Acerca de Léon Blum

Léon Blum
Creo que identificando el pueblo en una nueva definición materialista, y con la teoría de la era del pueblo y de la revolución ciudadana, hemos abierto un nuevo campo conceptual y práctico para todas las cuestiones debatidas en el Congreso de Tours

En estos momentos, se están oyendo referencias frecuentes a Léon Blum en el relato mediático. Por supuesto, la intención es presentarle como lo contrario del Nuevo Frente Popular. Vuelvo sobre el tema porque en su momento hice lo que me pareció un buen comentario sobre él para mejorar la preparación de mis compañeros para el puesto de Primer Ministro. No tardó en caerme encima todo tipo de insultos, como de costumbre, por obra de la jauría maliciosa que se pasa el día escudriñando mi actividad para animar a la gente a votar RN. Sin embargo, creo que esta es una buena oportunidad para volver sobre esta prestigiosa figura. Pocos hombres han visto cómo se les reescribía tanto su semblanza como en su caso. Muchos le ven como un valiente precursor de todo el giro moderado socialista y como el fundador de una versión "democrática" de la sociedad socialista. Para mí, por el contrario, si Léon Blum es admirable es porque nunca dejó de creer en el advenimiento de una sociedad socialista. De ahí que las críticas que se le hagan deben detenerse siempre ante ese umbral. Personalmente, no comparto ni su proyecto ni su método. Pero su actitud nunca tuvo nada que ver con la de los socialistas que han renunciado a la idea misma de transformación socialista de la sociedad. Ni con la de quienes han reducido progresivamente la doctrina socialista a la propuesta de una simple tirita en las heridas abiertas por el capitalismo.

Para escribir esta nota, he utilizado un trabajo que había preparado para publicar en mi blog con motivo del centenario del Partido Comunista Francés. Lo tenía abandonado en un rincón recóndito de mi ordenador. El debate actual me ha llevado a recuperarlo para adaptarlo a los términos del momento.  

Para situar a Léon Blum, hay que remontarse al Congreso de Tours de 1920. Aquel fue el congreso en el que comunistas y socialistas se escindieron para formar dos partidos separados. Tuvo lugar tres años después de que los bolcheviques rusos tomaran el poder en la Revolución de Octubre de 1917. El debate fue aquel en el que se determinó la nueva identidad del partido socialista fundado tras la revolución rusa. El partido sigue siendo hoy el fundado en Francia en 1905 por la fusión de cinco partidos socialistas iniciales.

Como la Revolución Rusa domina los trabajos del Congreso de Tours, a continuación se construyó una leyenda. Al escindir el partido, supuestamente Blum se habría opuesto al socialismo revolucionario en favor del reformismo y la democracia interna del partido. Habría apoyado la elección de una línea legalista. Habría reservado la conquista del poder únicamente a las urnas. Por último, se habría opuesto a la dictadura del proletariado. Sin embargo, no hay absolutamente nada de esto en el discurso de Blum. Defendió exactamente lo contrario. Defendió el socialismo revolucionario, la conquista del poder por "todos los medios, incluidos los legales" y la dictadura de unas pocas personas. Y se indignó de que alguien dudara de su convicción sobre la necesidad de la dictadura del proletariado. ¡Ni más ni menos! Por eso debemos empezar interrogándonos sobre su valoración de la oposición entre socialismo reformista y revolucionario.

El texto de su discurso es una nítida refutación de la posición que la leyenda le atribuye. Blum explica muy claramente por qué el socialismo es por naturaleza "revolucionario". 

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"El debate no es entre la concepción reformista y la concepción revolucionaria, sino entre dos concepciones revolucionarias que, de hecho, son radical y esencialmente diferentes entre sí". (Aplausos) Permítanme decirles que el reformismo, o para ser más exactos el revisionismo —prefiero esta palabra,— ya no existe en el socialismo nacional ni en el socialismo internacional desde el Congreso de Amsterdam y el Pacto de Unidad. La doctrina del Partido es una doctrina revolucionaria. Si alguien no la respeta, si alguien no la ha respetado, corresponde a los militantes, a las federaciones y a los congresos aplicar las sanciones previstas en los reglamentos” (Aplausos).

