La precariedad laboral de nuestros actores, un desastre que el gobierno ignora

Remuneraciones cada vez más bajas, explotación, acoso, un sindicalismo dividido y un Ministerio de Cultura inútil acaban de rematar a un sector devastado
Equipo de una película de Bollywood durante su rodaje en el Ayuntamiento de Salamanca — Manuel Laya / Europa Press

Detrás del supuesto glamur de las alfombras rojas, las portadas de revistas y las entrevistas televisivas a los famosos de promoción hay un mundo oculto, precario y muy duro: el de los figurantes, los que logran una frase o los que, con mucha suerte, consiguen un pequeño papel. No solo hablamos de cine o televisión, también del teatro y la danza. Empecemos por un lugar común: los actores tienen un trabajo fácil, es peor el andamio, los intérpretes hacen bulto como extras o dicen su frase, cobran y se van a casa. Falso. Muchos actores y actrices se levantan a las seis de la mañana, esperan durante horas a que esté lista la luz y el director, se mueven como les dictan o dicen su frase y cobran una miseria por demasiadas horas de trabajo. Porque si por algo se cobra (faltaría más) en el cine o en la televisión es por esperar. Por tu tiempo.

Otro lugar común: gracias a las plataformas (o a los culebrones de RTVE y Atresmedia) hay más trabajo que nunca. Falso también. De hecho, la precaria industrialización que vive el audiovisual ha llevado a reducir los honorarios de los intérpretes. Y son las cadenas las que hacen sus propios castings y las que marcan los tiempos: los actores y actrices trabajan a destajo y con el tiempo justo, muchas veces con media hora para comer, peor que en fábricas. El resultado: menos tiempo, menos dinero, menos calidad.

Una mujer acude a inscribirse en el casting de una serie sobre la Ruta del Bakalao — Jorge Gil / Europa Press

¿Dónde está el gobierno ante estos desmanes? No está. A diferencia de Francia y su Estatuto del Artista (ayuda económica cada vez que finaliza un contrato del que se beneficia el que que haya trabajado por lo menos 507 horas durante un año), en España políticos como Yolanda Díaz, ministra de Trabajo, y Ernest Urtasun, ministro de Cultura, parecen desconocen el sector. Tampoco ayuda, eso sí, la paupérrima unión de los actores, sin un sindicato fuerte que lo defienda. Para colmo, los intérpretes parecen regirse por el individualismo, el sálvese quien pueda y el miedo a las listas negras.

Para hablar de ellas, y de otros problemas de sector, en Diario Red nos hemos puesto en contacto con Álvaro Blázquez, actor, director de teatro, dramaturgo, colegiado como abogado en el Ilustre Colegio de Abogados de Granada y reconocido asesor de artistas. Sobre las listas negras, Blázquez nos confirma que existen: “Yo, de hecho, encabezo una de ellas, aquí quien protesta tiene una cruz. Yo, que no me callo desde la pandemia, no he alcanzado el nivel de trabajo que tenía antes de la misma, ni creo que lo vaya a volver a alcanzar. ¿Me va a callar eso? Por supuesto que no. Antes está mi dignidad, la dignidad de mis compañeros y compañeras. Pero el trabajador que lucha por el cumplimiento de sus derechos a viva voz es un trabajador muerto laboralmente hablando”.

Tampoco hay que olvidar un tema que nadie se atreve a tratar a pesar del Me Too: los acosadores. El miedo parece el peor enemigo de los intérpretes, y eso que la mayoría cobran naderías. Blázquez habla de “acoso sexual diario en las compañías españolas. . La denuncia contra el dramaturgo Ramón Paso (por agresiones sexuales a 14 mujeres de entre 18 y 25 años) es solo la punta del Iceberg. El miedo de las chicas a denunciar imposibilita que se desenmascare a los depredadores, y eso los hace cada vez más fuertes, saben que el miedo a perder el trabajo las paraliza, como paraliza a sus compañeros, que miran hacia otro lado por no meterse en líos. Lo que engañosamente llamamos “voluntad de las partes” en realidad es voluntad del empresario y un total sometimiento del actor a lo que se le pone delante”.

