Argentina

Milei y la injerencia subsidiaria

Tras las elecciones presidenciales en Venezuela el 28 de julio, el gobierno de Javier Milei ha ejercido una notable presión diplomática contra el gobierno de Nicolás Maduro, clarificando la postura pro estadounidense de la República Argentina bajo su administración
Foto: CNN
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Desde que los argentinos eligieron a Javier Milei como presidente de la república, muchas cosas han cambiado en el país. En materia social, el descenso radical del consumo y el abandono del Estado nacional a las capas más vulnerables de las clases trabajadoras ha sido el eje de la política del gobierno; en materia productiva, el tránsito hacia una economía de enclave y la destrucción de la ya tocada industria nacional han marcado el plan económico de la administración Milei; en materia internacional, ha sido la confrontación ideológica y la adhesión a Estados Unidos lo que ha caracterizado la proyección global del anarcocapitalista.

El gobierno de Argentina ha sostenido una beligerancia sin límites en lo que respecta a Oriente Medio, avalando explícitamente el genocidio contra los palestinos y defendiendo las prácticas belicistas de Israel a lo largo y ancho de la región. En clave regional, no solo se ha desvinculado orgánicamente de los proyectos de integración regional (incluso de BRICS), sino que ha optado por confrontar de manera directa con ejecutivos de izquierdas.

Al respecto de Venezuela, Milei ha apostado por el sostenimiento de una línea injerencista en mayor medida que la planteada por la mayoría de actores regionales y por otros como la Unión Europea. A tal punto ha llevado adelante Buenos Aires una postura de confrontación con Caracas, que se ha desarrollado entre ambos una verdadera crisis diplomática.

La crisis bilateral

El 1 de agosto, apenas cuatro días después de las elecciones presidenciales del 28 de julio, el Gobierno brasileño de Lula da Silva hubo de hacerse cargo de la representación diplomática argentina en la capital venezolana. Esta decisión fue tomada en el contexto de serios choques entre el Estado venezolano y el argentino que se iniciaron cuando el gobierno de Javier Milei denunció públicamente que el Consejo Nacional Electoral (CNE) había realizado un “fraude electoral” para negar la supuesta victoria de Edmundo González en los comicios. Tras ello, Venezuela expulsó al cuerpo diplomático de Argentina en el país.

En la embajada argentina se hallaban, además, seis dirigentes antichavistas a los que se les había concedido la condición de asilados. Ya en septiembre, el ministro de Exteriores venezolano Yván Gil informó que el gobierno de Nicolás Maduro había decidido retirar a Brasil el permiso para custodiar la embajada, alegando que estaba siendo utilizada como centro de planificación para actividades terroristas en el país.

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La postura argentina ha sido particularmente rotundas. El propio Milei calificó horas después del cierre de urnas a su homólogo venezolano como “dictador”

Si bien otros países como Brasil, Colombia o México han sostenido una línea de no reconocimiento de la victoria de Nicolás Maduro al considerar insuficientes las pruebas emitidas por el CNE, sin duda la postura argentina, junto a la de Perú y la de Estados Unidos, han sido particularmente rotundas. El propio Milei calificó horas después del cierre de urnas a su homólogo venezolano como “dictador”.

Tras varias semanas de provocaciones cruzadas, finalmente Venezuela dio un golpe sobre la mesa. El 23 de septiembre, el Tribunal Supremo de Justicia emitió un comunicado mediante el que confirmaban que la Sala de Casación Penal había solicitado la detención de Javier Milei, Karina Milei —secretaria general de la Presidencia— y Patricia Bullrich —ministra de Seguridad—. A posteriori, la Cámara Federal de la Ciudad de Buenos Aires decretó una orden de detención contra el propio Nicolás Maduro y contra Diosdado Cabello, una de las más prominentes figuras del chavismo y recientemente nombrado ministro de Interior, Justicia y Paz.

No es la primera vez en la que Milei aplica una suerte de “diplomacia anti izquierda” en sus relaciones con otros estados latinoamericanos. Previamente, había atravesado conflictos diplomáticos con el presidente de Colombia Gustavo Petro —al que definió como “asesino terrorista”— y con el presidente de México Andrés Manuel López Obrador —al que llamó “ignorante—.

Extensión de Washington

Desde la propia campaña electoral del 2023, Javier Milei optó nítidamente por la adhesión a Estados Unidos, buscando recuperar las “relaciones carnales” que Buenos Aires y Washington tuvieron a lo largo de la década de los noventa. La vinculación irrestricta del gobierno anarcocapitalista al “mundo libre” del Estado genocida de Israel y del jerarca imperial estadounidense reviste notables réditos para el bloque occidental: Milei lo da todo y no pide nada a cambio. Defiende sin matices la ensoñación unipolar, pretende quebrar desde dentro todo empuje desde Brasil u otros actores por la integración regional y acepta ser la punta de lanza del imperialismo diplomático en América Latina.

Además, a pesar de la delicada situación de Argentina respecto al Fondo Monetario Internacional (FMI) como consecuencia de la deuda contraída por el hoy ministro de Economía Luis “Toto” Caputo cuando era ministro de Mauricio Macri (2015-2019), Milei defiende una privatización de activos estatales sin ninguna ventaja para capitales nacionales. El litio o la soja, activos que podrían valer para que la Casa Rosada tuviera una cierta ventaja negociadora con el FMI y el gobierno de Estados Unidos pretenden ser vendidos casi a precio de coste.

Lo cierto es que Estados Unidos siempre ha utilizado gobiernos afines para su estrategia injerencista en América Latina. Sin ir muy lejos, el Ejecutivo colombiano de Iván Duque (2018-2022) estaba llamado a jugar un rol determinante en el caso de que el gobierno de Donald Trump decidiese avanzar militarmente sobre suelo venezolano tras la autoproclamación presidencial de Juan Guaidó en 2019.

El papel de Javier Milei es evidente: debe proporcionar una pátina de legitimidad intrarregional a las presiones que Washington pretende llevar a cabo contra gobiernos de izquierdas o, en su defecto, no alineados con el eje imperialista

La lógica pendular que caracteriza la política de numerosas sociedades latinoamericanas refuerza la presencia norteamericana: anteayer Bogotá era firme aliado, ayer lo fue Brasilia, hoy lo es Buenos Aires y mañana podría serlo Chile, Perú o la propia Colombia. El papel de Javier Milei en este sentido es evidente: debe proporcionar una pátina de legitimidad intrarregional a las presiones que Washington pretende llevar a cabo contra gobiernos de izquierdas o, en su defecto, no alineados con el eje imperialista.

La administración demócrata de Joe Biden, con el foco en el giro hacia Asia, en Oriente Medio y en Ucrania, ha optado por un perfil bajo en lo que a influencia en América Latina se refiere. Sin abandonar la visión del “patrio trasero”, ha decidido no involucrarse tan airadamente en crisis políticas como la venezolana, favoreciéndose del empuje de gobiernos como el peruano o el argentino. Un eventual retorno de Donald Trump a la Casa Blanca podría alterar esta dinámica, pues Washington probablemente radicalizaría su posición antichavista y buscaría una mayor asociación ideológica con Argentina —a cambio, quizá, de mejores condiciones de negociación en torno a la deuda con el FMI—.