Raquel Peláez: “En el neoliberalismo, presumir del patrimonio individual es un mecanismo de defensa”

La periodista y escritora Raquel Peláez, autora de ‘Quiero y no puedo. Una historia de los pijos de España’, visita Canal Red para charlar en ‘La Frívola’ sobre la ola de orgullo pijo a la que asistimos y que en 2023 culminó en la ‘Caye Borroka’ frente a la sede del PSOE en Ferraz
Pao Aragón entrevista a Raquel Peláez en El Tablero de Canal Red
Pao Aragón entrevista a Raquel Peláez en El Tablero de Canal Red

‘Quiero y no puedo. Una historia de los pijos de España’ es una especie de genealogía de lo pijo, un recorrido histórico muy documentado que va desde la mismísima Eugenia de Montijo, pasando por familias que amasaron una gran fortuna a partir de las colonias en América Latina, hasta llegar a Froilán, Támara Falco, los Hombres G...

Y Lilí Álvarez, que es uno de mis personajes favoritos del libro. Nadie me la menciona, pero me encanta. Esa tenista loca que ganó Roland Garros y era un auténtico prodigio deportivo en su día, cuando todavía no existía estructura para el deporte femenino.

Y de las más desconocidas de las que hablas en el libro en términos mainstream, ¿no?

Un poco. En términos mainstream, sí. Luego ella tiene su culto. Pero, bueno, hay muchos personajes. Los hay más canónicos, a los que todos identificamos, como Froilán y Tamara, y luego hay gente muy rara como Lilí, que me encanta.

Y sirven para entender cómo llegamos hasta los pijos y las pijas de hoy.

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Sí, exactamente. Esa es la idea, usar personajes que todos tenemos en la cabeza y conectarlos históricamente, de forma circular, para comprender qué es eso que llamamos pijo hoy en día.

¿Podríamos decir que la genealogía de lo pijo es inherentemente la genealogía del poder?

Yo creo que hay una relación obvia en cuanto a que el mundo simbólico de lo pijo nace de las familias, de las estirpes y de las élites con dinero, con poder y con más acceso a privilegios. En la medida en que de ahí nace todo el imaginario pijo, pues sí. Pero no necesariamente tiene que existir esa relación. A veces hay imaginarios pijos que están mucho más relacionados con una explosión cultural de una élite vinculada a la poesía, por ejemplo, que tienen su propio círculo de poder pero que no son, digamos, la gente que gobierna.

Lo que sí se extrae del libro es que lo pijo siempre está vinculado a lo aspiracional.

Sí, siempre está vinculado a la idea de querer pertenecer a un estamento mayor. Y eso normalmente tiene que ver con las élites de poder y con las élites económicas, pero a veces es una élite cultural. La gauche divine no era necesariamente una élite vinculada al poder, sino lo contrario: era una forma de contestación al poder. Tenían un imaginario muy concreto que lo hacía muy deseable, esa Barcelona.

Al mismo tiempo sí acababan generando estructuras de poder por las que era difícil acceder a esos círculos.

Exactamente. Yo creo que por eso hay algunas tribus urbanas que en su manera de operar se parecen mucho a lo pijo, aunque no lo sean. Pertenecer, por ejemplo, a la aristocracia mod en su día se parecía mucho a ser pijo en muchos sentidos porque era acceder a un círculo social restringido.

Replicando las lógicas de lo pijo.

Sí, son clases sociales a su manera.

Los símbolos pijos, ya sean los Louis Vuitton, las pulseras de banderas o los lazos de Don Algodón, ¿se pueden resignificar o es caer en la trampa de lo aspiracional?

Se pueden resignificar absolutamente. Lo que ocurre es que no es algo que uno decida. Cuando se resignificaron en Gran Bretaña los cuadros de Burberry y pasaron a ser patrimonio de los chavs y de las clases bajas, no lo decidió Burberry, ni ningún poder fáctico. Resulta más difícil resignificar símbolos que tienen una fuerte asociación con nacionalismos o con ideologías muy estructuradas. Hemos hablado mucho en este país de resignificar la rojigualda y es algo complicadísimo. Muchas veces ocurre por fuerzas que no se pueden controlar. Puede conseguirlo quizá el fútbol, la Selección Española lo consiguió en 2008, por ejemplo. Esos símbolos sí son más difíciles de resignificar. Pero hay otros muchos con los que ya ha ocurrido. El propio caballo de Polo está resignificándose: Kase-O hace dos días estaba en una actuación en un club aquí en Madrid con una camisa de Polo y claramente la estaba resignificando.

Tommy Hilfiger es una marca que las personas racializadas en Estados Unidos acabaron apropiándose y haciendo que fuese de la gente negra, cuando se trataba de la marca paradigmática de los blancos, del lujo nacionalista americano.

Totalmente. De hecho, eso ocurrió así. Hay tantos ejemplos de esto más allá de las fronteras españolas… Por ejemplo, Gucci ha jugado mucho a resignificar cosas. A Dapper Dan, que era el mayor falsificador de Harlem, le encargaron que hiciera copias para venderlas como productos de Gucci oficiales. Es inabarcable, por eso en el libro me he ceñido a una casuística española para intentar definir los límites de lo pijo, que ha sido complicadísimo. O sea, sigue sin tener límites, pero bueno, he buscado un campo concreto de estudio y es lo que hay ahí.

Señalas que el concepto de pijo que tenemos hoy en día, como tal, arranca con Hombres G.

