pedagogía, desprecio a las organizaciones, etc. La operación Sumar, digámoslo con claridad, implicaba un trato mediático favorable a la figura de Yolanda Díaz a cambio de acabar con Podemos y domesticar a la izquierda. Todo para nada.

Sí parece evidente que la debilidad discursiva y organizativa de Sumar ha contribuido a sus decepcionantes resultados. Sin embargo, a la luz de las reacciones que se leen y escuchan, pareciera que la aventura de Yolanda Díaz no tuvo mecenas en los medios de comunicación, en los partidos coaligados y en cierta intelectualidad. Es conocida la posición de la llamada progresía mediática, por lo que centraré mi breve análisis en citar a algunos (son muchos más) de los intelectuales, escritores o comunicadores que auspiciaron la operación Sumar desde dentro y desde fuera.

El propio Sánchez-Cuenca, que es uno de los mejores politólogos españoles, participó y defendió abiertamente a Sumar en su proceso personalista de construcción a la vez que se ensañaba con Podemos. Algo parecido puede decirse del brillante filósofo Antonio Campillo, que más de una vez ha desbarrado para apoyar a Sumar e incluso llegó a defender el recorte a las pensiones de los parados mayores de 52 años. Un gran jurista como Javier Pérez Royo bendijo Magariños. Lo mismo puede decirse del escritor Santiago Alba Rico.

Otras generaciones de académicos o escritores aspirantes a liderar la intelectualidad progresista también han participado activamente en el debilitamiento organizativo y discursivo de la izquierda. Desde fuera, sin una honda trayectoria intelectual, pero con una notable capacidad de elocuencia e influencia, Pedro Vallín y Antonio Maestre (que ya fue útil para el poder al criticar el procés desde la izquierda) han sido operadores mediáticos relevantes en la operación Sumar. Con mayor sutileza, pero en un sentido similar, se posicionó Daniel Bernabé, hábil comunicador que logró crearse un hueco mediático y digital a partir de su libro La trampa de la diversidad, un diagnóstico político tan equivocado como peligroso. Durante un buen tiempo, Bernabé alabó el laborismo de Sumar obviando que el auge mediático de Yolanda Díaz se debía, en cierto modo, a su renuncia a derogar la reforma laboral del Partido Popular. Otros muchos analistas, académicos y comunicadores también se decantaron por apoyar la endeble y personalista construcción de Sumar, en algunos casos, como Elisabeth Duval, incluso asumiendo cargos de partido.

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Por supuesto, es legítimo que todas las personas defiendan las posiciones que crean convenientes. Pero sí me parece criticable que, sirviéndose de su repercusión y un cierto prestigio intelectual, demasiadas voces hayan priorizado operar en las disputas internas de las izquierdas para alimentar la creación de un proyecto tan débil, líquido y personalista como Sumar. Las personas que tienen una cierta influencia en la izquierda, en puridad, gozan de un mayor poder que el de miles de militantes que se desviven en el día a día, lo que debería implicar un cierto ejercicio de responsabilidad. ¿No cabría exigir, en la esfera pública progresista, rigor y mesura a la hora de intervenir en las dinámicas internas, así como una mayor preocupación por denunciar los abusos del poder económico-mediático y por aportar diagnósticos y soluciones a las injusticias?

Buena parte de las voces intelectuales progresistas que apoyaron el surgimiento de Sumar carecían de rigor en sus análisis, que estaban más bien motivados por inquinas personales hacia Podemos, cuando no por cálculos poco confesables. Además, la intensa precariedad del sector periodístico y de la comunicación y el acoso mediático a Podemos crearon tenebrosos incentivos para adherirse a la operación Sumar. Muy pocos progresistas con tribunas y micrófonos advirtieron del error de Magariños y de la inconsistencia organizativa y discursiva de Sumar.

No deberíamos obviar que el poder mediático siempre va a tratar de intervenir en la selección de la intelectualidad progresista. El feminismo tampoco es ajeno a estas dinámicas estructurales. No es casual, por ejemplo, que Clara Serra, que optó por no combatir el boicot judicial a la ley solo sí es sí, sea la intelectual feminista de su generación con mayores oportunidades. La desfachatez intelectual en la izquierda no es comparable a la que vemos en la derecha, pero admitir que también existe es el primer paso para erradicarla.