Reinas, vedettes y fondos reservados

Para un análisis feminista, republicano y de clase más allá del manido mantra de que don Juan Carlos era un machista porque poner los cuernos es pecado

Ya lo dijo Oscar Wilde: “Todo en este mundo tiene que ver con el sexo, excepto el sexo, que tiene que ver con el poder”. Esto es algo que, si los hombres saben bien, los reyes han de tener esculpido en piedra sobre el dosel desde la cuna para que jamás se les olvide. Y el emérito don Juan Carlos fue desde muy joven un alumno de lo más sobresaliente. Pilar Eyre, en ‘La Soledad de la Reina’, cifró en 1500 el número de mujeres con las que el Borbón se había acostado a lo largo de su vida. Amadeo Martínez Inglés, coronel retirado del Ejército que le llegó a calificar de “depredador sexual”, estimó que fueron en torno a 5.000. O al menos, esa es la leyenda que a él le ha gustado cultivar y que ha servido para proyectar su poder y sus métodos en Zarzuela… y mucho más allá.

De la revelación de estos datos hace ya, en realidad, unos cuantos años. Sin embargo, han sido estas últimas semanas de fotos y audios filtrados cuando se le ha puesto rostro definitivo a la lujuria. Rostro, eso sí, de mujer. ¿Voladura controlada? Porque la cara del señoro en cuestión llevamos más de cinco décadas teniéndola impresa en las monedas, en los sellos, en la Constitución y en el Hola. Pero bien sabemos que el sexo nada tiene de pecaminoso hasta que no lo practicamos nosotras. Hasta que no tienen a una mujer a la que hacer cargar con la culpa, a la que responsabilizar de la tentación frente a la que incluso los hombres más poderosos y nobles se ven obligados a claudicar. La sirena. Salomé. Medusa.

Bárbara de tonta no tenía un pelo y se guardó las fotos pertinentes, los audios pertinentes, la documentación pertinente, porque tenía claro cristalino eso de que todo va de sexo excepto el sexo, que va de poder

En el imaginario colectivo españolito, Bárbara Rey ha sido durante décadas retratada como la heterocuriosa oficial del reino de España, la liberada, la mala mujer por excelencia. La que aprendió a vivir de su sexualidad sin miramientos, la que incluso destapó públicamente ante millones de mujeres en este país el secreto mejor guardado del patriarcado: que en la existencia lesbiana se es mucho más feliz. En estas líneas queremos sacar a la palestra que fue también voz de la UCD, y elemento útil para legitimar a Adolfo Suárez, colaboracionista al servicio de Su Alteza Real. Ambas autoras reconocemos, con todo, la fascinación que nos genera el personaje: Bárbara de tonta no tenía un pelo y se guardó las fotos pertinentes, los audios pertinentes, la documentación pertinente, porque tenía claro cristalino eso de que todo va de sexo excepto el sexo, que va de poder.

Hay quienes se creen muy listos cuando colocan a Bárbara en el margen (podría ser ella o cualquier otra mujer, piensan) y nos insisten en que lo importante es lo que no sabemos, lo que hacían ellos. Que hay que separar lo rosa, los amores, de lo azul, del Estado profundo. Venimos a deciros que estáis equivocadísimos, queridos. Equivocadísimos. Las vedettes son un oficio que a lo largo de toda la historia se ha constituido indisociable del poder y de las estructuras —masculinas— que lo reproducen: cabareteras, chicas de revista, artistas de variedades. De Josephine Baker a la mismísima Bárbara. No convendría despreciarlo. Y quienes más se empeñan estos días en repetirnos que una cosa es la vida privada del ex rey y otra, la importante, todo lo que tiene que ver con sus chanchullos político-económicos, insistiendo en desligar una cosa de la otra, lo saben también.

