Economía fuerte y transición ordenada: las claves del oficialismo de cara a las elecciones mexicanas

México entró por fin en la recta final de una campaña electoral particularmente larga y extenuante. El próximo 2 de junio, en las elecciones federales, 98.9 millones de mexicanos y mexicanas están convocadas a las urnas
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Claudia Sheinbaum en campaña — X (Twitter)

México entró por fin en la recta final de una campaña electoral particularmente larga y extenuante. El próximo 2 de junio, en las elecciones federales, 98.9 millones de mexicanos y mexicanas están convocadas a las urnas para escoger a la presidenta o presidente del país, al jefa o jefa de gobierno de la Ciudad de México (el antiguo Distrito Federal) y a las gobernaciones de los estados de Chiapas, Guanajuato, Jalisco, Morelos, Puebla, Tabasco, Veracruz y Yucatán. A nivel legislativo, se renovarán la totalidad de las 128 senadurías y las 500 diputaciones federales. En unas elecciones colosales, consideradas las más grandes de la historia de México, serán 20.708 los cargos en juego.

Candidaturas, encuestas y debates

A nivel nacional tres son las candidaturas que compiten por la presidencia de los Estados Unidos Mexicanos. Claudia Sheinbaum, una científica que se postula por el oficialismo, al frente de la coalición formada por MORENA —con distancia el socio mayoritario del espacio—, el Partido del Trabajo (PT) y una rara avis como el Partido Verde Ecologista de México (PVEM). Sheinbaum hizo carrera como académica e investigadora hasta el año 2000, cuando la llegada de López Obrador a la jefatura de gobierno de la Ciudad de México la impulsó a ocupar la Secretaría de Medio Ambiente. En 2018, mientras AMLO arribaba a la presidencia, Sheinbaum se posicionaba como la primera mujer en conducir los destinos de la ciudad capital.

En segundo lugar se encuentra Xóchitl Gálvez, una ingeniera y empresaria que lidera la coalición formada por el tradicionalmente conservador Partido Acción Nacional (PAN), el Partido Revolucionario Institucional (PRI) —organización que moldeó la política del siglo XX mexicano en los setenta años de vigencia de lo que se conoció como “la dictadura perfecta”—, y el Partido de la Revolución Democrática (PRD), fundado en 1989 a partir de la unión de sectores de la izquierda del PRI y vertientes de la izquierda socialista y comunista mexicana, pero finalmente plegado al neoliberalismo y severamente marginalizado en los últimos años. Una nota de color es que Gálvez, senadora de la bancada del PAN hasta 2023, pero autodefinida como candidata “independiente”, comenzó su militancia en la Liga Obrera Marxista, una organización trotskista local afiliada a la Cuarta Internacional hasta su disolución en 1987.

Tras las dos candidatas favoritas aparece el internacionalista Jorge Álvarez Máynez, diputado federal, ex perredista y ex priista, y ahora candidato presidencial de Movimiento Ciudadano (MC), un partido fundado en 1999 bajo el nombre de Convergencia Democrática. MC busca terciar entre las dos coaliciones mayoritarias, ampliar su representación parlamentaria (su bancada podría ser clave en las negociaciones legislativas del próximo sexenio), y sumar nuevos estados a los que ya conduce: Jalisco y Nuevo León.

La diferencia entre las tres candidaturas es notable. A comienzos de año, los sondeos supieron arrojar hasta 32 puntos de ventaja para Claudia Sheinbaun, lo que podía llegar a asegurarle incluso más votos que los obtenidos por el propio López Obrador en el 2018. Aunque para algunos analistas esta tendencia se ha desacelerado, no se ha revertido, por lo que las encuestas más recientes le otorgan todavía un margen de al menos 20 puntos porcentuales sobre su rival del PRI-PAN-PRD, lo que dejaría a Sheinbaum al borde de quedarse con la mitad de todos los sufragios. De hecho pareciera que esta leve desaceleración está siendo capitalizada más bien por la tercera fuerza, por lo que Máynez podría superar los 5 e incluso llegar hasta un máximo de 10 puntos porcentuales.

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Xochitl Gálvez fue desde el comienzo una candidata incómoda y resistida, contranatura para las élites panistas y priistas, que parecen haber reconcentrado sus esfuerzos de campaña en la disputa del congreso. Esta es una batalla clave si consideramos que el presidente en ejercicio propuso realizar 20 reformas a la Constitución, muchas de las cuales requieren de una mayoría calificada de dos tercios, con la que el oficialismo no cuenta de momento. Estas reformas podrían blindar constitucionalmente las políticas sociales y salariales implementadas por el gobierno, así como establecer diversos mecanismos de protección ambiental e introducir reformas al sistema político y al poder judicial.

