La autoridad del fracaso

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Acampada UCM — Willy Veleta
nos quieren acampados en zona de nadie pidiendo por un megáfono si hay gente intolerante a la lactosa o al gluten para pasar esos cuatro días lo mejor posible. Nos quieren manifestados, adoctrinados. A esta democracia de pacotilla hay que venir llorados

Desde pequeño me aburren los campamentos. Ahora ya ni te cuento.

Preferí siempre la cabaña de Thoreau.

Desde que Netanyahu se enteró que varias universidades españolas (y vascas)  se iban a “llenar” de tiendas de campaña no pega ojo.

A las tropas israelíes les tiemblan las canillas. No dan pie con bola (de cañón).

Habría que averiguar si Decathlon es también sionista, por cierto.

Nada de esto sería posible sin suscriptores

Varios amigos y amigas palestinos han ido a la UCM (Universidad Complutense de Madrid) a explicar lo de la Nakba, la kufiya, Arafat, la OLP, los tratados de Oslo y el rosario de su madre (la de Golda Meir).

La chavalería no tenía ni idea. Menos mal que no mencionaron West Beirut.

Ni Hanoi. Ni el paralelo 17. No siento las piernas.

Acampa que no es poco.

Mi catarro y yo visitamos el campamento el primer día con toda la ilusión del mundo, porque uno se sigue ilusionando (aunque sea un par de minutos) con medidas así. Luego vuelves a la realidad de Gaza, Rafah, la OTAN, PSOE-PP y te quieres tirar por el primer precipicio (sin casco azul de la ONU).

Alguien entre la muchedumbre dijo que había que estar allí hasta que se termine el conflicto. Me encantó el concepto y la inocencia del contribuyente.

Se termine. El conflicto un día se levanta por la mañana cansado de dar por culo y dice: “Hoy me termino, me tenéis harto”.

Casi me atraganto con el caramelo Halls que me estaba tomando. Me imaginé a todos esos jóvenes en unos 70 años con andadores y en silla de ruedas esperando como siempre a Godot, a un Godot con kufiya que dijera: 

—Levanten la mierda esta que el conflicto ha terminado, todos para casa.

El conflicto terminado. Un mega estado cuqui guay para Israel y una fosa común para Palestina. Los dos estados.

A menos que fuera un Godot alienígena el que anunciara la buena nueva, porque es la única manera que termine este conflicto. Este conflicto resume perfectamente lo gilipollas que somos como humanidad.

El programa El Intermedio es el único programa decente de la cloaca, de hecho se habla mucho allí de Gaza, del genocidio. Aunque luego a su fiesta de 18 aniversario en la sala Florida Park invitan a Margarita Robles. No, no vino subida en un tanque, ni de la mano de Marta Sánchez o Bob Hope (no confundir con Bob Pop).

Pedro Sánchez estaba también invitado pero se lo pensó mejor. No quiere más intermedios.

Margarita Robles, ese fue el nivel. Faltaba Albares y Ariel Sharon.

Fabricas armas, vendes armas que generan un auténtico genocidio en una población completamente desvalida y vas a una fiesta con un traje rojo (rojo sangre de los de siempre), sonriendo, cagándote en nuestros muertos. Siempre nuestros muertos.

También estaba Mónica García Quirón. No sé si fue la ministra half palestine pero da igual. Para el genocidio nunca hay intermedio, y las palomitas siempre son para el mismo bando.

Si vamos a acampar que sea en Moncloa, Zarzuela, White House, Kremlim o en la mansión de Ferri Sheperd.

Que el lobo no era el PP, ni Vox… que el lobo es el puto sistema, amigos.

CGPJ, el TOP, la ley de vagos y maleantes, el vigía de Occidente y la gomina de Arias Navarro.

Borja Semper diciendo que los que acampan en la universidad son de Hamás.

O del batallón vasco español. Alma de cántaro.

Lo que le molesta de Hamás es que no llevan traje de Armani, ni son raza aria, ni hablan con acento del barrio de Salamanca o de Harvard. Te lo juro por el pequeño Nicolás y Madeleine Albright.

Como los que acampaban delante del Cuartel de la Montaña el 18 y 19 de julio de 1936 también eran de Hamás. Defenderse, resistir, soñar con tu tierra liberada es ser un terrorista. Y así todo.

Lleves un mono de miliciana, el chándal de las Brigadas Internacionales o una kufiya adosada al rostro. Molestamos. Y luego además acampamos mal. Nos han robado el GPS.

Por eso nos quieren acampados en zona de nadie pidiendo por un megáfono si hay gente intolerante a la lactosa o al gluten para pasar esos cuatro días lo mejor posible. Nos quieren manifestados, adoctrinados. A esta democracia de pacotilla hay que venir llorados.

Cada vez que hacemos una manifestación para defender algo obvio y necesario para nuestra subsistencia (que no es la suya) se muere un gatito.

Bakunin, en el cielo por asaltar, tuerce el morro.

Alguien en el cielo de los fachas se parte de risa y pone una X en una pizarra, con tiza de cal viva. Otra mani que no vale para nada.

Solo ganan los bares que están cerca de donde terminan las manis.

Por cierto, los que mataron a Melitón Manzanas también eran de Hamás.

Pedro Sánchez tiene otro as bajo la manga: el reconocimiento de un estado palestino. Los dos estados. Como en la “Guerra Civil”, los dos putos bandos.

No puede haber ocurrencia más tonta. Esto no se lo ha soplado Begoña, estoy seguro.

Habría que acampar en la Moncloa durante cinco días para agradecerle la feliz idea. Con batukadas, por favor. Que se joda.

—Hola soy Pedro Sánchez y quiero reconocer al estado palestino.

200,000 millones de años después que su fundación natural. Cuando el Big Bang sucedió… Palestina ya estaba allí, Peter.

Le diré también señor Pedro Cinco Días Sánchez que el estado de reconocimiento es el siguiente:

-Tropocientos años de gente como Herodes dando por saco.

-Tropocientos masacrados por las bombas sionistas.

-Tropocientas familias mutiladas por las bombas sionistas.

-Tropocientos niños y niñas con los tímpanos y el alma reventados por las bombas sionistas.

-Tropocientos políticos gilipollas diciendo estupideces y a los que no les roza ninguna metralla de bomba sionista Made in Spain.

-Tropocientas cumbres de no sé qué paz que no han valido para nada. Canapé va, canapé viene.

Señor Sánchez métase usted el reconocimiento del estado de Palestina por donde amargan los misiles que usté fabrica en Euskadi o en Palencia.

Dejémonos de flotillas varadas en los astilleros, de acampadas de Feber y hagamos de una puñetera vez la revolución del proletariado. Estuvo siempre en el punto primero de nuestra lista de la compra marxista-leninista-anarquista-existencialista.

¿En qué momento lo pasamos por alto y nos dejamos embaucar por esta panda de hombres de negro?

¿Por qué esta impresora 3D solo saca copias de Félix Bolaños, Juanma Boreno Monilla y Sergio Massa?

Démosle ya la extrema unción a Biden, despeinemos a Trump hasta hacerlo morir de rabia y digámosle a Alexandria Ocasio-Cortez quiénes fueron Sacco y Vanzetti. Y que deje de hacerle genuflexiones a Yolanda Díaz de todos los datos.

Queremos la revolución de la que ha sido desahuciada ayer por un fondo buitre propiedad de un primo del hijo de Ansar o Desesperanza Aguirre.

La revolución de la kely que se parte el lomo para que un señorito no le de ni los buenos días mientras intenta llevársela a la encimera de la cocina para decirle “cuando yo digo que sí… es sí”.

La revolución de la hija de uno de los 7291 que un buen día le va a decir a Ayuso cuatro cositas, por el pinganillo.

La revolución del currante de Acerinox que igual mañana salta por el balcón de su quinto piso porque no puede más. Acampará en el asfalto si no le para un árbol.

La revolución de los que cuidan y a los que nadie cuida. Porque se les llena la boca con la mierda de los cuidados pero es eso… una boca llena. Palabras vacías. Si quieres cuidar, cuida. Paripés los justos ya.

La revolución de los utópicos y las sensibles. Del que siempre morirá por una bala perdida, salvándole la vida a algún amigo que le hizo siempre pensar y reír.

Esos que producen tanta risa y desconcierto entre los mastuerzos que piensan que la vida es hablar de sueños, utopías pero que hay que matar al que lo intente.

Si nos vais a fusilar, fusiladnos bien. Lo digo también por los que creen que este texto es una M (que están en su derecho, que es mi izquierdo).

