La coordenada Trump-Milei: breve reflexión cartográfica

Es evidente que Milei tiene una cierta afinidad con Trump y que Alberto Fernández (¿la izquierda?) la tiene con Biden. El fenómeno es interesante porque la política económica, la política monetaria y la posición geopolítica de Milei difiere completamente de la de Trump. Su afinidad es fundamentalmente retórica y estilística

Me tocó participar de lo que ustedes llaman tertulia minutos después de que se conociera el intento de asesinato contra el ex presidente norteamericano Donald Trump. Estaba yendo a hablar de otra cosa, en particular de nuestra propia “guerra del pan” contra el desgobierno hambreador de Javier Milei… y me entero en el auto del suceso. 

En el estudio de TV había un clima de descreimiento, corte, es un autoatentado, es una medida de campaña, etc. No compartí ese enfoque y recordé que fue la hipótesis de “la derecha”  en Argentina frente al atentado contra Cristina Fernández de Kirchner. Como abogado en una de las querellas vinculadas al mismo, sé de primera mano que existió un marco de instigación muy poderoso y bien pergeñado que derivó en el atentado. Los “locos sueltos” son una solución fácil para analizar hechos complejos. Sea la bala que no salió en Recoleta o la que rozó una oreja en Pensilvania hay que saber leer textos y contextos, hechos y circunstancias.

Durante la conversación en aquel programa, me llamó también la atención una suerte de identificación de Trump como “la derecha” y de Biden como “la izquierda” en el marco de la contienda electoral norteamericana. En el programa al que me refiero, Trump era el malo y Biden el bueno. Trump era Milei y Biden… bueno… algo distinto a Milei. Algo más parecido a lo que “nosotros” expresamos. 

Esta confusión ideológica es parte del problema del campo nacional y popular latinoamericano; de la izquierda y el progresismo europeo. Trump efectivamente podría representar los valores típicos de la derecha (conservadurismo cultural y economía pro-business), hay cabos sueltos: su estilo no es conservador, no practica la moral tradicional y ni siquiera intenta ocultar su licenciosa vida personal. Su estilo es reaccionario. Al igual que Milei, supo aprovechar muy bien el backlash de los nuevos trends del progresismo elitista y su capacidad de irradiación cultural frente a poblaciones que se quedaban afuera de la discusión, mirando azorados y con los bolsillos vacíos revoluciones verbales de fácil digestión para los grandes medios de comunicación, los organismos internacionales y las campañas publicitarias de enormes corporaciones.

También resulta llamativo que Biden pueda representar los valores de la izquierda. Al menos de esa izquierda que deriva de la ubicación de los delegados en la Asamblea Nacional Constituyente de la Francia revolucionaria 1789. Más allá de cierta retórica para consumo interno que podría caracterizarse más como liberal-progressive, desde mi punto de vista fue básicamente un administrador medianamente razonable de la lógica capitalista imperante (ver artículo anterior).

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Cuando se produjo el atentado a Trump, Javier Milei salió con un mensaje en sentido contrario al de mi tertulia: “Todo mi apoyo y solidaridad al Presidente y candidato Donald Trump, víctima de un COBARDE intento de asesinato que puso en riesgo su vida y la de cientos de personas. No sorprende la desesperación de la izquierda internacional que hoy ve cómo su ideología nefasta expira, y está dispuesta a desestabilizar las democracias y promover la violencia para atornillarse al poder".

Así como mis contertulios atribuían el atentado a tácticas de “la derecha” trumpista, mis enemigos anarcocapitalistas la atribuían a la “izquierda internacional” que en Estados Unidos representa… ¿Biden? Es verdaderamente llamativo porque la genuflexión del gobierno de Milei con la administración Biden ha sido evidente desde el primer momento. También es llamativo el silencio del embajador demócrata en la Argentina, Mark Stanley, que ni se inmutó por las acusaciones del pequeño gobernante libertario de esta pequeña república de lo que cada vez más desfachatadamente asumen como su patio trasero.

Con todo, es evidente que Milei tiene una cierta afinidad con Trump y que Alberto Fernández (¿la izquierda?) la tiene con Biden.  El fenómeno es interesante porque la política económica, la política monetaria y la posición geopolítica de Milei difiere completamente de la de Trump. Su afinidad es fundamentalmente retórica y estilística. Su narrativa tiene muchos puntos de contacto y aprieta botones similares del alma humana, pero su política efectiva -más allá de las obvias diferencias entre nuestros países- está bastante lejos de coincidir. Veamos esto.

