Las lecciones del caso Assange

Si algo nos enseña el caso Assange es que todavía queda muchísimo por hacer hasta que, en el mundo, manden la verdad y la democracia

El lunes saltaba la noticia: después de más de 15 años de persecución brutal por parte de Estados Unidos y más de 12 años de cautiverio, finalmente, Julian Assange quedaba en libertad. El fundador de Wikileaks había alcanzado un acuerdo con la administración Biden según el cual se declaraba culpable de espionaje a cambio de que se le impusiera una pena de prisión inferior a los años que ya ha cumplido cautivo. Así, el mismo lunes, Assange cogió un avión en el aeropuerto de Stansted rumbo a las Islas Marianas del Norte, un territorio asociado a los Estados Unidos en el medio del Pacífico y no demasiado lejos de su Australia natal. Allí, compareció ante un juzgado estadounidense, recibió la condena pactada y quedó definitivamente libre. En la mañana del día de ayer, pudimos ver en España las emotivas imágenes de Julian Assange aterrizando por fin en suelo australiano y fundiéndose en un largo abrazo con su padre y con su esposa Stella.

Aunque la noticia es verdaderamente magnífica y todos los demócratas —muy especialmente los periodistas demócratas— estamos de enhorabuena, no podemos dejar de olvidar los gravísimos aprendizajes que este caso nos ha dejado respecto de cómo funciona realmente el orden internacional bajo dominio estadounidense.

La primera lección de la que conviene tomar buena nota es que a los poderes políticos, militares y económicos de Estados Unidos y de sus países aliados la libertad de prensa les parece algo completamente secundario y que, en todo caso, siempre pueden poner en suspenso si amenaza sus intereses. Toda esta fábula sobre el poder del periodismo libre y el caso Watergate como paradigma de la libertad de prensa en el gigante norteamericano se revela como un cuento de ficción para niños pequeños después de lo que le han hecho a Julian Assange. Ninguna de las informaciones que ha publicado Wikileaks —y que, por cierto, han difundido prestigiosos periódicos como el New York Times, The Guardian, Der Spiegel, Le Monde o El País—, ninguna de ellas, se ha demostrado falsa. Al mismo tiempo, todas ellas han servido para demostrar documentalmente prácticas como poco reprobables y muchas veces contrarias al derecho internacional y a los derechos humanos por parte del gobierno de Estados Unidos. Es decir, que todo lo que publicó Julian Assange no solamente es verdad sino que además tiene un gran interés periodístico. Desde el famoso vídeo en el que se puede ver a dos helicópteros estadounidenses asesinando a sangre fría a 12 civiles en Irak —dos de ellos periodistas de la agencia Reuters—, hasta los 250.000 cables diplomáticos del 'Cablegate' —que demostraron cómo EEUU utilizaba sus embajadas por todo el mundo para espiar ilegalmente a los gobiernos y hasta al secretario general de la ONU—, pasando por los 'Diarios de la Guerra de Afganistán' o los 'Irak War Logs' —cientos de miles de documentos que probaron cómo el asesinato de civiles y la tortura es la práctica habitual del ejército de los EEUU— o, más cerca de casa, las informaciones secretas que afirmaban que la embajada norteamericana en España presionaba a jueces, ministros y empresarios y que maniobró con toda la fuerza para que quedase en la impunidad el asesinato por parte de su ejército del cámara de Telecinco, José Couso, en el Hotel Palestina de Bagdad, todas estas informaciones habrían servido para ganar el premio Pulitzer si hubiesen sido sobre gobiernos enemigos de EEUU. Sin embargo, como el protagonista de los abusos, las infamias y los crímenes de guerra era precisamente el hegemón norteamericano, lo que recibió Julian Assange a cambio de hacer periodismo fue la persecución más brutal y el intento de destruir su vida. El Estado más poderoso del mundo contra un solo hombre. La libertad de prensa en el cubo de la basura.

A los poderes políticos, militares y económicos de Estados Unidos y de sus países aliados la libertad de prensa les parece algo completamente secundario y que, en todo caso, siempre pueden poner en suspenso si amenaza sus intereses

La segunda lección que nos deja el caso Assange es que el famoso corporativismo periodístico según el cual los profesionales de la prensa se defienden entre ellos de agresiones externas solamente existe cuando su trabajo es criticado por organizaciones, por activistas o por políticos de izquierdas. Por el contrario, cuando la mayor potencia mundial lanza una cacería salvaje contra uno de sus compañeros por el único motivo de que se ha atrevido a publicar noticias veraces, no son pocos los supuestos periodistas que pasan a comportarse como perros de presa del poder y se lanzan a descuartizar a dentelladas a "uno de los suyos". Obviamente, hay una cantidad prácticamente infinita de ejemplos de difamaciones y calumnias vertidas contra Assange desde medios de comunicación estadounidenses. Pero también hay muchos ejemplos en los medios de comunicación españoles. En nuestro país, La Razón publicó un reportaje —si es que se puede llamar así a semejante basura— en el cual afirmaba sin ninguna prueba que Assange "restregaba sus heces en la puerta del embajador" durante su cautiverio en la embajada de Ecuador en Londres, en El Periódico se le llamó "hacker megalómano", Jorge Bustos —subdirector de El Mundo y rostro habitual en la COPE, Telecinco y La Sexta— lo acusó de hacer lo que hacía por "narcisismo irresistible" y puro beneficio personal (todos hemos podido ver el mucho beneficio que se obtiene cuando publicas secretos de Estado de EEUU), en La Vanguardia lo calificaron como "el hacker más odiado que apuesta por Trump" sin explicar exactamente quién lo odia y propagando un bulo sobre sus afinidades políticas, y fue también insultado y difamado por Ángel Expósito y por Fernando de Haro en la Cadena COPE, por citar tan solo algunos ejemplos. Como hemos podido comprobar con el caso Assange, si el Tío Sam pone a un periodista en el cartel de "los más buscados", aunque dicha persona no haya hecho otra cosa más que destapar las vergüenzas de uno de los estados más criminales del mundo, no puede esperar mucha solidaridad por parte de sus compañeros de profesión. Como buenos perros de presa del poder, lo mismo que hacen con los enemigos políticos de los poderosos lo van a hacer con cualquiera que se atreva a hacer periodismo de verdad sobre sus amos.

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Ahora Julián Assange está libre y eso es una muy buena noticia. Pero no podemos olvidar que se ha visto forzado a confesar un delito de espionaje únicamente por hacer periodismo, no nos podemos sustraer al hecho de que el orden internacional sigue siendo un orden absolutamente corrupto con reglas que funcionan para EEUU y sus aliados pero no con todos los demás y no podemos apartar la mirada ante la podredumbre de buena parte del gremio de la prensa que lo mismo que publica bulos y calumnias contra los adversarios políticos del poder se lanzar a despedazar a uno de los suyos sin que haga falta más que un toque de silbato. Si algo nos enseña el caso Assange es que todavía queda muchísimo por hacer hasta que, en el mundo, manden la verdad y la democracia.