Ultraderecha

Lo que los mayores medios de información en España no dicen sobre el crecimiento de las ultraderechas

La atención mediática sobre las ultraderechas se ha centrado en la situación actual de estos movimientos, ignorando, o podría decirse incluso, ocultando, las causas de su crecimiento actual
EuropaPress_5970313_varias_figuras_caras_diferentes_politicos_extrema_derecha_concentracion
Concentración en contra del acto ‘Viva 24’ organizado por VOX — Diego Radamés / Europa Press

La mayoría de los grandes medios de información en España están informando sobre el crecimiento de las ultraderechas, primordialmente en las partes del mundo que conozco bien a los dos lados del Atlántico Norte, presentándolas como una amenaza a la democracia liberal existente en sus países. En la medida en que este crecimiento se está generalizando y que en varios países los partidos políticos de tal sensibilidad política ya están gobernando, ha aparecido una cierta relajación en tales medios, porque creen qué algunos de estos partidos no son tan radicales ni tan antidemocráticos como habían supuesto. Y tales medios señalan como prueba de ello su apoyo al gobierno de Ucrania y oposición a Putin, considerando al gobierno de Rusia, que tal personaje dirige, como la mayor amenaza hoy para la democracia en Europa, consecuencia de sus intentos de conquista territorial, de espacios y Estados que el gobierno Putin considera pertenecientes a Rusia. El partido presidido por Giorgia Meloni que gobierna Italia, por ejemplo, enraizado en el fascismo italiano, se considera ya por tales medios, como un partido con vocación democrática, por apoyar la guerra contra el gobierno ruso, continuando la que se llamó la Guerra Fría, qué ahora ya no es tan fría, y que tiene la posibilidad de incluso derivar en un conflicto nuclear.

Este tipo de ultraderecha de vocación europea atlanticista (es decir: aliada y parte de la OTAN) es, sin embargo, minoritaria. La mayoría de las ultraderechas (que son ya la tercera fuerza política en el Parlamento Europeo) son contrarias y opuestas a tal alianza Atlántica, así como al modelo económico neoliberal globalizador promovido por tal alianza y por la dirección de la Unión Europea. Sus mayores representantes son el partido Agrupación Nacional de Francia liderado por Le Pen, y el partido Fidesz de Hungría liderado por Orban, entre otros partidos (incluyendo a VOX en España), que forman la alianza en la UE llamada Patriotas por Europa, y que son también aliados de la ultraderecha estadunidense: el trumpismo. Ahora bien, tanto los europeos atlanticistas, como estos últimos —Patriotas por Europa y el trumpismo— tienen elementos en común, como un nacionalismo extremo con ideología religiosa cristiana, profundamente conservadora, racista, sexista, homofóbica, profundamente anti-estado liberal y con vocación autoritaria y caudillista (ver El predecible resurgimiento del fascismo y el nazismo en los dos lados del Atlántico Norte y sus consecuencias).

Lo que se está ocultando en esta descripción del crecimiento de las ultraderechas: las causas de su crecimiento como consecuencia de la aplicación del modelo neoliberal globalizador

La atención mediática sobre las ultraderechas se ha centrado en la situación actual de estos movimientos, ignorando, o podría decirse incluso, ocultando, las causas de su crecimiento actual, que ya se inició a finales del siglo XX (a partir de los años 80) y que apareció con toda intensidad a principios de este siglo —he escrito extensamente sobre este tema, siendo la última aportación El Fin de la Democracia Liberal’’ publicado en Diario Red—. Y tales causas son el impacto devastador sobre la calidad de vida de las clases populares en general, y de la clase trabajadora en particular, como consecuencia de la aplicación de las políticas públicas llevadas a cabo por la mayoría de los gobiernos a los dos lados del Atlántico Norte a partir del establecimiento del modelo neoliberal globalizador, iniciado por los gobiernos del presidente Reagan en Estados Unidos y de la señora Thatcher en el Reino Unido. Tales políticas fueron expandidas por los partidos gobernantes no solo liberales y conservadores, sino también por partidos autodefinidos como progresistas, como el Partido Demócrata de los EEUU (con el Gobierno Clinton primero y el Gobierno Obama después), y los partidos socialdemócratas europeos llamados de La Tercera Vía, como los gobiernos de Tony Blair en el Reino Unido, de Schröder en Alemania, de Hollande en Francia, de Zapatero en España, y muchos otros. Tales políticas incluían la desregulación y globalización de los mercados de capitales y de los mercados laborales, con debilitamiento y anulación de políticas retributivas de capital y de rentas, sustituidas por políticas de austeridad que beneficiaban sistemáticamente a las clases empresariales a costa de las clases trabajadoras (ver evidencia de ello en mi artículo en Diario Red citado anteriormente).

Lo que no se ha informado correctamente por parte de los medios de información es el origen de tales políticas neoliberales globalizadoras y por qué aparecieron en los años ochenta. En realidad, estas políticas fueron la respuesta de las llamadas en el lenguaje anglosajón “corporate classes” (formadas por los dueños y gestores de las grandes empresas y corporaciones productoras y/o distribuidoras de bienes y servicios que ejercían —y continúan ejerciendo— una enorme influencia en las instituciones políticas y en los medios de información) a los enormes avances económicos y sociales conseguidos por las clases trabajadoras después de la Segunda Guerra Mundial, consecuencia de la victoria de las fuerzas progresistas en aquel conflicto frente al fascismo y nazismo. Esta guerra fue una guerra popular en la mayoría de países del Atlántico Norte, al ser también una guerra para conseguir un mundo mejor. Y no hay que olvidar que los que luchan las guerras son siempre los hijos e hijas de las clases populares, qué son las que siempre realizan los mayores sacrificios durante los conflictos bélicos. En Estados Unidos la Segunda Guerra Mundial ha sido la única guerra que durante el Siglo XX y el XXI ha sido popular, siendo el presidente Roosevelt quien dirigió la guerra en aquel país y estableció el llamado New Deal (la versión estadunidense del Estado de Bienestar Europeo), durante la guerra y que se expandió después durante el periodo 1945-1980. Un tanto igual ocurrió en Europa en donde las fuerzas progresistas que lideraron la resistencia frente al nazismo y al fascismo tuvieron gran influencia política en los gobiernos que establecieron los Estados de Bienestar, alcanzando sus mayores dimensiones en aquellos países donde la clase trabajadora tenía mayor poder y los partidos de izquierda tenían más influencia en los gobiernos, como fueron los países escandinavos. Y ello ocurrió también en países que habían estado gobernados por el fascismo y el nazismo, como Alemania, Italia y Francia, en los que, al ser estos movimientos derrotados, facilitaron también el establecimiento de sus Estados de Bienestar durante su época democrática.

La aplicación de las políticas neoliberales globalizadoras cambió la correlación de fuerzas por clase social en la mayoría de los países a los dos lados del Atlántico Norte, beneficiando enormemente a las clases dominantes a costa de las clases populares

Nada de esto sería posible sin suscriptores

Era este crecimiento de los derechos de las clases trabajadoras y de las clases populares en todos estos países, lo que puso a las clases empresariales a la defensiva en los años 80, respondiendo con el establecimiento de las políticas neoliberales globalizadoras que intentaban terminar y revertir estos avances. La aplicación de las políticas neoliberales globalizadoras cambió la correlación de fuerzas por clase social en la mayoría de los países a los dos lados del Atlántico Norte, beneficiando enormemente a las clases dominantes a costa de las clases populares. Este periodo neoliberal globalizador iniciado en los años 80 continuó hasta el inicio de la pandemia en el Siglo XXI. Este cambio significó que en el promedio de los países de la Unión Europea (la UE -15, los 15 países que iniciaron la Unión Europea), las rentas derivadas del trabajo, como porcentaje de todas las rentas descendieron durante todo el periodo neoliberal desde sus inicios al principio de los años 80 del Siglo XX hasta el final de tal periodo (a principios de los años 20 del Siglo XXI, cuando se inició la pandemia, que afectó la aplicación de tal modelo neoliberal). Tales rentas de trabajo bajaron, pasando de representar el 72% de todas las rentas al principio del periodo, a un 66% al final de tal periodo (1980-2020). En la mayoría de las economías de la EU -15 se dio tal bajón. En Alemania el bajón pasó de un 70% a un 65 %, en Francia de un 74% a un 68%, en Italia de un 73% a un 64%, en La Gran Bretaña de un 74% a un 72 % y en España de un 74% a un 58%. Al otro lado del Atlántico, en EEUU, el descenso fue de un 70% a un 63%. Los datos hablan por sí mismos. Y como señalaré más tarde, la capacidad adquisitiva de la clase trabajadora descendió notablemente durante este periodo neoliberal en la mayoría de tales países. El descenso de tal capacidad adquisitiva varió, siendo en España el descenso más acentuado a partir de los años 90.

Es este descenso de la capacidad adquisitiva de las clases trabajadoras donde radica el gran cambio en su comportamiento electoral, que abandonando a los partidos gobernantes de izquierda que habían hecho suyas estas políticas neoliberales globalizadoras, y en su lugar apoyaron a los partidos de ultraderecha que eran hostiles a los establishments políticos y mediáticos neoliberales promotores de aquellas políticas. Este es el origen y causa del crecimiento de las ultraderechas, de lo cual no se habla. Ni que decir tiene que este alejamiento de las clases trabajadoras de los partidos gobernantes de izquierda se acentuó todavía más durante las dos primeras décadas del siglo XXI, y muy en particular durante La Gran Recesión. Pero el fenómeno comenzó en la mayoría de países mucho antes que la Gran Recesión en el Siglo XXI. Es cierto que la pandemia, más tarde, forzó un cambio en las políticas públicas de los Estados, y muy en especial en sus políticas sociales y sanitarias (aunque también en algunas económicas), adquiriendo un carácter más intervencionista que antes de la pandemia. Tal intervencionismo no alteró, sin embargo, las políticas económicas neoliberales. La globalización económica y su impacto en el crecimiento de las desigualdades tanto de propiedad como de rentas continuaron aumentando. De ahí que cuando la pandemia casi desapareció y las políticas intervencionistas provisionales dejaron de aplicarse, se vio incluso con mayor viveza el descenso de las rentas del trabajo y deterioro de las condiciones de vida de las clases trabajadoras.

La causa de esta crisis ocultada por los medios es la que origina el enfado e incluso hostilidad hacia los establishments políticos mediáticos que han promocionado y siguen promocionando el modelo neoliberal globalizador

El descenso del porcentaje de las rentas de trabajo como parte de las rentas estatales fue la causa del enorme crecimiento de las rentas del capital, con gran crecimiento de las desigualdades. Es importante señalar que la productividad laboral continuó creciendo durante todo el periodo neoliberal, aunque la capacidad adquisitiva de la clase trabajadora continuó bajando. El indicador de ingreso diferencial entre lo que cobraban las direcciones de las empresas y lo que ingresaban los empleados de tales empresas continuó creciendo, llegando a unos extremos que hubieran sido inaceptables en el periodo de postguerra 1945-1980. Y ello ocurrió a partir de los años 80. Y ahí está el origen de la crisis del sistema democrático liberal y pérdida del apoyo popular, y lo que condujo al crecimiento de las ultraderechas. Las izquierdas mayoritarias gobernantes han contribuido a ello, y de ahí el cambio del comportamiento popular de la clase trabajadora. Los mayores medios de información han ocultado esta realidad que es visible claramente en los datos que no se publican pero que existen. En mi anterior artículo en Diario Red mostré el impacto de tal deterioro de las condiciones laborales de la mayor parte de las clases populares y sus consecuencias en su calidad de vida, así como en su morbilidad y mortalidad, incluyendo su longevidad, mostrando también como la juventud de tales clases tienen hoy condiciones laborales y calidad de vida peores que la de sus padres, siendo esta una realidad más acentuada donde la clase trabajadora tiene menos poder. El problema de la vivienda es un indicador de ello. Y la causa de esta crisis, repito, ocultada por los medios, es la que origina el enfado e incluso hostilidad hacia los establishments políticos mediáticos que han promocionado y siguen promocionando el modelo neoliberal globalizador.