El utópico suele estar entre nosotros, aunque cada vez quedan menos. Con ese aspecto de poeta despistado, con ese aspecto de dejarse los cuernos por los demás día sí y día también. Pero las medallas para los de siempre. No queremos medallas. Queremos vivir en paz, mirando al río Paraná o la playa de Famara (tomando un barraquito).

Porque solo cuentan los últimos cinco minutos de tu vida. Todo lo demás es agua pasada, que no mueve ni los molinos de Don Quijote. Que son los únicos que conozco.

Ya no les vales. Pero por su puerta también pasará la parca guiñando el ojo, tiempo al tiempo.

Esos que perseveran en el error en vez de fluctuar en mil verdades, como dice mi sabia amiga La Pasionaria de la Corredera.

Viva esa fluctuación. Vivan las que dudan. Las que quieren sin pedir nada a cambio. Los que se despeinan arrimando el hombro por los demás. Siempre. Aunque un mal día un rayo les parta el hombro y haya que escayolarse hasta el cerebro. El único punto fuerte.

El lugar donde acampar, ese sí.

Muerte a los “San Para Mí” (aunque los santos no coman). Anden ellos calientes, que se joda la gente, la gente sensible.

En el fondo están asustados. Por más tienda de campaña último modelo que compren, por más bandera palestina que claven en la tierra de una ciudad universitaria que hace décadas vio cómo perdíamos el último tren hacia la modernidad. Aula por aula. Edificio por edificio. 

Las tropas nacionales han alcanzado sus últimos objetivos militares. La guerra ha empezado, again.

Porque vamos a morir todas en el intento. Y no hay turnos como en la pescadería. Besugo el último.

Ponte a la cola en la panadería de tu barrio y mira al cielo. No busques chemtrails, busca obuses sionistas o trumpistas. Porque más pronto que tarde todo va a ser Gaza.

Margarita Robles será tu vecina del quinto.

Cuca Gamarra la del sexto.

Miguel Tellado será el portero de tu finca. Y Marlaska el sereno del barrio que te delatará a la pasma porque creerá que le has dicho a tu chico “buenas noches, Gramsci” y realmente dijiste “buenas noches, cari”.

El día que os carguéis a todos los poetas vais a desayunar tienda de campaña, pancarta de cartulina de mani de no sé qué causa y aceite de ricino marca “La Collares”.

Fusiladme si queréis, es el momento.

Pero voy a ser claro.

Nadie va a parar la extrema privatización de la Sanidad Pública ni de la Educación Pública.

Nadie va a parar los desahucios. Nos van a sacar los ojos los buitres con nombre extranjero y alma nacional, muy nacional.

Nadie va a parar el genocidio. Este y los que vengan.

Nadie va a parar el botón rojo volamos hacia Moscú esquina con D.C.

Solo nos queda que cuando lleguemos a la panadería y pidamos una barra blanquita no te la den muy hecha. Eso y ver “Perfect Days” de Wim Wenders en bucle, por los siglos de los siglos.

Lo demás es farfolla. Tenemos las horas contadas.

No hay cojones ni ovarios para hacer lo que hay que hacer.

Estamos de mierda hasta arriba. Y no, no me he comido al Nega.

Ahora no sentimos las piernas, luego seguirán otros órganos.

Solo se gana arrancándoselo todo de sus manos genocidas.

La diplomacia es una mierda pinchada en un palo, un palo que tiene atravesado al periodista Pablo González de la cabeza a los pies, en una celda polaca.

Quememos todas las batukadas. Encerremos bajo siete llaves a los que quieren fusilar a los utópicos. Acabemos con esos hombres grises. Los grises.

Abramos una heladería en un rincón de la Patagonia (rebelde).

Ahora diréis que somos cinco o seis, y que este texto es demasiado negativo, catastrofista y derrotista. Que me he desayunado a Piqueras.

No nos queda más remedio que tomar las cosas por asalto. No nos van a dar ni las migajas. Somos el primate más absurdo.

Y eso me recuerda a ese hombre que sale de la consulta de su oncólogo y le pregunta: —¿Me ha dicho usted Sagitario?

El médico fue claro:

—No, le he dicho cáncer, cáncer.

Levanten este campamento. El simulacro ha terminado. Acampemos en el Planeta Rojo.

Allí nos espera Sócrates (el futbolista de Corinthias y el otro, el filósofo griego), José Saramago y Simone Weill vestida de miliciana de la Columna Durruti.

Todo esto lo escribo con la autoridad del fracaso, como dijo Scott Fitzgerald.