La retórica derechista de Trump se combina con una política económica proteccionista, industrialista, que fomenta la obra pública,  apoya las subvenciones a pequeños y medianos productores rurales con $867 mil millones (Farm Bill 2018) y tuvo una enorme política de transferencias directas a sectores populares con $2.2 billones de inversión para aproximadamente 160 millones de personas (Economic Impact Payments bajo el CARES Act), así como estímulos a las industrias del rust belt donde vive el white-trash (trabajadores pobres y desocupados víctimas de la desindustrialización).

En relación a la política monetaria de Trump, su enfoque fuertemente expansivo incluyó presiones inéditas en EEUU a la Fed para mantener bajas las tasas de interés como un medio para estimular la economía. Asimismo, el déficit fiscal en la era Trump casi duplica el de Biden ( $8.67 billones vs $4.93 billones)

En política internacional, la retórica militarista de Trump no se condice con sus acciones reales en el teatro global de operaciones, con una clara reducción de las guerras en Medio Oriente y un desescalamiento de la tensión militar con Rusia y China. Trump retiró las tropas de Afganistán y Libia, redujo abruptamente la presencia en Irak y Siria, y promovió acuerdos árabe-israelíes.

Los gobiernos demócratas de Obama y Biden, a pesar de su discurso progresista, pacifista, multicolor, multiracial, ambientalista, feminista, tolerante, civilizado, etc etc tuvieron en la práctica conductas muy disociadas de su discurso. El enfoque económico fue globalista y neoliberal, a nivel doméstico las mejoras salariales durante su gobierno fueron inferiores a las de Trump, la distribución del ingreso fue más regresiva con Obama que con Trump y se mantuvieron prácticamente estables durante el gobierno de Biden. Pese a las promesas de igualdad, los apoyos directos a familias urbanas y rurales disminuyeron.

En relación a la política internacional, la presencia de tropas se mantuvo relativamente estable, pero la cantidad de conflictos fue significativamente mayor durante los gobiernos demócratas y el gasto militar para financiar conflictos externos aumentó un 50% en la administración de Biden con relación a la de Trump.

Lo más supresivo de todo sea tal vez la encendida prédica anti-inmigrante de Trump, en relación a la tolerancia discursiva demócrata y sus alardes de multiculturalidad. Sin embargo, en la realidad efectiva, las redadas y deportaciones registran números que no se condicen con la narrativa.

¿Qué conclusión saco de esta confusión? Básicamente el esfuerzo de cada partido de consolidar su base electoral tradicional que requiere en muchos casos una incoherencia sustancial entre lo que se dice y lo que se hace. Más que nunca, es imposible definir un gobierno por sus palabras o banderas… hay que ver lo que efectivamente hace. Otra vez el General Perón daba en el clavo cuando afirmaba “la única verdad es la realidad”.

Tampoco se pueden aplicar linealmente las categorías políticas tradicionales. Es hora de complejizar el análisis y salir del simplismo de progresistas y conservadores, nacionalistas y librecambistas, izquierda y derecha. Incluso el concepto “trabajador” o “clase trabajadora” requiere una recapitulación para ver su verdadero alcance.

Las únicas categorías que me resultan relativamente objetivas hoy son los ricos y los pobres, los de arriba y los de abajo… y fundamentalmente, los integrados y los excluidos. Es cierto que las disputas en esfera cultural tiene un impacto sustancial sobre la vida de la gente, pero cualquiera que fuera la cosmovisión que se predica, ésta se degrada cuando no se condice con una conducta coherente y una política acorde.

Es evidente que la mayoría de los gobiernos del mundo no saben, no pueden o no quieren mejorar las condiciones de vida de las mayorías populares expuestas a la miseria, el despojo, la enfermedad, la guerra, la crisis climática. Tampoco se propone seriamente limitar el creciente poder de las elites oligárquicas que siguen concentrando la riqueza a niveles nunca vistos en la historia.

Personalmente, no tengo claridad sobre cómo conceptualizar los fenómenos que tanto en el Norte como en el Sur del mundo occidental definimos descontextualizada y laxamente como “extrema derecha”. Intuyo que al traspasar la porosa frontera sur de los EEUU o el ancho océano Atlántico, lo que quede del fenómeno neo-derechista sea exclusivamente un discurso deshumanizante y el estilo patoteril. Tal vez, los émulos coloniales de Trump expresan exclusivamente disputas intra-oligárquicas por riqueza y poder, tal vez los juegos geopolíticos de los estados-continentes en su disputa por recursos naturales; tal vez son simples ondas que llegan distorsionadas a nuestras costas desde los centros de poder global, tal vez un poco de todo.

Sí tengo claro que los otros -nosotros y nosotras- con mucha suerte podemos autopercibirnos ideológicamente humanistas, estratégicamente desorientados, políticamente mediocres e inconsistentes.   Reforzar una orientación estratégica para nuestro humanismo básico y amasar cierta consistencia política entre el dicho y el hecho no son tareas menores para este peculiar momento histórico.