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No es casualidad que estemos atendiendo a un fenómeno que nos resulta tan conocido a las mujeres: el de empezar a poner en primera plana a la emérita doña Sofía como contraejemplo pontificado de la inmoralísima vedette

Por eso no es casualidad que estemos atendiendo a un fenómeno que nos resulta tan conocido a las mujeres: el de empezar a poner en primera plana a la emérita doña Sofía como contraejemplo pontificado de la inmoralísima vedette. Lo de siempre: la Santa y la Puta, la Puta y la Santa. Ambas encarnan los dos únicos roles que el patriarcado nos ha reservado tradicionalmente a las mujeres y que todavía operan hasta el punto de que muchos anden sirviéndose de ellos para tratar, no solo de salvar, sino de apuntalar la institución monárquica. Así, hoy tenemos en tertulias, informativos y portadas a Sofía, la Santa, y a Bárbara, la puta. 

No es baladí que la imagen de doña Sofía que está emergiendo estos días sea la de, como afirmaba en uno de los audios filtrados su propio marido, “la mujer que aguanta” por un fin superior, por el bien mayor de proteger la institución. Tampoco que incluso la ministra Margarita Robles, una de las figuras más afines al régimen del 78 colindantes al PSOE, salga públicamente en defensa (jeje) de la emérita con esas declaraciones y el rostro y la voz tan afectados: “Todas nuestras Fuerzas Armadas nos sentimos orgullosos de usted, de su hijo, del jefe del Estado, el Rey Don Felipe, y también de la Princesa de Asturias, la Princesa Leonor. Muchos siguen y seguirán su ejemplo. Por tanto, hoy, en este momento, nuestro cariño y agradecimiento para usted".

Y es que cuando el hombre se vuelve demasiado díscolo y se marcha a por tabaco y no regresa, ya no queda más remedio que poner el foco en la mujer, ignorada socialmente hasta ese momento, para que sea ella el bastión de sostén de las instituciones (en el universo del común de los mortales, la familia; en el de la realeza, la monarquía). La heroína a la que toda la comunidad apoya frente al desplante del hombre canalla. De ahí surgen, por ejemplo, calificativos como el de “madre coraje” o, en esta ocasión, el de “Reina que cumple de maravilla”. 

Esos discursos de aplauso hacia la buena mujer, a la que aguanta, sirven, además, de disciplinamiento para todas las demás. Qué mujer se atrevería ahora a no aguantar lo que se venga por el bien de su familia si la reina Sofía fue capaz de aguantar semejantes barbaridades (jaja) por el bien de este país. Todo ello, obviando, por supuesto, que muchas mujeres han de tragar por pura violencia económica, por  no tener redes, ni alternativa. Eso sí, Sofía trasegó los cuernos para mantener su status y su paz, viviendo tranquila en Londres con su hermana, a sueldo de la ciudadanía española, recocida en su beaterio ultramontano, inmóvil, como su cardado. Cómo y por qué se aguantan unos cuernos también es una cuestión de clase, sobre todo teniendo en cuenta que el amor fue una invención burguesa y que, de toda la vida de dios, los monarcas entre ellos y ellas se han venido arrejuntando por cuestiones de poder más que por motivaciones afectivas. La imagen de esposa doliente de la emérita puede que no responda tanto a un verdadero trasfondo emocional como moral o, en todo caso, de estatus. Al menos no el uso que se está haciendo de ella. 

Llegadas a este punto, aclaremos una cosa sobre esta falsa dicotomía entre dos señoras de lo más privilegiadas, para que ni la perspectiva de género nos nuble la de clase, ni todo lo contrario. Las mujeres, ni somos tan santas, ni somos tan putas. Ninguna. De hecho, la mayoría hemos transitado ambos estadios en algún momento de nuestras vidas en función de lo que decidiese el entorno, según le conviniera catalogarnos. A menudo, también, para enfrentarnos: la pérfida puta que destruye la vida a la abnegada santa. O la santa amargada, que envidia la valiente libertad de la puta. Y es que esa polarización de nuestros perfiles no solo es grave por cómo nos afecta a nosotras mismas como individuas, que también. Es grave en tanto existe, precisamente, porque es una gran herramienta para apuntalar el poder patriarcal. Y la monarquía es indisociable del poder patriarcal.