El tema no es marginal en su manifestación. Lo retomó con mucha insistencia. Incluso hasta el punto de hacer un resumen inequívoco. "En lo que a mí respecta, hasta ahora sólo conozco un socialismo en Francia, y es el que definen los estatutos y se menciona en nuestro carnet, y es el socialismo revolucionario. Yo añadiría, por lo que a mí respecta, que no conozco dos tipos de socialismo, uno de los cuales sería revolucionario y el otro no. Sólo conozco un socialismo, el socialismo revolucionario, puesto que el socialismo es un movimiento de ideas y de acción que conduce a una transformación total del sistema de propiedad, y la revolución es, por definición, esta misma transformación". Me pregunto qué dirían hoy sus herederos.

Entonces, en opinión de Blum, "¿Dónde está entonces el punto de desacuerdo, el punto de conflicto entre ustedes y nosotros? Intentaré ser más preciso. Se trata,  por supuesto, de un desacuerdo crucial”. Para Blum, todo empieza por un cursillo de marxismo para principiantes. "Para el socialismo francés tradicional, la revolución significa la transformación de un sistema económico basado en la propiedad privada en un sistema basado en la propiedad colectiva o común. Esta transformación es en sí misma la revolución, y solo ella, con independencia de cualesquiera medios se apliquen para llegar a este resultado. Revolución significa algo más. Significa que esta transición de un orden de propiedad a un régimen económico esencialmente diferente no será el resultado de una serie de reformas que se van sumando, de modificaciones insensibles de la sociedad capitalista. El progreso de la revolución es paralelo a la evolución de la sociedad capitalista. Por consiguiente, la transformación será necesariamente preparada por las modificaciones insensibles que experimente la sociedad capitalista." Puede verse hasta qué punto estamos lejos de las concepciones de todos aquellos que han querido hacer de Blum el santo patrón de la moderación reformista que reivindican. Sigamos leyendo.

El punto decisivo de la argumentación de Léon Blum llega en este punto. Se plantea la pregunta: ¿puede el cambio social resultar de los cambios graduales que el capitalismo ha hecho posibles? La respuesta sin ambages de Blum es que no. En cualquier circunstancia, será necesaria una "ruptura". 

“La idea revolucionaria", explica, "implica, en opinión de todos nosotros, creo, lo siguiente: que a pesar de este paralelismo, el paso de un estado de propiedad a otro no vendrá por una modificación imperceptible y una evolución continua, sino que en un momento dado, cuando hayamos llegado a la cuestión esencial, al régimen mismo de la propiedad, cualesquiera que sean los cambios y atenuaciones que hayamos obtenido anteriormente, será necesaria una ruptura de la continuidad, un cambio absoluto, categórico”. (Aplausos).

Se plantea entonces la cuestión del medio de acción de esa ruptura. ¿De dónde vendrá? ¿Cómo se logrará? Una vez más, la respuesta de Léon Blum no fue la de sus lejanos comentaristas interesados en justificar sus renuncias.

"Con la palabra revolución queremos decir otra cosa. Esa ruptura de la continuidad, que es el comienzo de la revolución misma, tiene como condición necesaria, pero no suficiente, la conquista del poder político. Esto está en la raíz misma de nuestra doctrina. Los socialistas creemos que la transformación revolucionaria de la propiedad sólo puede realizarse cuando hayamos conquistado el poder político” (Exclamaciones, Aplausos, Ruido).

En ese momento sucede un incidente en la sala del congreso. Las actas oficiales del congreso registran un enrarecimiento del ambiente. Se oyen interjecciones y gritos en medio de los aplausos. Léon Blum empieza rechazando las protestas que oye: "Si un delegado a un congreso socialista, que necesariamente ha sido miembro del Partido durante cinco años, viene a rebatir afirmaciones como las que acabo de hacer, no hay discusión posible”. (Aplausos). Luego, un delegado le reprende lo bastante alto para que conste en acta. La réplica de Blum quiere poner fin a la disputa. Por eso eligió fórmulas más bruscas para resumir su pensamiento sobre la forma de la conquista del poder. Por eso nos interesa este momento. Porque, ¿qué "socialdemócrata" contemporáneo asumiría hoy esta respuesta?  

Un delegado: "Usted aclarará todo posible malentendido si acepta que, en su pensamiento, no se trata de la conquista electoral".

