El desafío de Elias Khoury (1948-2024)

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Eduardo Parra / Europa Press / ContactoPhoto
Conocí a Khoury primero como periodista, un periodista que blandía su pluma como un látigo contra las corrupciones del establishment. Khoury era un sujeto absolutamente político

Elias Khoury, fallecido el pasado mes de septiembre a la edad de 76 años, fue uno de los escritores árabes de ficción más dotados de su generación. Describirlo, sin embargo, como un mero «novelista libanés», pauta seguida por la mayoría de los obituarios publicados en la prensa occidental, es traicionar el espíritu de su vida y de su obra, ambas animadas por innumerables pasiones y causas a cada una de las cuales Elias parecía dedicar la totalidad de su tiempo y de su energía, imposibilidad lógica que imagino le habría arrancado una sonrisa. Aunque vivió principalmente en el Líbano y ha escrito sobre todo acerca de libaneses y palestinos, Elias formaba parte de una vanguardia mundial y soñaba más allá de las formas y las fronteras.

Conocí a Khoury primero como periodista, un periodista que blandía su pluma como un látigo contra las corrupciones del establishment. Aunque era especialista en temas culturales, Khoury era un sujeto absolutamente político

Como muchos otros que llegamos a la edad adulta edad durante la guerra civil libanesa (1975-1990), conocí a Khoury primero como periodista, un periodista que blandía su pluma como un látigo contra las corrupciones del establishment. Aunque era especialista en temas culturales –dirigió la sección cultural de dos importantes diarios de Beirut, as-Safir (1983-1990) y an-Nahar (1992-2009)–, Khoury era un sujeto absolutamente político. Nacido en 1948 en una familia cristiana ortodoxa oriental de Beirut, Elias frecuentó la iglesia, pero también leía el Corán mientras aprendía árabe clásico. Palestina ocupó su imaginación desde su adolescencia. En 1967 viajó a Jordania para trabajar como voluntario en un campo de refugiados palestinos. Tras la Guerra de los Seis Días (1967), se unió a Fatah, la facción dirigente de la OLP. Los acontecimientos del denominado Septiembre Negro y la expulsión de la OLP de Jordania en 1970 supusieron una gran conmoción para él: Khoury se dio cuenta de que lo sucedido en el país hachemita podría repetirse fácilmente en Líbano, lo cual significaría que los palestinos volverían a marchar hacia otro exilio.

Khoury pasó los primeros años de la década de 1970 en París, donde obtuvo un doctoró en historia social bajo la dirección de Alain Touraine en la École Pratique des Hautes Études. Su tesis versó sobre la guerra civil del Monte Líbano (1840-1860) librada entre las comunidades drusa y maronita, un tema sobre el que descubrió que «básicamente no había testimonios escritos». «En mi opinión, esta ausencia de un pasado escrito significaba que los libaneses tampoco teníamos presente [...]. Nuestra carencia de historia escrita me hizo sentir que tampoco conocía el país en el que había crecido». Khoury regresó posteriormente a Beirut, donde inició su carrera como periodista y crítico literario, al tiempo que reanudaba su activismo. Estuvo muy implicado en la fundación de la Brigada Estudiantil de Fatah, formada por palestinos que estudiaban en Líbano junto con muchos voluntarios locales (entre ellos dos primos míos).

Cuando estalló la guerra civil en 1975, Khoury se unió a los combates, pero resultó herido en los primeros meses de la contienda, constatando que la pluma podía ser un arma igual de potente y más adecuada a sus dotes y a las exigencias de su joven familia. Entre 1975 y 1979 dirigió la revista Palestinian Affairs, cuya sede se hallaba en Beirut, junto a Mahmoud Darwish, una colaboración que tuvo un inmenso impacto sobre él. A lo largo de las siguientes décadas participaría en la edición de numerosos periódicos locales y pequeñas revistas. Ahmad Samih Khalidi, con quien Khoury coeditó la edición árabe del Journal of Palestine Studies, lo ha descrito como el artífice del «renacimiento» de la vida de la revista, producto de sus ideas y de su ilimitada energía. Además de su actividad periodística, Khoury enseñó literatura árabe en varias universidades de Líbano, Estados Unidos y Europa y asumió la dirección artística del prestigioso Théatre de Beyrouth (1992-1998).

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 'An 'Ilaqat al-Da'irah, (Sobre las relaciones del círculo,1975), la primera novela de Khoury, pareció anticipar la conflagración que se avecinaba, anticipación no muy distinta de la ofrecida por el musical Nazl al-Sourour (Hotel Felicidad,1974), del dramaturgo Ziad Rahbani. Sin embargo, como me dijo la socióloga Yehouda Shenhav-Shahrabani, amiga de Khoury, el libro que él consideraba su «primera» novela fue la siguiente: al-Jabal al-Saghir (La pequeña montaña, 1977). El detonante de la misma fue el estallido de la guerra civil libanesa. Como dijo Khoury en una conversación con el historiador Ilan Pappé, ello supuso la oportunidad de romper con los grilletes de la poesía, que había hegemonizado la expresión literaria hasta ese momento, así como con los planteamientos de la escritura de novelas, que implicaban representaciones nostálgicas de pasados imaginados. Khoury se refería a esta oportunidad como «el momento»; creía que «sin afrontar el presente con los ojos abiertos, nosotros (los novelistas) no podemos escribir, no podemos producir realmente literatura».

Enfrentarse al presente significaba apropiarse de la propia historia: «Para tener un presente es preciso saber qué cosas olvidar y qué cosas recordar». El historiador Walid Khalidi fue una influencia importante en este sentido, ya que transmitió a Khoury la importancia de la memoria y del testimonio. Junto con algunos pioneros contemporáneos –Ziad Rahbani en el teatro, Marcel Khalife en la música–, Khoury se despidió respetuosamente de los viejos estilos, dando paso a una nueva era de la literatura, caracterizada por la utilización de un árabe más fluido y coloquial, que se enfrentaba a la vida tal como se vivía y experimentaba, por horrible o desalentadora que fuera. En Líbano la llamamos «la literatura/el arte del desafío» (al-adab/al-fann al-muqawim).

Su novena novela, la épica Bab al-Shams (La cueva del sol,1998), que aborda la difícil situación de los refugiados palestinos en Líbano desde la Nakba, le dio fama internacional. Una cascada de relatos narrados por un médico campesino junto a la cama de un combatiente palestino en estado de coma, basados en las historias que Khoury había pasado años recopilando entre los refugiados palestinos. Se convirtió en un éxito de ventas y más tarde la novela fue llevada al cine. Pero para Khoury su mayor honor vino de un gesto inesperado. En 2013 un grupo de activistas palestinos levantó un campamento en un pedazo de tierra palestino ubicado cerca de Jericó, que había sido confiscado por Israel y destinado a la construcción de un asentamiento judío ilegal. Estos activistas llamaron al campamento Bab al-Shams, inspirándose en la novela de Khoury y le pidieron que hablara con ellos por Skype. El incidente fue como un bautismo, porque le hizo caer en la cuenta de que se había convertido en palestino y de que tenía un puesto en el panteón intelectual de la lucha por la liberación de Palestina.

A lo largo de las numerosas novelas de Khoury podemos rastrear un cambio gradual del objeto de interés, que pasa paulatinamente de Líbano a Palestina

A lo largo de las numerosas novelas de Khoury podemos rastrear un cambio gradual del objeto de interés, que pasa paulatinamente de Líbano a Palestina, o de la lucha de los palestinos exiliados en el Líbano al sufrimiento de los palestinos residentes en Israel y Palestina. Sus tres últimas novelas, la trilogía Awlad al-Ghetto (Hijos del gueto, 2016, 2018, 2023), narran la vida de un refugiado palestino de 1948 llamado Adam Dannoun, procedente de la ciudad de Lydda, que acaba viviendo en Nueva York. Uno de los temas principales de la trilogía es el legado de la Nakba, que en opinión de Khoury no es un acontecimiento histórico singular, sino una experiencia continua: «Estamos viviendo la Nakba». Sin embargo, la preocupación más profunda de los libros es la batalla psicológica entre la autocensura y la autoemancipación: la lucha por reconstruir la memoria de lo que realmente ocurrió en 1948 y después, superando la reluctancia de muchos a enfrentarse con sus horrores.

El cambio de siglo abrió un periodo de desesperación para Khoury: las consecuencias de los Acuerdos de Oslo, la muerte de Edward Said en 2003, el asesinato en 2005 del periodista Samir Kassir, amigo íntimo de Khoury, la muerte de Darwish en 2008. El asesinato de Kassir en particular agrió las relaciones de Khoury con los partidos y políticos prosirios de Líbano tras lo cual se convirtió en un crítico acerbo de los crímenes del régimen de Assad. Khoury se mantuvo, sin embargo, en sintonía con las jóvenes generaciones, que presionaban por el cambio social y político, siendo galvanizado por la Primavera Árabe. La denominada Revolución de Octubre (Hirak), que estalló en Beirut a raíz de un nuevo paquete de medidas de austeridad anunciado por el gobierno libanés en octubre de 2019 y que impugnó otras innumerables cuestiones del modelo político del país, le devolvió al ruedo de la política libanesa después de haber permanecido durante años al margen de la misma. Recuerdo con toda nitidez su afán por aglutinar las energías populares y por encontrar modos de cohesionar a la izquierda libanesa, que es realmente un mosaico.

En cuanto a la paz con Israel, Khoury siempre desconfió de las mentiras y falsas promesas de los políticos israelíes y estadounidenses. Consideraba los Acuerdos de Oslo «una trampa colonial»

En cuanto a la paz con Israel, Khoury siempre desconfió de las mentiras y falsas promesas de los políticos israelíes y estadounidenses. Consideraba los Acuerdos de Oslo «una trampa colonial». Sin embargo, su oposición al tratamiento que Israel ha propinado y propina al pueblo palestino no le impidió ver una alternativa más humana, que persiguió junto con colegas judíos e israelíes. Khoury describió su amistad y colaboración con Shenhav-Shahrabani, que ha traducido ocho de sus novelas al hebreo y está trabajando en las restantes, del siguiente modo: «Representamos profundamente un planteamiento humano real, una visión real de que merecemos la vida y de que la vida es más importante que las nacionalidades, las ideologías, las fronteras territoriales».

Su fallecimiento el pasado 15 de septiembre le ahorró asistir a la nueva ronda de horror que Israel y Estados Unidos han desatado contra Líbano. Conociéndole, yo diría que la muerte le privó de otro «momento» único para canalizar la ira mundial contra el apetito insaciable de los criminales que gobiernan nuestro mundo.


Recomendamos leer Suleiman Mourad: «Enigmas del Libro», NLR 86; Rashid Khalidi, «El cuello y la espada», NLR 147.

Artículo aparecido originalmente en Sidecar, el blog de la New Left Review, y publicado en Diario Red con permiso expreso de su editor.