Elecciones en Venezuela

Venezuela, punto de quiebre

La crisis política en Venezuela se resolverá independientemente de lo que haya pasado en las urnas. El chavismo y la oposición acumulan fuerzas y buscarán la toma efectiva del poder en Miraflores, aunque la situación de Machado y González luce francamente desfavorable

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Luis Soto / Zuma Press / ContactoPhoto
Luis Soto / Zuma Press / ContactoPhoto

Venezuela se ha instalado ya irremediablemente en una crisis política de largo recorrido. Las elecciones presidenciales del 28 de julio, cualquiera que haya sido su resultado real, no van a ser por sí mismas definitorias del poder en el país. La “conquista de Miraflores” se va a realizar, de cualquier forma, por métodos no necesariamente ligados al desempeño particular de una contienda electoral. Por contra, el verdadero elemento que decidirá el rumbo del Ejecutivo venezolano a partir de enero de 2025 será la acumulación de fuerzas institucionales, militares, policiales, económicas o internacionales que los dos principales actores (el chavismo y la oposición antichavista) logren.

El escenario real

El chavismo ─y no exclusivamente los sectores asociados a la militancia de base, sino también las principales figuras de mando del movimiento─ han aceptado este marco político para el medio plazo y han iniciado un proceso de disputa real en el que la movilización del aparato represivo, la derivación al sistema judicial del proceso electoral y el cierre de filas en torno a la figura de Nicolás Maduro son clave. El contexto internacional, mucho más favorable para el Gobierno venezolano que aquel de 2019 o 2014, no rema junto a María Corina Machado y amenaza con sepultar la expectativa de Edmundo González de ser presidente.

La disputa por el poder en Venezuela va a ser por otros medios y tanto la oposición como el chavismo se están preparando para el escenario de disputa prolongada por el poder

Los vídeos de la “Operación Tun Tun” han circulado ágilmente en las redes sociales del chavismo. En estos clips a menudo aparecen miembros de las fuerzas de seguridad del país arrestando a jóvenes que habían participado, según la versión policial, en actos violentos durante las protestas. El Estado venezolano, que ya había afrontado anteriormente ciclos de “guarimbas”, ha activado numerosas “palancas” en relación a la denuncia de fraude que la oposición advirtió durante la campaña y reafirmó minutos después de los primeros resultados preliminares brindados por el Consejo Nacional Electoral (CNE).

Publique o no las actas el CNE en algún momento ─por el momento, han sido entregadas al Tribunal Supremo de Justicia, enclave institucional del PSUV─, la estrategia opositora se desligará de las urnas eventualmente. Ninguno de los dos actores está dispuesto a reconocer la victoria del otro incluso si las evidencias llegan a ser absolutas; el relato del “fraude cruzado” se ha instalado y acompañará el presente ciclo político venezolano durante meses o años.

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Ni en formas ni en cantidad va a lograr María Corina Machado una efervescencia social equivalente a la del ciclo de protestas de 2014 (...) lo que facilita enormemente la apuesta del chavismo por un “enfriamiento” de la crisis política

La disputa por el poder en Venezuela va a ser por otros medios y tanto la oposición como el chavismo se están preparando para el escenario de disputa prolongada por el poder. Es probable que el chavismo crea (con atino) que la capacidad de convocatoria de la oposición es inferior a la que tenía en el año 2014. En este sentido, la marcha opositora del sábado 17 de agosto fue un relativo fracaso, muy en particular en la ciudad de Caracas ─si bien el chavismo mostró un músculo movilizatorio incluso inferior, signo del hastío que define desde hace años la política en Venezuela.

Ni en formas ni en cantidad va a lograr María Corina Machado una efervescencia social equivalente a la del ciclo de protestas de 2014, ni siquiera al logrado en el contexto de la autoproclamación de Juan Guaidó en 2019, lo que facilita enormemente la apuesta del chavismo por un “enfriamiento” de la crisis política y una paciencia estratégica que desmovilice a la juventud antichavista y permita una asunción de Nicolás Maduro con reconocimiento internacional parcial en enero. Además, la dura retórica del chavismo en general y de Maduro en particular ─quien afirmó días después de los comicios que “tenemos 2.000 presos capturados” a los que se les dará “máximo castigo”─ sin lugar a dudas debilita a la oposición en las calles.

