Cine

‘La ley del silencio’: la inútil justificación de Elia Kazan a su delación en la caza de brujas

Estrenada hace 70 años, sigue siendo un gran clásico, pero no sirvió para borrar la traición que marcó al director de por vida   

En 1999 el actor Karl Malden, entonces un alto cargo de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas que entrega los Oscar, llamó a la mansión de Marlon Brando en Mulholland Drive para pedirle un favor. Había pensado que era perfecto para entregar el Oscar Honorífico al director Elia Kazan, para el que Brando había trabajado en películas como ¡Viva Zapata! o La ley del silencio. De hecho, el actor se convirtió en una estrella de fama mundial gracias a su impresionante trabajo en Un tranvía llamado deseo, también de Kazan. Pero Brando fue tajante ante Malden: “No puedo entregarle un Oscar, ese tipo fue un soplón”.  

Brando tenía razón. En 1952, Kazan era una celebridad, había dirigido Muerte de un viajante de Arthur Miller y logrado un enorme éxito dirigiendo, en el teatro y en el cine, Un tranvía llamado deseo de Tennessee Williams. Aquel año, Kazan fue llamado a comparecer ante el infame Comité de Actividades Antiamericanas y sus colegas esperaban que Kazan, siempre preocupado por cuestiones sociales, ayudase a acabar con la lista negra. Pero se equivocaron. En enero, en su primera aparición, dejó atónitos a sus amigos, entre ellos muchos autores y actores de izquierdas, al reconocer ante al fascistoide tribunal que había sido miembro del Partido Comunista de 1934 a 1936.

En aquella primera comparecencia, Kazan se negó a dar nombres, pero en las semanas de espera hasta el siguiente testimonio le convencieron de que su fulgurante carrera podía tener los días contados si no daba nombres. En abril volvieron a llamarlo y esta vez sí denunció. Tras condenar “intentos de un estado policial” por parte de la pandilla del senador ultraderechista Joseph McCarthy, nombró a ocho camaradas miembros del partido comunista, entre ellos al prestigioso dramaturgo Clifford Odets.

Elia Kazan
Elia Kazan

A pesar de su obvia traición y humillación pública, Kazan buscó una justificación a su acto de delación y lo hizo primero en la prensa. Dos días después de testificar, publicó un anuncio de toda una página en el New York Times no solo justificando su soplo, sino pidiendo a otros que hicieran como él. Había testificado, escribió, para proteger a su país adoptivo (nació en Constantinopla, lo que hoy es Estambul) de una conspiración “peligrosa y alienígena para que Estados Unidos pudiera mantener el estilo de vida libre, abierto y saludable que nos da respeto por nosotros mismos”. Y continuaba diciendo que “el pueblo estadounidense puede resolver este problema sabiamente solo si tiene los hechos sobre el comunismo. Todos los hechos”.

Fue el miserable Bill Wilkerson, fundador de The Hollywood Reporter, el que generó la caza de brujas

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La caza de brujas también había nacido en las páginas de la prensa, no en el despacho de un jefe de estudio de Hollywood. De hecho, los magnates de la meca del cine estaban hartos de la lista negra a pesar de que la acataron obedientemente. Fue el miserable Bill Wilkerson, fundador de The Hollywood Reporter, el que generó la caza de brujas. Promotor inmobiliario en Las Vegas y propietario de clubes nocturnos, en su serie de columnas conocida como “Billy's List” se dedicó a señalar a supuestos comunistas, a propagar el “terror rojo” y finalmente animó a crear la funesta lista negra de Hollywood. Desde sus páginas, Wilkerson inspiró la depuración ideológica que afectó talentos como los de Dashiell Hammet, Edward Dmytryk, Dalton Trumbo o el propio Kazan.

Y fue tan abiertamente fascista esta caza de brujas que cuando uno de los interrogadores preguntó al famoso dramaturgo Bertolt Brecht si había escrito textos revolucionarios, contestó: “Muchos en mi lucha contra Hitler y que apuntaban, naturalmente, a derribar el gobierno”. Entonces otro interrogador sentenció: “Las obras que haya podido escribir en favor de una revolución en Alemania no nos conciernen”.

