Velintonia

"Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la más ventajosa liquidación de sus materiales)..." Julio Cortázar, Casa tomada

Una de las habitaciones de la casa Vicente Aleixandre —  Eduardo Parra — Europa Press — ContactoPhoto
Una de las habitaciones de la casa de Vicente Aleixandre en Madrid — Eduardo Parra / Europa Press / ContactoPhoto

En una casa abandonada como un baldío de la memoria, suenan los acordes de un piano, de un poeta que cada noche empuña la luna para que el amor sea posible. Nadie puede matar su música, nadie puede descifrar sus palabras, el yermo que habita sus espaldas pesa como un océano en la noche. Nadie puede ejecutar sus versos ni abandonarlos en la zanja de la historia. Solo lee una partitura con los poemas que nunca acabará. La solfea con sus manos y su cintura quebrada por el baile del mar. Hay una muerte para piano que pinta de azul a los muchachos que le espían por el tragaluz de Velintonia. Hay mendigos por los tejados. Hay frescas guirnaldas de llanto y un pañuelo que se despide al destierro, un adiós como bandera de los que nunca se rinden.

Está en silencio, moviendo sus sombras. Está tocando contra el olvido. Toca por la memoria, por los cimientos del pasado. Toca contra los que saben perder, y contra todo pronóstico.

En una casa abandonada, en cada rincón se compone una sinfonía contra el derrumbe, a favor de la cal que brota junto a la humedad de quienes van a llorar contra la pared, de quienes pegan su nariz y su llanto de desesperación. En cada rincón de pensar y de crecer, el rocío que sale de sus manos se condensa y hace que llueva. Porque en sus poemas no basta con decir la palabra lluvia, en sus poemas; llueve. Es una gotera infinita por donde se filtra la belleza como un agente encubierto del corazón. Es la derrama de los días grises, el pulso permanente de los habitantes del silencio. En esta casa, un poeta ensaya un vals con sus sombras y besa los muros donde algún día se escribirá una proclama para siempre, donde todos ganaremos la guerra con un romancero en las solapas. Nadie lo sabe. En esta casa hay diez muchachas, un hombro donde solloza la muerte y un bosque de palomas disecadas. Hay un fragmento de la mañana en el museo de la escarcha. Hay un salón con mil ventanas. ¡Ay, ay, ay, ay! Tomad este vals con la boca cerrada y hablad más bajito.

Mirad por la ventana. Hay un jardín donde las voces florecen para cantarnos que el olvido no será posible, para adormecernos con el perfume de Granada, para sembrar de estrellas las cunetas y el subcielo.

¡Mira qué orilla tengo de jacintos!

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Afuera, hay una manifestación de poetas que proclaman la huelga general de todas las almas. Hay pancartas que nos recuerdan que somos extranjeros desde el nacimiento, “que tu piel es como el amanecer y la mía como el musgo” Y para mancharnos con los pigmentos de los negros del Bronx. Las teclas negras del jazz del Bronx, las notas negras que nos apuntalan y arrinconan a los callejones del Bronx, al silencio de las noches del Bronx. Mirad la belleza de ese charco que nadie puede ver, la belleza es todo aquello que no podemos mirar, miradla, está ahí. Las teclas negras disparan contra el relato de los que siempre ganan, pero ya nada volverá a ser lo mismo. Federico sonríe con su luna de algas fosforescentes. En su traje tiene un retrovisor donde se ve a otro poeta, a un amigo, a un compañero que escribe para los que no le leen. Que escribe a esa mujer que corre por la calle como si fuera a abrir las puertas de la aurora. Que ralla con sus manos de orfebre de lo cotidiano a quienes pretenden ocupar los espacios de la historia.

Desde Velintonia se construye una arquitectura para los ojos de un poeta que se arrodilla ante la catedral de las palabras y que sigue escribiendo también para los asesinos. Para los que con los ojos cerrados se arrojan sobre un pecho y comen muerte y se alimentan del odio.

“No escribo para el señor de la estirada chaqueta, ni para su bigote enfadado, ni siquiera para su alzado índice admonitorio entre las tristes ondas de música. Tampoco para el carruaje, ni para su ocultada señora (entre vidrios, como un rayo frío, el brillo de los impertinentes)

Escribo acaso para los que no me leen. Esa mujer que corre por la calle como si fuera a abrir las puertas a la aurora. O ese viejo que se aduerme en el banco de esa plaza chiquita, mientras el sol poniente con amor le toma, le rodea y le deslíe suavemente en sus luces. Para todos los que no me leen, los que no se cuidan de mí, pero de mí se cuidan (aunque me ignoren). Esa niña que al pasar me mira, compañera de mi ventura, viviendo en el mundo. Y esa vieja que sentada a su puerta ha visto vida, paridora de muchas vidas, y manos cansadas. Escribo para el enamorado; para el que pasó con su angustia en los ojos; para el que le oyó; para el que al pasar no miró; para el que finalmente cayó cuando preguntó y no le oyeron. Para todos escribo. Para los que no me leen sobre todo escribo. Uno a uno, y la muchedumbre. Y para los pechos y para las bocas y para los oídos donde, sin oírme, está mi palabra”.

Yo declaro a las sobremesas bien de interés público, a la poesía como servicio público. La poesía, con su deuda impagable con las noches de tormenta, la tormenta con su deuda impagable con los veranos de la juventud. Declaro alimento necesario al pan del amigo Miguel arrasado por las esquirlas de su ternura. Declaro a los sonetos del amor oscuro como alumbrado vecinal, para que los niños y niñas puedan jugar al escondite cabalgando endecasílabos y tercetos, para hacer de la infancia un ancla en la luna.

Hay una silla vacía, una ventana abierta, un piano que no para de sonar, un poeta que mira, y mira… Y una triste noticia, y un cartel:


*Velintonia es el nombre por el que se conoce la casa donde vivió durante casi 40 años el premio nobel Vicente Aleixandre. Por ella desfilaron figuras de la literatura como Gerardo Diego, Federico García Lorca, Miguel Hernández, Rafael Alberti, entre otros grandes referentes de la cultura. En esta última semana hemos conocido que la Comunidad de Madrid comprará el inmueble que, durante años, muchas y muchos poetas defendieron para hacer de esta casa, el hogar de la poesía.