Estados Unidos

¿Qué sabemos de la Casa Blanca?

Harry S. Truman la llamó una "prisión glamurosa". Gerald R. Ford dijo que era "la mejor vivienda pública que he visto jamás". Y Reagan la definió como un “hotel ocho estrellas”. La sede del poder de los Estados Unidos, una historia de cómo fue construida y sostenida por trabajo esclavizado y migrante

Mark Alfred / Zuma Press / ContactoPhoto
Mark Alfred / Zuma Press / ContactoPhoto

Estados Unidos vive un año electoral atípico al que todos asistimos con mucha pena y un poco de gracia. La historia que empezó como una revancha presidencial–la primera desde 1956 cuando el republicano Dwight Eisenhower y el demócrata Adlai Stevenson se enfrentaron por segunda vez consecutiva– ha dado un giro narrativo que, a pesar de ser fiel al repetido estilo de Hollywood con un atentado al villano de facto, un cambio de protagonista y la aparición de una actriz de reparto decidida a dejar su rol secundario para ‘salvar´ al mundo, esta vez tendrá un desenlace impredecible.

No es raro entonces preocuparnos por quién ocupará la Casa Blanca después de Biden, ¿pero alguien se ha preguntado por este edificio que cada cuatro años recibe inquilinos incómodos?

Harry S. Truman la llamó una "prisión glamurosa". Gerald R. Ford dijo que era "la mejor vivienda pública que he visto jamás". Y Reagan la definió como un “hotel ocho estrellas”. La Casa Blanca es el epicentro político de los Estados Unidos al ser la residencia de todos sus presidentes y familias desde John Adams en 1800 y hoy por hoy también la oficina principal del ejecutivo.

La Casa Blanca le ha costado 61 millones de dólares a los contribuyentes

Cuenta con una extensión de 5.100 m2 y 6 pisos de altura, 132 habitaciones y 35 baños. Además, tiene 412 puertas, 147 ventanas, 28 chimeneas, ocho escaleras y tres ascensores.

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Tiene amenidades para todos los gustos: dos piscinas – cubierta y al aire libre, una sala de juegos con bowling, mesas de billar y ping-pong, campos de golf, cancha de tenis y una pista para correr. Además de una sala de cine, un consultorio dental, salones de belleza y hasta una floristería. Y cada presidente le ha dado su toque personal, como Barack Obama quien añadió aros de baloncesto desmontables para poder practicar su deporte favorito.

Sin embargo, la Casa Blanca no siempre fue este palacio de excentricidades y comodidades. Hoy el centro neurálgico de la política estadounidense fue ayer un edificio de arenisca relativamente humilde y a ratos infestada de ratas.

"Me despierto cada mañana en una casa que fue construida por esclavos" (Michelle Obama. Convención Nacional Demócrata, 2016)

El proyecto fue ideado por George Washington, el terreno elegido por el urbanista francés Pierre Charles L’Enfant, el diseño del arquitecto irlandes James Hoban y hasta la colocación de la piedra angular, lo hizo un español, Pedro Casanave. Todos francmasónicos. Pero no es ningún secreto que gran parte, sino toda, la sede del poder de los Estados Unidos, fue construida y sostenida por afroamericanos esclavizados y migrantes. 

De hecho, según la documentación sobreviviente, al menos nueve presidentes, muchos de ellos con plantaciones esclavistas, trajeron consigo o ‘contrataron’ a individuos esclavizados para trabajar en la Casa Blanca.

¿Por qué se llama así?

Aunque actualmente se necesitan 570 galones de pintura blanca para cubrir su fachada, en el proyecto inicial esta no tuvo nada que ver. Su color característico simplemente se debía a la cal usada para proteger la piedra porosa de la congelación durante el invierno.

De hecho, no siempre fue llamada así. Oficialmente, es nombrada por el presidente Theodore Roosevelt en 1901. Antes de ello, se le conocía como el "Palacio del Presidente" o la "Mansión Ejecutiva".

Quedan muy pocos restos de la Casa Blanca original

La casa del presidente de Estados Unidos ha sobrevivido a dos incendios, ataques y muchas remodelaciones.

En un marcador incrustado en el piso del vestíbulo de la entrada, revela las fechas de los cuatro momentos más emblemáticos de su existencia: 1792, el inicio de su construcción, 1817, la primera reconstrucción tras haber sido incendiada por los británicos, 1902 y 1952 calendario de importantes renovaciones que la modernizaron.

La famosa West Wing

Posiblemente el área más conocida de la Casa Blanca. Fue construida durante el gobierno de Theodore Roosevelt quien estableció el Ala Oeste como el nuevo espacio de operaciones ejecutivas para el presidente y su personal. El Despacho Oval apareció unos años más tarde bajo las instrucciones de su sucesor, el presidente William Howard Taft.

En el Ala Oeste también se encuentra la Sala de Crisis o ‘Situation Room’ en inglés, creada en 1961 por orden del presidente John F. Kennedy tras el fracaso de la invasión de Bahía de Cochinos. Es el centro de control de inteligencia y espionaje desde donde presidentes monitorean y comandan operaciones militares de bombardeo, invasión e intervención de países.

El deseo de Jackie

Desde la última gran renovación de Harry S. Truman en 1952, todos las familias presidenciales han realizado cambios dentro de la Casa Blanca, algunos temporales, y otros que han continuado hasta la siguiente administración y más allá.

Muchas de estas tareas están a cargo de las Primeras Damas quienes se han enfocado en agregar obras de arte, retratos y muebles. Como Michelle Obama, por ejemplo, quien consiguió el cuadro ‘Resurrección’ de Alma Thomas, la primera obra de una mujer afroamericana en la colección, o como Hilary Clinton quien echó mano del Salón Azul.

En toda su historia, sin embargo, fue Jackie Kennedy la que dirigió los trabajos de preservación histórica que hacen hoy de la Casa Blanca también una especie de museo.

¿Nada es gratis?

En 2024, la Casa Blanca le ha costado 61 millones de dólares a los contribuyentes, y durante los cuatro años de mandato del presidente Joe Biden, el monto asciende a los U$225 millones, la nómina más grande de la sede ejecutiva desde al menos 1971. Pero el costo es mucho mayor.

The People’s House, como también le llaman, presume ideales de libertad, igualdad y justicia sobre los que aparentemente se fundó la democracia estadounidense. Valores olvidados por sus ocupantes pasados, actuales y futuros quienes seguirán cobrando a su propio país y al mundo un precio muy alto en dólares y en vidas, hasta que las paredes hablen.