En España la mayoría de los medios han silenciado las enormes consecuencias negativas para la democracia española, que ha tenido el hecho de que el fascismo nunca fuera derrotado en este país

No hay plena conciencia en España (que estuvo gobernada por una dictadura fascista por un periodo que duró hasta finales de los años 70) de que la Segunda Guerra Mundial fue entre otras cosas una guerra contra el fascismo y el nazismo, que fueron derrotados en Europa por fuerzas progresistas europeas con el apoyo de sus ejércitos (incluyendo algunos no europeos, como fue el de EEUU), y muy en particular el de la Unión Soviética, sin la cual tal victoria no hubiera ocurrido, como bien reconoció Winston Churchill. En España, sin embargo, el fascismo nunca fue derrotado. Continuó después de la Segunda Guerra Mundial, definiéndosele como “franquismo”, a fin de acentuar el carácter personal de la dictadura en la que, una vez el dictador desapareciera, el régimen también dejaría de existir. Este término “franquismo” se utilizaba solo en España. Viví en varios países durante mi largo exilio (Suecia, Gran Bretaña y Estados Unidos) y nunca vi que se utilizara este término en aquellos países o en otros que también visité, para definir aquella dictadura. De la misma manera que no se hablaba de “hitlerismo” para definir el nazismo alemán o de “mussolinismo” para definir el fascismo italiano, tampoco se utilizaba el término “franquismo” para definir al fascismo español. España era el único país en el que este término se utilizaba para definir a aquella dictadura. El argumento más común promovido por las derechas en España era que el franquismo era un régimen autoritario, pero no totalitario, es decir, que era carente de una ideología totalizante propia. He escrito extensamente sobre este tema mostrando la falsedad de este argumento, describiendo la ideología totalizante de tal régimen con claras características fascistas (ver Vicenç Navarro “Franquismo o fascismo).

Las características de las ideologías fascistas estaban en aquel Estado llamado “franquista” y en realidad varias de ellas se han mantenido en el actual. Una muestra de ello es la continua acusación que hacen las derechas españolas de que los partidos de izquierda actualmente gobernantes son ilegales e ilegítimos

El argumento que también se ha utilizado por gran número de medios de información españoles para negar el carácter fascista de aquel régimen es que el partido fascista La Falange, era solo un partido cuya visibilidad institucional en el Estado dictatorial fue descendiendo a lo largo de los 40 años. Se admite que, al principio, puede que sí que fuera fascista, pero que dejó de serlo con el tiempo. Esta identificación del poder hegemónico de una ideología, con el protagonismo de una formación política, es errónea. El liberalismo ha sido la ideología dominante en las democracias llamadas “liberales” por muchos años, aun cuando los partidos liberales tienden a ser muy minoritarios. Las características de las ideologías fascistas estaban en aquel Estado llamado “franquista” y en realidad varias de ellas se han mantenido en el actual. Una muestra de ello es la continua acusación que hacen las derechas españolas de que los partidos de izquierda actualmente gobernantes son ilegales e ilegítimos, mostrando gran hostilidad y represión frente a aquellas fuerzas progresistas, tales como el Partido Comunista, durante y después de la dictadura, y más recientemente contra Podemos, partidos que tienen gran vocación transformadora de los sistemas políticos y sociales actuales a través de procesos democráticos. Otra muestra, entre muchas otras, de la continuación de la cultura hegemónica de la dictadura, es su idealización del pasado, como por ejemplo del Imperio Español y su colonización de América Latina, negando su opresión y racismo (y ello a pesar de que al día nacional se le llamaba hasta hace poco, el “Día de la Raza”). Todo ello con una carencia manifiesta de cultura democrática en los aparatos del Estado y en los mayores medios de información (que carecen de instrumentos de izquierda) controlados por las clases empresariales, que ejercen además una enorme influencia en el sistema judicial, estableciéndose amplios sistemas de represión y cancelación a fin de reproducir las relaciones de poder predominantemente de clase, pero también de sexo, raza y nacionalidad. Estas son las manifestaciones del carácter totalizante de lo que se llama en España “el franquismo” y que perduran en amplios espacios del Estado español y que han infectado a grandes sectores de la sociedad española actual (incluyendo la catalana). He vivido en Suecia, Gran Bretaña y Estados Unidos durante mi larga vida académica y también visité y trabajé asesorando a muchos otros países, y en ninguno vi, ni experimenté, la enorme hostilidad y la mala leche en la vida política y mediática que existe en este país contra las voces críticas del sistema político y mediático dominante de España (incluyendo en Cataluña), (ver Una breu historia personal de Catalunya i Espanya: Entrevista a Vicenç Navarro per Elvira de Miguel, Icaria, 2022).