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Emilio Gutiérrez Caba, presidente de Aisge

El quinto informe sociolaboral de la Fundación AISGE (entidad que gestiona los derechos de propiedad intelectual de los actores, dobladores, bailarines y directores de escena) sacó unas conclusiones demoledoras: solo el 7% de los actores españoles superan los 30.000 euros de ingresos anuales, el 77% de los artistas españoles ingresan al año menos de 12.000 euros y la mitad de los profesionales del sector gana menos de 3.000 euros al año. Un 72% se encuentra por debajo de la línea de pobreza, la mitad de los actores desempleados no tiene ninguna cobertura y tres de cada cuatro son pobres.

Obviamente, un elevadísimo porcentaje de artistas debe recurrir a otros trabajos para comer, pero el 44% de la profesión se encuentra por debajo del umbral de pobreza incluso con esos ingresos suplementarios. Además, el informe destaca que los ingresos anuales de los artistas masculinos son un 40 por ciento más elevados que los de sus compañeras. Ellas trabajan menos días al año y logran peores remuneraciones. Los hombres ganan un 40,3% por ciento más. Y ellas solo se imponen a ellos en las franjas de precariedad extrema: las de ingresos menores a los 600 euros anuales.

Y a pesar de los que nos venden un boom de la ficción con la llegada de las plataformas, las retribuciones no dejan de disminuir en el sector, que está reduciendo los tiempos de trabajo. En 2023 creció el volumen de empleo, pero no de las remuneraciones. La mitad de la profesión gana menos de 3.000 euros anuales, 250 miserables euros mensuales. Encima de ellos están los “privilegiados” que ganan 12.000 euros por año, apenas mileuristas si tienes 12 pagas anuales, cuando casi nadie trabaja durante todo un año. Y más arriba están los “ricos”: entre 18.000 y 30.000 euros por año (entre 1.500 y 2.500 euros al mes en 12 pagas anuales). En definitiva: una negra realidad que está a años luz del supuesto glamur de las alfombras rojas.

Quizás, viendo esta pobreza y esta distribución de la riqueza, es hora de que los intérpretes, sin los cuales la ficción de las televisiones no sería posible, se unan. Y que protesten ante los empresarios y ante el gobierno porque con el aislamiento individual su situación empeorará todavía más. Para Blázquez en nuestro país hay demasiados sindicatos que deberían unirse en uno solo. “Lo más que te dicen cuando les hablas de un sindicato único de la cultura es que “hay que federarse”. No, señor, la solución no es la federación. La solución es la disolución de todos y la creación de un único sindicato al estilo de Equity en Gran Bretaña. Porque estos sindicatos culturales no tienen representatividad, no pueden negociar convenios. Quienes tienen representatividad son los sindicatos mayoritarios. El multisindicalismo que impera en la cultura, es, desde mi opinión, seguramente equivocada, lo que más daño está haciendo a los artistas. Nadie quiere perder su parcelita y todo beneficia a los empresarios gracia al “divide y vencerás”. Si hay 200 sindicatos en la cultura y que no se ponen de acuerdo para cosas tan fundamentales como la definición de bolo o de temporada, a las empresas les viene de perlas”.

De momento, la inacción del Ministerio de Cultura ante este panorama es flagrante. Como señala Blázquez, “el gobierno solo escucha cuando se acercan las elecciones. De hecho, todos los avances del Estatuto del Artista de la pasada legislatura, los más gordos (paro de artistas, y compatibilidad de las pensiones con los nuevos trabajos) se hicieron seis meses antes de las elecciones”. Y se hace una última pregunta: “¿Cuánto tiempo lleva en el gobierno Ernest Urtasun y dando entrevistas sobre todo lo que va a hacer por la cultura? ¿El resultado?”.