El latente conflicto social

Varios productos, a 20 de julio de 2024, en Madrid (España). La cesta de la compra está registrando las primeras bajadas de precio desde el 2022, con una quincena de alimentos básicos que han entrado en deflación y que son más baratos que un año atrás. Desde que arrancó la espiral inflacionista hace ya más de dos años, el encarecimiento de todos los productos alimenticios analizados por el INE ha sido constante, con alzas interanuales que han llegado hasta el 16,6% en el conjunto de la cesta de la compra.,Image: 891038324, License: Rights-managed, Restrictions: , Model Release: no, Credit line: Jesús Hellín / Europa Press / ContactoPhoto
La cesta de la compra se ha encarecido en los últimos años — Jesús Hellín / Europa Press / ContactoPhoto
El deterioro de las condiciones de vida se halla muy relacionado con el belicismo y la geopolítica del colapso ambiental

Hace unos días leía en El Periódico de La Palma que las y los trabajadores de SPAR en la isla de La Palma votaron a favor de tener menos días de descanso semanal de los que marca su convenio colectivo. La noticia es un ejemplo paradigmático de las graves consecuencias de que la reforma laboral de 2021 no revirtiera la quiebra de la negociación colectiva que llevó a cabo el Partido Popular en su reforma de 2012. La negociación colectiva funciona como cualquier otro tipo de negociación: si la parte débil aumenta en número, acumula más fuerza para defender sus intereses. Más allá de las probables irregularidades procedimentales de la empresa en cuestión, una legislación laboral que permite inaplicar las condiciones pactadas en un convenio de ámbito superior resulta enormemente dañina para los legítimos intereses de la clase trabajadora. La no derogación de la reforma laboral del PP es un error que seguimos pagando caro.

La noticia también permite reflexionar sobre cómo es posible que las y los trabajadores de una empresa voten en contra, con tanta claridad, de sus derechos. Es fácil intuir que un factor determinante ha podido ser el miedo a las represalias o a una evolución negativa de la empresa. El miedo es la emoción más antigua y juega un papel esencial en el funcionamiento ordinario del sistema económico capitalista.

Casualmente, leía hace unos días un artículo reciente de Jordi Domènech sobre protestas, revueltas y revoluciones en perspectiva histórica, publicado en ICE, Revista de Economía. Algunas de sus conclusiones las resume el propio autor: “A pesar de los gigantescos problemas de medición, las tendencias de los conflictos y la protesta a medio y largo plazo ofrecen conclusiones interesantes. La primera es que los períodos de quiescencia dominan sobre los de conflicto; los períodos de conflicto son excepcionales. La segunda es el comportamiento no lineal del conflicto, con explosiones de conflicto precedidas y sucedidas por períodos largos sin conflicto. La tercera es la correlación entre las explosiones de conflicto y períodos de crisis institucional, también a veces acompañado de crisis económicas”. Mirar atrás sigue siendo la mejor receta para entender el presente e identificar las posibles tendencias venideras.

El artículo de Domènech es útil porque relaciona distintas corrientes de análisis y aborda una pluralidad de causas (institucionales, materiales…) por las que los conflictos sociales son excepcionales. Sin embargo, el artículo no presta atención a un factor trascendental: la capacidad que tiene el poder de manipular los deseos e intereses de los sectores oprimidos de la sociedad. No deberíamos subestimar el influjo de ese magno poder cultural en perspectiva histórica: antes la religión, ahora los medios del poder mediático y digital. Es probable que algunas (o bastantes) personas de las que votaron en contra de tener más días de descanso estuvieran realmente convencidas de que trabajar más es lo correcto porque los empresarios crean riqueza. Seamos conscientes de que la batalla cultural es indisociable del conflicto social.

Con todo, hay factores que, históricamente, catalizan los conflictos sociales, algunos de los cuales sí constan en el estudio de Domènech, como es el caso de la inflación, la fiscalidad o las crisis climáticas. En España, hoy, parece haber consenso en que el acceso a la vivienda es la principal fuente de problemas para las clases populares. Los elevados precios de la vivienda, además, absorben los avances redistributivos de los últimos años. Algo parecido puede decirse de la cesta de la compra. Hace unas semanas, CGT alertaba, con razones fundadas, de que el IPC no refleja adecuadamente la pérdida de poder adquisitivo que sufre la clase trabajadora. Conviene poner el foco en las señales del latente conflicto social.

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El deterioro de las condiciones de vida se halla muy relacionado con el belicismo y la geopolítica del colapso ambiental. No es casual que las élites y sus instrumentos mediáticos busquen con denuedo chivos expiatorios en la migración o el feminismo.