Léon Blum: "Me han pedido que aclare un malentendido. Estaba a punto de hacerlo. ¿Qué significa la conquista de los poderes públicos? Significa apoderarse de la autoridad central que, en la actualidad, se llama Estado, por cualquier medio, sin excluir los medios legales o ilegales. (Aplausos, ruido) Tal es el pensamiento socialista”. En aras del humor, imaginemos a cualquiera de los dirigentes del Partido Socialista de hoy explicando en televisión que son partidarios de conquistar el poder por "cualquier medio necesario". ¡Y sin excluir el uso de "medios ilegales"! Con semejante discurso, León Blum estaría fichado como "S" [amenaza para la seguridad del estado] y sería citado en comisaría por "apología del terrorismo". Por fortuna para sus sucesores, nadie les pregunta nunca nada sobre el tema: ni qué tipo de sociedad quieren construir, ni qué tipo de revolución pretenden hacer. En lo que a mí respecta, quiero ayudar al alumbramiento de una sociedad colectivista basada en el apoyo mutuo mediante una revolución ciudadana. La única manera de conseguirlo es ganar las elecciones y celebrar una asamblea constituyente. Creo que la aplicación del programa actual del Nuevo Frente Popular permitirá proponer este proyecto global en 2027 con más posibilidades de ser comprendido y apoyado en las urnas. 

La cuestión de los "medios ilegales" a través de los cuales Blum creía posible lograrlo volvió a surgir en el discurso de Blum con una fuerza singular. En su intervención no hace más que remachar su posición. "El socialismo internacional y el socialismo francés nunca han limitado los medios que utilizarían para conquistar el poder político. El propio Lenin admitió que en Inglaterra el poder político podía conquistarse perfectamente por medios electorales. Pero no hay socialista, por moderado que sea, que se haya condenado a sí mismo a esperar exclusivamente el éxito electoral para conquistar el poder. No puede haber discusión sobre este punto. Nuestra fórmula común es la de Guesde, que Bracke me repitió hace algún tiempo: ‘Por todos los medios, incluidos los medios legales’”. ¿No es asombroso?

Por último, sobre la cuestión de la "dictadura del proletariado", nos quedamos aún más atónitos cuando leemos por primera vez el discurso de Blum. Descubrimos estupefactos la distancia increíble entre la leyenda reformista fabricada sobre él y lo que era realmente, en el momento en que habló sobre la cuestión en el último congreso conjunto de la izquierda francesa. Basta leer esta cita. "Quiero hablar de la cuestión de la dictadura del proletariado. Somos partidarios de ella. Aquí tampoco hay desacuerdo de principios. Somos tan partidarios de ella que incluimos la noción y la teoría de la dictadura del proletariado en un programa que era un programa electoral. Así, pues, no tenemos miedo ni de la palabra ni de la cosa. Añadiré que, por mi parte, no creo, aunque Marx lo escribió, y más recientemente lo ha hecho también Morris Hillquit, que la dictadura del proletariado esté obligada a conservar una forma democrática". Sí, dicho sin rodeos: a diferencia del propio Marx, según Blum, la democracia no tiene nada de obligatorio en su visión de la "dictadura del proletariado". No se trata de un circunloquio. Insiste en ello. Describe lo que entiende por dictadura del proletariado. "En primer lugar, creo que es imposible, como se ha repetido tantas veces, concebir de antemano y con precisión qué forma adoptaría tal dictadura, porque la esencia misma de una dictadura es la supresión de toda forma previa y de toda prescripción constitucional. La dictadura es el poder libre otorgado a uno o más hombres para tomar cualquier medida que una situación dada reclama. Así, pues, no hay ninguna posibilidad de determinar de antemano qué forma adoptará la dictadura del proletariado, y de haber la sería una pura contradicción". Así, pues, Léon Blum no rechaza el ejercicio dictatorial del poder por unos pocos. Y eso no es todo. "Por consiguiente, ¿dónde está el desacuerdo? No se trata tampoco de que la dictadura del proletariado la ejerza un partido. De hecho, en Rusia, la dictadura no la ejercen los soviets, sino el propio Partido Comunista. En Francia siempre hemos pensado que el día de mañana, tras la toma del poder, la dictadura del proletariado sería ejercida por los grupos del propio Partido Socialista, que se convertiría, en virtud de una ficción en la que todos estamos de acuerdo, en el representante de todo el proletariado. La diferencia consiste, como he dicho, en nuestras divergencias sobre la organización y la concepción revolucionaria. Una dictadura ejercida por el Partido, sí, pero por un partido organizado como el nuestro, y no como el vuestro. (Exclamaciones). Una dictadura ejercida sobre la base de la voluntad y la libertad del pueblo, sobre la voluntad de las masas y, por lo tanto, una dictadura impersonal del proletariado. Pero no una dictadura ejercida por un partido centralizado, donde toda la autoridad va subiendo escalones y acaba concentrándose en manos de un comité explícito u oculto. Dictadura de un partido, sí; dictadura de una clase, sí; dictadura de unos cuantos individuos, conocidos o desconocidos, no”. (Aplausos en varios bancos). La conclusión parece decir lo contrario que decía al principio. ¿No acababa de decir que estaba de acuerdo en que la dictadura podía ser la del partido y la de unos pocos grupos? ¿De qué está hablando realmente en este punto? Se trata de un efecto óptico. Todo se condensa en esta frase: "Dictadura ejercida por el partido, sí, pero por un partido organizado como el nuestro, y no como el vuestro". Así, pues, la forma del partido, y solo eso, determinaría la diferencia entre los que mantendrían el Partido Socialista y los que crearían el Partido Comunista. ¿Y cuál es esa diferencia fundamental? Puede resumirse en un solo punto: Blum se niega a obedecer las directrices del comité de la nueva Internacional comunista. El mismo comité que, de la pluma de Gregori Zinoviev, acababa de fijar 21 condiciones para la adhesión a la Internacional Comunista. Blum acusó a este último de querer dirigirlo todo a través de un comité secreto. Y hay que decir que esto no es del todo falso. No entraré en el resto de su discurso porque contiene largas secuencias de recordatorios de la doctrina socialista marxista y tal como era compartida por todos en aquella época. Así que me limito a este resumen.

