Riesgo de guerra entre las dos Coreas

Las hostilidades en la península de Corea volvieron a tensar el conflicto luego de la llegada al Ejecutivo surcoreano de derechas encabezado por Yoon Seok-youl. A 4 años del fin de su mandato, el aventurismo y las amenazas del bloque Washington-Seúl acercan a la región al escenario bélico
Kim Jong-un y Moon Jae-in en la cumbre histórica de 2018

A pesar de su intermitente —y ciertamente banalizado— protagonismo en el esquema mediático español, la Península de Corea es uno de los mayores focos de conflicto en el planeta. La guerra de Corea, todavía inacabada y cuyos bandos se forjaron durante la resistencia antimperialista que dio forma a su particular proceso de liberación nacional frente al Imperio Japonés, fueron dos guerras en simultáneo: por un lado, constató la eclosión de una intensa lucha ideológica y de clases vigente en la sociedad coreana durante décadas; por otro, sirvió como primer escenario proxy de la Guerra Fría. Tras su pausa, Estados Unidos permaneció en la parte sur del territorio, imposibilitando el proceso de reunificación y obstaculizando el desarrollo de la autonomía estratégica de Corea del Sur en materia de política exterior.

La victoria del outsider ultraderechista Yoon Seok-youl en las elecciones surcoreanas de 2022 junto al Partido del Poder Popular (PPP) no apuntaba en ningún caso en la dirección de la paz y la diplomacia entre las dos Coreas; no hubo ni doce meses de cortesía desde su llegada al Ejecutivo nacional. Los movimientos belicistas del eje Washington-Seúl fueron en ascenso a lo largo de la segunda mitad del año y se vieron complementados por la nueva estrategia de seguridad japonesa, que tendía a la remilitarización y facilitaba una acelerada mejoría en las relaciones bilaterales Japón-Corea del Sur que se torna vital para la estrategia estadounidense de forjar una tríada sólida junto a Tokio y Seúl que refuerza uno de los grandes escenarios de su ‘Pivot to Asia’. Por su parte, Corea del Norte intensificó su intimidación armamentística focalizada en el lanzamiento tentativo de misiles balísticos —en 2022 se superó con creces el récord de lanzamientos desde que Kim Jong-un asumiera el mando del estado y de las fuerzas armadas.

La espiral de mutua amenaza se ha sostenido, al menos, hasta mediados del año 2023. Desde entonces, la tensión es alta, pero relativamente estable. Sin embargo, hay aspectos que han cambiado y dinámicas que se han intensificado y no van a volver al statu quo anterior. El debate sobre la viabilidad de que Seúl desarrolle su propio armamento nuclear se ha saldado temporalmente en favor de una permanencia bajo el paraguas estadounidense, aunque las posiciones favorables a la proliferación local han ganado fuerza. Además, el grado de los movimientos conjuntos de amenaza realizados por Estados Unidos y Corea del Sur ha alcanzado nuevas cotas —el histórico Freedom Shield es un precedente pésimo para la paz en la región— y Seúl se ha sumado como debutante en ejercicios como el Cyber Flag. A su vez, Pyongyang se proyecta ya como actor espacial y ha desarrollado su propio satélite espía, llegando a hablar en variadas ocasiones incluso de “preparativos de guerra”.

¿Cómo se he llegado a esta situación? En realidad, la respuesta es mucho más política de lo que se podría intuir. El cambio de gobierno en Corea del Sur ha retumbado en los mismos cimientos de la arquitectura de contención en la península de Corea. Yoon Seok-youl es un reaccionario de dogma, aprendiz de las peores horas de la represión política en el país. Su agenda para con el norte es la de la erradicación, en oposición frontal a la Política del Sol que logró moderados pero sostenidos avances en la vía diplomática entre el sur y el norte de Corea. Su adherencia en el Asia-Pacífico es clara: Estados Unidos y Japón en oposición al “enemigo” norteño y a China, con quienes no obstante los lazos económicos moderan el grado de desprecio.