La mayoría de los medios de información tampoco han informado del hecho de que el fascismo no fuera derrotado en España ha contribuido a las enormes insuficiencias del Estado de Bienestar en este país

Si el fascismo hubiera sido derrotado en España antes o durante la Segunda Guerra Mundial, este país habría experimentado lo que ocurrió en los otros países a los dos lados del Atlántico Norte (incluyendo aquellos que habían sufrido el nazismo y el fascismo). Es decir, se habría establecido un Estado del Bienestar como fruto de las demandas populares, entre las cuales estaba el establecimiento de los servicios y transferencias propias del Estado de Bienestar. En España, sin embargo, todavía bajo el fascismo en aquel periodo durante la Segunda Guerra Mundial y el periodo dictatorial que lo siguió, (1945- 1978), no hubo esta etapa de creación del Estado de Bienestar que vimos en la mayoría de los países del Europa Occidental. E incluso, más tarde, cuando se estableció en la época democrática, siempre estuvo poco financiado como resultado de la enorme influencia que las fuerzas que dominaron el Estado fascista, como la clase empresarial (bien documentada en el libro de Xavi Domènech, “Lucha de clases, franquismo y democracia. Obreros y empresarios”, 1S3S-1S7S, Akal), que continuaron ejerciendo sobre el Estado post-dictatorial.

Las derechas españolas han sido las mayores sostenedoras del pensamiento y cultura de la ultraderecha heredados del régimen dictatorial anterior, situándose dentro del panorama político europeo actual como una de las derechas más extremas, siendo su comportamiento antidemocrático muy común en sus aparatos del Estado, incluyendo el jurídico y el de seguridad

Como consecuencia de ello, el Estado de Bienestar en España está poco desarrollado y con escasa financiación. No hay duda de que los partidos de izquierda lideraron cambios en las esferas sociales del Estado durante el periodo democrático, como el establecimiento de Servicio Nacional de Salud, de gran significado y popularidad. Y serios intentos de expansión se establecieron durante el periodo del gobierno de coalición de izquierdas, pero tales reformas no fueron suficientes para corregir el enorme déficit del Estado del Bienestar Español. El gasto público por habitante, en sanidad, en educación, en viviendas, en servicios sociales, en servicios a la infancia y a las personas con dependencias, en las pensiones, en la seguridad social, y muchas otras transferencias públicas están entre las más bajas de la Europa Occidental. Los datos están ahí y son claramente convincentes (ver mi libro “Bienestar insuficiente, democracia incompleta: de lo que no se habla en nuestro país”, XXX Premio Anagrama de Ensayo, Anagrama). Y ello es fruto del enorme poder de la clase empresarial y su enorme influencia sobre las instituciones políticas y mediáticas del país, herencia de aquella dictadura de ultraderechas, concretamente del fascismo y su prevalencia en grandes sectores del Estado y en las instituciones gobernantes, así como en grandes medios de información. De ahí que sea incorrecto definir a VOX en España como la única ultraderecha existente en este país. Las derechas españolas han sido las mayores sostenedoras del pensamiento y cultura de la ultraderecha heredados del régimen dictatorial anterior, situándose dentro del panorama político europeo actual como una de las derechas más extremas, siendo su comportamiento antidemocrático muy común en sus aparatos del Estado, incluyendo el jurídico y el de seguridad. Tal dominio (que es también dominio de clase social) explica también hoy la carencia en España de un mayor medio de izquierdas, ya sea televisivo o impreso. El hecho de que no hubiera una derrota del fascismo explica que España sea uno de los países de la Unión Europea donde las ultraderechas (incluyendo, además de VOX, a la mayoría del PP) sean más poderosas. Y que a las izquierdas se les considere extremistas. La evidencia de ello es abrumadora.

Otra información deficiente en los mayores medios de información es su cobertura sobre la realidad política de los EEUU y del origen del trumpismo

La información provista por los grandes medios de información españoles sobre EEUU y sobre el trumpismo es segada, incompleta y frecuentemente errónea. EEUU suele presentarse en los grandes medios españoles como un país con un sistema democrático avanzado, punto de referencia importante no solo para las derechas liberales, sino también incluso para sectores de las izquierdas españolas. Es obvio que los corresponsales de los medios obtienen su información a partir de los grandes medios de información estadunidenses. Ni decir tiene, que la democracia estadunidense tiene elementos interesantes y positivos, pero en general, su sistema político es de los menos representativos y democráticos entre los países democráticos a los dos lados del Atlántico Norte. El grado de participación política de la ciudadanía, y muy en particular, de las clases populares, en las elecciones tanto federales como estatales, es muy bajo. La mayoría de la clase trabajadora (que es la mayoría de las clases populares y de la población) no participan de los procesos electorales. En el estudio más detallado que se ha hecho en EEUU sobre la identificación por clase social —upper, middle and working class— de la población, la mayoría de las personas empleadas, se definieron como “working class” (ver Vicenç Navarro, What is Happening in the United States? How Social Classes Influence the Political Life”,). El grado de desconfianza hacia el sistema político está muy generalizado. Y la distancia entre lo que las clases populares desearían que hiciera el Estado Federal y lo que este aprueba es enorme. La mayoría de la población desea, por ejemplo, la universalización del derecho de acceso a los servicios sanitarios en caso de necesidad, lo cual no existe ni nunca ha sido considerado por ningún gobierno federal estadunidense. Los grupos económicos y financieros que controlan el sector sanitario (desde las compañías de seguros hasta la industria farmacéutica, entre otros), tienen una enorme influencia sobre el Gobierno Federal, siendo los mayores financiadores de los senadores y congresistas que legislan sobre temas sanitarios. La financiación privada del sistema electoral (donde primordialmente los componentes de la clase dominante, “the corporate class”, financian a los políticos) es la práctica común. Este tipo de comportamiento, que se denunciaría en la mayoría de los países europeos como corrupción, es práctica común en EEUU. La “corporate class” (los propietarios y gestores de bienes y servicios) son los mayores componentes de lo que se conoce como la “donor class” (los que donan dineros a los políticos). El candidato Trump, en el momento en que aceptaba el nombramiento como candidato a la presidencia de EEUU por parte del Partido Republicano, dio las gracias al señor Elon Musk, una de las personas más ricas del mundo, dueño de varios sistemas de información y comunicación, como lo es X (antiguo Twitter), por donar a su campaña 40 millones de dólares al mes, prometiéndole que, como presidente de los EEUU, haría todo lo posible para garantizarle su éxito comercial.

La información provista por los grandes medios de información españoles sobre EEUU y sobre el trumpismo es segada, incompleta y frecuentemente errónea. EEUU suele presentarse en los grandes medios españoles como un país con un sistema democrático avanzado, punto de referencia importante no solo para las derechas liberales, sino también incluso para sectores de las izquierdas españolas

Un tanto semejante ocurre en el Parido Demócrata, en donde su “donor class” tiene un enorme poder para controlar la legislación propuesta por los mayores comités tanto del Senado como del Congreso. El presidente de la Comisión de Energía del Senado, Joe Manchin, por ejemplo, está financiado por la mayoría de las compañías de energías no renovables de EEUU. Este senador, que ha sido miembro del partido Demócrata durante todo su mandato senatorial, se opuso al Green New Deal propuesto por el presidente Biden, consiguiendo la eliminación de elementos muy importantes de la propuesta. La influencia de tal “corporate class” es clara y enormemente importante para entender la política del Estado Federal de los EEUU, realidad que apenas aparece en los medios españoles. Lo mismo ocurre con la gran mayoría de los candidatos presidenciales. La candidata del Partido Demócrata a la presidencia de EEUU, Kamala Harris, quien había iniciado su carrera política apoyando un programa universal de cobertura sanitaria (es decir que cubriera a toda la población, siguiendo al modelo canadiense, que es de financiación pública, gobernado públicamente sin intervención de los seguros sanitarios privados), ha ido variando su postura, apoyando más tarde que tal programa se hiciera a través de compañías privadas y últimamente ha retirado su apoyo al establecimiento de un programa universal de cobertura sanitaria, contrastando lo que había hecho al inicio de su carrera. Tales compañías de seguros, como otras empresas basadas en el sector sanitario, como la industria farmacéutica, están entre las que obtienen mayores beneficios económicos en aquel país. Beneficios que se obtienen a costa las grandes carencias que existen en la su cobertura sanitaria. 83 millones de ciudadanos y residentes de EEUU, o no tienen ninguna cobertura sanitaria, o tienen una muy limitada e insuficiente. Según una encuesta que analizó tal tipo de cobertura, casi el 40% de pacientes terminales (pacientes que se están muriendo) expresan su gran preocupación por como ellos o ellas y/o sus familiares pagaran las enormes facturas médicas.

Este enorme poder de la “corporate class” en el proceso legislativo se basa en el desempoderamiento de las clases populares y de la clase trabajadora. De ahí que haya sido este el país en donde el modelo neoliberal globalizador se inició y donde ha adquirido mayores dimensiones. Y consecuencias de este enorme poder es que los indicadores de la calidad de vida, incluyendo salud, sea de los peores entre los países a los dos lados del Atlántico Norte. Y la mayoría de las clases populares son conscientes de esta situación, causa del enorme enfado y frustración hacia la clase política del país y hacia el Gobierno Federal, al cual consideran cautivo de las “donor classes”, que son miembros de las clases dominantes. En una encuesta realizada en agosto del 2022 por USA Today, el político con mayor apoyo electoral para ser presidente de EEUU, entre los mayores nombres citados, fue el socialista Bernie Sanders, que entre otras propuestas incluía el deseo de eliminar las “donor classes” haciendo público el proceso electoral, hoy predominantemente privado. La mayoría del electorado de clases populares favorece tal cambio, aunque saben que esto es prácticamente imposible en aquel país, tal como sucede con muchas otras propuestas. No hay plena conciencia en Europa de que las clases populares de aquel país, que son la mayoría de la población en EEUU, son la mayor víctima del sistema político y económico vigente. Y ahí está el origen del enfado hacia el Gobierno Federal que se le considera cautivo de los neoliberales que gestionan tal sistema. En EEUU no hay un partido de izquierdas que pueda canalizar este enfado derivado de la falta de proporcionalidad de su sistema electoral. Tal falta de proporcionalidad está evidenciada por dos hechos graves: uno es el hecho de que el número de representantes de una opción política elegidos para legislar no tiene relación directa con el número de votos de la ciudadanía que tal opción política obtiene en las elecciones. El Estado de California, por ejemplo, que tiene 40 millones de habitantes, tiene el mismo número de senadores (2) que el estado de Wyoming, que tiene menos de un millón de habitantes. El sistema electoral favorece a los Estados más pequeños, rurales y más conservadores, y la institución que elige al presidente de EEUU ni siquiera es el Congreso, sino el llamado “Electoral College”, cuyos integrantes también son elegidos por un sistema muy sesgado y muy poco representativo que favorece también a los Estados más conservadores y rurales. El otro elemento que elimina la proporcionalidad es que el sistema electoral estadunidense es en principio bipartidista, dificultando con ello la creación de nuevos espacios políticos. Es interesante subrayar que la señora Meloni, presidenta de Italia y dirigente de un partido enraizado en el fascismo, ha hecho propuestas de cambio del sistema electoral italiano, que parecen inspirados por el sistema bipartidista estadunidense, lo que prácticamente excluiría a los partidos minoritarios.

El porqué del éxito electoral de las ultraderechas en EEUU y en Europa

Una de las características del trumpismo (que se inició mucho antes de que apareciera Trump) y su hostilidad hacia el establishment federal, promotor del neoliberalismo globalizador, fue su base obrera, realidad que se da también en muchos otros movimientos de ultraderecha en Europa. Para entender esta base electoral de tales partidos hay que entender que muchos de los temas centrales que aparecen en sus discursos, como la malignidad del neoliberalismo y la globalización, habían sido temas centrales de las izquierdas tradicionales, que habían siempre denunciado al neoliberalismo económico y a la desregulación de los mercados de capitales y del trabajo. Y temas como el posible impacto negativo de la inmigración en el bienestar de las clases trabajadoras de un país, eran temas que habían sido tratados de manera efectiva (y opuestas a las propuestas de las ultraderechas) a fin de evitar el daño que la inmigración pudiera causar a tales clases trabajadoras nacionales. Todas las diferentes sensibilidades dentro de la social democracia, o dentro del comunismo, habían estado en contra del neoliberalismo y de la globalización económica, puesto que ambas dañarían a las clases trabajadoras, más influyentes en los partidos de la izquierda de entonces (en el periodo de la post-Segunda Guerra Mundial) que más tarde en el periodo neoliberal. Un tanto igual ocurrió en cuanto a la inmigración. Fueron los países escandinavos precisamente, en donde las izquierdas tuvieron mayor poder durante el periodo post Segunda Guerra Mundial, en donde se siguieron políticas que favorecían la expansión de la población trabajadora, no a través de la inmigración (que no era favorecida), sino a través de la integración de la mujer en el mercado de trabajo. Y ello a partir de una gran cantidad de intervenciones como el establecimiento del Cuarto Pilar del Bienestar (que complementen el Primer Pilar —el derecho a la atención médica—, el Segundo Pilar —el derecho a la educación—, y el Tercer Pilar —el derecho a la jubilación—) proveyendo servicios de ayuda a las familias (infantes, adolescentes, ancianos y personas dependientes) y facilitando la redefinición de las tareas familiares por género. Tales medidas consiguieron la expansión de la fuerza laboral, así como un gran empoderamiento de la mujer y la eliminación de la familia patriarcal (este Cuarto Pilar de Bienestar fue propuesto por las izquierdas minoritarias del Gobierno de coalición de izquierdas sin que hubiera ninguna resonancia en los mayores medios de información). Fue en el sur de Europa, por el contrario, donde la familia patriarcal dominaba y continúa dominando, que la inmigración se favoreció primordialmente por las derechas y las clases empresariales que utilizaba la inmigración como mecanismo de división de la clase trabajadora (y donde la mujer está sobrecargada en sus responsabilidades familiares). Recientemente, las derechas suecas desregularon el mercado de trabajo y favorecieron la inmigración durante sus años de gobierno. Y el Partido Socialdemócrata no cambió dichas políticas cuando gobernó de nuevo. Y como era predecible, ello fue la causa del crecimiento del Partido Nazi que pasó a ser la tercera fuerza parlamentaria dentro del parlamento sueco. Las izquierdas tradicionales siempre defendieron al inmigrante legal prohibiendo distinciones en el mundo del trabajo según su lugar de origen. Pero defender los derechos de todos los trabajadores por igual, no es lo mismo que favorecer la inmigración a fin de resolver el problema de falta de trabajadores. En realidad, las izquierdas siempre fueron mucho más estrictas que las derechas en el tema de la inmigración. Eran el mundo empresarial y las derechas las que favorecían la globalización y desregulación del mercado laboral y la gran expansión de la inmigración, permitiendo a los empresarios pagar a los inmigrantes menos que a los trabajadores nacionales, creando tensiones entre la clase trabajadora, debilitándola.

Las ultraderechas han intentado con algún éxito, presentar a la inmigración como la causa de este deterioro, presentándose a sí mismos como los grandes defensores de la clase trabajadora

Conscientes del deterioro de las condiciones laborales de la clase trabajadora, las ultraderechas han intentado con algún éxito, presentar a la inmigración como la causa de este deterioro, presentándose a sí mismos como los grandes defensores de la clase trabajadora. El intento de presentar al fascismo y al nazismo como defensores de la clase obrera ha sido históricamente una característica de tales movimientos. Hay que recordar que el nazismo se presentó en Alemania como Nacional Socialista y el fascismo en Italia se presentó como representante de los trabajadores, primordialmente industriales, tomando el color azul oscuro como el color de sus camisas, imitando el overol azul de las clases trabajadoras. Un tanto igual ocurrió en España con la Falange. Y el trumpismo también utiliza un lenguaje obrerista atrayente a las clases populares y su candidato a la vicepresidencia, el Senador Republicano J.D. Vance, procede de una clase trabajadora que explícitamente habla críticamente de la clase empresarial neoliberal utilizando un lenguaje de lucha de clases, con el objetivo de precisamente mantener la movilización de la clase trabajadora a favor del trumpismo. Esta clase social, que continúa existiendo, ya ha abandonado al Partido Demócrata desde ya hace años por las razones indicadas, mientras este había incluso ya olvidado el término “clase trabajadora”, asumiendo que tal clase había desaparecido, reemplazando el término “clase trabajadora” por el término “clases medias”. Incluso el presidente Biden, que tiene gran simpatía por los sindicatos, utiliza el término “clases medias” para no citar el término “clases trabajadoras”, término que es considerado ya como radical, anticuado y demasiado político. El sindicalismo estadunidense está muy limitado, pues no se le permite actuar en actos de solidaridad de clase social con otros trabajadores de otros sectores. Las huelgas generales están prohibidas y los derechos laborales están muy limitados. Y sensibilidades políticas percibidas como radicales están excluidas y prohibidas de participar en instituciones sindicales. En EEUU es donde la clase trabajadora es más débil, lo cual explica el poco desarrollo de su Estado de Bienestar. En realidad ha sido precisamente el creciente abandono de la clase trabajadora estadounidense (supuestamente desaparecida) por parte del Partido Demócrata y su atractivo hacia la ultraderecha, lo que ha causado la alarma en el Partido Demócrata y un cambio en sectores de tal partido, con la designación por parte de la candidata presidencial Kamala Harris, del nuevo candidato a la vicepresidencia de tal partido, el gobernador del Estado de Minnesota Tim Walz, conocido por su sensibilidad hacia los sindicatos, y que ha apoyado frecuentemente propuestas del Senador socialista Bernie Sanders, popular entre los sectores progresistas del país. Sin desmerecer la importancia del cambio, es probable, sin embargo, que el impacto sea muy limitado. En realidad, una consigna trasmitida entre los ponentes del Congreso del Partido Demócrata parece haber sido que no se utilizara el término “clase trabajadora” en sus discursos, pues el que utilizaron todos los dirigentes del partido Demócrata fue en cambio el de “clase media. Y los únicos que usaron el término “clase trabajadora” fueron el socialista Senador Bernie Sanders y los sindicalistas invitados al Congreso. Pero incluso la ponente más a la izquierda del Partida Demócrata, Alexandria Ocasio Cortez, habló de las clases medias como las que merecían la atención y el reconocimiento del Partido Demócrata. En el mismo día, la misma congresista Alexandria Ocasio Cortez, en una entrevista radiofónica habló sin embargo de “clase trabajadora”, término que no utilizó en su discurso en el Congreso Demócrata. De este tipo de comportamiento puede decirse que hay tres posibles explicaciones para la desaparición de tal término “clase trabajadora”. Una es que en realidad se crea que la “clase trabajadora” ha desaparecido, lo cual he mostrado, al principio del artículo, no ser cierto, pues la mayoría de la población se autodefine como clase trabajadora. Otra explicación podría ser que el Partido Demócrata crea que la “clase trabajadora” se haya transformado en “la clase media”, aunque es un hecho que entre la población que participa en los procesos electorales, hay más gente que se autodefine como “clase trabajadora” que como “clase media”. Y la otra explicación posible, podría ser que al término “clase trabajadora” se le considere ahora un término anticuado y politizado por las izquierdas. Lo cual parece paradójico, puesto que es la ultraderecha la que intenta presentarse como la gran defensora de la clase trabajadora, cuando la realidad es precisamente la opuesta. En realidad, el mensaje que ha dado el Partido Demócrata ha sido el de enfatizar la moderación del Partido Demócrata y de la candidata Kamala Harris, a quien Trump, con la falta de veracidad y credibilidad que le caracteriza, acusa de ser comunista. Por otra parte, el punto central de la campaña del Parido Demócrata ha sido el de presentarse como los defensores de la democracia en EEUU frente a su mayor enemigo: Trump. El hecho de que la mayoría de las clases populares no estén satisfechas con las enormes limitaciones de tal democracia, debilita la capacidad de movilización de tal argumento a nivel popular.

El hecho de que la mayoría de las clases populares no estén satisfechas con las enormes limitaciones de tal democracia, debilita la capacidad de movilización de tal argumento a nivel popular

Las grandes debilidades del Partido Demócrata son que el Gobierno Biden no ha podido llevar a cabo muchas de las propuestas del New Deal que había prometido. Muchas debido a la falta de apoyo, incluso por parte de miembros de su propio partido. Por otra parte, mediadas necesarias para el control de la inflación, así como medidas para el control de los precios de la vivienda para la juventud, fueron muy insuficientes, con lo cual en ningún momento el crecimiento de la inflación fue inferior al crecimiento de los salarios, lo cual sí que sucedió durante el gobierno Trump (por causas ajenas al propio gobierno). La pandemia fue un factor que claramente perjudicó a los gobiernos, pues fue utilizado por la “corporate class” para aumentar sus beneficios, argumentando que la pandemia había creado una escasez de productos, como los agrícolas y energéticos, para explicar el incremento de sus precios. En realidad, no hubo tal supuesta escasez creada por la pandemia y más recientemente por las guerras. Está más que documentado que el incremento de precios se debió primordialmente al deseo de aumentar los beneficios empresariales en una situación de falsa escasez de recursos. Otra pérdida de popularidad para el Gobierno Biden han sido las dos guerras. Una, la de Ucrania, de la cual los grandes medios han ocultado sus orígenes y consecuencias y que se percibe crecientemente entre grandes sectores de EEUU como un intento de reavivar la OTAN, en una guerra que debería y podría haberse evitado. En cuanto a la otra la guerra, la invasión y genocidio de Gaza, sumamente impopular entre la juventud y las fuerzas progresistas, le han dañado entre las bases del Partido Demócrata. Por otra parte, la campaña del aparato del Partido Demócrata de eliminar al candidato Trump a través de un gran número de casos de procesos judiciales, ha tenido precisamente el efecto opuesto a su intento de eliminación de Trump, dándole un victimismo y visibilidad enorme. El intento de presentar el fenómeno Trump como una lucha entre democracia y dictadura ha sido también una imagen poco movilizadora, puesto que, para la mayoría de la ciudadanía, la democracia en EEUU es ya muy limitada. Ni que decir tiene, que el Gobierno Biden-Harris también ha hecho cambios significativos y positivos, comenzando por su “Green New Deal, que contaba con amplio apoyo popular pero que resistencias, incluso dentro del Partido Demócrata, así como renuncias hechas por el Gobierno a algunas de las medidas propuestas, diluyeron el interés y apoyo popular que habían recibido. Y en las áreas sociales y sanitarias, las medidas fueron positivas pero muy insuficientes para resolver los enormes problemas que el país tiene. Lo que el Partido Demócrata debería hacer es proponer cambios mucho más radicales, como por ejemplo, el establecimiento de un programa nacional de salud, enfrentándose con los intereses empresariales que controlan el sector sanitario del país, enfrentamientos que serían muy populares. Las clases populares —víctimas del sistema neoliberal globalizador— desean cambios mucho más radicales de los que se están proponiendo por el Partido Demócrata. El hecho de que los mayores medios controlados por componentes del “corporate class” se hayan opuesto a estos cambios, mientras dan gran visibilidad a la campaña Trump, dificulta enormemente que estas propuestas necesarias, que la mayoría de la población desean, sean factibles. Además, la falta de medios de información alternativos en dicho país dificulta que exista la información necesaria para movilizar a las clases populares.

