Roger Stone, el cerebro que hizo presidente a Trump e incitó a asaltar el Capitolio

El documental Tempestad en Washington nos descubre a un lobista y agitador mediático tan desquiciado como cobarde

El documentalista danés Christoffer Guldbrandsen (Stealing Africa y The President) tuvo la idea de proponerle a Roger Stone seguirlo con su cámara, algo que el consultor y cabildero que ha trabajado en las campañas de republicanos como Richard Nixon, Ronald Reagan y Donald Trump (su amistad con el expresidente duró más de 30 años) aceptó. Desde el principio, Guldbrandsen se presenta como el narrador de su documental (cuyo objetivo es conocer las elecciones de 2020, las que acabó perdiendo Trump, desde el punto de vista de los republicanos más ultras) y mantiene con el lobista una difícil relación entre el necesario acercamiento y la prudente distancia. Y nunca mostrando excesivo respeto porque Stone es un ser francamente repugnante.

Tanto que, en un momento de la grabación del documental, Stone dejó de contestarle a las llamadas. Traicionero y desleal, había hablado con otro documentalista del que creía sacar tajada económica. Tras un año de seguimiento y arriesgando su propio dinero, a 65.000 kilómetros de su casa, le daba la patada. Cuando el cineasta fue a pedirle explicaciones, Stone le cerró la puerta de su casa en las narices y le gritó “¡lárgate de aquí!”. Con un demoledor estrés en el cuerpo, Christoffer Guldbrandsen sufrió un paro cardiaco en un gimnasio (lo muestra en su documental, lo grabaron las cámaras de seguridad del recinto). Estuvo muy cerca de la muerte. 

Por fortuna, Stone se enteró de lo sucedido y accedió a seguir con la grabación de Tempestad en Washington, que nos muestra, ya desde el comienzo, al lobista como un ser despreciable, fumador de puros exageradamente gruesos, de pelo teñido y colmado de laca y al que le gusta hacer el ridículo gesto de la victoria que solía repetir el corrupto Richard Nixon. También escuchamos todas las salvajadas que salen de su boca, burradas sin control como que Bill Clinton es un pederasta y un violador.

No falta un momento clave de su currículum: su detención por parte del FBI acusado de siete cargos: uno de obstrucción, cinco de declaraciones falsas y otro cargo de manipulación de testigos. A pesar de que mintió en las declaraciones de la conocida como “Trama rusa”, conducidas por el fiscal especial Robert Mueller (la filtración de miles de correos electrónicos demócratas durante la campaña presidencial de 2016 que ganó Trump frente a Hillary Clinton), Trump, en ataque directo a la separación de poderes, corrigiendo a jueces y jurados y beneficiando a su amigo y aliado con una justicia a su medida, lo indultó solo cuatro semanas antes de abandonar la Casa Blanca.    

Lo primero que llama la atención de los que nos muestra Tempestad en Washington es la pura fealdad y el friquismo ligado al inframundo republicano. Siempre cerca de Stone vemos a gente tan horripilante como la recauchutada Kristin Davis (“Madame Manhattan” en la prensa sensacionalista), conocida por traficar con drogas, dirigir una red de prostitución de altísimo nivel y también por ser interrogada como parte de la investigación sobre la interferencia de Rusia en las elecciones presidenciales de 2016.

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Si Davis es un personaje de cuidado, también lo son su aliado mediático Alex Jones (del que ya hablamos en Diario Red) y toda la corte de esbirros ultraderechista con un patrón estético repetido: gritones, mazados y tatuados, como otros ridículos ultraderechistas como los Percenters, los Oath Keepers o los Proud Boys, que se presentaron como guardaespaldas personales de Stone, al que incluso se le conoce en las redes sociales como El Pingüino, por parecerse, en vestimenta y aspecto enfermizo y demente, al archienemigo de Batman.

El panorama que presenta Tempestad en Washington, que podéis ver en Filmin, es desolador porque al verlo tienes la sensación de que la política de Estados Unidos (y el país en general) se ha convertido en una tramoya grotesca, un mundo de cómic, casi irreal, bufo. No hay ficción que pueda inventar personajes tan ridículos, absurdos y extravagantes como Stone y sus secuaces. En fin, sufres una sensación de vergüenza ajena similar a la de ver y escuchar a Javier Milei o a Santiago Abascal.         

Lo malo es que personajes como Roger Stone no son ninguna broma porque son peligrosísimos y siguen totalmente impunes. Estamos hablando de un individuo que mucho antes de que se consumase la derrota de Trump empezó a expandir en redes el bulo del fraude electoral, del robo de las elecciones. Lo hizo a través de sus aliados mediáticos (principalmente la web ultraderechista Inforwars), muchas conferencias y amigos poderosos que expandieron sus mensajes golpistas. 

Arrogándose su relato, Donal Trump, que más que posiblemente volverá a habitar la Casa Blanca, gritó tras la derrota ante Joe Biden: “¡Ganamos las elecciones!”. Y se aprovechó del slogan golpista (creado mucho antes, en 2016) por Stone: “Stop The Steal” (“Detengan el robo”, con el que Stone hizo miles de camisetas, chapas, pegatinas y grupos en redes sociales). La teoría de la conspiración se expandió de forma vertiginosa y alarmante por las calles de Washington, Detroit, Míchigan, Las Vegas, Wisconsin, Georgia y Ohio. Ante una inaceptable avalancha de odio, amenazas, incitación a la violencia y a un golpe de Estado, los grupos de “Stop the Steal” fueron eliminados por Facebook.

Pero la toxina ultra resultó imparable. Los medios derechistas, en los que políticos republicanos hablaban de fraude sin despeinarse, le dieron eco al “Stop the Steal” y su mensaje golpista se propagó en pocos días. A las palabras “Si no lucháis no tendréis país” de Trump, la respuesta fue la violencia en las calles y el asalto al Capitolio.

Ante tan oscuro acometimiento, que vio por la televisión desde la habitación de su hotel, la reacción de Roger Stone fue abandonar Washington de forma rastrera y cobarde tras días encendiendo a las masas. 

Al final del documental, vemos a un Stone completamente desquiciado, con un inquietante tic nervioso en la boca, completamente rabioso e incontrolable. Se siente traicionado por Donald Trump y esta vez quiere ir a por él, a degüello.

Fuera de sí, cuando descubre Guldbrandsen está captando su lado más demente y virulento con su cámara, le dice: “Si usas esto, te asesinaré”. Lo dicho: un villano de cómic. 

La crítica fue buena con Tempestad en Washington. Jessica Kiang habló en Variety de un “asombroso retrato de un titiritero enredado en sus propios hilos”. Lucy Mangan, en The Guardian, fue la que mejor captó el trabajo de Guldbrandsen al incidir en que además de hacernos testigos de momentos incriminatorios para Stone y Trump, el documental es un testimonio aterrador de la destrucción literal de la política estadounidense. Y al final se hace la gran pregunta: ¿qué tempestades están por venir?