La palabra pijo de forma generalista y con un consenso absoluto sobre cuál es la imagen mental de un pijo, la establecen ellos cuando le dicen a España en esa película súper exitosa que fue ‘Sufre Mamón’ que un pijo era Ricky Lacoste. En un momento, además, en el que surgía esa tribu urbana. El pijo ya existía y en algunos sitios se decía la palabra, pero esa consolidación la trajeron ellos. Lo que pasa es que, en ese momento, un pijo era una persona que intentaba asociarse con su imagen, en sus modales y su forma de aproximarse al mundo, al dinero y a la gente adinerada. Yo creo que hoy en día mucha gente, cuando escucha “pijo”, lo que oye es alguien que tiene dinero, que son dos cosas muy diferentes. Hoy en día pijo es sinónimo de rico para muchísima gente. Esto no era así cuando se empezó a usar de forma general el término.

Y al mismo tiempo todavía se mantiene un punto en el que se puede ser pijo y no tener un duro.

Claro, porque además convivimos muchas personas en términos generacionales. Para la gente de mi edad, tal vez, que soy del 78, el año de la Constitución, todavía tiene esa connotación de una tribu que intenta aparentar una determinada posición social. Mientras que para la gente un poco más joven, como los Z, tiene directamente una relación total con el capital pecuniario, o sea, con tener dinero.

Hay un punto de inflexión bastante climático que tú planteas, que es la Caye Borroca, los cayetanos en las protestas de Ferraz. ¿Por qué está de moda el orgullo pijo y qué tiene que ver con el capitalismo patrimonial?

Gobierne quien esté gobernando, estamos en un marco de pensamiento hegemónico neoliberal. En ese contexto en el que tanta gente considera que el Estado es un inconveniente; los impuestos progresivos, un problema; cualquier intervención al dinero y a las fortunas privadas, una injerencia... el dinero individual, la fortuna individual, el patrimonio individual, lo que cada uno tiene es algo de lo que presumir como mecanismo de defensa, como escudo. Mauro Entrialgo ha escrito ahora un libro, ‘Malismo’, que está muy relacionado con esta idea. Presumir de superioridad sin complejos, una cosa bastante inédita, particularmente, en la sociedad española, por la rémora católica que tenemos, porque el franquismo impuso muchas limitaciones a la ostentación, porque luego tuvimos una larga etapa, digamos, de una socialdemocracia moderada donde ostentar estaba mal visto… Ahora, en este marco nuevo, neoliberal, en el que estamos, la gente puede decir “yo soy mejor que tú porque tengo más y voy a ser capaz de defender mejor de lo que viene”.

Ese orgullo darwinista a mí me remite al eco-fascismo en un momento de crisis climática absoluta como el que estamos, en el que sobreviven los fuertes.

En general, ocurre con esto de los cayetanos y los pijos que tenemos esta idea ficticia de que son otros, son los demás, y que pertenecen de verdad a un estamento de gente más fuerte. Y no es cierto, simplemente se pertrechan de esas herramientas para parecer más fuertes, porque ahora mismo creen que es lo que les hace parecer más fuertes. Y a lo mejor están en lo cierto, pero quiero decir, no significa que quien adopta esos símbolos tenga lo que representan. Yo, por ejemplo, defiendo en el libro que esta obsesión que hay ahora con la bandera tiene mucho que ver con la asociación entre la bandera y el dinero, la bandera y la pertenencia a una familia o a un grupo de gente con dinero o con una tradición de dinero o de capital, ¿no? Y que si presumes de ella ya se te asocia a que eres de una familia bien. Y si eres de familia bien, es que tienes cómo defenderte. Pero no tiene por qué ser así. Tú puedes llevar la bandera, igual que puedes llevar el cocodrilo, y simplemente llevas el cocodrilo.

O sea, hemos vaciado de contenido, incluso, las propias marcas y los símbolos.

Todos los símbolos se pueden vaciar de contenido, desde los símbolos de las ideologías más potentes hasta el logo de la marca más pequeña.

Y ahí, ¿nos iguala un poco a todas, quizá?

No hay que caer en el cinismo tampoco. Este fenómeno lo analizo teniendo en cuenta que, si alguien quiere adueñarse de esos símbolos para representar riqueza, es porque alguien originalmente sí tiene esa riqueza y esa asociación es posible porque existe una clase social superior o existe una persona con dinero que pueda acceder a eso que ha creado la mitología.

¿Quién me dirías que es el político o la política más pija de las del puedo?

Creo que María Dolores de Cospedal. Es el pináculo, una persona que proviene de una familia con mucho dinero. Está muy bien emparejada con una persona con mucho dinero, dinero antiguo, además. Y tiene muy buena percha, luce muy bien las botas de Louboutin. En eso es superior a Esperanza Aguirre. A mí me encanta el estilo de Esperanza Aguirre. Es muy estrafalaria y me encanta esa cosa que tiene un poco de abuela británica.

¿Y el pijo o la pija más quiero y no puedo?

Yo creo que tiene un componente muy aspiracional la imagen de Borja Sémper. No porque sea “quiero y no puedo”, pero creo que hay en él un componente del pijo español de derechas, digamos, liberales, que no es pata negra. Y la lleva también muy bien esa imagen.

¿Y el político o política más pijo o pija que lo intenta disimular, pero se le nota?

Voy a pasar de esta pregunta. Es que no trabajo en contra de los políticos de izquierdas (risas). Aunque lo piense no lo digo.

¿Y el político o la política que es más orgullosamente pijo?

Esperanza Aguirre, sin ninguna duda. Creo que en eso ella tiene lo que le gustaría tener a Ayuso. Y, posiblemente, porque Ayuso no lo tiene, conecta más con el electorado. Quizá Aguirre cae bien porque es muy campechana y muy orgullosamente ella, pero tiene esa conexión con la pata del Cid que puede caer mal. Isabel Díaz Ayuso no la tiene, es más como del pueblo.


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