El cierre de Laura Arroyo

366 días de genocidio, 366 días de complicidad internacional #ElCierre

El derecho internacional ha muerto, sí, pero porque nació muerto. Esa visión colonial y capitalista hizo que así fuera. Hoy sólo constatamos que una máscara más, la del derecho internacional, está en el suelo

“Si me preguntas qué es lo que estamos haciendo, te diré esto:

Sí, aún bebemos nuestro café árabe amargo: quizá dejamos de contar su amargura porque ya no importa. Aún guardamos café para las bodas y para las muertes, nada cambia. Sí, aún nos decimos buenos días y buenas noches, todos los seres humanos necesitamos no temer al paso de las horas. Sí, aún nos enviamos mensajes de texto: esta no es mi primera guerra y leer en voz alta esos mensajes me rompe el corazón una y otra vez. Sí, nos bañamos, hacemos compras, trabajamos, movemos nuestros cuerpos mientras podemos. Sí, tranquilizamos a los niños: les decimos que todo es mentira, los sonidos son fuegos artificiales, las clases se cancelaron para pasar un día divertido en casa con los padres, les decimos que no vean a otros niños, que no vean lo que queda de ellos. Les decimos que su infancia nunca volverá a ser la misma, como la mía, como la nuestra. Sí, nos preocupamos, perdemos, amamos, nos rompemos y luego despertamos y damos gracias porque han clareado los cielos sobre nosotros. Sí, contamos cabezas, contamos cuerpos, contamos alientos, contamos el tiempo del amor en múltiplos: preguntamos ¿Cómo amaneció tu madre? ¿comiste bien? ¿dormiste bien? ¿aún respiras?” Hace un año, en la introducción de un episodio de Zona Comanche compartí este poema de la poeta palestina, Alice Yousef. Lo dice todo o, mejor dicho, lo decía. Hoy no sé si habría poemas capaces de describir lo que ha supuesto que un año después sigamos teniendo que narrar un genocidio. ¿Cómo escribir un poema que incluya a los más de 41 mil asesinados, sólo en Gaza, cifra que no incluye a los miles de cadáveres que se encuentran bajo los escombros ni a quienes han muerto de hambre? ¿Cómo decir que hablamos de 115 asesinados cada día, es decir 5 cada hora? ¿Cómo explicar que 16 mil 500 son niños y niñas, o que hay cerca de 100 mil heridos? Habría que narrar también la vida de los 130 periodistas palestinos asesinados por querer narrar al mundo lo que estaba ocurriendo, y seguir el rastro del 90% de la población palestina que ha huido para sobrevivir y que lo logra a duras penas en campamentos de refugiados que también son bombardeados porque Israel no da tregua. En este año hemos visto un ataque cada tres horas sobre infraestructuras civiles de Gaza, una escuela u hospital ha sido y sigue siendo atacado cada cuatro días, y en estos 366 días sólo ha habido 8 en los que no ha habido bombardeos. Repito: sólo 8 de 366. Pero todo esto suena muy frío. Al final del día, son cifras. Cifras que dan cuenta del terror, pero el terror es siempre mucho más elocuente que las cifras que nos deja. El terror son esos niños y niñas que, con menos de 8 años, ya no le temen a la muerte, sino a morir despedazados. A que no puedan volver a juntar sus extremidades a su tronco. A que les lloren desde esa fractura de su propia humanidad. Son niños que han vivido mucho más de lo que ustedes y yo, de manera injusta y traumática, mientras, sigamos con las cifras, Israel continúa bombardeando e imponiéndose gracias al 60% de importaciones de armas que vienen de los Estados Unidos o al 30% que le provee Alemania.

Hace un año ya, en Canal Red tuvimos clara la responsabilidad que teníamos en un momento como este. Hoy, lamentablemente, sigue siendo tan o más importante que nuestra labor no cese. Digo lamentablemente, porque hay noticias que una nunca quisiera narrar. Escenas que nunca quisiéramos ver ni mucho menos tener que compartir.

Ha pasado un año y, como bien dicen desde muchos espacios, nadie puede decir que no sabe lo que ocurre, pero lamentablemente muchos pueden seguir diciendo que las vías por las que se informa de lo que pasa no le hablan ni de genocidio ni de crímenes de guerra, sino de derecho a defenderse y de equidistancia. Le hablan hoy del aniversario del atentado de Hamás, como si hoy no debiéramos poner el foco precisamente en lo que eso ha significado para Oriente Próximo y para el mundo entero. Un año de genocidio, eso es lo que todos deberíamos estar diciendo hoy.

