Perfect Days de Wim Wenders: una oda a lo cotidiano

La última película del director de París, Texas y El cielo sobre Berlín que nos hace reflexionar sobre la belleza de lo que no se ve, de lo que no se dice

Fotograma Filmin
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Detrás de un hombre -Kōji Yakusho- hay algo que no se nombra. El anonimato. El silencio. La palabra que no se dice. Las verdades sobre el amor y la vida todavía están por pronunciarse, por eso nunca serán dichas. Porque las mejores palabras de amor están entre dos personas que no se dicen nada. Mejor quedarnos con un árbol, algo de ave dormida que se mueve, que soñamos.

Este hombre -el protagonista-, trabaja con el silencio que se describe con la característica de la densidad, pues el «cartón» del cual se recortan las figuras que lo rodean, aparecen como «de singular consistencia». Este maravilloso trabajo cinematográfico sobre el silencio da como fruto «un nuevo paisaje». Es decir, la desautomatización de la realidad.

El silencio es la base imprescindible de la poesía de esta película, porque otorga un espacio de «oscuridad fuera de la historia» donde «el vaivén de la luz y el trajinar del tiempo no presionan». Por estar hecho de silencio, este «paisaje» es inhabitable, invisible, vedado para el resto de las personas que lo habitan. De ahí que hay que atreverse a ver a través de sus ojos. Si tiemblan, todo estará bien.

Limpiar baños en Tokyo también puede ser un hecho poético y colmado de perfección

El hombre pretende iluminar ese misterio; pero lo hace con «humildad», sin imponer ni actuar como sujeto, respetándolo. Aquí no hay pretensiones, quien quiere ver, que vea, porque los silencios siguen siendo los que acotan los límites de la palabra -por eso no hay casi diálogos- y, el lenguaje, sin esta desolación, es como una orilla sin mar.

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Según Heidegger, la obra de arte, en su acto de creación, consigue que se haga presente el silencio, el «ocultamiento», del cual procede toda apertura, toda revelación del mundo. A este equilibrio de la obra de arte en el que revelación y apertura no anulan, sino que, al contrario, consiguen poner de manifiesto, la oscuridad y el ocultamiento, Heidegger lo llama «conflicto de mundo y tierra en la obra».

Por estos territorios se ha movido Wim Wenders con ‘Perfect Days’, su última película, una auténtica oda a lo cotidiano, a lo analógico y a esos pequeños placeres de la vida. Un poema perfecto sobre la mudez de un hombre que, sin saber que cuida cada detalle de la belleza que lo envuelve, termina por hacernos reflexionar sobre un hecho estético revelador:

Limpiar baños en Tokyo también puede ser un hecho poético y colmado de perfección.

En ‘Perfect Days’ este hombre se prepara para escribir un canto a lo que nadie quiere ver, lo que muchas personas llamarán estrictamente; rutina. Se despierta a la misma hora, siempre de manera natural o con la música de una mujer que barre, primer apunte musical de la mañana. Se asea, cuida sus plantas con las mismas manos con que ha acariciado las páginas de Las palmeras salvajes de Faulkner. Se viste para marchar a su trabajo, no como un autómata -eso es lo que Wenders quiere que crean- sino que va rumbo a su jornada laboral con su quirófano portátil de la perfección y un bolígrafo -este último detalle no puedo contárselos, es tan sutil como magistral-.

Asombrarse del asombro, asombrarse del primer bocado, cuando el hambre aparece a decirnos que la inocencia es posible incluso frente al hecho de que atardezca, tan solo eso

En la radio de su vieja furgoneta azul suena Lou Reed, Perfect Day, suena el paisaje. "You just keep me hanging on" (es por ti que aguanto), y "I thought I was someone else, someone good" (pensaba ser otra persona, alguien bueno).

El hombre que la conduce alguna vez fue normal, tuvo hambre y mucho frío. Ahora solo le importa el sentido del silencio, el pelo húmedo pegando en su cara y no salirse de la autopista. Por eso no se caga de risa. Por eso está en el mundo como un tango de Manzi, -te acordás viejo, paredón y después- por eso es un poema hecho de ausencias.

En la vieja furgoneta, casi llorando, casi azul, el hombre baja la ventanilla como si fuera el acto más importante de su vida.

"You just keep me hanging on" (es por ti que aguanto).

El traqueteo del motor hace que todo se afine con la cinta. La filarmónica de Tokyo. El cielo sobre Berlín, sobre Japón, adiós a su sinfonía. Hay canciones que sirven para cruzar un puente y poco más, hay melodías que solo valen para bajar la mirada y ajustar la vergüenza y; poco más. Hay músicas tan afiladas como el rostro del hombre que no puede creer en el milagro de lo habitual, pero que nos hace seguir cayendo. Y poco más.

Entonces no hay más camino que detenerse ante el asombro que se despliega en el gesto de la mirada del hombre, en la gran tertulia que entablan los árboles y los pájaros a la hora del primer bocado.

Asombrarse del asombro, asombrarse del primer bocado cuando el hambre aparece a decirnos que la inocencia es posible incluso frente al hecho de que atardezca, tan solo eso. Y leer, leer hasta quedarse dormido, revelar lo que le ha dejado detenido, las fotos, una lata de café, los baños públicos de diseño, los baños públicos sin limpiadores, sin detalle, sin pretensiones, esa humildad.

¿Por qué hemos perdido nuestra primera serenidad? Habría que jugar un día entero al pilla pilla de las sombras, o dejarse llevar por un paseo en bicicleta y no ir más allá, donde espera el mar para decirnos que con la poesía no alcanza.

Yo no he venido a hablar de lo que hay que ver, sino de lo que no se ve, pero está ahí. Por eso tienen que ver esta joya. No he venido a hablar de estrenos, sino de estrenar la mirada, nunca es tarde cuando la palabra no dicha es buena.

Este verano pensé que todos estos milagros eran posibles con F.R. David, en Famara, sin Tokyo en el retrovisor. Words. Palabras. Todavía no había visto la película. Yo sí pude tirarme por un muelle, aunque algunas personas piensen que tendría que haberlo hecho desde un puente que ya no da al mar, como la canción de Javier Álvarez Así gana el Madrid.

Las coincidencias no existen. No había un hombre con una lupa, sino una mujer que me enseñó que para oír el mar solo había que mirarla a los ojos. Perfect days sin Perfect days. El amor a veces puede ser un “hervidero” de palabras que otros se encargan de poner en su lugar. Los ingeniosos. Los que confunden inteligencia emocional con ocurrencias. Los que todo lo cuentan. Por eso elijo el silencio, por eso Wenders. 

Hirayama, así se llama el hombre que limpia los lavabos de Tokyo. Hirayama, sálvanos del Hiroshima del relato, de los que saben colocar las palabras en su sitio y cuajarlas como bombas. Sigo mirando a esa mujer a los ojos, sigo escuchando el mar.

Lo que no sé es si aún permanezco en Famara, en Tokyo, en el puente de Segovia de Madrid, o solo soy un trozo de papel escondido en algún baño japonés esperando a que alguien se atreva a escribirme algo. El anonimato. El silencio. La palabra que no se dice. Una cruz.

Pero como decía Juarroz “existe un alfabeto del silencio, pero no nos han enseñado a deletrearlo. Sin embargo, la lectura del silencio es la única durable, tal vez más que el lector”. Así que me callo.


La película puede verse en Filmin