El contexto internacional

Es esperable que Estados Unidos, al menos durante lo que resta de administración demócrata, sostenga un perfil bajo en Venezuela; así se ha movido en relación a América Latina desde la llegada de Joe Biden al poder. Washington, por ejemplo, entregó a Alex Saab y brindó seis meses de alivio de sanciones a Venezuela junto a unas exigencias leves en materia política, prueba de que han decidido jugar sus cartas con cautela considerando el agitado contexto global, el pretendido Pivot to Asia de la política exterior estadounidense y los acercamientos de Venezuela a los BRICS. Si la Casa Blanca ha aceptado una derrota táctica contra Maduro, es probable que simplemente busquen desescalar en el medio plazo al tiempo que mantienen un apoyo retórico (pero no práctico) a la oposición.

Venezuela es un asunto de primer orden geopolítico y, como tal, exige estrategias bien definidas por parte de los grandes actores occidentales y los emergentes. Estados Unidos es consciente de que Rusia y, en mayor medida, China, han logrado tomar posiciones de peso en la región. Particularmente el Partido Demócrata podría “renunciar” a una guerra civil en Venezuela para, a posteriori, negociar términos de contrapeso con Caracas, al tiempo que robustece su vínculo diplomático con otros estados latinoamericanos.

Tanto Kamala Harris como Donald Trump insistirán en su firme rechazo a la figura de Nicolás Maduro, en tanto se hallan inmersos en una disputa por el electorado latino, que se inclina a menudo por aquello que luzca más “antisocialista”

En lo energético, si bien el petróleo vuelca sobre Venezuela una notable atención, otros recursos como el litio (presente en Bolivia, Argentina y Chile, principalmente) están llamados a determinar en igual medida la política exterior norteamericana en América Latina. La retórica será otra cosa: tanto Kamala Harris como Donald Trump insistirán en su firme rechazo a la figura de Nicolás Maduro, en tanto se hallan inmersos en una disputa por el electorado latino, que se inclina a menudo por aquello que luzca más “antisocialista” (en particular los votantes de ascendencia u origen cubano y venezolano).

El informe preliminar emitido por el Panel de Expertos de las Naciones Unidas fue contundente, reiteró que había percibido una falta de “transparencia” y afirmó que, inicialmente, la transmisión electrónica de resultados funcionó correctamente, pero que se detuvo “abruptamente” sin que el CNE ofreciese explicación alguna. No obstante, no conviene llamarse a error: no serán las evidencias las que decanten el proceso político venezolano, sino la capacidad organizativa y la fuerza de los actores. Si bien hay grupos y estados favorables a Edmundo González, el ecosistema de apoyo de Maduro no es en absoluto menor y va desde una organización afín como el ALBA-TCP hasta la República Popular de China, pasando por el no injerencismo de México, ente clave en la región.

El obsesivo aprecio de Occidente por las instituciones venezolanas no es honesto, sino táctico, y tanto María Corina Machado como Edmundo González son (o deberían ser) conscientes de ello. Lo que ocurra en torno a Miraflores no es decisivo por sí mismo, sino por su utilidad a la interna de cada uno de los países en los que Venezuela es un arma arrojadiza ─un destino al que, por cierto, parece estar irremediablemente condenado Argentina en los próximos años. A excepción de algunos países como Uruguay, la práctica totalidad de los estados latinoamericanos albergan notables “irregularidades” en sus procesos políticos: judicialización en Guatemala y Argentina, expansión del poder presidencial en El Salvador, gobierno sin legitimidad fáctica en Perú, complot golpista en Brasil, militarización en Ecuador, etc.

No serán las evidencias las que decanten el proceso político venezolano, sino la capacidad organizativa y la fuerza de los actores

Venezuela fue blanco de todas las miradas hace unos cuantos años, momento en el que la correlación de fuerzas nacionales e internacionales sí habilitaban una toma brusca del poder por parte de una oposición que, torpemente, no supo moverse con unidad para lograrlo. Hoy, todavía presente en la discusión pública, Maduro sigue polarizando, pero el contexto ya no es favorable para el antichavismo. El escenario más probable es que el conflicto se desinfle y el hoy presidente asuma para un nuevo mandato (2025-2031), despliegue una estrategia legal y policial de desarticulación de algunos sectores de la oposición y reme, apoyo de aliados mediante, la situación internacional y regional. Occidente guardará las formas y condenará el “fraude”, pero sostendrá en la práctica los vínculos con el gobierno de Maduro.