Que don Juan Carlos tuviera chorrocientas aventuras con chorrocientas mujeres distintas no solo es cotilleo. O quizá resulte más adecuado reconocer que sí, pero que el cotilleo es poder, como la información. Las relaciones extramatrimoniales del emérito —no solo Bárbara, pensemos en Corina, el cerebro detrás de una estructura societaria de evasión fiscal y enriquecimiento ilícito entre jeques, reyes, empresarios o diplomáticos— ponen en jaque las premisas esenciales sobre las que se sostiene la monarquía y que se corresponden, curiosamente, con los principales dispositivos disciplinarios del patriarcado, empezando por la institución heterosexual y todos sus elementos. Resulta que al final don Juan Carlos y la Familia Real no eran el gran ejemplo normativo que nos quisieron colar. Que el matrimonio monógamo, institución consustancial a la institución monárquica, era una farsa. Que la familia biológica perfecta a través de la cual se naturaliza y justifica la herencia de los privilegios monárquicos, también.

Para ir terminando, cabría preguntarse, después de todo, por qué es ahora cuando todo salta por los aires, después de décadas de connivencia de parte de todos los poderes públicos, empezando por la prensa. Nosotras defendemos que tiene todo que ver con el feminismo. Cuando se produjo el #SeAcabó y aquel beso de Rubiales, muchos nos decían que éramos un poco naif, un poco ingenuas, si nos pensábamos que no operaron otros muchos elementos para tumbar al Presidente de la Real Federación Española de Fútbol: su enemistad con Javier Tebas, sus antiguos hombres de confianza traicionados, sus vínculos políticos a ambos lados del bipartidismo. Y nosotras contestamos: sí, pero nada de eso le tumbó de la silla. Fueron las feministas. Fue la reacción feminista a una agresión sexual.

Lo que no consigue la justicia (cómplice de la impunidad borbónica) ni el republicanismo organizado —y convenientemente censurado y perseguido— lo consiguen una vedette y sus cintas de grabación

Aquí ocurre lo mismo: lo que no consigue la justicia (cómplice de la impunidad borbónica) ni el republicanismo organizado —y convenientemente censurado y perseguido— lo consiguen una vedette y sus cintas de grabación. El 23F. Los “negocios”. Los fondos reservados al servicio de la real bragueta. UCD para matar al PSOE. El PSOE para matar a UCD. Y lo que no sabemos. Y lo que no sabremos, compiyoguis. Dice Pablo Elorduy en su brillante “Estado Feroz” que los whatsapps de Letizia con sus amistades peligrosas filtrados en 2016 fueron un aprendizaje borbónico, un aviso a navegantes de que si querían mantener la borbónica impunidad y el regio privilegio, deberían ser algo más discretos. Para todo lo demás, ya está Francina Armengol y el PSOE, que todo lo incómodo, lo borra, con cal viva o sacándolo del diario de Sesiones.

De esta retahíla extraemos que el rey fue la clave de bóveda de un régimen que se está viniendo abajo: machista, corrupto, déspota y, sobre todo, operador político fundamental para sostener todo lo anterior. Aunque eso, en realidad, ya lo sabíamos. Lo que quedaba pendiente era reconocer que ni Bárbara, ni Sofía, ni todas las demás  fueron ni las putas, ni las santas; ni tampoco meros complementos inertes del hombretón. Para lo bueno y para lo malo, la historia política, las cosas importantes también les han pertenecido. En fin, amigas, nosotras nos despedimos soñando con una república de alegres vedettes, que no sean ni musas ni amantes de nadie, sino señoras de sí mismas. Y con muchas lentejuelas.