La otra batalla capital es la de la Ciudad de México. Si bien las encuestas también dan allí un buen margen a la morenista Clara Brugada por sobre el opositor Santiago Taboada, no se trata de una distancia tan insalvable como en el caso de las presidenciales. Apropiarse del botín de la capital, una megalópolis progresista que en los últimos 27 años ha optado siempre por partidos centroizquierdistas, podría compensar en algo la derrota casi segura de los comicios nacionales. Completa el mapa la disputa por los 8 estados en juego: cuatro corresponden a MORENA, dos al PAN, uno a Movimiento Ciudadano y otro al Partido Encuentro Social.

En los tres debates organizados a nivel nacional por la autoridad electoral, el oficialismo decidió recostarse en su pilar más fuerte: la economía y las políticas sociales, cuyo éxito relativo llevó incluso a que sus opositores tuvieran que garantizar la continuidad de muchas de ellas, produciendo un extraño corrimiento discursivo al centro. Con mayor incomodidad, la candidata oficialista transitó los temas vinculados a migración, seguridad y violencia, entre otros. Por su parte, con muchísimas dificultades, Xóchitl Gálvez decidió ante todo fustigar contra la corrupción, intentando arrebatar al oficialismo uno de sus principales caballos de batalla. Con un flanco izquierdo excesivamente descubierto por el oficialismo, el candidato de Movimiento Ciudadano tuvo muchas facilidades para sobre-actuar una ubicación progresista e intentar disputar el voto de los jóvenes y desencantados.

Economía y previsibilidad

A quien haya acompañado los últimos relevos del campo progresista en América Latina y el Caribe, la calma que rige en el oficialismo mexicano le parecerá llamativa. Si lo comparamos con las disputas que paralizaron al gobierno del Frente de Todos en Argentina, con la amarga división de quienes supieron integrar el Frente Guasú en Paraguay, con la ruptura entre las izquierdas rurales y urbanas frente al gobierno de Pedro Castillo en el Perú, o con las luchas intestinas desatadas en la actualidad con el MAS en Bolivia, el escenario de la coalición gobernante en el país azteca luce previsible y ordenado, al menos en el corto plazo y hasta la asunción del próximo gobierno.

La clave, más que el discutido mecanismo utilizado para dimir las candidaturas —un sistema de encuestas privadas que supo dejar algunos heridos en el camino—, parece ser ante todo el buen balance del gobierno morenista y la presencia de un liderazgo nítido, capaz de orientar la transición aún sin la promesa de ocupar cargos a futuro. Según sondeos recientes, la aprobación del presidente Andrés Manuel López Obrador supera el 60 por ciento al final de su gobierno, un número sin dudas envidiable para cualquier mandatario saliente.

De darse una victoria del oficialismo, MORENA será uno de los pocos partidos en sortear con éxito los tumultuosos años de la pandemia y la guerra europea, siendo premiado con la continuidad al frente del ejecutivo. Cabe recordar que López Obrador no puede volver a postularse, dado que el anti-reeleccionismo es parte del ADN nacional desde la Revolución Mexicana de 1910, que cristalizó en la carta maga de 1917 la prohibición de desempeñar más de un mandato presidencial.

El sexenio de Andrés Manuel López Obrador deja como primer legado algo que se revela aún más valioso en tiempos turbulentos: una economía estable, como han tenido que reconocer hasta sus más acérrimos detractores, los que por supuesto no dejan de echar mano a viejas fórmulas como el “viento de cola” para explica el fenómeno y restarle crédito a las políticas oficiales.

Sus mejores indicadores son una inflación baja, del orden del 3.82 por ciento anual, muy distante del 10.7 que promedia la región. Una moneda fuerte —el “super peso”, como fue bautizado por el propio presidente—, que se viene apreciando de manera sostenida desde mediados del 2023, favorecido por las alta tasas de interés y la previsibilidad de la economía nacional. Y un salario que se ha incrementado de manera sostenida, hasta redondear un aumento del 110% en términos reales, según el informe de la OIT titulado “Perspectivas mundiales del empleo y las perspectivas sociales: Tendencias 2024”. Un dato no menor es que, en 2023, solo China, Rusia y México lograron un crecimiento del salario real. Como resultado, casi 9 millones de personas habrían salida de la pobreza en México, según datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social. A esto debe sumarse el impacto en el empleo de varios mega-proyectos, en algunos casos severamente cuestionados por su impacto ambiental, como el Tren Maya, el Corredor Interoceánico del Istmo de Tehuantepec y el Aeropuerto Felipe Carillo Puerto.

En suma, es este escenario de economía estable y transición política ordenada, —algo que ningún otro gobierno de la llamada “segunda ola progresista” pudo garantizar de momento—, el que abonó el terreno para una victoria que, al menos a nivel nacional, las encuestas dan por virtualmente consumada.