La necesidad democrática de crear otros medios de información alternativos a los existentes para ayudar a configurar nuevas propuestas

La raíz del problema de las izquierdas mayoritarias ha sido el abandono de un proyecto transformador (el socialismo en sus diferentes sensibilidades) al servicio de las clases populares, un camino hacia una nueva sociedad en donde el bien común sea el motor del cambio, en lugar de la acumulación del capital, como lo es hoy. Tal abandono significó, el descenso e incluso su desaparición de los partidos socialistas en Francia, Alemania, Italia y otros países. La excepción fue España, en donde hubieran también desaparecido, en caso de que no hubiera habido un cambio en la dirección del partido Socialista. El 15M, movimiento de enorme importancia que apareció durante el gobierno socialista de Zapatero y la aparición de una nueva formación política, Podemos, al principio, y Unidas Podemos más tarde, facilitó el cambio de la dirección del PSOE que permitió un gobierno de coalición que salvó a las izquierdas. Pero lo que se requiere, como dije antes, es un cambio mucho más profundo tanto en el gobierno como en las propuestas que este haga. Medidas importantes como aumentar el salario mínimo son necesarias, pero insuficientes. En contra de lo que sostiene Paul Krugman del New York Times (cuyos artículos aparecen en varios medios españoles), la capacidad adquisitiva de la clase trabajadora en EEUU (y podría añadirse, en el mundo occidental), ha disminuido durante todo el periodo neoliberal, y el porcentaje de familias que no pueden llegar a final de mes está aumentando en dicho país y en los países del sur de Europa. Lo que se necesita, es por ejemplo, un intervencionismo más activo, controlando los precios, empezando por los de los alimentos y los energéticos. Una de las causas mayores de la elevadísima inflación ha sido el incremento de dichos precios promovidos por las empresas productoras y distribuidoras de estos bienes con el fin de incrementar sus beneficios, realidad que incluso en Banco Central Europeo ha tenido que admitir. Es esta falta de radicalidad la que explica la falta de respuesta de las clases populares, quienes perciben correctamente que las propuestas que se están haciendo no resuelven los mayores problemas de su vida cotidiana. Es urgente que se denuncie la situación actual, incluyendo a los mayores medios de información, quienes están actualmente ocultando las causas de la enorme crisis del Estado democrático neoliberal.

La falta de radicalidad explica la falta de respuesta de las clases populares, quienes perciben que las propuestas que se están haciendo no resuelven los mayores problemas de su vida cotidiana. Es urgente que se denuncie la situación actual, incluyendo a los mayores medios de información, quienes están actualmente ocultando las causas de la enorme crisis del Estado democrático neoliberal

Es interesante señalar que, por fin, han comenzado a aparecer artículos en los grandes medios españoles que sí dan atención al porqué del crecimiento de las ultraderechas. Merece ser citado el de Ignacio Sánchez Cuenca: Cuanto peor, mejor (para la derecha radical)”. Tal autor sitúa el origen de las ultraderechas, en la crisis del 2008, y cita como posible causa el agravio de amplias capas sociales que protestan frente al capitalismo neoliberal y la globalización, expresando su rechazo y apoyando a las ultraderechas. El autor, sin embargo, muestra su escepticismo frente a este argumento y se pregunta: ¿si en realidad están protestando tales políticas neoliberales, por qué no votan a las izquierdas, que están ya ofreciendo medidas que podrían cambiar su condición? Tal argumento olvida que las izquierdas gobernantes mayoritarias han sido cómplices en el desarrollo de tales políticas, como bien demuestran los datos. La realidad muestra que tales izquierdas mayoritarias gobernantes abandonaron sus políticas contrarias al modelo neoliberal y que, por lo tanto, perdieron credibilidad en cuanto a ser representantes de las clases populares, las cuales votaron y votan a aquellas fuerzas políticas que perciben como antisistema neoliberal, y que tocan temas que les preocupan y que las izquierdas no han resuelto. La capacidad adquisitiva de las clases populares ha disminuido, y ello a pesar de un gran crecimiento de la productividad laboral. Y existía y existe el conocimiento para evitar tal reducción de la capacidad adquisitiva de la clase trabajadora. Habría que hacerse, por lo tanto, la pregunta de por qué no se hicieron estas reformas y porque algunas que se propusieron por las izquierdas minoritarias en el Gobierno, tampoco fueron consideradas. Todo ello es ignorado por Ignacio Sánchez Cuenca, según el cual la causa del problema es el deterioro de las instituciones representativas y la falta de conocimiento de cómo resolverlas. Concluye el artículo diciendo que las izquierdas no consiguen transformar el descontento económico en una palanca política, por qué no saben cómo resolver primero la crisis de la representación. Es decir, continúa el autor, que el profundo descredito que padecen los políticos, los partidos políticos y las instituciones de la democracia, es que los políticos no saben cómo resolver su limitada credibilidad. Tales afirmaciones asumen que el problema es uno de falta de conocimiento, cuando en realidad no es un problema de ingeniería política, sino de las relaciones de poder de clase social, así como de género y raza, que configuran en gran manera las instituciones políticas y los medios de comunicación. Y la enorme crisis de la democracia actual a los dos lados del Atlántico Norte, es que las clases dominantes (categoría de poder que no aparece por ningún lado en el artículo) han ido consiguiendo más y más poder a costa de los intereses de las clases populares durante todo el periodo neoliberal, realidad ocultada por los mayores medios de información y que han originado una enorme crisis de legitimidad, haciendo difícil sostener el sistema político neoliberal dominante. Esta falta de especificidad en su artículo diluye la responsabilidad de quienes crearon y ocultaron el problema, incluyendo los grandes medios de información en España, que están dificultando la comprensión de los enormes problemas existentes y reproduciendo las relaciones de poder de clase, así como de raza y género, que son el origen de los problemas de ingeniería política que el autor presenta. Así de claro.