Reino Unido sigue siendo de derechas

El aplastante resultado en términos de escaños en favor del partido Laborista es un espejismo producido por un sistema electoral mayoritario puro
Tejas Sandhu / Zuma Press / ContactoPhoto
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En las elecciones del pasado jueves en el Reino Unido, el partido Laborista liderado por Keir Starmer ha obtenido 411 de los 650 escaños del parlamento británico y Starmer se ha convertido automáticamente en primer ministro. Sí, además, tenemos en cuenta que los laboristas venían de tener apenas 202 parlamentarios y que los Tories han pasado de contar con 365 a 121, cualquiera podría pensar que estamos ante un vuelco político histórico y que, en estos últimos cinco años, la orientación política del pueblo británico ha cambiado radicalmente hacia la izquierda. Nada más lejos de la verdad.

Obviamente, el nuevo ejecutivo encabezado por Starmer se va a situar —ligeramente— a la izquierda de los gobiernos conservadores que llevan mandando en el Reino Unido durante más de 10 años y esto, dentro de lo que cabe, es una buena noticia. Sin embargo, si solamente atendemos al reparto de escaños, nos estaremos llevando a engaño respecto de la situación política real que existe en estos momentos en ese país.

En primer lugar, hay que entender que el sistema electoral de Reino Unido es un sistema mayoritario puro. En pocas palabras, el país se divide en 650 pequeñas circunscripciones —pensemos que en España tenemos 50 más las dos ciudades autónomas de Ceuta y Melilla— y, en cada una de ellas, se elige tan solo un miembro del parlamento. En cada una de ellas, el partido más votado obtiene un escaño y todos los demás no consiguen ninguno. Este sistema produce resultados tan alejados de la proporcionalidad, tan alejados del principio "una persona, un voto", como el que tuvo lugar este jueves: aunque los laboristas apenas cosecharon el 33,8% del voto popular, esto les proporcionó el 63,2% de los escaños en el parlamento; una holgada mayoría absoluta.

Aunque los laboristas apenas cosecharon el 33,8% del voto popular, esto les proporcionó el 63,2% de los escaños en el parlamento; una holgada mayoría absoluta

Esto pudo ocurrir porque, aunque los de Starmer apenas aumentaron su porcentaje de voto en un 1,7% respecto de las anteriores elecciones de 2019, los Tories sufrieron una debacle, pasando del 43,6% al 27,3%. Esto permitió a los laboristas pasar de ser la segunda fuerza —la que no se lleva nada— a ser la primera —la que se lo lleva todo— en aproximadamente 200 circunscripciones con un aumento mínimo de apoyos electorales.

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De hecho, la mayor parte de los votos perdidos por los conservadores no han ido a parar a los laboristas sino a la ultraderecha de Nigel Farage, que ha obtenido un 14,3% del voto popular. Este último dato es importante porque significa que, en el Reino Unido, sigue habiendo una mayoría sociológica de derechas que, de hecho, se ha desplazado hacia la extrema derecha. Dicho de otra forma, si el Reino Unido contase con un sistema electoral incluso imperfectamente proporcionar como el nuestro, ahora estaríamos hablando de un gobierno de coalición entre los Tories y la ultraderecha de Farage.

A esta realidad aritmética, hay que añadir además la propia deriva ideológica de los diferentes actores políticos. A lo largo de estos años, no solamente los Tories se han ido aproximando a los postulados de Farage —llegando a aprobar que se meta a los inmigrantes en un avión para deportarlos a Ruanda o metiéndolos en un aterrador barco-cárcel propio de una película distópica—, sino que los laboristas también han emprendido un importante viaje en la misma dirección. Aunque, cuando accedió al liderazgo del partido, Starmer lo hizo con un discurso y unas propuestas de izquierdas, a lo largo de estos años ha girado el timón claramente hacia el extremo centro, purgando al sector de izquierdas del partido liderado por Jeremy Corbyn —utilizando repugnantes acusaciones de antisemitismo—, apoyando a Netanyahu y su genocidio en la Franja de Gaza o abandonando las propuestas más avanzadas de nacionalización de los sectores estratégicos o de eliminación de las tasas universitarias.

Así las cosas, todo parece indicar que la nueva distribución parlamentaria en el Reino Unido es, sobre todo, un espejismo. Con un bloque de derechas que mantiene su potencia electoral pero transfiriendo un tercio de su caudal a la ultraderecha, con un partido conservador comprando los postulados de esta última y con un partido laborista acercándose a las posiciones de los conservadores, no solamente es legítimo hacer la afirmación que encabeza este editorial de que Reino Unido sigue siendo un país de derechas. A esto podemos añadir que es, incluso, más de derechas que antes.