Tras la del New York Times, la segunda justificación de Elia Kazan vino en un medio que dominaba: el cine. Por eso aceptó rodar, para la Fox, Man on a Tightrope (Hombre en la cuerda floja), traducida en la España franquista como Enemigos del terror rojo.
La historia es interesante: la huida real de un circo que al inicio de la Guerra Fría decidió utilizar su aspecto ingenuo para pasar de la Alemania del Este a la Alemania del Oeste. Su protagonista, el gran Fredric March, también se había visto afectado por la lista negra. En 1948 una campaña de difamación contra él y su mujer en los medios (siempre los medios) los acusaba de tener vínculos comunistas y pretendieron acabar con su carrera, que se recuperó gracias a la llamada de Kazan.

Rodaje de La ley del silencio
Rodaje de La ley del silencio

La segunda justificación cinematográfica de Kazan llegó con La ley del silencio, escrita por otro de los delatores: Budd Schulberg. El escritor y guionista se inspiró en informaciones de Malcolm Johnson para The New York Sun sobre las actividades de la mafia en el puerto de Nueva York y en personajes reales: Terry Malloy se basó en el estibador y denunciante Anthony De Vincenzo, el padre Barry en el sacerdote John M. Corridan y Johnny Friendly en el mafioso Albert Anastasia, magistralmente interpretado por Lee J. Cobb y que también había traicionado a compañeros.

Aquello más que un rodaje parecía un picnic de delatores. Por eso Brando, que en La ley del silencio interpreta al denunciante, nunca estuvo cómodo en un personaje que pudo interpretar Frank Sinatra y John Garfield, también llamado a testificar ante el Comité. El actor negó su afiliación comunista y también se negó a dar nombres, por lo que fue inmediatamente vetado por los grandes estudios. Garfield murió de un ataque al corazón con solo 39 años y destrozado por el estrés que le supusieron las presiones del FBI.  

En el rodaje, Brando hizo buenas migas con su compañera Eva Marie Saint (que en julio cumplió 100 años y es la única superviviente del reparto) y también con un tipo llamado Al Lettieri, actor aficionado y conocido de la familia Genovese. Brando basó buena parte de su actuación en Lettieri, con el que volvió a coincidir en La noche del día siguiente y en El padrino, en la que Lettieri interpretó al mafioso Virgil Sollozzo.

Igual que en El padrino, la mafia de Nueva York intimidó al equipo de rodaje de La ley del silencio y Kazan tuvo que trabajar con un guardaespaldas llamado Joe Marotta, hermano del jefe de policía local.  

Cuando vio la película montada en un pase privado, a Marlon Brando no le gustó nada su trabajo

Tras el duro y gélido rodaje, y cuando vio la película montada en un pase privado, a Marlon Brando no le gustó nada su trabajo, algo que confundió y dolió a Elia Kazan. Los dos estaban ya muy distanciados. Paradojas del destino, Brando ganó su primer Oscar con aquella interpretación que nunca le convenció.  

Elia Kazan
Elia Kazan

Un año después del estreno de la película, el dramaturgo Arthur Miller, que fue llamado a declarar, pero se negó a delatar a nadie, escribió El crisol, alegoría del macartismo e inspirada en los juicios de brujas de Salem que tuvieron lugar en Massachusetts entre 1692 y 1693. Miller le mandó la obra a Kazan, que le respondió diciéndole que se podría levantar una gran representación con ella. Miller le contestó: “No te la he mandado para que la admires o la dirijas, sino para recordarte lo que es ser un delator”.

Por su felonía, Kazan perdió muchos amigos como Miller. Finalmente, en los Oscar de 1999 Martin Scorsese y Robert DeNiro aceptaron entregar el premio honorífico a un Kazan de 89 años. Se levantaron a aplaudir Karl Malden, Warren Beatty, Kathy Bates, Kurt Russell y Meryl Streep. No aplaudieron, ni se levantaron, Ed Harris y Nick Nolte. Casi medio siglo después, el reproche del oficio a su traición seguía vivo.