Elecciones presidenciales en Venezuela: ¿una crisis inevitable?

Aparentemente, oficialismo y oposición han acordado una “tregua” para acudir ambos a las elecciones presidenciales del mes de julio. González Urrutia y Nicolás Maduro competirán por continuar o entrar en el Palacio de Miraflores en un contexto en el que, no obstante, ambos tienen más incentivos para desconocer una victoria del otro que para facilitar un contexto de normalidad institucional
Maduro
Nicolás Maduro en campaña — X (Twitter)

Nicolás Maduro y Edmundo González Urrutia; estos son los dos grandes nombres propios de la política venezolana. Hasta el 28 de julio, ambos dirigentes correrán la campaña por las elecciones presidenciales en un contexto marcado por unas encuestas muy dispares, dos bases sociales y electorales polarizadas y acusaciones mutuas de socavamiento del orden democrático. Como sea, el destrabamiento de las tendencias cainitas que atravesaban a la oposición venezolana desde hace años abre un escenario novedoso: en 2018, inmersa en procesos de división interna y denunciando internacionalmente que el Estado venezolano torpedeaba sus opciones electorales, la oposición sostuvo una posición ambivalente entre el boicot y la participación ─Henri Falcón y Javer Bertucci se postularon─ que facilitó la reelección del presidente Maduro. En 2024, no obstante, la unidad opositora en torno a González Urrutia permite dibujar un escenario de derrota del chavismo en las presidenciales.

¿Resuelto el puzle opositor?

Luego de no lograr su rehabilitación política, María Corina Machado postuló a Corina Yoris como su delfín para las presidenciales, aunque los representantes de la Plataforma Unitaria alegaron que la plataforma virtual del CNE no permitió su inscripción. Tras esto, la primera foto fija de la carrera por el Palacio de Miraflores mostraba trece candidatos, la mayoría de los cuales formaba parte del complejo segmento opositor; no obstante, no había representación clara del sector de María Corina Machado, probablemente la principal figura del antichavismo en términos de influencia pública. Edmundo González Urrutia, que se había postulado inicialmente para “cuidar” la papeleta de la Plataforma Unitaria, fue finalmente decretado por el sector de Machado y por Manuel Rosales ─quien se había anotado en el último momento como candidato─ como candidato unitario, cerrando aparentemente una serie de varias temporadas de división interna en la oposición.

González Urrutia, embajador en Argentina (1998-2002) y en Argelia (1991-1993), presentó su candidatura en un primer momento como medida temporal; hasta el 20 de abril podía haber sido sustituido por alguna de las dos “Corinas” si la MUD hubiera logrado solventar el asunto de la inhabilitación ─desde ese día, sigue pudiendo ser sustituido, aunque el procedimiento se torna bastante complejo. Así, por el momento parece claro que González Urrutia y Nicolás Maduro serán los grandes competidores en las presidenciales luego de que Manuel Rosales cumpliese su promesa y decidiese abandonar la carrera electoral en beneficio de González Urrutia. Aunque por el momento siguen en liza varios dirigentes “secundarios” de la oposición, nada indica que vayan a estar a la altura de los dos grandes favoritos en unos comicios que, por cierto, no albergan segunda vuelta.

El amplio espectro de la oposición al chavismo en Venezuela se caracteriza por tres elementos definitorios: su variedad ideológica interna, su tendencia a la proliferación de liderazgos caudillistas ─en ocasiones, incluso mesiánicos─ y su incapacidad histórica para conformar un frente unificado antichavista. En este sentido, a diferencia del Gran Polo Patriótico Simón Bolivar (GPPSB), espacio en el que se agrupan la práctica totalidad de partidos y organizaciones encuadradas en el bolivarianismo/chavismo, la oposición vive inmersa en luchas internas que imposibilitan la consolidación de un gran bloque electoral antichavista y en las que liderazgos pretendidamente excluyentes como el de María Corina Machado, Leopoldo López, Henrique Capriles o Henri Falcón buscan liderar con puño de hierro a todos los sectores.