Al cambiar el gobierno en Corea del Sur, cambiaron las dinámicas generales del conflicto. Estados Unidos intensificó su presión bélica sobre Corea del Norte, Japón se sumó como tercera pata a varios movimientos militares conjuntos y Corea del Norte volvió a la lógica de los lanzamientos de misiles

La clave de las tensiones intercoreanas y del riesgo de guerra está en el giro del Ejecutivo surcoreano. Yoon ha abandonado por completo la retórica reunificacionista del ex presidente Moon Jae-in, que avanzó en la vía diplomática junto a Kim Jong-un, llegando incluso a visitar al líder norcoreano más allá del Paralelo 38. Ni Estados Unidos, ni Corea del Norte, ni Japón, ni China tienen semejantes vaivenes en sus respectivas miradas sobre el conflicto intercoreano.

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Con matices entre las administraciones demócratas y republicanas, el consenso en Washington es el del ‘Pivot to Asia’, la estrategia exterior por la cual Obama, Trump y ahora Biden posan su mayor atención injerencista en Asia-Pacífico. Para ambos bloques, Corea es un enclave fundamental y la permanencia del conflicto les asegura una base operacional crucial desde la que presionar a China. Para Pyongyang, el diagnóstico antiimperialista sienta las bases para una política exterior mucho más predecible de lo que a menudo se postula. Corea del Norte reacciona a los envites del eje Washington-Seúl y defiende permanentemente la reunificación de las dos Coreas y la salida de las tropas estadounidenses del sur. Japón ha percibido durante mucho tiempo a Corea del Norte como un peligro lateral que legitima su adhesión a la red de alianzas estadounidenses. Por último, para China, el conflicto intercoreano tiene varios matices: Corea del Sur es un gran socio comercial que, sin embargo, posibilita la presencia militar estadounidense cerca de su costa este, al tiempo que Corea del Norte es un molesto actor con una considerable autonomía estratégica respecto a Pekín.

Al cambiar el gobierno en Corea del Sur, cambiaron las dinámicas generales del conflicto. Estados Unidos intensificó su presión bélica sobre Corea del Norte, Japón se sumó como tercera pata a varios movimientos militares conjuntos y Corea del Norte volvió a la lógica de los lanzamientos de misiles. Adicionalmente, y contrario a la política de la distensión, el presidente Yoon ha cambiado de ministro de Defensa y ha optado por un ex general de línea dura. Shin Won-sik, el nuevo elegido para regir este asunto en el gabinete de Yoon, defiende la suspensión del acuerdo militar que firmaron en 2018 Moon Jae-in y Kim Jong-un y que, pese a sus limitaciones, brinda ciertos límites al recrudecimiento del conflicto. De hecho, hace escasos días, Corea del Sur realizó una de las acusaciones de mayor gravedad en el desarrollo reciente de las tensiones: que Corea del Norte está preparando un ataque sorpresa que imitaría al llevado a cabo por Hamás contra Israel.

El contexto internacional y las dinámicas propias del PPP habilitan el corrimiento progresivo del gobierno surcoreano hacia el belicismo. Los antecedentes, al mismo tiempo, evidencian que Corea del Norte no rebajará la intensidad de sus amenazas si no hay un cambio sustancial en la proyección regional de Corea del Sur. Los tiempos de la política nacional, sin embargo, no favorecen la solución diplomática: Yoon Seok-youl tiene mandato hasta 2027 y, aunque la reelección no está permitida en el país, su retórica anticomunista ha sembrado en el partido y es poco probable que su sucesor defienda algo que se parezca en lo más mínimo a la Política del Sol. Por ello, en el corto plazo, solo la cada vez más frágil cautela de los actores a la hora de amenazarse y el cálculo de riesgos asociado al carácter nuclear de la guerra puede prevenir la reanudación de la contienda. Las elecciones surcoreanas de 2027 serán un punto de inflexión para la seguridad internacional, siempre y cuando el aventurismo de Washington y el derechismo de Seúl no sobrepasen la rígida línea fijada por Pyongyang.