Hace tan sólo unos días el historiador Tariq Ali, una de las voces más lúcidas e informadas sobre Oriente Próximo, señaló sin ninguna duda que el derecho internacional ha muerto. A estas alturas esta constatación es obvia, pero aun así muy dura de asimilar. Las instituciones que fueron creadas para mantener la paz han demostrado que su función se limitaba a potenciar los designios de ciertos países con poder. El derecho internacional lo es sólo según quien lo enuncia o se lo apropia y el calificativo de “terrorista” va dirigido a todo aquel que haga falta deshumanizar para silenciar. El derecho internacional ha muerto, sí, pero porque nació muerto: esa visión colonial y capitalista hizo que así fuera. Hoy sólo constatamos que una máscara más, la del derecho internacional, está en el suelo. Como todas las otras.

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Porque hemos hablado de las cifras del terror, pero habría que hablar también de las de la inhumanidad; las escenas de la vergüenza, de la bestialización, de la banalización del mal. Habría que hablar de esos influencers israelíes que se burlan de la masacre que cometen, de los agentes de las Fuerzas de Defensa Israelí que celebran las muertes que generan con música a todo volumen, que disparan a gente desarmada solo porque sí y suben las imágenes como trofeo a sus redes sociales, o de cómo sonríen mientras bloquean la entrada de ayuda humanitaria o alimentos. A ellos ningún algoritmo les censura su masacre. Somos los que la denunciamos quienes sufrimos la invisibilización por parte de esas redes sociales que desde sus algoritmos han construido otro nivel de complicidad. 

Han pasado 366 días y seguimos viendo a EEUU posicionarse firmemente con Israel, el comercio de armas sigue normalizado y no sé cómo el presidente Pedro Sánchez duerme tranquilo. A lo mejor le sirve el consuelo de haber reconocido al Estado palestino, pero sabemos que al mismo tiempo sigue comerciando con armas con las que aniquilan al pueblo que se supone que ha reconocido. Reconocer para matar: a eso se reduce el oasis de esperanza que algunos creen que es España. Alguna vez medimos los años por sus días, sus minutos y sus horas; algunos parecen más veloces que otros; algunos nos gustan más; llenamos los calendarios de expectativas, pero también de logros y, por ahí, algunos fracasos. Pero este año es distinto. Debería serlo. Es necesario que lo sea. Porque no se puede medir ni en días ni horas ni minutos. Se mide en sangre, en gritos, en desesperación y en bombardeos. Desde la Franja de Gaza hasta Cisjordania. Desde el sur del Líbano hasta Beirut. Desde Yemen y desde Siria. Este año se mide en las imágenes del terror que consumimos a diario y que, lamentablemente, cada día nos afecta menos. Este año se mide en kilómetros de indecencia teletransmitida. En los rostros de los niños que cargan a sus hermanos bebés por la arena que rebosa de cadáveres a su alrededor. Eso es este maldito año.

Cuando llega el Año Nuevo algunos, me incluyo, piensan en lo que quieren para el año que viene. No siempre se es optimista ni ambicioso.  A veces basta con un “estar más tranquila que el año pasado” o “dejar de agobiarme tanto”. Pero no sé cómo se piensan las resoluciones en este aniversario de la oscuridad que tenemos entre manos. Hemos marchado, hemos gritado, hemos denunciado. Hemos boicoteado, hemos hablado hasta cansarnos con los más cercanos y hemos difundido cada vídeo o foto que creíamos que debía masificarse. Nos hemos auto convocado y organizado. Hemos dedicado horas de televisión y ríos de tinta a denunciar lo que otros todavía mencionan tímidamente: sí, hemos hecho nuestro trabajo y hemos estado a la altura, pero, y este es el problema, no ha servido, porque mientras sigan las bombas israelíes cambiando el rostro de una región entera, no hemos logrado nada. Mientras Netanyahu siga expandiéndose por sentirse impune, no hemos logrado nada. Mientras España siga comerciando con armas con un Estado genocida, no hemos logrado nada.

Y entonces sólo se me ocurre preguntarnos en conjunto: ¿no es tiempo de pensar otras formas de resistencia y de denuncia? ¿No es tiempo de encontrar otras formas de presionar? ¿Cómo les forzamos a escucharnos? No tengo la respuesta, pero sí la convicción de que tendremos que dar con la tecla porque España es mejor que Moncloa y el mundo es mejor que sus líderes políticos. Tal vez por eso nos reprimen. La desobediencia es hoy decencia. Desobedecer en este orden colonial y asesino es la única garantía de futuro. Siempre decimos que no hay que dejar de hablar de Palestina. Hoy añadiría que no debemos dejar de desobedecer por Palestina. Ellos actúan con todo lo que tienen contra la vida de un pueblo y nosotras tenemos que hacer lo mismo para salvarlo. Hasta mañana.


Puedes ver el cierre en El Tablero por Canal Red aquí: