México

AMLO: gobernar con y para el pueblo

El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, empieza su último mes en la vida pública con una aprobación popular de 73 por ciento y una inesperada batalla por la soberanía. Este domingo, en el Zócalo de la Ciudad de México, arengó a mantener la ruta de un gobierno popular que mire por los más desprotegidos

Carlos Santiago / Zuma Press / ContactoPhoto
Carlos Santiago / Zuma Press / ContactoPhoto

CIUDAD DE MÉXICO.- Desde la plaza pública más importante del país —el Zócalo de capital— y arropado por miles de mexicanos que le han acompañado durante muchas batallas, el presidente Andrés Manuel López Obrador envió este domingo una respuesta a Estados Unidos por sus intentos de intervenir en la reforma al poder judicial que se discute en México.

Solo fue un párrafo, en más de dos horas de mensaje a la nación. Pero contundente para revirar las críticas del Embajador Ken Salazar a la reforma que, entre otras cosas, propone que los jueces sean sometidos al voto popular.

“(…) que lo internalicen nuestros amigos y vecinos de Estados Unidos (…) Y que no olviden que la democracia en América, en Estados Unidos, comenzó eligiendo a los jueces (…) Si quieren bibliografía, que busquen La democracia en América, de Tocqueville”, dijo López Obrador, en referencia al filósofo y político fundacional de ese país.

López Obrador llega al último mes de su gobierno con una aprobación creciente y fortalecida por el sentimiento antiyanqui que produce en buena parte de la población la evidente injerencia de Estados Unidos y Canadá en la reforma judicial.

A la maquinaria de propaganda de Estados Unidos, que esta semana liberó anticipadamente a varios líderes de los Zetas, el grupo criminal más sanguinarios y violentos que ha operado en México, se agrega un enfrentamiento inédito entre el Congreso y los jueces, que han bloqueado sin fundamento jurídico el proceso legislativo de la reforma judicial propuesta.

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López Obrador terminará su gobierno con más de 70 por ciento de popularidad

Pero el presidente no pierde el paso que ha mantenido los seis años de su gobierno. En esta recta final, inaugura obras emblemáticas, organiza encuentros con youtubers y comunicadores que acompañan su cruzada contra la prensa corporativa desde 2018, y reparte tareas al pueblo para continuar su legado.

“Necesitamos continuar con esa política, una auténtica democracia, no una simulación, no una oligarquía con fachada de democracia”, dijo en el Zócalo ante un público atento a cada línea de su mensaje.

López Obrador (o AMLO, como coloquialmente le dicen) terminará su gobierno con más de 70 por ciento de popularidad. Intelectuales y analistas de la oposición no atinan explicaciones desde el pasado 2 de junio, cuando 36 millones de mexicanos refrendaron masivamente el proyecto de gobierno.

Porque los votantes no solo le dieron a Claudia Sheinbaum una cómoda ventaja de 30 puntos para iniciar su gobierno, también le dieron carta abierta a Morena para que se concreten las reformas constitucionales que la Suprema Corte de Justicia frenó en el último año.

¿Cuáles son las claves de su éxito?

Algunos lo atribuyen a la política social que, a pesar de la pandemia de covid-19, sacó a más de 5 millones de la pobreza, recuperó el salario mínimo y mejoró la vida de millones de personas; otros le dan el crédito principal a la conferencia matutina (la Mañanera) desde donde el presidente ha marcado, cada día, la agenda política del país.

Pero para entender el fenómeno López Obrador hay que ir más atrás. A 1991 y los 47 días de caminata de su estado natal, Tabasco, al entonces Distrito Federal (hoy Ciudad de México) tras desconocer los resultados electorales en tres localidades.

Lo que llamó el Éxodo por la democracia, un recorrido de 800 kilómetros que arrastró a miles a reclamar un fraude electoral, fue la primera gran batalla política de López Obrador, quien entonces era el dirigente estatal del Partido de la Revolución Democrática.

El Éxodo forzó al poderoso secretario (ministro) de Gobernación, Fernando Gutiérrez Barrios, a admitir la derrota en Cárdenas, el primer municipio ganado por la oposición del PRI en Tabasco.

Cuatro años después encabezó otra Caravana por la Democracia, en protesta por el fraude electoral que llevó a la gubernatura a Roberto Madrazo. Y en noviembre de 1996, encabezó un plantón de 40 días en el pozo C del complejo petrolero de Pemex. Era un movimiento de defensa de los pueblos chontales, con quienes había trabajado y vivido años atrás, que reclamaban una indemnización por los daños provocados por la petrolera.

Fue en esa época en la que López Obrador definió su enemistad con el entonces presidente Carlos Salinas de Gortari, su némesis político.

Desde entonces, también, comenzó a construir una legión de seguidores leales, con los que estrenó una fórmula que mantiene hasta la fecha: “en tiempos de lucha electoral, actuamos como partido; en tiempos de lucha no electoral, como movimiento”.

La segunda parada para entender el obradorismo es la dirigencia nacional del Partido de la Revolución Democrática (PRD), el partido que fundó Cuauhtémoc Cárdenas tras la fractura del PRI en 1987 y el fraude electoral de 1988.

En 1996, López Obrador brincó a la política nacional para convertirse en dirigente nacional del PRD, cargo que ocupó hasta 1999. En esos tres años, el partido tuvo el mayor incremento electoral de su historia.

No solo ganó en 1997 las elecciones de la capital -el bastión político de la izquierda, desde entonces- también se convirtió en la segunda fuerza política de la Cámara de Diputados y consiguió la mayoría absoluta en la Asamblea Legislativa.

Ese crecimiento electoral fue posible por las “brigadas del sol” que son el antecedente de los “servidores de la nación”, la estructura territorial creada en el gobierno de López Obrador para la distribución de los programas sociales.

En el PRD, López Obrador también renovó la línea de acción del partido, hasta entonces estancada por las disputas entre Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo; y comenzó a articular su discurso contra lo que llama la Mafia del Poder, encarnada entonces en el abogado panista Diego Fernández de Cevallos y el presidente Ernesto Zedillo, quien diseñó el Fobaproa (Fondo Bancario de Protección al Ahorro) para transformar las deudas de los baqueros en deuda pública.

Amlo ha repetido que se trata del mayor robo al erario en la historia de México.

Un tercer momento de la formación del obradorismo es el gobierno de la Ciudad de México al que Amlo llegó después de una cerrada competencia electoral en el año 2000.

El momento definitivo para la consolidación del obradorismo de la Ciudad de México fue el proceso de desafuero de 2005. Un ardid jurídico dirigido por el entonces presidente Vicente Fox para sacar de la contienda presidencial a López Obrador. Y, para algunos investigadores, el arranque del lawfare en América latina

Fue la antesala de una forma de gobernar que ha caracterizado su presidencia: conferencias diarias a las 6 de la mañana, cierre de la llave de las dádivas a la prensa, consultas populares, decretos para brincar las trabas jurídicas, y una mezcla de megaproyectos con programas sociales, como la pensión para adultos mayores.

Su gobierno en la Ciudad de México fue tan exitoso que no solo le permitió a su sucesor, Marcelo Ebrard, ganar con holgura, sino que, varios años después, protagonizó una de las historias más extraordinarias que nos haya regalado la política mexicana.

Ocurrió en las elecciones intermedias de 2009: el Tribunal electoral intervino de manera ilegal en la contienda interna del PRD por Iztapalapa, la alcaldía más poblada de la capital, y determinó que, aunque el nombre de una candidata estaba en las boletas, los votos serían para otra. López Obrador hizo un llamado a los pobladores de Iztapalapa hacer algo muy extraño: votar por un tercero, para que después cediera su cargo. En nueve días consiguió lo imposible: la gente votó masivamente por Juanito, quien dejó el cargo a Clara Brugada, la candidata que había ganado la interna y una de las lideresas populares más emblemáticas del obradorismo.

El momento definitivo para la consolidación del obradorismo de la Ciudad de México fue el proceso de desafuero de 2005. Un ardid jurídico dirigido por el entonces presidente Vicente Fox para sacar de la contienda presidencial a López Obrador. Y, para algunos investigadores, el arranque del lawfare en América latina.

A las marchas multitudinarias en protesta por el desafuero siguió la campaña electoral de 2006, de la que surgió el Amlito, una caricatura del monero Hernández que acompañaba el slogan de “sonríe, vamos a ganar”, que se volvió icónica en esas elecciones. Y luego el conflicto postelctoral, con un campamento de 40 días a lo largo de Reforma, la avenida más importante de la Ciudad.

A partir de entonces comenzó a crecer una nueva generación de obradoristas, más urbana, más clasemediera, más académica, que llegó a la política de manera paralela al surgimiento y crecimiento de Morena.

Cada mañana, cuando Amlo sale a su conferencia matutina, se dirige a esa gruesa base social que ha construido durante tres décadas. Una militancia que, desde 2018, sabe que se trata de una carrera de fondo.

Como Laura, profesora jubilada que viajó cinco horas desde Morelia, Michoacán, con su esposo y dos amigas, para llegar al informe de Amlo, y está convencida de que “él ha hecho todo lo que ha podido y ahora los ciudadanos necesitamos esforzarnos más por seguir construyendo la cuarta transformación”.

O Ramiro Óscar Lasierva, comerciante de 73, quien cagaba una pancarta con su propuesta de que Amlo sea propuesto para el Premio Nobel de la Paz. “Él nos ha politizado, nos ha dado lecciones de historia, ¿eso cuando se veía?”

Desde el templete instalado enfrente del Palacio Nacional, el presidente López Obrador hilvanó los capítulos de la historia política nacional con el sello de un gobierno que combate el clasismo, el racismo y la opresión.

“Hidalgo y Morelos no sólo lucharon por la independencia, sino también por la abolición de la esclavitud y en contra de la desigualdad. Juárez estableció el Estado laico. Y entre 1910 y 1917 nuestro país protagonizó la primera revolución social del siglo XX. Aquí, los hermanos Flores lucharon por los derechos de los trabajadores. Aquí se levantaron en armas el revolucionario del pueblo, Francisco Villa, y el más auténtico defensor de los campesinos, Emiliano Zapata, en demanda de libertad, tierra y justicia (…) Cómo ignorar el lema del Apóstol de la Democracia, Francisco I. Madero: sufragio efectivo, no reelección; o la sentencia de Lázaro Cárdenas, según la cual, gobierno o individuo que entrega los recursos naturales a empresas extranjeras traiciona a la patria”.

“Con este ideario comenzamos nuestro gobierno hace casi seis años. Lo primero que hicimos fue reformar nuestra Constitución hasta donde se pudo y promover leyes para frenar la política antipopular, entreguista y corrupta que se había impuesto y legalizado por el predominio de un poder oligárquico con apariencia de democracia”.

Me voy a jubilar con la consciencia tranquila y muy contento. Nada me hace más feliz que haber logrado, con el apoyo de muchos de ustedes, de millones de mexicanos, reducir la pobreza y la desigualdad en el país

El informe, de más de dos horas, a pleno sol, no convocó a opositores, ni a integrantes del poder judicial, que a la misma hora se manifestaban frente al Congreso.

El presidente hizo un largo recuento de logros y resultados en seis años, empezando por la reducción de la pobreza, la recuperación adquisitiva y del trabajo. Pero también habló de la educación, de la paridad, de las familias “tradicionales y modernas”, de la importancia de gobernar “sin aceptar recetas, modelos o agendas impuestas por organismos financieros internacionales, o por poderes hegemónicos”, de trenes, aeropuertos, obras de infraestructura, y Áreas Naturales Protegidas, de culturas milenarias. La lista inacabable, a pleno sol.

Luego llegó el mensaje político y los encargos para su sucesora, Claudia Sheinbaum -a quien mencionó tres veces- y para todos los presentes:

“En este sexenio sentamos las bases de la transformación que necesitaba el país. Ha quedado de manifiesto, entre otras cosas, la imperiosa necesidad de separar el poder económico del poder político y de que el gobierno represente a todas y a todos, a ricos y a pobres, a la gente del campo y de la ciudad, a creyentes y no creyentes. Necesitamos, eso no hay que olvidarlo, necesitamos continuar con esa política, una auténtica democracia, no una simulación, no una oligarquía con fachada de democracia, democracia verdadera, poder del pueblo”.

“Queremos kratos con demos. Democracia —lo hemos dicho varias veces— se compone de dos partes: demos es pueblo, kratos es poder, la democracia es el poder del pueblo. Lo que quieren los oligarcas es kratos sin demos, quieren poder sin pueblo. Al carajo con eso”.

“Me voy a jubilar con la consciencia tranquila y muy contento. Nada me hace más feliz que haber logrado, con el apoyo de muchos de ustedes, de millones de mexicanos, reducir la pobreza y la desigualdad en el país.  (…) Me voy también tranquilo porque a quien entregaré la banda presidencial por mandato del pueblo es una mujer excepcional, experimentada, honesta y, sobre todo, de buenos sentimientos, de buen corazón (…) Me retiro con el orgullo y el honor de haber servido a un pueblo bueno, trabajador, inteligente, fraterno, heredero de grandes virtudes y valores de los antiguos mexicanos (…) Se hizo mucho entre todos y desde abajo. Pero, aún con lo mucho que se ha logrado, todavía es notorio el atraso que padecemos por el largo y tormentoso periodo en que el gobierno estuvo en manos de oligarcas insensibles, que nunca se preocuparon por el bienestar del pueblo”.