Turismopatía en València

La raíz del problema es AirBnB y sus semejantes. Los rentistas locales y los fondos de inversión han forjado una alianza con estas plataformas globales que opera contra la clase trabajadora
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Rober Solsona / Europa Press

València, como muchas otras ciudades de nuestro país, sufre una enfermedad provocada por la avaricia rentista y la complicidad y dejadez política de ayuntamientos y autonomías durante la última década, la turismopatía. El turismo desenfrenado con el que unos pocos se llenan los bolsillos está destrozando nuestra(s) ciudad(es) y ahora, que viene la campaña estival, se avecina un verano insostenible.

Los síntomas de esta enfermedad son múltiples y conocidos: la subida exponencial de los alquileres desde 2013, algo evidente si miras los portales de alquiler o las ofertas de inmobiliarias, y advertido hace años por el Informe AirBnB de la Universidad de València; la expulsión de los vecinos y comercios tradicionales de los barrios céntricos e históricos (Russafa, Ciutat Vella) y de los barrios marítimos (Cabanyal, Malvarrosa); riadas de turistas por el Mercado Central, plaza de la Virgen y de la Reina, estampidas de decenas de turistas en bicicleta ocupando enteramente los carriles bicis por toda la ciudad y especialmente en el cauce del rio, etc.

Las consecuencias sociales, insostenibles. Vecinas y vecinos sin derecho a la vivienda, expulsados de su propia ciudad por la codicia de las élites rentistas. Barrios desprovistos de los servicios de los comercios más básicos que además soportan toda clase de padecimientos: aglomeraciones, ruidos, orines en edificios históricos y en portales de vecinos... La convivencia en las fincas con pisos turísticos se torna imposible: música a altas horas, arrastre de maletas todos los día, daños en los elementos comunes y a veces incluso insultos y peleas. Y antes, en muchas fincas se han enfrentado al acoso de fondos que quieren convertir su edificio en un bloque de apartamentos turísticos. El turismo actual es del todo insostenible, es una enfermedad, es turismopatía.

Y todo esto sostenido con empleos basura, que es lo poco que le llega al pueblo valenciano después del paso del ocioso turista y de la codiciosa avaricia de los rentistas.

Los daños medioambientales, aunque menos escandalosos a primera vista que una despedida de soltero con megáfono y charanga, son también de orden mayor. Los vuelos que queman keroseno, los mega cruceros que queman una cantidad ingente fuel-oil, los productos de usar y tirar, la basura que queda por el camino, el aumento del consumo de agua, etc.

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La raíz del problema es AirBnB y sus semejantes. Los rentistas locales y los fondos de inversión han forjado una alianza con estas plataformas globales que opera contra la clase trabajadora y la convivencia en las ciudades. Los rentistas y los fondos buitre ponen las propiedades y la plataforma les conecta con los turistas. Las plataformas no les piden nada a los rentistas, no les piden ni siquiera la exhibición de la licencia de actividad, se lavan las manos dejando el cumplimiento de la ley y las ordenanzas en manos cada propietario particular. He aquí una estrategia para generar impunidad,  ingentes beneficios y ponerle imposible la labor inspectora a la raquítica administración. Son, en toda regla, un espacio opaco diseñado para amparar la ilegalidad, la evasión fiscal y el fraude. Contra quien enferma nuestras ciudades y contra quien ampara el incumplimiento de la ley, hay que tomar duras medidas. ¡Ya basta de tibieza y de que la administración miré a otro lado!

¿Y qué se puede hacer? La enfermedad de la turismopatía solo puede curarse con un tratamiento drástico.

En primer lugar, la prohibición de nuevas licencias de alquiler turístico, nada de moratorias limitadas temporalmente y que permiten apartamentos turísticos en bajos o en bloques enteros como ha aprobado por unanimidad el cobarde pleno del Ayuntamiento de València. Repito, por unanimidad. ¡Ni una licencia más!

En segundo lugar, poner fecha de caducidad a las licencias legales actuales y echar atrás las licencias que no cumplan las condiciones legales (que las hay). Las casas son para vivir y lo bajos no son hoteles. Los turistas a los hoteles y los rentistas y los fondos se pueden poner a invertir en economía productiva.

En tercer lugar, y creo que esto es la raíz de la enfermedad, hay que romper la alianza rentistas locales – plataformas. Las plataformas deben estar obligadas a exigir licencia de actividad y documentarla en un registro público. Deben estar obligadas también a compartir mensualmente los datos de las viviendas ofertadas con la inspección correspondiente y por supuesto, no dar cabida a ninguna oferta ilegal. Hay que impedir la entrada al mercado de ofertas ilegales. Y a los pisos turísticos ilegales, tanta mano dura como problemas ocasionan a la sociedad, es decir, mucha mano dura: aumento de las sanciones y mucha más inspección. A las empresas colaboradoras, como gestorías, inmobiliarias… idem, pues todas ellas forman parte del engranaje de una actividad ilegal.

Hay muchas más medidas pero estas tres son fundamentales, eso sí, hay que ser conscientes de que suponen enfrentarse a lo más profundo del poder económico rentista patrio y global. No valen medias tintas, ni hablar de turismo sostenible y de calidad. Hay que hablar de cómo se vive en València (y en muchas ciudades), y vivimos peor en gran parte por las consecuencias de este turismo voraz y por quienes lo han tolerado e impulsado. Llevar a cabo esto exige coraje y valentía, algo poco común en la política valenciana y del Cap i Casal, y exige también tener “una miqueta de trellat”. O se toman medidas urgentes y eficaces, o la turismopatía acabará por provocar el colapso de nuestra ciudad. Las recetas están sobre la mesa.