Siento siempre un cierto estremecimiento imaginando la escena. Porque este debate entre especialistas de la doctrina marxista (de la que todos se reclaman) no se desarrolla en el vacío de un coloquio erudito. La fecha del congreso dice que estamos en pleno periodo de extrema agitación social. Había una huelga general en Italia, y en Alemania estaba madurando una revolución que estallaría dos años después. Y lo que vino después. Estábamos en medio de un período de insurrección social en toda Europa. Pero Léon Blum y su facción en el Partido Socialista de entonces se negaron sin ofrecer el menor compromiso. Él rechaza la pertenencia común a una organización en el momento en el que todavía estaba comprometida en una lucha a muerte por la victoria de la revolución en Rusia. ¡Y solo por la forma del partido! ¡Y nada más! No se trata de la oposición entre reforma y revolución, ni de la idea de la dictadura de un pequeño grupo de personas, ni del modelo de gobierno. No se trata de eso. Solo los estatutos del partido en Francia. Y el rechazo de las instrucciones de la Internacional. Un siglo después, se puede utilizar esta cuestión como justificación moral de condena de todo el pasado real de los herederos de la revolución rusa, de su comité "secreto" y del "archipiélago Gulag". Pero los héroes de la tesis contraria tendrían que tener un historial diferente del suyo. Y no lo tienen.  Porque antes de esta discusión ya había tenido lugar el asesinato de Rosa Luxemburgo y la masacre de los comunistas alemanes. Después, la represión asesina de la revolución alemana de 1923 por parte de Noske y Scheidemann, dos de las grandes figuras del socialismo "democrático" alemán. Y por encima de todo lo que había era una obstinación suicida en el rechazo de la unidad, paralela a la de los comunistas alemanes en torno a Ernst Thaelmann. Y al final, "para interponerse en el camino de Hitler", se votó a Hindenburg en lugar de a los comunistas en las elecciones presidenciales. Hindenburg y sus cancilleres Von Papen y Von Schleicher, dos "centristas" del Zentrum, llevaron a Hitler al poder con la entusiasta aprobación de los empresarios alemanes y estadounidenses. De todo esto hace ya mucho tiempo y es algo que cuesta trasladar en el tiempo. De todo ello se pueden extraer lecciones muy distintas, pero siempre útiles para el debate de fondo de hoy. En lo que me concierne, creo que identificando el pueblo en una nueva definición materialista, y con la teoría de la era del pueblo y de la revolución ciudadana, hemos abierto un nuevo campo conceptual y práctico para todas las cuestiones debatidas en el Congreso de Tours. Y esto implica para mí una ruptura con las tesis presentes en Tours. Tesis que, por lo demás, nunca se aplicaron en Francia.  


Traducido por Raúl Sánchez Cedillo