¿Y qué ha cambiado para que la oposición apueste (esta vez, sí) por la vía electoral? Probablemente, un cálculo táctico que ha inclinado la balanza del persistente debate en torno a qué vía emplear para tumbar los gobiernos del PSUV. La oposición se ha inclinado históricamente ─no sin divergencias internas─ por prácticamente todos los escenarios posibles: desestabilización en las calles, sanciones y presión internacional, establecimiento de un gobierno autoproclamado e incluso golpes de estado. Ninguna de estas tácticas ha logrado éxitos notables para el espacio opositor, debido a la eficaz imbricación entre el PSUV y las instituciones del estado, por lo que numerosos líderes y partidos antichavistas se decantaron ya hace meses o años por el retorno a la vía electoral.

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El día después

Ciertamente, las encuestas ─marcadas quizá por una variante metodología y por cierto sesgo partidario─ no clarifican la situación: en algunas, González Urrutia parte con una ventaja superior a los 30 puntos en relación a Nicolás Maduro, aunque otros sondeos ilustran distancias similares… pero a la inversa. Por el momento, a dos meses de la fecha decisiva, ningún trabajo en este sentido brinda nitidez al asunto, más allá de que probablemente el candidato de la oposición parte aparentemente con una cierta ventaja.

Con todo, e independientemente de la incredulidad de algunos analistas, diplomáticos e incluso dirigentes políticos, Nicolás Maduro tiene opciones reales de revalidar su presidencia. El chavismo ha conservado una amplia proporción de la base social que construyó durante los 14 años de gobierno de Hugo Chávez que se expresa no solo en las citas con las urnas, sino también en las sostenidas movilizaciones en favor del oficialismo. En las presidenciales del 2018, marcadas por el llamado al boicot de bastantes sectores opositores, Maduro superó los seis millones de votos en un censo de algo más de veinte.

En el referéndum por la soberanía del Esequibo, para el que Machado y otros espacios antichavistas llamaron al boicot en un intento de deslegitimar lo que percibían como un plebiscito en torno a la figura de Nicolás Maduro, el oficialismo logró una convocatoria superior al 50% con una victoria casi del 100% de las opciones del “sí”, hecho que reflejó un cierto reforzamiento del gobierno en un contexto económico relativamente más favorable que el existente en 2018. Por otro lado, las dificultades que enfrentan los electores en el exterior ─tendentes al voto opositor─ constituyen un punto a favor extra para las opciones electorales del GPPSB.

Si Nicolás Maduro gana, es esperable una denuncia de “fraude” por parte de González Urrutia ─quien ya está sembrando la idea de que solo una irregularidad manifiesta en el conteo podría impedir su victoria─  y de otros actores opositores. El antichavismo ha hecho una apuesta muy fuerte por estos comicios, reconociéndolos implícitamente al aceptar participar en ellos y movilizando a su electorado bajo la promesa de que de ninguna forma Maduro seguirá en Miraflores después del 28 de julio, lo que complica (prácticamente imposibilita) cualquier respuesta no impugnatoria en caso de que el PSUV se consagre como vencedor.

Por su parte, una victoria de González Urrutia podría conducir a una crisis institucional y de traspaso de poder. Francamente, es muy especulativo denunciar que en Venezuela los procesos electorales son fraudulentos en su conteo, ya que numerosos observadores internacionales decretan lo opuesto. No obstante, los comicios en el país sí albergan un componente de anomalías que tiene lugar, no obstante, antes y después del día de las elecciones: las inhabilitaciones y, ante todo, los movimientos institucionales del chavismo para conservar bajo su brazo el control de los aparatos del estado.

En este sentido, y teniendo en cuenta el elevado coste de salida que podría tener para dirigentes y militantes chavistas una victoria opositora en las elecciones presidenciales ─en particular teniendo en cuenta el accionar violento y antiinstitucional que han mostrado numerosos espacios antichavistas durante los últimos años─, no es descartable que el PSUV opte por un desconocimiento o por algún tipo de jugada burocrática para no facilitar un traspaso de poder. Así, tanto una victoria como una derrota de cualquiera de ambos candidatos podría desencadenar fácilmente una nueva crisis política en Venezuela con un resultado nuevamente incierto.