Pablo González y Julian Assange

Hemos llegado a un punto en que normalizamos que periodistas como Julián Assange acaben pasando una década de cárcel por denunciar crímenes de guerra y los criminales de guerra encarcelen y maten a quienes los denuncian, llevándose incluso grandes honores

Al final, la feroz presión diplomática del gobierno comunero y bolivariano de Pedro Sánchez ha derribado muros, y el periodista vasco Pablo González ya está en Rusia después de dos años y medio preso en Polonia sin que sepamos muy bien por qué. Es lo que tenemos los periodistas: sabemos lo que pasa pero nunca entendemos lo que nos pasa. Desde que detuvieron al reportero Pablo González allá por febrero de 2022 al Falcón se le ha visto un día sí y otro también en el aeropuerto Chopin, Varsovia, negociando su liberación.

Tengo un amigo muerto muy mal intencionado que me susurra desde lo oscuro que Pablo González no hubiera pasado una sola semana en la trena si no hubiera nacido medio vasco y medio ruso. A quién se le ocurre en esta España infradicotómica ser vasco, ruso y periodista. Si es que es más sospechoso que un mayordomo corcovado de Agatha Christie.

El cuidado al periodista ha desmejorado mucho desde que yo empecé a jugar a esto. Con lo bonitas que quedaban las lacrimantes crónicas sobre detenciones de periodistas, sus penurias carcelarias y los regímenes dictatoriales que no respetan la libertad de prensa. Los periodistas éramos considerados una especie de héroes románticos que nos jugábamos la vida por contar la verdad y traer la paz al mundo. Pero después empezaron a florecer las tertulias y se nos vieron las caras y las costuras, y como a los periodistas serios no nos llamaban a las televisiones, la gente se acabó creyendo que todos los periodistas éramos Jiménez Losantos, César Vidal y Ana Rosa. Al periodista se le vio entonces más la pela que la deontología, la fidelidad a la cadena y a sus patrocinadores y, como era previsible, el lector emigró hacia un escepticismo deprimente y aletrado que prefiere la propaganda a la información.

No quiero ni imaginarme qué hubiera sucedido si Ana Pastor se hubiera disfrazado con hiyab y la hubieran detenido en Yemen con un cargamento ilegal de cosas burdas pero que va con ellas

La de Pablo González es solo una pequeña muestra de lo poco que importamos. Durante estos años, he observado un despliegue informativo infinitamente superior de la detención del descuartizador Daniel Sancho, cuyo mayor mérito es ser guapo, hijo del actor Rodolfo Sancho y nieto del gran Sancho Gracia, que de la incomprensible retención carcelaria de un periodista que solo aspiraba a informar sobre el éxodo ucraniano hacia Polonia tras la invasión putiniana.

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Por supuesto, en esto también hay clases. No quiero ni imaginarme qué hubiera sucedido si Ana Pastor se hubiera disfrazado con hiyab y la hubieran detenido en Yemen con un cargamento ilegal de cosas burdas pero que va con ellas.

Aquí en España ya asistimos a la ejecución en directo del camarógrafo José Couso en el Irak de 2003. El Ejército de EEUU bombardeó el Hotel Palestina con napalmes y bombas inteligentes –si eso existiere– mientras los reporteros muertos enseñaban desde las ventanas sus acreditaciones y sus banderas blancas. La única ventaja entre que te fusilen o te bombardeen es que en el segundo caso te ahorras el tiro de gracia. Y es un ahorro de munición que nuestra ministra de Defensa, Margarita Robles, valora mucho.

La pertinaz inacción de Pedro Sánchez en estos dos años y medio de encarcelamiento de Pablo González en Polonia me convierte en justicia poética todos los bulos y difamaciones que están sufriendo él y su mujer. PS se merece la prensa que le muerde. Es la única a la que protege.

Si no cuidas a los periodistas que te observan desnudo acabarás en manos de esos cronistas palaciegos que te lamen los antifonarios hasta que otro lenguaraz cobre las lametadas anales más baratas. Que en eso se basa el éxito de los contramedios.

Pedro Sánchez anda estos meses diciéndole a todo el mundo que tiene un súper plan con criptonita para regenerar la democracia y la libertad de expresión. Y, tan preocupado andaba por proteger la prensa libre que no ha movido un dedo por la liberación de Pablo González hasta que se lo han canjeado gratis por un asesino ruso en ese zoco de intereses donde se negocia la libertad de prensa a cambio de un convenio gasístico y un mafioso de medio pelo.

Hemos llegado a un punto en que normalizamos que periodistas como Julián Assange acaben pasando una década de cárcel por denunciar crímenes de guerra y los criminales de guerra encarcelen y maten a quienes los denuncian, llevándose incluso grandes honores. No quería comparar los casos de Julian Assange y Pablo González, pero qué cojones: los comparo. Y me he quedado más que a gusto.